1 SEPTIEMBRE, 2002
Traducción de Beatriz MartÍnez MurguÍa
Lo más probable es que Estados Unidos siga siendo la gran potencia mundial durante muchos años. Eso plantea una serie de desafíos a los que no debe hacer frente solo, escribe Joseph Nye.
Poco después del 11 de septiembre, el padre del presidente Bush comentó que del mismo modo en que Pearl Harbor obligó a este país a desechar la idea de que era posible evadir la obligación de defender la libertad en Europa y Asia en la Segunda Guerra mundial, el nuevo ataque sufrido por sorpresa debe echar por tierra la idea, presente en algunos círculos, de que Estados Unidos puede actuar solo y por su cuenta en la lucha contra el terrorismo o en cualquier otro terreno.
Pero los aliados de Estados Unidos han empezado a preguntarse si esa idea ha arraigado realmente, o si el aparente éxito de la campaña militar en Afganistán ha demostrado que el unilateralismo funciona bien. De acuerdo con este razonamiento, Estados Unidos ejerce tal dominio que muy bien puede seguir actuando por su cuenta.
Cierto es que ninguna nación desde los tiempos de Roma ha ejercido un dominio semejante sobre los demás, pero incluso Roma terminó por derrumbarse. Hace apenas diez años, la opinión común lamentaba el proceso de declive en que estaba Estados Unidos: las listas de bestsellers incluían libros que describían la decadencia del país. Japón iba a ser el siguiente “número uno”. Desde luego era una opinión equivocada, y cuando escribí Destinado a liderar en 1989, yo, junto con otros, predije que el poder de Estados Unidos seguiría creciendo. Ahora resulta igual de peligrosa la idea tan extendida de que Estados Unidos es invencible, sobre todo si ello deriva en una política exterior que mezcle el unilateralismo con la arrogancia y el provincianismo.
Varios defensores de la teoría “realista” en materia de relaciones internacionales han mostrado su preocupación por la persistencia del poder de Estados Unidos. A lo largo de la historia se han formado coaliciones entre distintos países para contrarrestar a las potencias dominantes, y no hay duda de que ya se está buscando la manera de lograr, del modo tradicional, un cambio en el equilibrio de poder y el ascenso de nuevos Estados capaces de competir por la supremacía. Para algunos, China es el nuevo enemigo; otros, en cambio, consideran que la amenaza vendrá de una coalición entre Rusia, China e India. Pero incluso si China logra mantener su alta tasa de crecimiento del 6% mientras que Estados Unidos se mantiene en el 2%, no igualará la renta per cápita de Estados Unidos (medido en términos de poder adquisitivo) hasta la segunda mitad del siglo.
También hay quienes piensan que el desafío a la primacía de Estados Unidos tendrá su origen en una posible federación de Europa unificada. Pero esta predicción depende en gran medida de la unidad política de Europa y de un bajo perfil en las relaciones trasatlánticas. Los defensores del realismo han llamado la atención sobre la importancia del equilibrio de poder en la escena internacional, pero el intento de identificar nuevos países que planteen un desafío semejante al de la Guerra Fría es, sin duda, una gran equivocación. Dejan de lado cambios muy profundos en la distribución y naturaleza del poder en el mundo de hoy.
Tres tipos de poder
A primera vista, la disparidad entre el poder de Estados Unidos y el del resto del mundo resulta indudable. En el terreno militar, Estados Unidos es el único país que cuenta tanto con armas nucleares como con un ejército convencional de alcance global. El gasto militar estadunidense es mayor que el de los siguientes ocho países juntos y lleva la delantera en la “revolución militar” basada en la información. Estados Unidos controla el 31% del producto mundial, iguala el porcentaje de los siguientes cuatro países juntos (Japón, Alemania, Gran Bretaña y Francia). En cuanto al predominio cultural, Estados Unidos es por mucho el primer exportador de películas y programas de televisión. También es el principal foco de atracción de estudiantes extranjeros que acuden a sus escuelas y universidades.
Según algunos analistas, el colapso de la Unión Soviética trajo como consecuencia un mundo unipolar, para otros se trataba de un mundo multipolar. Unos y otros se han equivocado porque hacen referencia a dimensiones distintas del poder, que ya no pueden reducirse al común denominador del dominio militar. La unipolaridad exagera el grado en que Estados Unidos es capaz de obtener los resultados que se propone en ciertas dimensiones de la política mundial. La multipolaridad supone, erróneamente, que existen unos cuantos países que están más o menos en pie de igualdad.
Lo cierto es que en la era de la información global el poder se distribuye entre los distintos países según una pauta parecida a la de una complicada partida de ajedrez en tres planos. En el tablero de juego de arriba, el poder militar es sin duda unipolar. Estados Unidos es el único país que tiene armas nucleares intercontinentales y posee además las fuerzas terrestres, navales y aéreas más avanzadas, capaces de un despliegue global. En el tablero de juego del medio, el poder económico es multipolar. ya que Estados Unidos, Europa y Japón representan las dos terceras partes del producto mundial; el fuerte crecimiento de China le convierte en un posible cuarto jugador. En este tablero económico, Estados Unidos no tiene la hegemonía y a menudo tiene que negociar de igual a igual con Europa.
En el tablero de juego de abajo es donde se dirimen las relaciones transnacionales que se extienden más allá de las fronteras, con independencia del control de los gobiernos. En este terreno juegan los actores más diversos. De un lado, banqueros capaces de transferir electrónicamente una cantidad de dinero superior a la de muchos presupuestos nacionales: de otro lado, terroristas que transfieren armas o hackers que interfieren en operaciones de internet. En el tablero de abajo el poder se encuentra muy disperso y no tiene sentido hablar de unipolaridad, multipolaridad o hegemonía. Quienes recomiendan que Estados Unidos adopte una política exterior de hegemonía, fundamentada en las características tradicionales del poder estadunidense, se apoyan en un análisis totalmente incorrecto. Cuando el juego se desarrolla en tres dimensiones y la atención se centra únicamente en el tablero superior, sin atender a lo que sucede en los otros tableros y las relaciones verticales que existen entre ellas, la partida se perderá irremediablemente.
Un mundo reducido y fusionado
Es muy probable que Estados Unidos se mantenga durante una buena parte del nuevo siglo como la única y más poderosa potencia mundial gracias a su posición predominante en la revolución informática y sus inversiones basadas en recursos tradicionales de poder. Es posible que lleguen a formarse alianzas que busquen contrarrestar a Estados Unidos, pero no es muy probable que lleguen a convertirse en alianzas sólidas a menos que Estados Unidos maneje su poder duro de coerción de una manera unilateral y autoritaria que socave su poder suave, que consiste en la capacidad nada desdeñable de lograr que los demás lleguen a desear lo que uno desea.
Josef Joffe, editor de Die Zeit. lo ha escrito del siguiente modo: “A diferencia de lo que sucedía en siglos pasados, donde el gran árbitro era la guerra, los tipos de poder más interesantes hoy en día no proceden del cañón de un arma”. Ahora retribuye mucho más “conseguir que los demás deseen lo que uno desea” y eso tiene que ver con la influencia cultural y la ideología, al tiempo que con el establecimiento de la agenda y los incentivos económicos para la cooperación. Esta poder suave (“soft powef) es especialmente importante cuando se trata del manejo de los temas que surgen en el tablero inferior de las relaciones transnacionales.
Los auténticos desafíos al poder de Estados Unidos no se presentan a la luz del día y, aunque resulte paradójico, puede suceder que la tentación de actuar de manera unilateral termine por debilitar ese poder. La revolución informática y la globalización adjunta están transformando y reduciendo el mundo. Estas dos fuerzas se han aliado para aumentar el poder de Estados Unidos a principios del nuevo siglo, pero la tecnología terminará difundiéndose a otros países y pueblos y ello supondrá una disminución relativa de la preeminencia estadunidense.
Por ejemplo, en la actualidad los estadunidenses, que es el 20% de la población mundial, son más de la mitad de los usuarios de internet. En una o dos décadas más es muy probable que el chino sea el idioma dominante en internet. No destronará al inglés como lingua franca, pero en algún momento del futuro la comunidad cibernética de Asia, lo mismo que su economía, dominará mucho más que la estadunidense.
Más aún, la revolución informática está generando comunidades y redes virtuales que sobrepasan las fronteras nacionales. Las corporaciones transnacionales y los actores no gubernamentales (incluidos los terroristas) tendrán una participación aún mayor. Muchas de estas organizaciones tendrán su propia capacidad de influencia natural al atraer hacia sí ciudadanos que pueden formar alianzas por encima de sus fronteras nacionales. No debe olvidarse que en la década de 1990 una alianza de distintas ONGs logró la aprobación de un tratado contra el uso de minas terrestres a pesar de la oposición de la burocracia más poderosa del país más poderoso.
El 11 de septiembre fue un terrible síntoma de los profundos cambios que se han producido en el mundo. La tecnología está diluyendo el poder de los gobiernos y reforzando la capacidad de grupos e individuos para desempeñar papeles muy activos en la política mundial (incluida la posibilidad de la destrucción masiva) que no hace mucho se reducía a la esfera gubernamental. La privatización ha ido en aumento y el terrorismo es la privatización de la guerra. La globalización está reduciendo las distancias y acontecimientos en lugares remotos, como en Afganistán, pueden tener un enorme efecto en la vida de los estadunidenses.
A finales de la Guerra Fría, a muchos observadores les acosaba el fantasma de que Estados Unidos se aislara de nuevo. Además del debate histórico entre aislacionistas e internacionalistas, había una división dentro del campo internacionalista entre los unilateralistas y los multilateralistas. Algunos, como el columnista Charles Krauthammer, defienden la idea de un “nuevo unilateralismo” que lleve a Estados Unidos a negarse a desempeñar el papel de un “dócil ciudadano internacional” y busque sin complejos sus propios intereses. Se habla de un mundo unipolar por el poder militar inigualable que posee Estados Unidos. Pero el poder militar no puede producir los resultados que los estadunidenses desean en muchos de los temas que afectan su seguridad y su prosperidad.
Como secretario adjunto de la Defensa que fui entre 1994 y 1995 no seré yo quien rechace la importancia que tiene la seguridad militar. Es como el oxígeno. Sin ella, todo lo demás sirve de poco. El poder militar de Estados Unidos es fundamental para la estabilidad global y es parte esencial de la respuesta al terrorismo. Pero la metáfora de la guerra no debe cegarnos ante el hecho de que la eliminación del terrorismo será el resultado de muchos años de paciente y poco vistosa cooperación civil con otros países. El éxito militar obtenido en Afganistán ha resuelto la parte más fácil del problema: Al Qaeda mantiene células en unos cincuenta países. Más que demostrar que los unilateralistas tenían razón, lo que muestra el éxito parcial en Afganistán es la necesidad que existe de una cooperación permanente.
los riesgos de actuar solo
El problema de los ciudadanos de Estados Unidos en el siglo XXI es que cada vez son más las cosas que escapan al control, incluso del Estado más poderoso. Aunque Estados Unidos se desempeñe bien en el campo de la política tradicional del poder, ésta es cada vez más ineficaz para manejar algunos de los problemas. La política mundial está cambiando, bajo la influencia de la revolución informática y la globalización, de manera tal que los estadunidenses no van a poder lograr todos sus objetivos internacionales actuando solos.
La estabilidad financiera internacional es vital para la prosperidad de los estadunidenses, pero para garantizarla se necesita la ayuda de otros. El cambio climático mundial también va a afectar la calidad de la vida de los ciudadanos de Estados Unidos, pero éstos no pueden hacer frente al problema sólo por su cuenta. Este es un mundo en que las fronteras son cada vez más permeables a todo, de las drogas a las enfermedades infecciosas pasando por el terrorismo. Los estadunidenses deben fomentar la creación de alianzas internacionales que hagan frente común ante las amenazas y los desafíos compartidos.
La amenaza de los bárbaros
¿Cómo debe orientar la única superpotencia su política exterior, a la vista de estas nuevas circunstancias, en la era global de la información? Algunos estadunidenses tienen la tentación de creer que Estados Unidos podría reducir su vulnerabilidad si retirara tropas, restringiera sus alianzas y desarrollara una política exterior más aislacionista. Pero el aislacionismo no eliminaría la vulnerabilidad. Los terroristas que atacaron el 11 de septiembre no sólo pretendían reducir el poder de Estados Unidos, también buscaban terminar con los valores estadunidenses. Incluso si Estados Unidos desplegara una política exterior más débil, estos grupos resentirían igual el poder de la economía estadunidense que aun así se extendería más allá de sus fronteras. Las corporaciones y los ciudadanos estadunidenses representan al capitalismo global y para algunos esto es un anatema.
La cultura popular estadunidense tiene un alcance global al margen de lo que haga su gobierno. No hay manera de huir de la influencia de Hollywood, CNN e internet. Las películas y programas de televisión estadunidenses expresan libertad, individualismo y cambio, pero también sexo y violencia. Por lo general, el alcance global de la cultura estadunidense ayuda a reforzar el poder suave de Estados Unidos, aunque eso no suceda siempre. A mucha gente le atraen el individualismo y las libertades, pero también hay quienes los encuentran repulsivos, sobre todo los fundamentalistas. En las sociedades patriarcales, el feminismo, una sexualidad abierta y la elección que cada individuo hace sobre su vida son ideas y prácticas profundamente subversivas. Pero no es probable que estos núcleos de dura oposición logren catalizar un odio generalizado a menos que Estados Unidos deje de lado sus valores y ponga en práctica una política arrogante y autoritaria, que favorezca el llamado de los extremistas en el ánimo de las mayorías.
Quienes constatan el predominio imperial de Estados Unidos y defienden con brío el unilateralismo, muestran una arrogancia que aleja a los países aliados. Está claro que los multilateralistas puros son pocos en la práctica y puede suceder que una política multilateral conduzca a que los Estados pequeños terminen por reducir a Estados Unidos a una situación de impotencia, como Gulliver atrapado por los liliputenses, pero ello no significa que a Estados Unidos no le convenga, en términos generales, una política multilateral. Si Estados Unidos lograra enmarcar sus políticas en un marco multilateral podría conseguir que su enorme poder gozara de una mayor legitimidad y fuera más aceptado. Una gran potencia no puede darse el lujo de aceptar el multilateralismo simple, pero ese debe ser el punto de partida de su política. Además, cierto grado de multilateralismo tiene más probabilidades de resultar aceptable cuando la gran potencia defina sus intereses nacionales de manera tan amplia que incorpore intereses globales. Esta forma de encarar los problemas resulta crucial para que el poder estadunidense sea duradero.
Por el momento, es poco probable que otros Estados logren poner en duda la preeminencia de Estados Unidos, a menos que éstos actúen de una manera tan arrogante que permita a otros superar sus propias limitaciones. El mayor desafío para Estados Unidos es aprender a trabajar de manera unida con otros países y controlar de la manera más eficaz a los actores no gubernamentales que compartirán cada vez más el escenario con las naciones- Estado. Los desafíos fundamentales de la política exterior tendrán que ver con cómo controlar el tablero de ajedrez de abajo en un juego de tres dimensiones y cómo lograr que el poder duro y el poder suave se consoliden recíprocamente. Ya lo ha dicho Henry Kissinger, la prueba de fuego para esta generación de líderes estadunidenses consistirá en que sean capaces de lograr que el poder dominante de hoy derive en un consenso entre los distintos países y en la aceptación, por parte de esa comunidad internacional, de normas consistentes con los valores y los intereses estadunidenses cuando el dominio estadunidense se reduzca en el futuro. Eso es algo que no puede hacerse de manera unilateral.
Roma no sucumbió ante el surgimiento de un nuevo imperio sino ante su propia decadencia, su muerte fue causada por las miles de heridas infligidas por diversos grupos de bárbaros. Siempre es posible que sobrevenga una decadencia interna, pero ninguna de las tendencias comúnmente mencionadas apunta por el momento de manera sólida en esa dirección. El público estadunidense suele ser realista acerca de los límites del poder de su país. Cerca de dos terceras partes de las personas encuestadas se oponen, al menos en principio, a que Estados Unidos actúe fuera de sus fronteras sin el apoyo de otros países. Da la impresión de que el público estadunidense tiene una disposición natural a ejercer el poder suave, aunque este término no les resulte aún muy familiar.
Por otro lado, resulta cada vez más difícil excluir a los bárbaros. La brusca reducción del costo de las comunicaciones, el incremento de los espacios transnacionales (incluido internet) y la “democratización” de la tecnología que pone al alcance de grupos e individuos un enorme poder de destrucción masiva, son condiciones históricamente nuevas. En el siglo XX, Hitler, Stalin y Mao necesitaron sólo del poder del Estado para sus campañas contra el mal, que acabaron siendo el mal mismo. Tal como dijo hace un año la Comisión Hart-Rudman sobre Seguridad Nacional, “los hombres y las mujeres del siglo XXI estarán menos constreñidos que los del siglo XX por los límites del Estado y no necesitarán obtener una gran capacidad industrial para sembrar confusión… La posibilidad de que grupos pequeños o incluso individuos causen un daño masivo a quienes consideran sus enemigos es cada vez más real”.
Así las cosas, la defensa de Estados Unidos adquiere una importancia cada vez mayor y un nuevo significado. En el caso de que esos grupos obtengan material nuclear y provoquen grandes destrucciones, la actitud de Estados Unidos podría dar un giro radical impredecible.
LA POTENCIA Y LOS PEROS
Estados Unidos se encuentra en buena posición para seguir siendo la potencia mundial líder durante una buena parte del siglo XXI. Este pronóstico parte de varios supuestos: que la economía y la sociedad estadunidenses se mantengan sólidas y no decaigan; que Estados Unidos mantenga su poderío militar, pero no se sobremilitarice; que no actúe de una manera tan unilateral y arrogante que despilfarre su capacidad de poder suave; que no se produzcan acontecimientos catastróficos que modifiquen profundamente la actitud de Estados Unidos y los empuje en un sentido aislacionista; que los estadunidenses definan su interés nacional de manera amplia y con una visión de futuro que incorpore a su estrategia los intereses globales. Es posible poner en duda cada uno de tales supuestos, pero son más plausibles en la actualidad que sus alternativas.
Si estas presunciones se sostienen, Estados Unidos seguirá siendo la primera potencia mundial. Pero ser el número uno “no va a ser como fue en el pasado”. La revolución informática, el cambio tecnológico y la globalización no van a sustituir al Estado-nación. Van a hacer más complejos los actores y los problemas de la política mundial. La paradoja del poder de Estados Unidos en el siglo XXI es que la mayor potencia mundial desde Roma no está en condiciones de lograr sus objetivos por sí sola.
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