Edgar Lee Masters
Edición completa. Traducción de Jaime Priede. Bartleby. Madrid, 2012. 375 páginas, 17 euros
¿Qué dirían los muertos si pudieran hablar? Probablemente nada, o no mucho. Ya habla uno en vida hasta hartarse, pocos son los que le escuchan y menos aún los que le entienden. Pero si bastase un poema para resumir una existencia, ¿qué versos serían ésos?
Edgar Lee Masters (Kansas, 1868-Pennsylvania,1950) no parecía muy paciente con los vivos ni con la vida en general, pero la idea de narrar historias completas de mujeres y hombres acabados le interesaba como proyecto humanista, o como venganza. La Antología de Spoon River (1915) es una única, sola verdad contada por más de doscientos personajes igualmente únicos, y solos. Habitantes del cementerio de Spoon River, el Macondo particular de Masters, estos difuntos no descansan en paz: su eternidad es una guerra. “Quería ir a la universidad,/ pero mi tía Persis que era rica no me ayudó”. La tía Persis era un ser humano horrible. Searcy Foote, el Raskolnikov de Illinois, la mató por amor. Por amor a Delia Prickett, su novia. Lo hizo inspirado por Proudhon y porque necesitaba dinero. De su crimen sin castigo ni se avergüenza ni se enorgullece. De hecho, nos queda la impresión de que asesinar a la tía Persis no fue nada personal. La pobre mujer era sólo un instrumento de la vida para ponerle a Searcy las cosas difíciles. El verdadero verdugo era otro: una comunidad tranquila en una América furiosa donde las apariencias destruyen la identidad y el individuo sobrevive, o vive malamente, o muere como vivió: sin darse cuenta. “¿Logré engañarte, Spoon River?” La pregunta de Searcy es una respuesta: en este mundo no hay nada que hacer, y en el otro probablemente tampoco.
“Como siempre en la vida./ Me vine abajo por algo de fuera,/ mis propias fuerzas nunca me fallaron”. Mickey M'Grew no es un pensador: murió al caerse a un depósito de agua, ese “algo de fuera” que menciona es el limo que le hizo resbalar. Esto es Spoon River: la persona contra el sistema, pero no en una lucha heroica glorificada por la épica, sino en la miserable canción lírica de un tropiezo, un descuido, una broma del destino. No importa si uno es pobre o rico. En realidad, la idea de ser rico en un pequeño pueblo perdido entre los grandes estados es casi más deprimente que pasar apuros económicos.
De Edgar Lee Masters sospechamos que de no haber sido abogado hubiera sido acusado: de insumisión, de insubordinación, de convocar a la desobediencia civil. Usar la poesía como arma de revolución fue una decisión curiosa, pero acertada. La Antología de Spoon River es uno de los pocos casos de poesía best-seller históricamente atestiguados. Los lectores somos criaturas curiosas: asomarnos a vidas nos atrae, como atrae el vacío. Profesores, predicadores, toneleros, poetas, dentistas, la señora Sibley y su secreto: en este cementerio hay almas suficientes para representarnos a todos. Son muertos orgullosos, inquietos, se guían por el principio de que siempre es mejor pedir perdón que permiso. En sus sepulturas son libres, como lo fueron también en sus vidas. Pero la suya es una libertad humana, no absoluta. Necesitamos mucha compasión para saber verla. Y afortunadamente, la tenemos.
Los hay que siendo hombres, se sueñan eternos. Spoon River no es una suma, sino un total: la humanidad poliédrica. Cada individuo encarna a la especie, cada poema contiene toda la poesía, o la poesía misma. “Dios, no me pidas que enumere tus maravillas”, comienza Scholfield Huxley su epitafio en el que mata a Dios. Entre el existencialismo y la anarquía, la Antología de Spoon River es una manera de amor por lo humano que probablemente sólo los humanos podemos entender. Ridículos, sublimes, de inteligencia no descrita en ningún canon: nuestra condición es nuestra inmortalidad. Lo mejor del ángel caído es ver cómo se levanta.
William y Emily
Hay en la muerte
algo parecido al amor.
Si tras haber conocido la pasión
y el ardor del amor juvenil
sientes también, tras años de vida
en común, que la llama se debilita,
y así, juntos, os desvanecéis
poco a poco, tenue, delicadamente,
como si en brazos uno del otro
desaparecierais de la sala familiar,
estás ante esa fuerza que une las almas
tan parecida al amor.
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