Mandelstam, poeta de la civilización

 



Las envaradas golondrinas de redondas cejas,

volaron desde la tumba hasta mí

para decirme que bastante han descansado en su

fría cama de Estocolmo.

Osip Mandelstam nació en 1891 en Varsovia, pero de niño se trasladó con sus padres a San Petersburgo. Estamos hablando de un imperio -del pasado de Rusia- y de uno de los poetas más importantes del siglo XX.

Para quien no ha leído “Cuaderno de Voronezh” esta afirmación puede parecer exagerada, para los que hemos tenido el gusto de hacerlo se queda corta. Ser calificado como uno de los grandes poetas rusos del siglo XX significa estar al lado de Anna Akhmátova y Marina Tsvetaeva (acaso también de Alexandr Blok, Boris Pasternak o Mayakovsky), lo que equivale a la Champions League de las letras, o lo que es lo mismo: la universalidad.

Sin creer en el milagro de la resurrección

paseábamos nosotros por el camposanto.

Sólo unos pocos escogidos han sido capaces de cultivar la universalidad y la rusidad tan a manos llenas, compatriotas como Joseph Brodsky definen a Mandelstam como el poeta más grande que ha dado la tierra rusa. Mandelstam es el poeta de la civilización; La cultura y la creación artística constituyen el pilar fundamental de su obra. “En cierta ocasión, al serle preguntado que definiera el acmeísmo -movimiento literario al que pertenecía- respondió: "nostalgia de una cultura mundial". Ese concepto de una cultura mundial es marcadamente ruso. Debido a su situación (ni Oriente ni Occidente) y a lo imperfecto de su historia, Rusia ha padecido siempre una sensación de inferioridad cultural, por lo menos en relación a Occidente. De esa inferioridad surgió el ideal de una cierta unidad cultural y una posterior voracidad intelectual frente a todo lo que procediera de aquella dirección. En cierto sentido, es una versión rusa del helenismo…”, es difícil decirlo mejor en menos palabras –quién sino Brodsky.

Prólogo a la edición de Tristia y otros poemas, titulado "El hijo de la civilización", el premio Nobel de Vasilevsky Ostrov explíca por qué se identifica con Mandelstam: “lo que le hace escribir a uno no es tanto una preocupación por la condición perecedera de la propia carne como la urgencia imperiosa de preservar ciertas cosas del mundo de uno, de la civilización personal de uno… el arte no es una existencia mejor, sino alternativa; no es un intento de escapar a la realidad, sino lo contrario, un intento de animarla”.

Según Jesús García Gabaldón, traductor de ”Tristia y otros poemas” y ”Cuaderno de Voronezh”, y autor del epílogo en ambos volúmenes, “(Mandelstam) es ante todo uno de los mejores poetas del siglo XX. Es un clásico en el más alto sentido de la palabra… un poeta extraordinariamente complejo, que concibe la poesía como expresión del pensamiento, como transformación de los instrumentos verbales, como metamorfosis de imágenes, como versificación y como respuesta del poeta a su época. Mandelstam es un poeta difícil de leer, que no da concesiones al lector, con quien, sin embargo, entabla un incesante diálogo, una lucha".

Y añade: "Frente a la destrucción del pasado, Mandelstam se esfuerza justamente en efectuar una operación cultural restitutoria, consistente en interpretar el presente a través de la historia de la cultura: Europa es una nueva Hélade, Rusia es Fedra, San Petersburgo es Venecia, Moscú es Florencia… Los paisajes y ciudades del Mar Negro (Feodosia, Táuride, Tiflis) son vistos como espacios síntesis entre la cultura clásica y la cultura rusa. Espacios en penumbra, que iluminan, en un tono crepuscular y apocalíptico, la nueva era, sentida como ocaso de la libertad como muerte del hombre y agonía de la cultura, simbolizada en San Petersburgo, transformada, helenizada, en Petrópolis".

En las horas de insomnio los objetos pesan más

y aparentan ser menos; así es el silencio.

Mandelstam concibe la creación como construcción y parece tener cierta necesidad lingüística de moldear palabras –cual columnas jónicas. Además, el autor de Cuadernos de Voronezh dota a su poesía de ese aire litúrgico impuesto por la intercesión entre el destino del poeta y la vida de su pueblo.

La poesía de Osip Mandelstam es de una concentración asombrosa. De ahí que sea particularmente difícil traducir de manera satisfactoria todas las sonoridades y parte del juego semántico –y poco discursivo- del autor. Por eso el trabajo de García Gabaldón es especialmente remarcable: “Mandelstam cortocircuita el sentido, crea una sintaxis visual y abisal, y devuelve a su época una lengua, una poesía, una imagen radical… la yuxtaposición y concentración de capas, que esconde un universo cautivador donde las coordenadas temporales, locales 
y espaciales pierden sus límites y cobran una fascinante unidad”, reconoce el traductor.

Confusión entre cultura y vida propia

En Mandelstam, la tristeza por el final de una época -¿el apocalipsis?, es superada por el yo del poeta a través su identificación con la cultura universal, celebrando el gozo de la vida en la poesía eterna.

Al igual que Walter Benjamin, Mandelstam renegó del historicismo tradicional y desnudó la idea de progreso heredada del siglo XIX. Evidentemente, este entendimiento del tiempo y de la historia era muy diferente al bolchevique.

La poesía es el arado

que desentierra el tiempo,

poniendo al descubierto

sus estratos más profundos,

su tierra negra.

Como escribió Nadjezhda Mandelstam en sus memorias (Contra toda esperanza): “La poética de Mandelstam es la del reconocimiento de la epifanía del momento, el momento en el que la piedra puede adquirir vida o la vida congelarse en piedra”, y en otro párrafo añade: “Nunca vi un hombre que viviera tan en el presente como Osip Mandelstam. Él percibía el tiempo casi de forma física”.

Según su viuda, “la muerte de una artista no es una casualidad, sino un último acto de creación que ilumina, como un haz luminoso, todo el camino de su vida… su poema sobre Stalin de 1934 fue un ejercicio de voluntad, un acto ético; en mi opinión, el poema fue consecuencia lógica de la vida y obra de O.M.”

En este sentido, Brodsky comenta: “Cuanto más clara es una voz, más disonante suena… cuando un hombre crea su mundo propio, se convierte en un cuerpo extraño contra el que apuntan todas las leyes”.

EPIGRAMA CONTRA STALIN

Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies,

nuestras voces a diez pasos no se oyen.

Y cuando osamos hablar a medias

al montañés del Kremlin siempre evocamos.

Sus gordos dedos son sebosos gusanos,

y sus seguras palabras, pesadas pesas.

De sus mostachos se carcajean las cucarachas,

y relucen las cañas de sus botas.

Una taifa de pescozudos jefes le rodea,

con los hombrecillos juega a los favores:

Uno silba, otro maúlla, un tercero gime.

Y sólo él parlotea y a todos, a golpes,

un decreto tras otro, como herraduras, clava:

En la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo.

Y cada ejecución es una dicha,

para el recio pecho de oseta.

-Noviembre de 1933-

Nadjezhda Mandelstam siguió la poesía de su marido como un salmo o como una Sibila, y en sus dos volúmenes de memorias casi consigue resucitar a Osip. En un artículo sobre la viuda del poeta en The New York Review of Books, Brodsky describe Nadjezhda de esta forma: “Si algo le faltaba era la humildad. En esto era bastante diferente de sus dos amados poetas (Mandelstam y Ajmátova). Pero ellos tenían su arte, y la calidad de sus logros les aportaba suficiente satisfacción como para ser, o pretender ser, humildes. Era terriblemente obstinada, categórica, caprichosa, desagradable, indiosincrática; muchas de sus ideas salían del horno a medio cocer o estaban desarrolladas sobre la base del rumor público. Había en ella mucho de prepotencia femenina, lo cual no es sorprendente, dada la talla de las figuras con las que se enfrentaba en la realidad y más tarde en la imaginación”.

En ese mismo artículo, el premio Nobel de literatura añade: “El sufrimiento ciega, ensordece, arruina, y muchas veces mata. Osip Mandelstam fue un gran poeta antes de la revolución. Son también los casos de Anna Akmatova y de Marina Tsvetaeva. Ellas hubieran sido lo que fueron, aunque no hubiera sobrevenido ninguno de los sucesos sociales que tocaron en suerte a Rusia en este siglo: porque estaban dotadas por un don supremo: el de la poesía. Pues el talento no necesita historia”.

El Epigrama contra Stalin le costó a Mandelstam el destierro –primero, la condena a trabajos forzados –después, y la muerte, en última instancia.

Según razona Brodsky en el prólogo de la edición bilingüe de Tristia, "El poeta se mete en líos como resultado de su superioridad lingüística y por inferencia psicológica, más que por su actitud política. Una canción es una forma de desobediencia política y el son de la misma proyecta dudas sobre más gente que un sistema político concreto, porque pone en entredicho todo el orden existencial".

El poder es repulsivo como los dedos del barbero

Una vez en "El perro errante" (Brodiachaya sobaka, Petrogrado), cuando todos estaban cenando y armando ruido con la vajilla, Maiakovski se puso a recitar poesía. Osip Mandelstam se acercó a él y le dijo: “Maiakovski, deje de recitar. Usted no es una orquesta rumana”, y el ingenioso de Maiakovski no supo qué contestar.

La anécdota es contada por Anna Ajmátova en el prólogo de la edición bilingüe de “Cuaderno de Voronezh”. Sobre su amigo, Ajmátova comenta: “Mandelstam no tiene maestro. Sobre eso vale la pena pensar. No conozco en la poesía universal un hecho semejante. Conocemos las fuentes de Pushkin y de Blok, pero quién dirá de dónde llegó hasta nosotros esa nueva armonía divina, a la que llamamos la poesía de Osip Mandelstam”.

Otra conocida –y macabra- anécdota, es la llamada nocturna de Stalin a Pasternak para echarle en cara que no intercediera por su amigo:

Stalin: El caso de Mandelstam está siendo analizado. Todo se arreglará. ¿Por qué no acudieron a las organizaciones de escritores o a mí? Si yo fuera poeta y mi amigo hubiera caído en desgracia, haría lo imposible por ayudarle.

Pasternak: Las organizaciones de escritores no se ocupan de tales asuntos desde 1927, y si yo no hubiera hecho las diligencias, usted, probablemente, no se hubiera enterado.

Stalin: ¿Pero es o no su maestro?

Pasternak: ¡No se trata de eso!

Stalin: ¿De qué entonces?

Pasternak: Me gustaría encontrarme con usted... Que habláramos.

Stalin: ¿Sobre qué?

Pasternak: Sobre la vida y la muerte...

Y Stalin colgó...

https://es.rbth.com/articles/2011/10/05/mandelstam_poeta_de_la_civilizacion_12953

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