Colin Wilson, el libertino de los sesenta entre sexo, sectas y espíritus

 
Daniele Abiati


30 noviembre 2021 - 06:00

Se publica el último volumen de la trilogía de Gerard Sorme, el alter ego (pícaro) del autor

Porfirio comienza la biografía de Plotino diciendo que "se avergonzaba de estar en un cuerpo". No porque el filósofo neoplatónico del siglo III fuera nihilista, al contrario: la vergüenza procedía de ser consciente de que su cuerpo, como todos los cuerpos, dependía del resto del mundo. Si alguien, después de Beyond the Robot: The Life and Work of Colin Wilson, de Gary Lachman (2016), quisiera escribir otra biografía del autor de The Outsider, podría apuntar alto y empezar parafraseando a Porphyry y diciendo que Colin Wilson "Se avergonzaba de escribir novelas". Incluso Wilson, como Plotino, no era nihilista, al contrario: su vergüenza procedía de ser consciente de que toda novela, aunque sea sin querer, cuenta una historia. Y los cuentos, todos los cuentos, incluidos Guerra y paz o Madame Bovary,

"Lo que me gustaría hacer -lo que siento que algún día se podrá hacer- es escribir la enana blanca de los libros, un libro tan denso que se pueda leer cincuenta veces", afirma en el Prefacio de su Hombre sin sombra (1963), titulado de otro modo, para gran decepción del interesado, el diario sexual de Gerard Sorme. Y, un poco más adelante: "Pero cuando pienso en el tipo de novela escrita por Dostoievski y Wells, pienso en un hacha que araña un árbol y lanza virutas: no una huida de la realidad o una descripción de ella, sino una atacarlo". Wilson también dice que fracasó, con Night Rites (1960), la primera novela de la trilogía de Gerard Sorme, la continuación de Man Without a Shadow, porque considera que ese libro es un compromiso entre contar una historia y exponer sus propias ideas.

Si uno más uno es igual a dos, dos más uno es igual a tres. Así podemos imaginar cómo se sintió Wilson en el fondo tras escribir el tercero de Gerard Sorme, Il dio del labirinto (1970), ahora publicado por primera vez en italiano por Carbonio Editore (pp. 315, 17,50 €, traducción de Nicola Manuppelli). Escucha lo que revela en la nota final: «La Secta del Fénix nació de una idea de Jorge Luis Borges (es el título de un cuento en Ficción, ed). De hecho, si Los parásitos de la mente y La piedra filosofal (otros dos libros de Wilson, ed) tomaron prestada la mitología de HP Lovecraft, se podría decir que este libro está basado en la mitología de Borges». No está mal, como punto de partida, Borges, o sea, quien de la invención, alias ficción, se quiso decir como nadie...

Sin embargo, habiendo archivado a beneficio de inventario el sentimiento de fastidio hacia sí mismo del novelista Wilson, debemos decir que en El dios del laberinto Gerard Sorme, aunque conservando sus propios rasgos distintivos, ha crecido, ya no se aburre. revoloteaba entre una chica y otra, entre excelentes lecturas y visitas a bellas exposiciones, entre pocas y poco fiables frecuentaciones y la ambición de consolidarse como escritor. Incluso se casó y tiene una hija de tres años. Y como escritor se impuso finalmente, precisamente con esos ritos nocturnos y sobre todo con ese diario sexual antes mencionado. Quiero decir, todavía se llama Gerard Sorme, pero oficialmente se ha convertido en... Colin Wilson.

De hecho, al principio lo encontramos en Estados Unidos, para una gira de conferencias sobre poesía, misticismo y demás intelectualizando. La historia, contada a posteriori, comienza en forma de diario como el Diario Sexual, pero pronto lo abandona y continúa, con ritmos apremiantes y pocas soluciones de continuidad, entre Londres e Irlanda. Es la carta recibida de una pequeña editorial neoyorquina la que pone en marcha un mecanismo que tiene el sabor picante de una mezcla de novela de apéndice, panfleto pornográfico, historia policiaca y misterio. El editor, diciendo que recordaba que la nota introductoria al Diario Sexual fue escrita en Moycullen, Irlanda (falso, está fechada en Gorran Haven, Cornualles), informa a Sorme que... "En el libro Memorias de un libertino irlandés, que publicaremos en otoño, Sorme, burlado por la "coincidencia" (repetimos, ingeniosamente creada) que lo puso tras los pasos del misterioso personaje, a pesar de haberse convertido en una firma célebre, conserva los genes y costumbres del Sorme que ya conocemos, en el que la sexualidad la curiosidad, no se desprende de un cierto grado de morbo, va de la mano con la fascinación que sobre él ejercen figuras malditas, cuando no criminales. Así, tras el Austin Nunne en Rites of the Night y el Caradoc Cunningham en Sexual Diary, he aquí un nuevo mal sujeto con el que medirse. El expediente de llamar a escena a un escritor-seductor-filósofo-maníaco-alquimista que vivió entre los siglos XVIII y XIX, amigo de Rousseau, despreciado por Samuel Johnson, apreciado y tal vez plagiado por Byron, es, independientemente de lo que pensara el propio Wilson, aún más ficcional y efectivo de los anteriores. L' De hecho, una investigación sobre Donelly lleva a Sorme a partir de uno de sus descendientes masoquistas y pirómanos, de otros dos bisnietos que quieren hacer un museo de su antigua residencia, de una pareja formada por un virago y un marica, de una especie de de escuela-municipio-prostíbulo new age y, finalmente, por los seguidores de la mencionada Secta del Fénix. Casi cooptado por el Gran Maestre de la sociedad secreta, Sorme se duplica y se convierte en... Esmond Donelly resucitado.

Como suele hacer al hablarnos en nombre de Colin Wilson.

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