Lecciones que la OTAN tampoco aprendió en Madrid. Dossier

  

03/07/2022 

La OTAN se jacta de unidad, pero le aguarda una posible división

Eldar Mamedov

A medida que la guerra en Ucrania se prolonga, es probable que se fracturen aún más los campos ya divergentes de la Alianza Atlántica. 

Cuando los líderes de la OTAN se reunieron en Madrid para su cumbre del 29 de junio, hicieron, como era de esperar, una demostración de unidad y solidaridad para contrarrestar la guerra de agresión rusa contra Ucrania y para defender el "orden internacional reglamentado". La declaración final y el nuevo "concepto estratégico" adoptados en la cumbre proyectan la imagen de una organización que ha pasado de ser declarada "en muerte cerebral" por el presidente francés Emmanuel Macron hace solo unos años a afrontar el futuro con un sentido revigorizado de misión y determinación.

Sin embargo, bajo la superficie de la unidad y la determinación, abundan las cuestiones fundamentales sobre el futuro de la alianza. Aunque todos sus miembros están de acuerdo en que Rusia es responsable de la guerra y apoyan los esfuerzos defensivos de Ucrania, existen claras diferencias sobre lo que deberían constituir objetivos estratégicos finales de Occidente.

Los Estados Unidos, el Reino Unido y las naciones del este de Europa parecen adherirse a la opinión de que el objetivo debe ser un debilitamiento permanente de Rusia. En el caso de Polonia y del trío báltico formado por Estonia, Letonia y Lituania, ese imperativo se ve alimentado por la traumática historia de sus relaciones con Rusia y por un justificado temor a las intenciones rusas - hace poco el presidente Putin pronunció un discurso en el que parecía plantear reivindicaciones territoriales sobre Estonia. Debilitar las capacidades del agresor es una política de autodefensa sensata.

Por el contrario, el emergente campo de la paz, liderado por Alemania, Francia e Italia, aboga por un rápido alto el fuego y las consiguientes negociaciones que lleven a un acuerdo diplomático entre Rusia y Ucrania. No se sienten amenazados directamente por Rusia y les preocupan los costes económicos que un conflicto prolongado tendría para sus industrias y su nivel de vida. De ahí la retórica de Macron sobre la necesidad de encontrar una "salida poara salvar la cara" de Putin y la iniciativa de paz de Italia (que no recibió el reconocimiento que sus autores esperaban).

Estas diferencias no harán más que aumentar a medida que se produzcan los efectos bumerán de las sanciones antirrusas. La reducción o interrupción del suministro de energía desde Rusia (que la redirige a otros mercados, como China e India, en su beneficio), el aumento de la inflación y el menor crecimiento podrían conjurarse para incitar el malestar público en Europa Occidental. Este es el tipo de consecuencias que tenía en mente un líder empresarial alemán cuando advirtió que no debíamos "castigarnos más severamente que el agresor".

La economía rusa se está viendo ciertamente afectada por las sanciones occidentales, pero Putin tiene la ventaja de dirigir un Estado autoritario en el que el descontento se puede sofocar violentamente. Los líderes democráticos occidentales no pueden permitirse ese lujo y tendrán que prestar atención a la situación de sus electores. La retórica de la unidad no podrá por sí sola salvar las diferencias entre ambos bandos.

Otra cuestión fundamental a la que se enfrenta la OTAN es el compromiso a largo plazo de Estados Unidos con la Alianza. Esto puede sonar contradictorio cuando Washington acaba de anunciar nuevos despliegues en Europa en Europa, entre ellos la creación de un cuartel general permanente para el ejército norteamericano en Polonia, y despliegues adicionales y "reforzados" en Rumanía, los países bálticos, el Reino Unido, España, Italia y Alemania.

Sin embargo, los Estados Unidos se están orientando inexorablemente hacia la competencia de grandes potencias con China, algo que constituirá un principio organizador de su política exterior en las próximas décadas. Aunque la declaración de Madrid contemple un papel para la OTAN en la lucha contra la amenaza china, los principales socios de Washington en este empeño van a ser las naciones de Indo-Asia-Pacífico, no los europeos, salvo quizás el Reino Unido.

La importancia relativa de Europa en la gran estrategia estadounidense disminuirá inevitablemente. Ya existe un creciente descontento en las filas republicanas y conservadoras de Estados Unidos de que un excesivo enredo en los asuntos europeos está desviando atención y recursos de la contención de China. Cuando el ex presidente Donald Trump sugirió que los Estados Unidos podrían retirarse de la OTAN, esto no debería haberse visto como una mera aberración temporal, sino como señal de un cambio duradero en el enfoque estratégico de Estados Unidos.

Frente a estas divisiones e incertidumbres, la noción de autonomía estratégica europea, defendida por Macron, debía proporcionar un nuevo pegamento que mantuviera unida la seguridad europea. Se han dado algunos pasos en esa dirección, por ejemplo, erigiendo la incipiente política común de seguridad y defensa  de la UE. Sin embargo, la guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto el escaso atractivo de este concepto en algunas partes de Europa, y una fuerte preferencia por mantener intacto el vínculo transatlántico. Las perspectivas estratégicas pueden ser, en efecto, muy diferentes según se esté en París o en Tallin.

Dado que los europeos del este perciben la amenaza de Rusia como algo existencial, no van a comprometer su dependencia de la OTAN y de los Estados Unidos en favor de un acuerdo de seguridad más centrado en Europa (occidental). Las administraciones actuales y futuras de Estados Unidos pueden optar por profundizar los lazos con ellos no solo para contrarrestar a Rusia, sino también para mantener a raya cualquier movimiento real hacia la autonomía estratégica de las naciones occidentales de Europa. Esa ha sido, en esencia, la política de Trump. Con sus despliegues militares reforzados en el este de Europa, Biden la está continuando, aunque la encubra con un lenguaje más amistoso hacia los "aliados".

Francia, Alemania e Italia, en consecuencia, se verán incentivados a unirse más para preservar su relevancia e intereses, particularmente si, como se espera, la situación económica se vuelve más grave y los llamamientos al fin de la guerra se hacen más fuertes. Esto también explica la relativa falta de entusiasmo de estos países (salvo en el Partido Verde alemán) hacia las perspectivas de adhesión de Ucrania tanto a la UE como a la OTAN: en su opinión, tales movimientos desplazarán aún más el centro de gravedad geopolítico de Europa hacia el este, con el concomitante aumento de la influencia estadounidense a sus expensas.

Cuanto más se prolongue la guerra en Ucrania, más divergentes serán las perspectivas nacionales en el seno de la OTAN y de la UE, que arrastrarán a sus miembros en distintas direcciones. Los discursos sobre la unidad transatlántica no servirán de mucho para resolver las divisiones que están surgiendo. 

Este artículo refleja las opiniones personales del autor y no necesariamente las del Grupo S&D o del Parlamento Europeo. 

Fuente: Responsible Statecraft, 30 de junio de 2022

 

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