ROBERT MUSIL […] por MARISA SIGUÁN

    

" este orden no es tan firme como aparenta; ningún objeto, ningún yo, ninguna forma, ningún principio es seguro; todo sufre una invisible pero incesante transformación; en lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable, y el presente no es más que una hipótesis todavía sin superar. "

(El hombre sin atributos, 1930) 


 La discusión sobre el significado de la obra de Robert Musil (Klagenfurt, Austria, 1880 - Ginebra, 1942) no se inició hasta diez años después de su muerte. Hoy Musil se cuenta entre los grandes narradores de la modernidad clásica del siglo XX. Como Broch, es hijo del ambiente intelectual de la Viena de 1900, de la conciencia crítica respecto al lenguaje y sus posibilidades de representar el mundo, de la crítica del lenguaje. Con Broch comparte también el hecho de haber realizado estudios técnicos y científicos. Musil provenía de una vieja familia austríaca de funcionarios, eruditos, ingenieros y oficiales. Estudió en la Academia Militar Técnica en Viena, interrumpió su formación militar para concluir sus estudios como ingeniero de construcción de máquinas. Después de trabajar como ayudante en la Technische Hochschule (Universidad Técnica) de Stuttgart, estudió entre 1903 y 1908 Filosofía, Psicología, Matemática y Física en Berlín, y se doctoró con una tesis sobre la obra del teórico del positivismo científico Ernst Mach. Renunció a una carrera universitaria para dedicarse a su actividad como escritor. Fue bibliotecario y, en 1914, redactor de la revista Neue Rundschau. Durante la Primera Guerra Mundial fue capitán y editor del periódico Soldatenzeitung; en la última época trabajó en el gabinete de prensa Página 528 de guerra. Entre 1918 y 1922 vivió en Viena ocupando un puesto de funcionario, después en Viena y en Berlín ejerciendo como escritor, crítico de teatro y ensayista. Tras la ocupación nacionalsocialista de Austria emigró a Zúrich. Los últimos años de su vida los pasó entre grandes dificultades económicas en Ginebra. Gracias a su formación científica y filosófica, y bajo el influjo de la crítica de la cultura de Nietzsche, Musil gana una imagen cada vez más clara de las consecuencias de los procesos de modernización socioeconómicos y tecnológicos del siglo XX y desarrolla un tipo de crítica ideológica que se dirige contra el individualismo filosófico o «romántico» y sus formas de cultura burguesa. A lo largo de toda su vida se esforzará sin embargo también por la posibilidad de formular tanto experiencias místicas como el núcleo íntimo de la personalidad individual. La antinomia entre razón positivista y experiencia emocional determina la totalidad de su obra. En la novela marcadamente autobiográfica Las tribulaciones del estudiante Torless (1906), Musil plantea esta antinomia en la descripción de los conflictos psíquicos de la pubertad. Torless vive en un internado militar cuya organización autoritaria se convierte en modelo de «institución total» en donde se presenta, agudizada, la inhumana estructura de clases del exterior. La sexualidad incipiente de Torless, su sensibilidad y su intelectualidad entran en conflicto desde el primer momento con este entorno. Sin embargo, Musil se interesa menos por los problemas de la relación entre escuela y pubertad que no por la relación entre una institución totalitaria y la estructura psíquica que le corresponde y, relacionado con ello, por la posibilidad de un desarrollo autónomo de la personalidad individual. La estructura de poder de la institución se reproduce en los propios alumnos en forma de sadomasoquismo. La dinámica de grupo de poder que erigen Beineberg y Reitung, dos de los escolares, está basada en una combinación de violencia, masoquismo y homosexualidad, una combinación que más adelante será distintiva de determinados aspectos psíquicos de la dominación fascista. Musil muestra por medio de la crisis de adolescencia de Torless, que participa como observador de las actividades del grupo, cómo éste va cayendo en un estado de alienación creciente y desorientación moral: los padres, el colegio, los escolares y finalmente incluso el lenguaje, la racionalidad y la sexualidad de su propio cuerpo se convierten para él en fragmentos de un mundo sin sentido. En momentos de percepción mística sin embargo intuye Torless el esbozo de una forma de vida, un «estado diferente», que no parece ser  conciliable ni social, ni racionalmente. La novela obtuvo un gran éxito, que no se repitió con ninguna de las demás obras de Musil. En el volumen de novelas Tres mujeres (1924) investiga Musil este «estado diferente» y desarrolla el estilo analítico y rico en imágenes que satisface sus exigencias de precisión y simultáneamente de interioridad, de intimidad del lenguaje. Las narraciones muestran un ámbito de fenómenos psíquicos como los que analizaba el psicoanálisis freudiano del inconsciente, experiencias místicas como las que narran los documentos de los místicos, y también ideas sobre una identidad del «yo» nutrida de la tradición del idealismo alemán y del vitalismo. La acción de las novelas se desarrolla en los esquemas usuales de relaciones conflictivas de pareja. El «estado diferente» se determina a menudo a partir de experiencias donde la identidad masculina se vuelve tan incierta que raya la disolución: en la acción y racionalización masculina se crea un mundo unidimensional que deja insatisfechas necesidades fundamentales y las reprime hacia el inconsciente. Esta inestabilidad de la identidad masculina se muestra en los encuentros de los protagonistas con mujeres. 

                           Robert Musil fotografiado en 1940.

 En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial sienta Musil las bases de lo que será su mayor obra, El hombre sin atributos. En estudios y anotaciones de diario lucha por conseguir elementos de definición y descripción para la nueva época. La época posterior a 1918 le parece un «manicomio babilónico», una serie de «años sin síntesis» posible. Y este desorden político y social no le parece que sea tanto la consecuencia de la guerra como el resultado de cambios subterráneos en la sociedad anterior a la guerra. La guerra es para él «la renuncia a la vida burguesa, la voluntad que prefiere el desorden antes que el regreso al viejo orden, el salto a la aventura». El entusiasmo bélico es para Musil expresión de este estado de ánimo que  denomina «disposición al suicidio». La derrota y los desórdenes posteriores muestran al intelectual burgués la desorientación ideológica de su clase: «La vida que nos acoge carece de conceptos de orden». Estas reflexiones están en la base de la concepción de la obra. El hombre sin atributos intenta en un principio llevar a cabo la meta de toda novela burguesa, a saber, dotar de sentido auténtico la realidad enajenada. La novela ha de ser «síntesis» y a la vez «construcción positiva», narra la época anterior a 1914 solamente porque en ella se contienen las causas de la pérdida de orientación posterior. En este sentido, la novela es «una novela de actualidad desarrollada desde el pasado». El propósito de la novela se remite pues a la renovación ética, a la interpretación de la historia y del hombre contemporáneo. Pero la búsqueda de una «nueva moralidad» exige una forma novelesca compleja y reflexiva. Dado que pretende «abordar manifestaciones básicas de nuestra moral» no puede narrar historias de desviaciones morales parciales como en el Torless, o en la novela Tres mujeres. Donde están destruidas las cosmovisiones y los ideales, queda afectado también el orden narrativo de la novela tradicional. El protagonista, Ulrich, el hombre sin atributos, reflexiona sobre el concepto de «hilo narrativo», que ensarta de forma claramente visible los acontecimientos de la vida, para concluir que corresponde a un modelo de pensamiento superado según el cual las acciones y sucesos se pueden atribuir a una persona. Hoy —tras la «disolución del comportamiento antropocéntrico» y del «final del individualismo»—, las acciones constituyen un sistema por encima de las personas, un mundo de atributos, de características, sin hombre, que ha destruido a los individuos, sus historias vitales y con ello también la alineación unidimensional de sucesiones de acciones. En los sistemas sociales los «pensamientos», «atributos» y «sentimientos» no aparecen ya más que como «tipos» a partir de los cuales se construyen historias vitales de forma abstracta. Este punto de partida tiene efectos sobre la estructura narrativa de El hombre sin atributos. La representación de relaciones continuadas y sucesivas ya no es posible como representación de sucesiones lineales de acciones. Musil destruye la cronología de los sucesos y desarrolla formas de narración «antinarrativas» que corresponden a la «abstracción creciente de la vida». La provisionalidad o el «todavía no» es lo fundamental en la experiencia social o individual; la vida y la propia narración se convierten en un intento, en un ensayo: Así como un ensayo trata un asunto bajo diversos puntos de vista en la sucesión de sus apartados sin aprehenderlo completamente —pues un objeto completamente aprehendido pierde súbitamente  sus contornos y se convierte en un concepto—, así pensaba él poder mirar y tratar correctamente el mundo y su propia vida. El valor de una acción o de una característica, incluso su ser y su naturaleza le parecían dependientes de las circunstancias que las rodeaban, de los fines a los que servían, en una palabra, dependientes del conjunto a que pertenecían, configurado de un modo, a veces de otro. (El hombre sin atributos, I, 1930) Toda particularidad está inmersa en conexiones más amplias que no son la simple sucesión cronológica o de historia vital: la vida es un «sistema infinito de relaciones». Pero este sistema se sustrae a la observación y descripción definitivas; permanece sólo el intento. La carencia de atributos del protagonista expuesta en el título no se ha de entender como carencia de carácter; es más bien una consecuencia obligada del reconocimiento de que toda existencia individual es un esbozo para el futuro y por tanto no debe quedar fijada en normas. Sin embargo, la carencia de atributos también se refiere al poder de las imposiciones colectivas en la sociedad moderna que atropellan cualquier comportamiento individual: el «yo» se experimenta a sí mismo como un «ello» social determinado desde fuera, alienado. Ambos componentes, la utopía del «yo» y el poder del colectivo, son tema de la novela. Musil no ha levantado el conflicto o la contradicción entre el «yo» y la imposición social: precisamente la experiencia de la contradicción, de la falta de acuerdo, se considera más realista que cualquier creación de significado individual. Por ello Musil siempre hablaba de «hipótesis» o «ensayo» en relación con su modo narrativo. Musil reelaboraba y reescribía constantemente los textos de los diferentes capítulos, obsesionado por la exactitud del lenguaje y por un alto sentimiento de estilo. Ni siquiera las penurias económicas le apartaban de las exigencias puestas sobre sí mismo y sobre su obra. Prescindió incluso de puestos de trabajo seguros para dedicarse exclusivamente a la novela. El primer volumen de la novela apareció en 1930, el segundo en 1933, el tercero póstumamente en 1943. La novela quedó en fragmento; en 1952 se realizó la primera edición completa. Con esta edición se recuperó a un autor que había estado prácticamente olvidado. Ulrich ha reconocido con resignación en su carrera profesional que las relaciones entre las cosas están por encima del ser humano: «Se ha configurado un mundo de atributos, de características, sin hombre, de vivencias sin aquel que las viva». Se distancia del mecanismo alienador y toma el papel del observador crítico. La preparación de las celebraciones del 70 aniversario de gobierno del emperador Francisco José en el año 1918, que han de sobresalir por encima de las celebraciones simultáneas del trigésimo Página 532 aniversario de gobierno del emperador alemán Guillermo II, configuran el marco externo de la acción. Los preparativos se inician en 1913, el narrador escribe sin embargo desde la perspectiva del hundimiento de las dos monarquías. La celebración oficial pretendida se convierte así, irónicamente distanciada, en la necrológica del Imperio austrohúngaro rebautizado por Musil como Kakania:

 ¡Cuántas cosas interesantes se podrían decir de este Estado hundido de Kakania! Era, por ejemplo, imperial-real, y fue imperial y real; todo objeto, institución y persona llevaba alguno de los signos k.k. (kaiserlich-koniglich, imperial-real) o bien k.u.k. (imperial y real), pero se necesitaba una ciencia especial para poder adivinar a qué clase, corporación o persona correspondía uno u otro título. En las escrituras se llamaba Monarquía austrohúngara; de palabra se decía Austria […]. Según la Constitución, el Estado era liberal, pero tenía un gobierno clerical. El gobierno era clerical, pero el espíritu liberal reinó en el país. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales, pero no todos eran igualmente ciudadanos. Existía un Parlamento, que hacía uso tan excesivo de su libertad que casi siempre estaba cerrado; pero había una ley para todos los casos de emergencia, con cuya ayuda se salía de apuros sin Parlamento, y cada vez que volvía a reinar de nuevo la conformidad con el absolutismo, ordenaba la Corona que se continuara gobernando democráticamente

(El hombre sin atributos, I). 

 Musil convierte la antigua Austria en un modelo para mostrar mediante su estado social e ideológico la decadencia de la vieja Europa. Con los medios de la sátira desenmascara casi todas las ideologías de la época a base de convertir variopintas figuras novelescas en portadores de ideas. Ulrich, antiguo oficial, ingeniero, matemático, revisa en sí mismo la moralidad de la eficacia para llegar a la conclusión de que es una moral del ejercicio de poder. Para capitalistas como Arnheim, el interés por los beneficios y el peso de la competencia son la causa de un racionalismo extremo. Quienes dependen de las estructuras del Estado, especialmente en el terreno de la planificación estatal y económica, se convierten en funcionarios con mentalidad de súbditos. La realidad social dominante va perdiendo así toda legitimidad, y en la medida en que lo hace va ganando peso la posibilidad de cualquier cosa, también la fantasía, el sueño, la utopía privada. Hay insertados en este panorama irónico de una decadencia muchos episodios, acciones secundarias y observaciones que se reflejan en la conciencia de Ulrich. Ulrich quiere superar la ruptura entre razón y sentimiento, entre las relaciones entre las cosas y el derecho a individualidad; pero esto lo consigue sólo en parte mediante la huida a una utopía privada, representada en el amor entre los hermanos Ulrich y Agathe que se impone por encima de todas las convenciones y normas morales. Lo fundamental en esta novela no es la acción, sino la reflexión sobre ella. Musil, intelectual burgués radical, experimenta desde el exilio en su novela significativamente  inacabada hasta llegar, con la utopía solipsista del amor entre hermanos, hasta el límite extremo del subjetivismo mientras en el país vecino el fascismo experimentaba sobre el límite opuesto, el de la aniquilación total. 


 Bibliografía 

 Beda Allemann (1973), Literatura y reflexión, Buenos Aires, Alfa, 1975; Juan García Ponce, La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski, Barcelona, Anagrama, 1981; Hans Gerd Roetzer y Marisa Siguán: Historia de la literatura alemana. 2. El siglo XX: de 1890 a 1990, Barcelona, Ariel, 1993; Isabel Hernández, Manuel Maldonado, Literatura alemana, Madrid, Alianza, 2003; Massimo Cacciari, Paraíso y naufragio: Musil y el hombre sin atributos, Madrid, Abada, 2005; Thomas Sebastian, The Intersection of Science and Literature in Musil’s «The Man without Qualities», Rochester, Camden House, 2005; Birgit Nübel, Robert Musil-Essayismus als Selbstreflexion der Moderne, Berlín, Walter de Gruyter, 2006; Jiyoung Shin, Der bewuβte Utopismus im Mann ohne Eigenschaften von Robert Musil, Würzburg, Konigshausen & Neumann, 2008

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