30/09/2022 LUIS MORENO
Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)
¿Es eso posible en el Bel Paese que se recrea en su belleza omnipresente? Los resultados de las recientes elecciones así lo confirman. De los múltiples requiebros analíticos que pueden hacerse cabe llamar la atención sobre algunas consideraciones esclarecedoras. Esclarecimiento de cómo un partido heredero del Fascio mussoliniano haya ganado (relativamente) las elecciones del 25 de septiembre. Un partido que reclama con ‘orgullo’ haber sido corresponsable junto a la Alemania de Hitler del peor episodio en la historia de la humanidad (Shoa). Y en nuestra ‘piel de toro’ de haber coadyuvado a la derrota de nuestra legítima II República (cierto es que también había italianos en el Batallón Garibaldi de las Brigadas Internacionales que es de justicia recordar).
La (post) fascista Giorgia Meloni y su partido Fratelli d’Italia han sido los más votados (uno de cada cuatro electores, redondeando cifras). Es un apoyo distanciado del tercio de votantes que obtuvo el partido protesta Movimento Cinque Stelle hace cuatro años. Geográficamente el país transalpino certifica la división entre un centro-norte (post) fascista menefreghista (como proclamaban airadamente los viejos camisas negras) y un sur vaffanculo desapegado del empeño común que el Risorgimento auspiciaba.
Las fuerzas de izquierda no saben, ni contestan.
En el conjunto del país transalpino poco ha importado debatir sobre el siglo XX a la hora de votar, tras la ignominiosa patada en el culo dada al europeísta Mario Draghi. En realidad, la reificación histórica y reconstrucción del pasado alcanza cotas de ignorancia culposa entre los itálicos contemporáneos que en el mundo son.
Como cabalmente apuntaba Antonio Scuratti en la entrevista realizada por Enric González (muy recomendable, por cierto, la lectura del libro Historias de Roma, redactado sobre sus experiencias como corresponsal en la Ciudad Eterna, hace ya algunos lustros):
"Los italianos, a diferencia de los alemanes, nunca asumieron que habían sido fascistas. La historia de aquellos años se ha contado desde la óptica de los antifascistas, que fueron relativamente muy pocos. No tuvimos que reflexionar sobre el hecho de que la mayoría de los italianos habían sido fascistas, verdugos, no víctimas. Mussolini no solo fue el inventor del fascismo. Fue el inventor de lo que hoy llamamos populismo. El primer principio del populismo es la identificación total del líder con el pueblo".
Y como bien advierte el autor de la trilogía sobre Benito Mussolini, el populismo de la candidata de la ultraderecha entronca con el del dictador. En particular en lo que hace sobre derechos civiles fundamentales (Ej. oposición al matrimonio homosexual). Suelo recordar al respecto la inescapable responsabilidad de los fascistas mussolinianos respeto a la monstruosidad de las Legge raziali sancionadas en su momento por el rey Víctor Manuel III.
Entre las aberraciones que promulgaban tales normas se establecía, por ejemplo, la prohibición de usar textos escolares y académicos en cuya redacción hubiese participado de alguna manera un judío. ¿Podrían imaginarse nuestros lectores cuál sería nuestro mundo sin tales contribuciones escolásticas?
Respecto de la Meloni podría aseverarse que Benito Mussolini no era un fascista totalitario en sus prolegómenos. Era ‘simplemente’ un agitador político pragmático que, tras su Marcha a Roma de 1922, se hizo con el poder del gobierno italiano con la aquiescencia de la monarquía de los Saboya y, años más tarde, impuso un régimen basado en el matonismo y el despotismo personalizado. Pero fue más que eso: se convirtió en un dictador totalitario.
El país campeón de la vanidad y el esteticismo siempre pretende salir airoso, aun en situaciones política embarazosas como la presente y sin los higiénicos procesos de catarsis social. Cosa parecida también sucede en otros países europeos donde el nacionalismo (en este caso estatalista) prima sobre la vergüenza histórica. En Italia el 25 de abril, Día de la Liberación, se conmemora cada año el final de la Segunda Guerra Mundial y el final de la ocupación nazi. Avergonzados por su responsabilidad en el horror de aquella guerra, cada vez más y más se extiende subrepticiamente la creencia de que la ‘liberación’ fue asunto de la gloriosa resistencia antifascista, la cual contribuyó, y no poco, a la derrota nazi. Pero el hecho incontrovertible e insoslayable es que fueron las fuerzas aliadas, y muy especialmente, las tropas estadounidenses, como siempre nos recordó Norberto Bobbio, quienes liberaron efectivamente a Italia del nazismo y el fascismo.
Recuérdese que la mayoría de los italianos (4,6 millones de los 7,6 de votantes) lo habían hecho por Mussolini en las elecciones de abril de 1924, posibilitando así su control posterior de todos los resortes del poder. Ahora la (post) fascista Meloni se ha hecho con una mayoría (minoritaria) dentro de una amplia coalición de derechas que incluye los partidos de Matteo Salvini y Silvio Berlusconi.
El triunfo de las derechas en Italia tiene consecuencias para Europa en el fragor de la furia imperialista que Putin muestra en Ucrania. Los italianos nostálgicos del viejo mundo bipolar de la URSS junto a aquellos antiamericanos de la ‘radical chic’, olvidadizos de que fueron las tropas USA y aliadas las que liberaron a su país de la monstruosidad fascista, no parecen darse cuenta de que el objetivo estratégico de Putin es el de romper la UE. Italia es un Estado miembro fundamental en el proyecto de Europeización y de defensa de nuestros valores civilizatorios, heredero del mundo grecolatino, nuestro crisol axiológico de referencia. La victoria de la coalición de derechas en Italia son buenas noticias para Putin y malas para los europeístas.
La belleza monumental de Italia permanecerá pese a la fealdad de su actual clase política. Como la propia Isla Tiberina romana donde hace 18 años nació mi hija menor (escusas por el impudor biográfico).
Il Bel Paese.
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