Julio Cortázar y Fredi Guthman. La lucidez narrativa y la lucidez existencial en la génesis de “Rayuela” (4)

 Publicación y corolario


El 22 de agosto de 1953 Julio se casó por civil con Aurora en el barrio parisino de La Mairie, frente a la Place d’Italie y vivieron en un pequeño departamento de la Rue de Gentilly, lugar en donde comenzó a escribir “Rayuela”. Poco después consiguió que su esposa ingresase también como traductora en la UNESCO, lo cual alivió notoriamente la estrechez económica en la cual vivía la pareja. Esta situación cambió por completo cuando el escritor español Francisco Ayala (1906-2009), a quien Cortázar había conocido en Buenos Aires mientras el autor de los ensayos “El problema del liberalismo” e “Historia de la libertad”, entre muchos otros, se había exiliado huyendo de la Guerra Civil y por entonces era profesor invitado en la Universidad de Puerto Rico, le ofreció un suculento contrato para traducir las obras completas de Edgar Allan Poe (1809-1849) para incluirlas en la colección “Biblioteca de Cultura Básica” editada por dicha universidad. La traducción, considerada por la crítica como la mejor hecha sobre la obra del escritor estadounidense, Julio ayudado por Aurora, la realizó en Roma, y dicho trabajo les reportó el dinero suficiente para adquirir una vieja casa en el barrio de Montparnasse.
A fines de agosto de 1953 le escribió a Fredi: “Me han confiado la traducción de todas las obras en prosa de Edgar Poe, trabajo para seis meses por lo menos, ya que además hay que escribir un estudio crítico-bibliográfico. En vista de eso, largué mi empleo matinal, y me voy a Roma a trabajar allá. Parece que en Roma se pueden conseguir pequeños studios o departamentos por unas 20.000 liras mensuales. Tendríamos así seis meses romanos, tiempo suficiente para llegar a conocer muy bien la ciudad. Luego volveremos a París a lo largo de la primavera, dando toda la vuelta de la Toscana y el norte. (…) Créeme que mucho esperamos que se decidan a darse una vuelta por París para estar juntos. Me da un poco la impresión de que tú y yo jugamos a las esquinitas; en Buenos Aires, te imaginaba todo el tiempo en París, y ahora es al revés. Naturalmente, el día en que llegues aquí, yo estaré en Venecia o en Budapest. Quién sabe si no somos piezas de algún misterioso ajedrez que se está jugando poco a poco. Y ya se sabe que no puede haber dos piezas en el mismo cuadro. Un gran abrazo a Natacha y otro muy fuerte para ti de Julio”.


El 16 de marzo de 1954 le envió otra carta, esta vez desde Asís, una ciudad italiana ubicada en la provincia de Perugia: “Hace tanto que te debo carta que me da vergüenza empezar ésta. Desde Roma quise escribirte muchas veces, sobre todo después de diciembre (pues hasta fin de año tuve la esperanza de que aparecieras en persona, según me habías insinuado la posibilidad). Después Edgar Poe fue más fuerte que mis ganas de escribirte. Después de 15 páginas diarias de traducción, uno no está en condiciones físicas ni mentales para escribir. Ahora, hoy, es muy distinto. Aunque estoy muy cansado, es de la cintura para abajo, después de subir y bajar a pie todo Asís. Ahora, desde el hotel, me resulta muy grato escribirte. (…) Aurora y yo llegamos a Asís haciendo una escapada de una quincena que terminará en Firenze, donde yo tengo que acabar de traducir a Poe y escribir el prólogo. Nos hacía falta esta vacación después de 6 meses de trabajo seguido. He traducido 1.300 páginas de Poe. (…) Nuestra temporada en Roma fue estupenda. Ahora contamos quedarnos mes y medio en Firenze, tiempo suficiente para verla bastante bien. Después veremos el norte, pues ya cobraré por fin el Poe y dejaré de vivir haciendo equilibrios terribles. Y volveremos a París, que extraño terriblemente. Escribe y dime si vendrás a París, si nos veremos. Siempre esperamos ir a B.A. a fin de año, pero depende de que la Unesco me dé trabajo y dólares. Ya veremos. Dale un gran abrazo a Natacha de mi parte. Aurora les manda sus cariños, y yo te abrazo fuerte. Julio”.
Entre 1955 y 1962, Julio y Aurora realizaron cuatro viajes a Buenos Aires. Durante ese período concluyó los cuentos que se incluyeron en “Las armas secretas”, los relatos cortos que conformarían “Historias de cronopios y de famas” y la novela “Los premios”. Se encontró con viejos amigos, pero no pudo hacerlo con Fredi Guthmann, quien ya no vivía en Buenos Aires. Con quien sí se encontró fue con el cineasta argentino Manuel Antín (1926), quien le había solicitado autorización para filmar el cuento “Cartas de mamá” adaptado por el guionista Antonio Ripoll (1930-2011) bajo el título “La cifra impar”. El director cinematográfico contaría años después detalles de aquel encuentro: “Julio y yo nos comunicamos por teléfono y quedamos en encontrarnos en la sala del microcine de los laboratorios Alex, que estaba en Dragones 2250. Y ahí vimos la película por primera vez. Estábamos él y yo solos en la sala. Julio en el asiento de atrás y yo, para no sufrir cualquier expresión de desagrado, me puse adelante. En una escena determinada, en la que la madre sube la escalera, el hijo la mira y le dice ‘mamá, sí, Laura es vos’, en ese momento Cortázar me puso la mano sobre el hombro y me dijo: ‘Pibe, entendí mi cuento’. Seguramente, una gentileza de un escritor afectuoso. Hasta ahí teníamos un trato profesional, pero desde ese momento nos tuteamos y nos hicimos amigos”. Finalmente, el filme se estrenaría el 15 de noviembre de 1962.


También usó parte del tiempo para revisar “Rayuela” y, ¿premonitoriamente?, tuvo la oportunidad de conocer personalmente al editor Paco Porrúa y a su esposa, en cuya casa compartieron una cena. Porrúa había fundado en 1955 Ediciones Minotauro y era uno de los principales editores en Editorial Sudamericana. Para ella, por encargo de Paco -como amistosamente se lo conocía- Cortázar hizo la traducción de “Mémoires d'Hadrien” (Memorias de Adriano) de la escritora francesa Marguerite Yourcenar (1903-1987). Tiempo después le escribiría desde París: “A usted y a su mujer les tengo un poco de rabia: yo me iba muy tranquilo de Buenos Aires cuando los conocí, y entre los dos me estropearon la partida. Hubiera querido quedarme dos o tres meses más para seguir charlando con ustedes, en esa maravillosa tarea de pasarle revista al mundo con nuevos amigos, que es como lavarle la cara y hacerlo más tolerable. Qué absurdo que no nos hayamos conocido muchos años atrás”.
Asimismo por entonces, desde Buenos Aires, le escribió a su amigo el catedrático y ensayista francés Jean Philippe Barnabé (1954) diciéndole que había terminado de escribir la novela “Los premios” y que estaba escribiendo otra “más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género”. Se refería, claro está, a “Rayuela”, obra en la que estaba enfrascado aún durante los viajes laborales que debía realizar para la UNESCO.
Ya en mayo de 1961 le había escrito una carta a Porrúa en la que le contaba que había terminado una primera versión de “La rayuela”. Y en agosto, en otra carta, le dijo que “no me imagino a la Sudamericana publicando eso. Se van a decepcionar horriblemente, este Cortázar que iba-tan-bien”. Y al mes siguiente le escribió a Paul Blackburn (1926-1971), el escritor estadounidense que había traducido sus cuentos al inglés y era su agente literario en Estados Unidos, diciéndole que había terminado la versión definitiva de “Rayuela” (le había quitado al título el artículo La). “Es, creo humildemente, una cosa muy bella”, y le expresó que se trataba de un libro “infinito” ya que podría “seguir y seguir añadiendo partes nuevas hasta morir. Pienso que es mejor separarme brutalmente de él. Lo leeré una vez más y enviaré el condenado artefacto a mi editor. Si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana”. Y en una carta a Paco Porrúa le dijo: “El libro tiene un sólo lector: Aurora. Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final”.


De regreso en París, le escribió a Fredi: “He pensado mucho en vos en estos últimos tiempos, porque mi próximo libro, que se llamará ‘Rayuela’ y se publicará -if we are lucky- a fines de año, va a ser el libro donde me vas a encontrar a fondo, donde vos y yo hemos dialogado muchas veces sin que lo supieras. No es que seas un personaje de la obra, pero tu humor, tu enorme sensibilidad poética, y sobre todo tu sed metafísica, se refleja en la del personaje central. Por suerte no hay nada de autobiográfico en ese libro (salvo episodios de mis primeros dos años en París) pero en cambio he puesto todo lo que siento frente a este fracaso total que es el hombre de Occidente. Contrariamente a vos, el personaje central no cree que por los caminos del Oriente se pueda encontrar una salvación personal. Entrevé esa vieja sospecha de que el cielo está en la tierra, pero es demasiado torpe, demasiado infeliz, demasiado nada para encontrar el pasaje. Todo eso se mezcla con episodios que van mostrando lo que le pasa en este mundo a un tipo que pretende ser consecuente con esas ideas. Escribime alguna otra vez, o vení a París donde siempre te esperamos. Aurora los abraza a los dos, y también Julio”.
Finalmente “Rayuela” se publicó en Buenos Aires el 28 de junio de 1963 y su aparición implicó una verdadera revolución en el lenguaje literario ya que Cortázar, a diferencia de la narrativa tradicional, propuso dos maneras de leerla: o bien leyendo los capítulos en su orden consecutivo o bien siguiendo un “tablero de dirección” -como él lo llamó en la primera página del libro- que indica el orden en el que se pueden leerlos. “Rayuela” indudablemente marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea. Tras su publicación y el suceso que alcanzó la “contranovela”, como la llamó el propio Cortázar, se sucedieron las traducciones a muchos idiomas, los artículos y ensayos críticos, las invitaciones a conferencias, las cartas enviadas por otros escritores o simplemente lectores, etc. “Recibo muchas cartas, sobre todo de gente joven y desconocida, donde me dicen cosas que bastarían para sentirme justificado como escritor”, le escribió unas semanas después a su amiga la escritora y crítica literaria Ana María Barrenechea (1913-2010).
Como no podía ser de otra manera, también recibió una carta de Fredi Guthmann felicitándolo, a la cual Cortázar respondió el 24 de septiembre de 1963: “Valía la pena escribir ‘Rayuela’ para que alguien como tú me dijera lo que me has dicho. Ahora empezarán los filólogos y los retóricos, los clasificadores y los tasadores, pero nosotros estamos del otro lado, en ese territorio libre y salvaje y delicado donde la poesía es posible y nos llega como una flecha de abejas, como me llega tu carta y tu cariño. Fredi y Natacha, ojalá que podamos vernos en París. Un abrazo muy fuerte para los dos de Julio”. También fueron múltiples los comentarios halagüeños de sus colegas, por ejemplo el mexicano Octavio Paz (1914-1998): “Prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones, vaso comunicante entre los ritmos callejeros de la ciudad y el soliloquio del poeta”, o el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014): “Una obra tan bella e indestructible como su recuerdo”, o el mexicano Carlos Fuentes (1928-2012): “Cortázar es casi un Bolívar de la literatura latinoamericana. Es un hombre que nos ha liberado, que nos ha dicho que se puede hacer todo”.


El escritor chileno Luis Harss (1936), por su parte, en el capítulo titulado “Julio Cortázar, o la cachetada metafísica” de su libro “Los nuestros” afirmó: “En ‘Rayuela’ la broma, el chiste y la burla son no sólo condimentos sino parte de la dinámica de la obra misma. Con ellos Cortázar construye escenas enteras. Nos prepara una sorpresa y un chasco en cada página. Explota con brillo el grotesco, la ironía, el glíglico -su jeringoza-, el retruécano, la obscenidad y hasta el clisé, que saborea con apetito carnívoro. La farsa alterna con la fantasía, el vulgarismo y el lunfardo con la erudición. Todos los recursos del arte cómico se suceden en su obra con un virtuosismo deslumbrante”. Y el escritor argentino Néstor García Canclini (1939) aseguró en su ensayo “Cortázar. Una antropología poética” que “Rayuela” es “una especie de metáfora de la inagotable significación del universo, de su ilimitada ambigüedad. En ello, más aún que en las imágenes, radica su sentido poético”.
El propio Cortázar señalaría tiempo después que originalmente la novela iba a llamarse “Mandala”, el símbolo espiritual y ritual de las religiones hindúes que representa el universo, un tema sobre el cual había mantenido extensas conversaciones con Fredi. “Cuando pensé el libro, estaba obsesionado con la idea del mandala, en parte porque había estado leyendo muchas obras de antropología y sobre todo de religión tibetana. La tentativa de encontrar un centro era y sigue siendo un problema personal mío. ‘Rayuela’ prueba cómo mucho de esa búsqueda puede terminar en fracaso, en la medida en que no se puede dejar así nomás de ser occidental, con toda la tradición judeocristiana que hemos heredado y que nos ha hecho lo que somos. La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo.


Muchas cosas pasarían en la vida de Cortázar después de la publicación de “Rayuela”, tanto en lo literario y lo afectivo, como en lo político y lo ideológico, aspectos todos ellos que marcaron su vida hasta su fallecimiento en París el 12 de febrero de 1984. Mientras tanto Guthmann se retiraba de los negocios y cerraba la joyería para afincarse definitivamente en Mar del Plata, donde pasó sus últimos años dedicándose a la lectura y meditación de los grandes místicos y a escuchar la música barroca de su admirado Johann Sebastian Bach (1685-1750). Si se le preguntaba por qué no publicaba sus poemas, respondía “mi hora ya ha pasado”. En 1992 sufrió un infarto cerebral que lo privó del habla, y el 8 de enero de 1995 falleció en la ciudad balnearia. Su obra poética fue editada póstumamente por Natacha, su viuda. En 1997 apareció “La grande respiration dansée” (La gran respiración bailada) y al año siguiente “Le grand matin définitif” (La gran mañana definitiva). Luego, en 2004, por iniciativa de la Dirección Cultural de la Alliance Française (Alianza Francesa), la editorial Somogy Éditions d'Art publicó en París “Fredi Guthmann”, una obra en la que se incluyeron los testimonios fotográficos de sus expediciones por Asia y el Pacífico, su numerosa correspondencia, junto a textos de y sobre el autor.


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