LA DESAPARICIÓN DEL SOCIOLOGO
El sociólogo francés que estudió los movimientos obreros, la globalización, los feminismos y el ecologismo ha muerto a los 97 años. En su pensamiento, dos grandes fuerzas animan la modernidad: la racionalización y la subjetivación.
¿Cómo es posible poner el conocimiento científico al servicio de la emancipación de personas concretas, mujeres y hombres que aman, trabajan, viven, sin caer en la trampa del pensamiento totalitario? Para ello, es necesario reconocer que cada uno puede y debe ser protagonista de su propia liberación, de su propio crecimiento personal, construyendo con otros seres humanos, sobre todo con aquellos con quienes compartimos un determinado destino social y una determinada forma de vida. opresión, camino de redención y de lucha. De lucha social, es decir, que tenga en cuenta las condiciones reales, porque la emancipación requiere conflicto; luchar contra los "falsos profetas", los "demagogos" y los "malos maestros" que reducen a las personas a rebaños a los que guiar o niños a los que educar y, por tanto, en nombre de una supuesta superioridad moral y de saber, de nuevo a ser subordinado a una nueva opresión; y, por último, la lucha contra una determinada idea de la modernidad que no reconoce su potencial emancipador y la afirmación de la autonomía personal, condiciones esenciales que hacen pensables y practicables todos los demás tipos de lucha.
LA SOCIOLOGÍA SE CONVIERTE así en el terreno sobre el que desarrollar una forma rigurosa de análisis y de pensamiento capaz de reconocer y poner en evidencia estos elementos que son los grandes "hechos" de la historia contemporánea y ayudar a los sujetos que los animan a adquirir una mayor conciencia de sí mismos y de su propias luchas: la historia y la sociedad no determinan las acciones y los destinos de las personas sino que los construyen, de manera totalmente abierta e impredecible. En definitiva y con algunas simplificaciones inevitables, este es el legado que nos deja, para bien o para mal, la dilatada obra intelectual de Alain Touraine, el último de los grandes intelectuales franceses que, sin embargo, nunca quiso ser maître à penser, quien falleció ayer a los 97 años.
DESPUÉS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, habiendo recibido su doctorado bajo la dirección de Fernand Braudel junto con el gran medievalista Jacques Le Goff, Touraine, que se convirtió en colaborador de Friedman, uno de los fundadores de la sociología del trabajo, se ocupó de las transformaciones de la fábrica y el movimiento obrero (décadas de 1950 y 1960), de los nuevos movimientos sociales -como el ecologismo- que había anunciado 1968 (décadas de 1970 y 1980), hasta el análisis del movimiento feminista y las consecuencias de la globalización en la vida de las personas y en conflictos sociales (desde la década de 1990 hasta hoy).
Sociólogo de renombre mundial con estrechos vínculos con Italia tanto en el ámbito privado -dos de sus tres esposas eran italianas- como en el intelectual -muchos de sus alumnos y sus colegas que enseñan en nuestras universidades-, Touraine no ha recibido, sin embargo, en nuestro país y, en particular, en la comunidad sociológica, la atención y el éxito que han tenido otros de sus compatriotas –piénsese en Foucault o Bourdieu, a quien prefirieron para el puesto en el Collège de France–. Quizás porque es demasiado "liberal" para los intelectuales-profetas de izquierda y demasiado "progresista" para los intelectuales-tecnócratas liberales, de los que Italia -como Francia- siempre ha tenido abundancia. Y, de hecho, los diarios de nuestro país ya multiplican lecturas superficiales y en definitiva liquidación que, por decirlo, lo llaman un "teórico de la sociedad post-industrial". Expresión que en realidad ayudó a difundir -casi simultáneamente con Daniel Bell, a principios de los años setenta- pero sólo para distanciarse de esa visión "impolítica" que ve la tecnología, la investigación y la ciencia aplicadas a la economía, panacea de todos los males y garantes, deterministas, de un mundo en calma.
MÁS QUE "TEÓRICO" fue pues un crítico de esta sociedad en nombre de la figura que vio emerger en los conflictos sociales de la modernidad: el sujeto libre y autónomo que lucha por emanciparse; y que, al impulsar la democracia y, al mismo tiempo, necesitarla para actuar, siempre corre el riesgo de ser asfixiado tanto por el maximalismo como por la dictadura. Como pudo relatar en uno de sus extraordinarios libros - Vida y muerte del Chile popular. Diario de un sociólogo julio-septiembre de 1973 – escrito por un testigo directo del fin, manu militari, del experimento de Allende, del que estuvo muy cerca.
Para Alain Touraine, dos grandes fuerzas animan la modernidad: la racionalización y la subjetivación. El primero corresponde a un proceso a través del cual, poniendo en el centro la tecnología y la razón instrumental tan querida por los economistas, las clases dominantes fundamentan su poder y la transformación del mundo (incluido el mundo natural). El segundo es, en cambio, la tendencia de las mujeres y los hombres modernos a hacer valer sus derechos, su libertad y su personalidad frente a estos procesos de reglamentación y manipulación.
EL ANÁLISIS del movimiento obrero primero, así como de los movimientos estudiantiles, ecologistas y feministas después, hasta los movimientos antiglobalización y las revueltas árabes de la década de 2000, muestran que los conflictos resultantes son políticos pero también sociales y culturales a nivel al mismo tiempo; en el sentido de que ponen de relieve nuevas necesidades, anhelos, estilos de vida y visiones del mundo que emergen desde abajo y que instituciones como los mismos intelectuales y la sociedad "civil" (pensemos en 1968) muchas veces desconocen.
Sin disculparse por los movimientos, la investigación de Touraine ha demostrado que estos pueden tomar caminos muy diferentes, que van desde la regresión violenta hasta el nacimiento de nuevas subjetividades que, al final, amplían el espacio de derechos y libertades para todos; no limitándose a una acción puramente defensiva frente al poder sino construyendo las bases de nuevas relaciones sociales (como sucedió con el neofeminismo).
Una de las tesis más controvertidas de Touraine se refiere a la globalización y al fin de lo social: en nuestro mundo ese tejido organizado de roles, instituciones y relaciones que ha sido la "sociedad", fundada en el compartir, a nivel nacional, de valores y orientaciones como espacios de conflicto y negociación entre diferentes grupos sociales, es menor. En su lugar, grandes conjuntos de individuos y grupos, a menudo aislados unos de otros, son afirmados, influenciados y gobernados por poderes supranacionales distantes e inaccesibles.
En este contexto, el sujeto que se afirma es el centrado en la sola posibilidad de reivindicar los derechos humanos y la dignidad personal. Y este es el escenario al que nos enfrentamos hoy y sobre el que reexaminar, una vez más, nuestra capacidad de ser protagonistas, y no meros espectadores, de las transformaciones del mundo ante las múltiples amenazas -en primer lugar, climáticas cambio y guerra, que estamos llamados a enfrentar.
FORMA
Nacido en 1925 en Francia, Alain Touraine fue director de investigación en la École des hautes études en sciences sociales de París y trabajó principalmente en sociología industrial y movimientos sociales. Autor de más de cuarenta publicaciones, ha recibido numerosos premios y galardones, entre ellos la Légion d'honneur en 2014. Entre sus libros más relevantes se encuentran: «Le mouvement de mai ou le communisme utopique», París, Ed. du Seuil (1968) ; «La sociedad posindustrial», Il Mulino (1970, ed. orig. 1969); «La evolución del trabajo de cuello azul en Renault» Rosenberg & Sellier (1974, ed. orig. 1955); «Crítica a la modernidad, Il Saggiatore (1993); «El mundo es de las mujeres», Il Saggiatore (2000, 2021); «Globalización y el fin de lo social» (2008); «Después de la crisis», Armando Editore (2012); «En defensa de la modernidad»,
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