LA MUSA DE PARIS EL MITO JULIETTE GRECO

Cuando era adolescente, Juliette Gréco fue capturada por la Gestapo y encarcelada.

Capturado por la Gestapo

Gréco nació el 7 de febrero de 1927 en Montpellier, en la costa mediterránea francesa.

Su padre, un comisario de policía de Córcega, se marchó cuando Juliette aún era pequeña. Ella y su hermana Charlotte fueron criadas principalmente por sus abuelos y las monjas del convento local, hasta que su madre las trasladó a París.

Eran tiempos de guerra y París era una ciudad ocupada. La madre de Juliette lo arriesgó todo trabajando con la Resistencia. En 1943 se produjo el desastre y la Gestapo los arrestó a todos. "Un oficial de la Gestapo francesa me humilló", recuerda. "Me enojé tanto que le di un puñetazo en la nariz. ¡Bueno, eso me costó!"

Su madre y su hermana fueron llevadas al campo de concentración de Ravensbrück, en el norte de Alemania. Era una prisión sólo para mujeres abierta por orden personal de Heinrich Himmler.

Muchos fueron gaseados y miles más murieron de enfermedades, hambre, exceso de trabajo y desesperación. En total, 50.000 mujeres murieron dentro de sus muros antes de que terminara la guerra.

Juliette se salvó de los campos. Con sólo 15 años, fue arrojada a la famosa prisión de mujeres de Fresnes, al sur de París. Era un lugar repugnante donde la Gestapo retenía, torturaba y, a menudo, asesinaba a miembros de la Resistencia.

Liberada unos meses después, todo lo que tenía era el vestido de algodón azul y las sandalias que llevaba cuando la arrestaron. Era el invierno más frío jamás registrado y no tenía un hogar al que regresar. Así que Gréco caminó los trece kilómetros de regreso a la ciudad.

Milagrosamente, madre e hija lograron atravesar Ravensbrück. Después de la liberación, Juliette iba todos los días al hotel Lutétia, donde llegaban los supervivientes. Un día, entre una multitud de prisioneros esqueléticos liberados, los vio. "Nos abrazamos fuerte, en silencio. No había palabras para lo que sentí en ese instante".

Juliette Gréco con Darryl F Zalnuck (izquierda). El magnate del cine fue uno de los muchos que se enamoraron de ella.


Miles Davis y Juliette Gréco en los años cincuenta. Tuvieron una apasionada historia de amor pero nunca se casaron. "En Estados Unidos serías vista como la puta de un negro", le dijo.

Captura de imagen,

Juliette Gréco on holidays in the 1950s



Musa existencialista

Terminada la guerra, Juliette se traslada a Saint-Germain-des-Prés, en la orilla izquierda del Sena, y llega a fin de mes cantando en cafés. "No tenía comida, así que compré una pipa y un tabaco muy fuerte, y lo fumé en mi habitación para olvidarme del hambre", dijo.

Muy pobre, dependía de amigos varones para que le prestaran cosas para vestir. Todo era demasiado grande pero protegía del frío. La ropa holgada, el largo cabello negro, su aspecto impresionante y su maquillaje oscuro significaban que no podías extrañarla. Ella era "la musa negra de Saint-Germain-des-Prés", cautivando al beau-monde parisino de la posguerra.

En 1946, se reunirían en el famoso club de bodega Le Tabou; Juliette Gréco al micrófono, Picasso, Orson Welles y Marlene Dietrich en la barra. Marlon Brando la llevaría a casa en su bicicleta.

Los existencialistas la amaban por su aspecto. Juliette estaba fascinada por su estilo y mentalidad poco convencionales. "El negro proporciona espacio para lo imaginario", dijo. Todos creían en vivir el ahora.

Los fotógrafos Robert Doisneau y Henri Cartier-Bresson captaron su belleza con sus cámaras. Jean Cocteau le pidió que protagonizara su película Orfeo.

Pero también era amada por su voz, la intérprete perfecta de canciones melancólicas que capturaban el hambre de vida de una generación de posguerra mientras la libertad regresaba a la ciudad.

Los filósofos y escritores Jean-Paul Sartre y Albert Camus escribieron letras para ella. "Su voz transmite millones de poemas que aún no han sido escritos", insistió Sartre. "Es como una luz cálida que reaviva las brasas que arden dentro de todos nosotros. En su boca, mis palabras se convierten en piedras preciosas".


Orson Welles y Juliette Gréco en Crack In The Mirror. Los dos eran amigos de la escena social parisina de la posguerra.



A los 93 años, en la Costa Azul

Murió Juliette Gréco, musa de París

Icono de la cultura de posguerra, la cantante fue una temprana defensora de causas feministas. Varios poetas escribieron letras para su voz.

Santiago Giordano    24 sept 2020

“La muerte no es nada extraordinario. Desde chica sé que voy a morir”, dijo alguna vez Juliette Gréco, con esa forma de sarcasmo que nunca termina de declararse broma. El miércoles, a los 93 años, la cantante y actriz francesa murió, acaso como supo que sería: en su casa de Ramatuelle, en la Costa Azul, rodeada del afecto de su entorno familiar. “Tuvo una vida fuera de lo común”, termina el comunicado enviado por la familia a la agencia France Presse. Voz de poetas, musa de artistas e intelectuales, feminista e ícono de la cultura francesa, Gréco era la última sobreviviente de la gran saga de la canción francesa de pos guerra, de la bohemia de Saint-Germain-des-Prés y de esas formas de la concebir la libertad como una tarea de la inteligencia.

Nació en Montpellier el 7 de febrero de 1927. Su padre, Gerard Gréco, era corso de origen italiano y su madre, de apellido Lafeychine, fue activista durante la Resistencia y deportada en un campo de concentración, después de lo que partió hacia Indochina. Juliette creció junto a sus abuelos maternos hasta que en 1946 se mudó al barrio de Saint-Germain-des-Prés. Ahí comenzó su vida de cantante en los cafés de la zona que derivó en los encuentros que terminaron de definirla. Con veinte años actuaba en el cabaret Le Tabou, donde frecuentaba a Marguerite Duras, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros intelectuales. En el París liberado, tras la ignominia de la ocupación nazi, el interés por vivir volvió a las calles y el movimiento existencialista comenzó a engendrarse entre el humo de los clubes.

En 1949 Juliette se encontró con Miles Davis, que había llegado a Francia para actuar en el Festival de Jazz de París. Fue un fogonazo intenso e inolvidable, aunque breve, como el mismo Davis cuenta en su autobiografía. Para el trompetista, Juliette Gréco representaba todo lo que París podía ser: Libertad, apertura, audacia, sensualidad, cosas más imaginadas que probadas para un ciudadano negro estadounidense. Para Gréco, Miles fue mucho más que la típica excursión al exotismo de la tradición francesa. Alguna vez supo relatar con melancolía la impresión que le produjo contemplar al genio musical ante la quebradiza sensación de libertad que había encontrado en París. Todo terminó como terminaban las cosas con Miles. Se fue sin saludar.

Ese mismo año, Juliette debutó como cantante con “Les feulles mortes”, la canción de Jacques Prévert. Fue su aparición ante el gran público. Por encanto y por estilo, la morocha cautivó a muchos. Su carisma escénico, la voz tersa, la sensualidad levemente fatigada y sus inflexiones expresivas al borde de la persuasión, reflejaban esa cultura del “decir cantando” de marca francesa, que comenzó en el siglo XVII con Jean Bapstiste Lully y todavía hoy persiste en los pliegues de una lengua que a la que no todas las melodías le quedan bien. Los vestidos negros ajustados, el ruoge discreto y una línea de lápiz en los ojos siempre entrecerrados completaban una imagen tan poderosa cuanto delicada, que ya en la década del ’50 rivalizaba con la de Edith Piaf.

Enseguida, otros poetas destacados escribieron para Gréco: Jules Laforgue le hizo "L'eternel femenino" y Raymond Queneau se le acercó con "Si tu t'imagines". Jean Paul Sartre, su amigo personal y mentor, hizo lo suyo con “La Rue des Blancs-Manteaux”. Acariciada por esa forma de éxito comercial que la industria llama popularidad, Juliette entró también en las gracias de poetas de la canción como Jacques Brel, Georges Brassens, Serge Gainsbourg –que le escribió "La javanaise", Charles Aznavour y Leo Ferrè, entre otros. Tanta imagen no pasó inadvertida para el cine y Juliette fue también actriz. Participó en Orfeo de Jean Cocteau, en El reino de los cielos, de Julien Duvivier, con papeles menores en realizaciones de Jean-Pierre Melville y de Jean Renoir, y su voz es la que se escucha mientras caen los títulos de Buenos días, tristeza, de Otto Preminger. También filmó en Hollywood, en las épocas en las que sostuvo un romance con Darryl Zanuck, fundador de 20th Century Fox. De ahí vienen Las raíces del cielo, de John Huston, y Una grieta en el espejo, de Richard Fleischer.

Ejemplo feminista de una época en la que no abundaban los ejemplos, Juliette se pronunció antes que muchos, a favor del divorcio, del derecho a aborto y en contra la discriminación de homosexuales, prostitutas y marginados en general. Se casó tres veces. La primera, en 1953, duró apenas tres años con el actor Phiippe Lemaire. Entre 1966 y 1977 sostuvo su matrimonio con el actor Michel Piccoli y en 1988 se casó con Gerard Jouannest, pianista de Jacques Brel. De su primer matrimonio tuvo una hija, Laurence-Marie Lemaire, que murió en 2016, el año en que, a los 89, Gréco dejó de cantar. Ya había vivido una vida extraordinaria, por sobre cualquier muerte común. Ya era la figura inolvidable y estilo inconfundible. ¿Otras señas particulares? “Sí, siempre va vestida de negro”, dijo de ella Boris Vian.

https://www.pagina12.com.ar/294224-murio-juliette-greco-musa-de-paris

Publicar un comentario

0 Comentarios