La expansión agrícola en la pampa argentina ha reducido el nivel de profundidad del manto freático alterando los ciclos del agua, lo que está provocando inundaciones cada vez más graves en la región
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Una criatura prácticamente desconocida ha despertado bajo la planicie de América del Sur. El manto freático, la acumulación de agua subterránea bajo el suelo, está ascendiendo cada vez más en las llanuras de la región como consecuencia de pérdida de vegetación nativa de raíces profundas y el desequilibrio entre la demanda de agua que ejerce el clima sobre las plantas y las que estas pueden soportar. Un fenómeno derivado de la rápida y feroz expansión agrícola, que está provocando inundaciones cada vez más graves.
La profundidad a la que se encuentra la capa freática varía según la armonía entre el consumo de agua y las precipitaciones. Formado por partículas sólidas, pedazos de roca, restos orgánicos y espacios vacíos que retienen el líquido, este manto subterráneo está subiendo de nivel en algunas regiones del Hemisferio Sur. “Conocido también como napa, funciona como una esponja bajo nuestros pies: cuando todos sus poros se llenan de agua ésta aflora a la superficie generando inundaciones permanentes”, explica Esteban Jobbágy, ingeniero agrónomo y autor de un estudio que evidencia el dramático escenario ecológico que ofrecen las pampas argentinas. Sus llanuras se han convertido en un laboratorio natural para evaluar los efectos hidrológicos de la agricultura de secano. Una que, en los últimos 40 años, avanza sin freno sobre el territorio.
Como señala el estudio, publicado en la revista Science, la salvaje deforestación de los campos para sembrar y los cambios en el uso de la tierra están alterando el equilibrio hidrológico en las grandes extensiones sudamericanas. Bosques de los árboles espinosos, algarrobos, sabanas y pastizales —vegetación de la ecorregión Chaco-Pampeana adaptada a la aridez— que en los últimos 40 años han sido eliminados y reemplazados por cultivos anuales de secano. “Campos labrados por generaciones empiezan a llenarse de charcos, se van transformando lentamente en lagunas permanentes, desbordando ríos e inundando pueblos enteros en las provincias de Córdoba, San Luis y Santa Fé, entre otras”, afirma el científico.
La transformación del paisaje natural en la última mitad del siglo tiene su origen en la demanda mundial de cereales. Un mercado que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se disparará todavía más, llevando a la rápida conversión de amplias franjas de pastizales y bosques nativos sudamericanos en puras tierras agrícolas. Estos paisajes llanos, que albergan algunos de los suelos más productivos del mundo, son particularmente sensibles a las alteraciones en las dinámicas del ciclo del agua. “De las cuales todavía tenemos mucho que aprender. Muchos de los habitantes de la llanura viven a un par de metros por encima de la napa, sin embargo, la mayoría ni sabe que existe”, señala el científico. De acuerdo con lo que señalan las mediciones en su estudio, la capa freática pasó de situarse entre 12 y 6 metros por debajo de la superficie a los 4 y 0 metros en la actualidad. Lo que implica un ascenso de los niveles de 17 cm al año en distintos puntos de la región pampeana.
“Al cambiar el tipo de vegetación cambiamos la capacidad del sistema para vaciar el agua, de secarlo”, apunta Jobbágy. A pesar de la gran sequía que lleva años sufriendo la región, el agua no consigue evaporizarse. “Si nos fijamos en los registros de las últimas décadas, lo que llueve aquí es menos de lo que el sol puede robar, pero el paisaje mantiene el agua en superficie, que cada vez se inunda con más frecuencia”, explica.
Este fenómeno del que se conoce tan poco, comenzó con el “Boom de la soja”, que llegó a mediados de los setenta, provocando una depredadora expansión de la frontera agrícola en el país. En la actualidad, la producción de este cereal coloniza entre la mitad y dos tercios de la llanura argentina cultivada. “El resto, es casi todo siembra de maíz, acompañada de trigo y cebada, según la temporada de verano o de invierno”, cuenta Jobbágy sobre “una agricultura que ha crecido a gran escala ajustándose a un capitalismo salvaje. Todavía quedan pequeños productores que trabajan sus pequeñas parcelas, pero las grandes extensiones, algunas de cientos de miles de hectáreas, están en manos de las grandes empresas”. El reciente aumento del precio internacional del trigo por la guerra de Ucrania predice que Argentina ampliará todavía más la superficie cultivada para el demandado producto.
“Hablamos de un país que apenas cuenta con ordenamiento territorial, con muy poca regulación, donde las tierras han pasado de mano en mano de manera muy violenta. Algunas provincias están discutiendo ideas normativas para convertirlas en regulaciones, pero son sólo los primeros pasos”, expone el científico.
Los hallazgos de su investigación revelan la escalada de inundación asociada con la expansión de la agricultura de secano en América del Sur y los efectos del ascenso de la capa freática, “pero sus impactos y riesgos todavía son poco conocidos, constituyendo grandes desafíos de sostenibilidad”, advierte.
Para frenar la cada vez mayor inestabilidad del sistema, el estudio en el que lleva años inmerso, hace un llamado urgente a la implementación de políticas de uso de la tierra que respalden la agricultura, la gestión del agua y las poblaciones rurales de manera más inteligente. “Y que integren a su vez la conservación de la poca naturaleza que nos queda, esos pedacitos de bosque, de humedal y de pastizal”, apunta Jobbágy.
En palabras del científico, la justicia social y ambiental están completamente entrelazadas en el paisaje agrícola de las llanuras argentinas. “Lo que plantea muchos desafíos. Somos un país que vive prácticamente de la exportación de granos y estos cambios hidrológicos pueden poner en jaque el buen vivir del territorio y de la gente”, asegura el autor del estudio publicado en junio.
Como concluye, los resultados del trabajo son una oportunidad para entender mejor los impactos de la transformación de los paisajes naturales en campos de cultivos y sus efectos hidrológicos bajo el suelo. También para el diseño de políticas que ayuden a encontrar el equilibrio del ecosistema. “Hemos cambiado la forma en la que la llanura almacena y transporta el agua, dando origen a una criatura desconocida, una que desde hace décadas empezó a despertarse y que no va a volver al sueño fácilmente. Solo con buenos acuerdos aprenderemos a vivir con ella”.
0 Comentarios