Exculpar a Israel

 TERESA ARANGUREN     Periodista y escritora

El presidente de Estados Unidos Joe Biden en Israel. -AVI OHAYON / Europa Press
El presidente de Estados Unidos Joe Biden en Israel. -AVI OHAYON / Europa Press

"Parece que ha sido el otro equipo, no tú", le dice Joe Biden a un Benjamín Netanyahu con cara de pocos amigos. El presidente estadounidense luce una sonrisilla de conejo que desentona bastante con la gravedad del tema y del momento; tanto da que hable de bebés decapitados repitiendo un bulo que su equipo de la Casa Blanca se vio forzado a desmentir a las pocas horas, como que se apunte al "yo no he sido" del gobierno israelí al día siguiente del bombardeo del hospital Al-Ahli en la ciudad de Gaza, la sonrisilla de conejo permanece fijada a la cara del Sr. Presidente como una máscara de Halloween. Y la verdad resulta bastante irritante. Por no decir obscena.

Cuando las terribles escenas de los cuerpos desmembrados, los cadáveres carbonizados,  los lamentos de los heridos, el horror en la mirada de los niños, el desconsuelo de las madres que abrazan, en un último e inútil esfuerzo de protección, el cuerpo sin vida de su bebé, cuando los gritos de los supervivientes y la desolación en el rostro de los médicos que siguen intentando, pese a todo, paliar el dolor que les rodea,  inundan las pantallas de las televisiones y recorren  las redes sociales, las palabras del presidente estadounidense nada más llegar a la región no son de condena, ni siquiera de compasión, son para exculpar a Israel del atroz crimen que ha provocado un clamor de indignación en el mundo árabe y en gran parte de la opinión pública occidental. Así que ahora la tarea es exculpar a Israel.

Por eso conviene recordar que apenas media hora antes del bombardeo del hospital Al-Ahli, una de las escuelas de la UNRWA en el campo de refugiados Al-Magahaz donde cientos de familias habían buscado refugio, también fue bombardeada por Israel, hubo seis muertos y decenas de heridos, una cifra que comparada con las más de quinientas víctimas mortales del ataque al hospital parece irrelevante. Pero no lo es.  El ataque a la escuela de la UNRWA, práctica por lo demás habitual en las anteriores ofensivas israelíes, es crimen de guerra, como lo es disparar contra las ambulancias, más de 20 en estos días, matar a trabajadores humanitarios, 14 empleados de UNRWA muertos, a periodistas, 17 informadores locales muertos, o impedir la entrada de agua, combustible, suministro eléctrico, alimentos y material sanitario a más de dos millones de personas cercadas en una franja de 365 kilómetros cuadrados entre el mar y la valla que separa a Gaza de territorio israelí.

Pero ahora, al parecer, la cuestión clave es determinar quién disparó el misil que provocó la matanza en el hospital Al-Ahli y, dado que ni la versión israelí ni la de Hamás son fiables, habrá que esperar el dictamen de una comisión independiente que investigue sobre el terreno lo sucedido. O sea, cuestión como mínimo de meses, ya que lo más probable, a juzgar por experiencias anteriores, es que Israel no permita la entrada de ningún equipo investigador en el territorio de la Franja o lo dilate tanto que al final la comisión no tenga sentido.

Un ejemplo muy ilustrativo: lo ocurrido en abril del 2002 durante la operación militar "Cinturón defensivo", en la que el ejército israelí ocupó de nuevo las ciudades de Cisjordania, entre ellas el campo de refugiados de Jenin que durante tres semanas fue bombardeado mientras la población permanecía sometida a toque de queda sin siquiera poder socorrer a los heridos que se desangraban en las calles. Cuando los primeros periodistas llegamos allí, los habitantes del campamento escarbaban la tierra sacando cadáveres con las manos, ya que el ejército israelí aún impedía el acceso por carretera a los convoyes con material de rescate y ayuda humanitaria.  El número de muertos, según Israel, no llegaba a los 30, según los supervivientes se contaba en centenares. De modo que el 19 de abril de 2002, un día después de la salida del ejército israelí del devastado campamento, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1405 en la que se pedía al Secretario General que formase un equipo de "clarificación de los hechos".

El 22 de abril, Kofi Annan presentó el equipo que estaba encabezado por el finlandés Mati Ahtisaari. El equipo se reunió en Ginebra con la intención de salir hacia Jenin el 25 de abril.

El gobierno israelí rechazó esa fecha. La salida del equipo se pospuso al 27 de abril.


El día 27, Israel presentó una nueva serie de alegaciones, entre ellas que el tema tenía que ser debatido en la reunión del Comité Ministerial de Seguridad Nacional de su gobierno que, dado que comenzaba el Sabbat, no tendría lugar hasta el 30 de abril.

El 30 de abril el Comité Ministerial para la Seguridad Nacional de Israel emitió el siguiente comunicado: "Israel ha presentado a Naciones Unidas una serie de cuestiones esenciales que requieren ser examinadas detenidamente. En tanto estas cuestiones no se hayan resuelto el equipo de clarificación de los hechos no podrá iniciar su trabajo". El 3 de mayo el equipo que nunca llegó a Jenin fue desmantelado.

Otro ejemplo más reciente es el del asesinato de la corresponsal de Al Jazeera, la periodista palestino-estadounidense Shereen Abu Akleh cuando cubría una incursión del ejército israelí en Jenin. Pese a que los testimonios de los testigos no dejaban lugar a dudas sobre cómo se produjeron los hechos, se tardó casi un año en dictaminar que el autor del disparo mortal había sido un soldado israelí y no milicianos palestinos como Israel alegaba. Para entonces el caso había dejado de ser noticia en los medios.

Un viejo y conocido truco de la manipulación informativa consiste en demorar al máximo el impacto de una noticia negativa para nuestros intereses. Y un modo de demorar ese impacto es primero negar la veracidad de la noticia y cuando eso sea imposible sembrar dudas sobre la autoría del hecho.  Así durante un tiempo la noticia por muy estremecedora que sea quedará en suspenso a la espera de un hipotético futuro dictamen que difícilmente, debido al paso del tiempo, podrá incidir en la realidad en la que los hechos sucedieron.

De modo que no soy muy optimista respecto a la eficacia de una futura comisión independiente, aunque sí creo que hay que exigirla y luchar por ella y forzar a las partes, especialmente a quien tiene poder para boicotearla, en este caso sin duda Israel, a respetar su trabajo y sus conclusiones. Pero no hay que delegar todo en ella. No existe solo la versión de Israel y la de Hamás. Están los testimonios de los supervivientes que pueden examinar los restos del proyectil y determinar si es un misil o un cohete y si la capacidad destructiva del arma empleada se corresponde con uno u otro. Y están sobre todo las circunstancias que acompañaron el ataque.

La misma tarde en la que iba a tener lugar el bombardeo del hospital en la ciudad de Gaza, el ejército israelí había lanzado varias advertencias anunciando que iban a bombardear el hospital Al-Ahli y que este debía ser evacuado inmediatamente. Los médicos y todo el personal sanitario, esos héroes silenciosos que al borde de la extenuación siguen haciendo su trabajo, intentando paliar el horror, rechazaron un ultimátum imposible de cumplir sin poner en riesgo extremo la vida de sus enfermos y sin abandonar a todas las personas que habían buscado refugio en el recinto hospitalario.  El ataque tuvo lugar a las siete de la tarde, hora de Gaza.

Quizás la amenaza que precedió al bombardeo no sea prueba suficiente, pero es un indicio bastante claro. Y es, por sí misma, un crimen.

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