LETRAS
La última llamada de Cesare Pavese
Acababa de recibir en julio el premio Strega, el más prestigioso de las letras italianas, por 'El bello verano', pero se sentía agotado. Decidió quitarse la vida a finales de agosto
27 agosto, 2022Cuando el conserje del hotel Roma de Turín llega hasta la puerta de la habitación 346 se detiene y mira al director. Están inquietos: desde el día anterior, el huésped extraño con nariz prominente sobre las facciones marcadas y mirada evasiva bajo las gafas no ha salido. Nadie ha llegado preguntando por él y no ha hecho una sola llamada a recepción. Director y conserje saben que semejante acumulación de silencio puede ser la antesala del desastre: por eso se han decidido a subir. Se miran entre sí, mientras el director da un paso al frente y propina tres golpes en la puerta.
Como nadie responde, el conserje introduce la llave maestra en la cerradura. Entran y son recibidos por la relativa oscuridad del cuarto: el aire está cargado y las cortinas, completamente corridas, filtran la luz ya caliente de la mañana sobre el cuerpo de Cesare Pavese, tumbado en la cama y pulcramente vestido, como preparado para salir a la calle. Sin embargo, sus pies están descalzos: mientras comienzan a zarandearlo, buscan los zapatos con los ojos y los encuentran primorosamente colocados junto a la mesilla. Pero el cuerpo está rígido.
El suicidio de Cesare Pavese la madrugada del 27 de agosto de 1950 se ha convertido ya en un lugar común de la literatura del sacrificio. Deberemos entrar de lleno en esos ojos, que es abordar un mundo y su literatura. Tenemos que mirar lo que hay debajo, o hacerlo como Pavese en sus poemas: interpretando la soledad del mito en su disociación del mundo real.
Escribo en sus poemas, pero no olvido que para Pavese –que había nacido en Santo Stefano Belbo en 1908 y que ahora, cuando el conserje coge el teléfono Siemens negro fijado en la pared para llamar a una ambulancia, aún no ha cumplido los 42 años– siempre concibió su transición a la narrativa como una continuidad en los asuntos que manejó y en los planos de existencia, entre la plenamente corporal y otra simbólica, desde la poesía. Su coloquialismo y la metáfora como relato se marcan por igual en su libro de poemas Trabajar cansa (1936) o en su trilogía formada por El bello verano (1949, que ha merecido el premio Strega), El diablo sobre las colinas (1948) y Mujeres solas (1948).
Aquella noche Pavese llamó a cuatro mujeres. La última fue una joven bailarina de cabaret. Ninguna le contestó
Podríamos hablar de sus ecos internos, el trasfondo amargo de verbena veraniega que apenas sostiene el sentido de su representación, con personajes jóvenes condenados a reconocerse como meras comparsas en la escena, entre una promesa de dulzura y el acecho vital de lo salvaje, y relacionarlo con poemas iniciales en los que la vida se revela como fascinación de tierra y sangre, de entrega sensual a las pasiones en fiestas saturnales con el macho cabrío abriendo el vientre a las vírgenes en la hierba bajo el sopor de agosto.
Sin embargo, nada de eso está en esa habitación la noche anterior, cuando Pavese se queda solo y decide hacer cuatro llamadas telefónicas. Se sabe que llamó a cuatro mujeres y que la última fue una joven bailarina de cabaret. Ninguna le descolgó el teléfono, pero podemos imaginar que esa última noche, mientras va abriendo los tubos de somníferos, sólo hay un rostro dentro de sus ojos: el de la actriz norteamericana Constance Dowling, con quien ha tenido un breve romance, que lo ha abandonado. Porque hay una constancia de abandono entre las mujeres y Pavese: quince años antes, en 1935, se había enamorado de Battistina Pizardo, “la mujer de voz ronca”, que se aprovecha de Pavese para hacerle recibir en su casa la correspondencia de Altiero Spinalli, miembro del Partido Comunista Italiano.
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