Eric Frattini relata en un libro la adicción a las drogas del líder nazi y su relación con el doctor Morell.
El doctor Theodor Morell y Adolf Hitler.Bundesarchiv |
Henrique Mariño Madrid-08/02/2025
¿Quién era ese tipo obeso, maloliente y con gafas de concha que estaba siempre detrás de Adolf Hitler?
En otoño de 1936, un doctor ambicioso y sin escrúpulos sometió a un chequeo al Führer, que tenía flatulencias y eccemas en las piernas que le provocaban fuertes dolores. Desde entonces y hasta que se suicidó en su búnker de Berlín, Theodor Morell, un especialista en enfermedades venéreas, fue su médico personal.
Para muchos de sus colegas, era un charlatán o, sencillamente, un mal profesional cuyos métodos eran "atrevidos, rechazados por falta de investigación y de gran peligro", ya que su administración provocaba una gran adicción.
Hitler y las drogas nazis
La primera inyección, que contenía un complemento vitamínico, hormonas, fósforo y glucosa, dio paso a un cóctel de más de 70 drogas, medicamentos y sustancias. Hitler era una farmacia ambulante, pero no dispensaba fármacos, sino que los alojaba en su cuerpo: cocaína, metanfetamina, oxicodona, somníferos, testosterona o potingues de dudosa eficacia, como extractos de testículos de toros para tratar su supuesta impotencia.
"Ni yo ni los otros médicos sabemos qué contenían sus pinchazos", aseguraba otro de sus doctores de confianza, Karl Brandt. "Sigo estupefacto por la influencia que ejercía sobre Hitler en cuestiones médicas", añadía el comisario general para la Salud Pública y Sanidad del Tercer Reich.
nadie se le escapaba que Morell estaba sacando partido de su cercanía con el Führer, pues poseía acciones o la propiedad de varias farmacéuticas, cuyos fármacos eran consumidos por la población y por el propio Hitler, como el Homburg 680, un extracto de belladona que le recetó dos semanas antes de su muerte para tratar el párkinson.
"Theodor Morell era un hombre absolutamente ambicioso y que jamás se mostraba de acuerdo con los ingresos que esa posición le daba", comentaba con resentimiento Heinrich Hoffmann, el fotógrafo y amigo de Hitler que le había recomendado al médico, quien se creía con el "derecho a hacerse rico con el trabajo de otros y lo más rápidamente posible".
Apodado por los gerifaltes nazis como el Maestro de Inyecciones del Reich, el Canciller Aguja o el Ministro Inyector, la perversa técnica de Morell consistía en agravar la dolencia del enfermo para luego curarle y así hacer gala de sus conocimientos médicos y científicos, explica Eric Frattini, autor de El paciente A (Espasa).
"Hitler jamás estuvo enfermo", le confesó Morell a Brandt en un campo de prisioneros en 1945. Entonces, ¿por qué lo medicó tanto? "Para que dependiera de él", cree el ensayista. "Era un tipo despreciable y egoísta que se enriqueció diciendo que era el médico de Hitler, por lo que nadie le rechistaba".
No tenía reparo alguno, como prueba un polvo antipiojos que fabricó para las tropas en el frente que, además de pestilente, era ineficaz. "No servía absolutamente para nada, pero él se lucró gracias al sufrimiento de los soldados", añade Eric Frattini, quien subraya que, entre su círculo íntimo, llegó a ser "el tipo más cercano a Hitler" y "el único que lo veía desnudo".
Mientras Morell se forra, la salud de Hitler se deteriora. "A medida que le inyecta sustancias se observa una degradación del Führer y un deterioro de su cuerpo", apunta Frattini. "Era un personaje oscuro que no permitía que ningún otro médico se le acercase. Anotaba en su diario cada medicamento que le administraba, pero no detallaba la cantidad, porque le tenía pánico a la Gestapo. De ahí que, para evitar una sobredosis, incluso le inyectaba placebos".
Para contrarrestar el subidón de drogas como el Vitamultin-Forte o el Pervitin, que le provocaban insomnio, Morell le recetaba a Hitler potentes sedantes para que pudiese dormir, caso del Eukodal, cuyo compuesto es la oxicodona, el opiáceo que hoy causa estragos en Estados Unidos. No extraña que el 6 de junio de 1944 durmiese plácidamente mientras se producía el desembarco aliado en Normandía. "Nadie se atrevía a despertarlo, de ahí el retraso a la hora de reforzar las defensas alemanas", señala Frattini.
No solo lo ha hecho un adicto a las drogas, sino también al propio Morell, quien se ha convertido en su sombra. "Los drogadictos son esclavos de sus camellos, aunque en este caso estamos hablando del tipo más poderoso en Europa", añade el autor de El paciente A, título que alude al Führer y como lo denominaba el doctor en su diario.
No ayudó que Hitler fuese hipocondriaco y paranoico, un rasgo acrecentado por su consumo de Pervitin, que se vendió sin receta en las farmacias hasta 1941. "Millones de alemanes eran adictos a esa metanfetamina, por lo que fue prohibida y solo se permitió su uso como droga de combate", recuerda el ensayista, quien cifra en 82 los medicamentos y preparados que Morell administró al Führer entre 1941 y 1945.
La dieta de Hitler, además, no era muy recomendable. "Dejó de comer carne tras la muerte de su sobrina Geli [...]. Disfrutaba comiendo pasteles, fruta y vegetales, pero cuando el profesor Morell llegó a ser su médico sus hábitos alimenticios fueron realmente a peor, llegando a ser insanos y anormales", relataba su ama de llaves, Anni Winter, a quien no le caía muy bien el doctor. "Morell tenía una influencia demoníaca sobre Hitler y había ido lenta, pero sistemáticamente, arruinando su salud. Había matado de hambre al Führer y luego le mantuvo vivo artificialmente con sus inyecciones y píldoras misteriosas".
También alternaba las diarreas con el estreñimiento, por lo que Morell, para aliviar sus gases, le prescribió un medicamento cuya base era un aceite para limpiar armas. "Comenzó a administrárselo en dosis muy bajas, pero le provoca fuertes migrañas, hasta que se descubre que es un veneno", explica Frattini, quien recuerda que Eva Braun tampoco lo tenía en alta estima. Cuando la amante de Hitler se quejó de que olía mal, el Paciente A le respondió: "Yo no empleo a Morell por su aroma, sino para que cuide de mi salud".
Eric Frattini se cuida mucho de calificarlo como "el loco Adolf", porque considera que supondría un lavado de imagen, y remite al informe que redactó el psicoanalista estadounidense Walter Langer para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS): "Podemos estar razonablemente seguros de que, a medida que Alemania sufra sucesivas derrotas, Hitler se volverá cada vez más neurótico [e] intentará compensar su vulnerabilidad enfatizando de manera continua su brutalidad y crueldad".
"Es probable que sus pesadillas aumenten en frecuencia e intensidad y lo aproximen más a un colapso nervioso", añade el psicoanalista. "En cualquier caso, sus condiciones mentales continuarán deteriorándose. Luchará mientras pueda con cualquier arma o técnica que pueda ser conjurada para enfrentar la emergencia. El curso que elija será, casi con certeza, el que él considere el camino más seguro a la inmortalidad y el que al mismo tiempo aseste la mayor venganza al mundo que desprecia".
Redactado en 1943, el estudio es revelador para Frattini: "En absoluto estaba loco". Sin embargo, ¿el mundo dependía de un politoxicómano? "Totalmente. Hitler era un yonqui, pero 17 millones de alemanes también. Theodor Morell lo tenía completamente drogado y se había convertido en un esclavo de su camello".
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