24 abril, 2025
Alastair Crooke: Trump desmantela un orden mundial debilitado, pero hay oportunidades en medio de la turbulencia

El impacto de Trump —su descentramiento de Estados Unidos, que dejó de servir como pivote hacia el orden de posguerra a través del dólar— ha provocado una profunda división entre quienes se beneficiaron enormemente del statu quo, por un lado, y, por otro, la facción MAGA (Hacer Estados Unidos Grande Otra vez), que ha llegado a considerar el statu quo como perjudicial, incluso una amenaza existencial, para los intereses estadounidenses. Ambas partes han caído en una amarga polarización acusatoria.
Una de las ironías del momento es que el presidente Trump y los republicanos de derecha hayan insistido en denigrar, como una «maldición de los recursos», los beneficios del estatus del dólar como moneda de reserva, que precisamente llevó a Estados Unidos la ola de ahorro global entrante que le ha permitido disfrutar del privilegio único de imprimir dinero, sin consecuencias adversas. ¡Hasta ahora!
Parece que los niveles de deuda finalmente importan, incluso para el Leviatán. El vicepresidente Vance ahora compara la moneda de reserva con un «parásito» que ha devorado la esencia de su «anfitrión» —la economía estadounidense— al forzar la sobrevaluación del dólar.
Para que quede claro, el presidente Trump cree que no tenía otra opción: o bien podía cambiar radicalmente el paradigma existente, a costa de un sufrimiento considerable para muchos de quienes dependen del sistema financiarizado, o bien podía permitir que los acontecimientos se encaminaran hacia un inevitable colapso económico estadounidense.
Incluso quienes comprendían el dilema al que se enfrenta Estados Unidos se han visto un tanto impactados por su egoísta descaro al simplemente «imponer aranceles al mundo».
Las acciones de Trump —como muchos afirman— no fueron ni «impulsivas» ni caprichosas.
La «solución arancelaria» había sido preparada por su equipo durante los últimos años y formaba parte integral de un marco más complejo, que complementaba los efectos de los aranceles en la reducción de la deuda y los ingresos, mediante un programa para forzar la repatriación a Estados Unidos de la industria manufacturera desaparecida.
La apuesta de Trump puede, o no, tener éxito: corre el riesgo de una crisis financiera mayor, ya que los mercados financieros están sobreapalancados y son frágiles. Pero lo que está claro es que el descentramiento de Estados Unidos que se derivará de sus crudas amenazas y la humillación de los líderes mundiales provocará, en última instancia, una reacción contraria tanto en las relaciones con Estados Unidos como en la disposición global a seguir manteniendo activos estadounidenses (como los bonos del Tesoro estadounidense). El desafío de China a Trump marcará el “tono”, incluso para aquellos que carecen del peso de China.
¿Por qué, entonces, Trump corre semejante riesgo? Porque, tras las audaces acciones de Trump, señala el comentarista político Simplicius en Substack en una nota con el título «La MAGA-stroika anuncia una nueva era ¿Renacimiento al estilo César, quimioterapia para el globalismo o simplemente Perestroika para el fin de la historia?«, se esconde una dura realidad que enfrentan muchos partidarios del MAGA:
“Sigue siendo indiscutible que la fuerza laboral estadounidense ha sido devastada por la triple amenaza de la migración masiva; la anomia general de los trabajadores como consecuencia de la decadencia cultural; y en particular, por la alienación masiva y la privación de derechos de los hombres de mentalidad conservadora. Estos factores han contribuido considerablemente a la actual crisis de dudas sobre la capacidad de la industria estadounidense para recuperar algo de su antigua gloria, por muy drástico que sea el golpe que Trump le dé al deteriorado orden mundial».
Trump está organizando una revolución para revertir esta realidad —el fin de la anomia estadounidense— mediante, (espera Trump), el resurgimiento de la industria estadounidense. Existe una corriente de opinión pública occidental —que no se limita en absoluto a los intelectuales ni sólo a los estadounidenses— que desespera ante la falta de voluntad de su propio país o su incapacidad para hacer lo necesario, su incompetencia y su crisis de competencia. Estas personas anhelan un liderazgo considerado más duro y decisivo, un poder sin restricciones ni compasión.
Un partidario de Trump de alto rango lo expresa con crudeza: «Nos encontramos en un punto de inflexión muy importante. Si vamos a enfrentarnos a los “Grandes Feos” [NE. jerga empresarial que designa empresas grandes con una cuota de mercado estable en industrias consolidadas] con China, no podemos permitirnos lealtades divididas… Es hora de ser crueles, brutales, duramente crueles. Las sensibilidades delicadas deben ser despachadas como una pluma en un huracán».
No sorprende que, en el contexto general del nihilismo occidental, se haya consolidado una mentalidad que admira el poder y las soluciones tecnocráticas despiadadas —casi la crueldad por sí misma—. Tomen nota: nos espera un futuro turbulento.
El desmoronamiento económico de Occidente se ha complicado aún más por las declaraciones a menudo contradictorias de Trump. Puede que forme parte de su repertorio; sin embargo, su falta de precisión evoca la idea de que nada es confiable; nada es constante. Fuentes de la Casa Blanca han informado que Trump ha perdido toda inhibición a la hora de tomar medidas audaces: «Está al borde de que ya no le importe nada», declaró a The Washington Post un funcionario de la Casa Blanca familiarizado con el pensamiento de Trump: «¿Malas noticias? Le importa un comino. Hará lo que tenga que hacer. Hará lo que prometió durante la campaña».
Cuando una parte de la población de un país se desespera por la falta de voluntad o la incapacidad de su propio país para “hacer lo que debe hacerse”, argumenta el analista político Aurelien en su Substack, comienza, de vez en cuando, a identificarse emocionalmente con «otro país», considerado más duro y decisivo. En este momento en particular, «el manto» de ser «una especie de superhéroe nietzscheano —más allá de las consideraciones del bien y del mal—, recayó sobre Israel, al menos para una capa influyente de los responsables políticos estadounidenses y europeos.
Aurelien continúa: «Israel, cuya combinación de una sociedad superficialmente occidental, con audacia, crueldad y un desprecio total por el derecho internacional y la vida humana, resultó emocionante para muchos y se ha convertido en un modelo a seguir. El apoyo occidental a Israel en Gaza cobra mucho más sentido cuando se comprende que los políticos occidentales, y sectores de la clase intelectual, admiran en secreto la crueldad y brutalidad de la guerra de Israel”.
Una oportunidad para cambiar el modelo del financierismo neoliberal
Sin embargo, a pesar de la disrupción y el dolor causados por el «giro» estadounidense, también representa una gran oportunidad: una oportunidad para cambiar a un paradigma social alternativo más allá del financierismo neoliberal.
Esto ha sido descartado, hasta ahora, por la insistencia de la élite en la idea TINA [There Is No Alternative (no hay alternativa)]. Ahora la puerta está entreabierta.
Karl Polyani (Imperio Austrohúngaro, 1886- Canadá, 1964), en su The Great Transformation («La Gran Transformación. Crítica del liberalismo económico«, edición en castellano), publicada hace unos 80 años, sostuvo que las enormes transformaciones económicas y sociales que había presenciado durante su vida —el final del siglo de «paz relativa» en Europa de 1815 a 1914, y la posterior caída en la agitación económica, el fascismo y la guerra, que aún continuaba en el momento de la publicación del libro— tuvieron una única causa principal:
«Antes del XIX, insistió Polyani, el modo de ser (de la economía como componente orgánico de la sociedad) siempre había estado «incrustado» en la sociedad y subordinado a la política local, las costumbres, la religión y las relaciones sociales; es decir, subordinado a una cultura civilizacional. La vida no se trataba como algo separado; no se reducía a particularidades distintivas, sino que se veía como partes de un todo orgánico: la vida misma.
El nihilismo posmoderno [que derivó en el neoliberalismo descontrolado de la década de 1980] invirtió esta lógica por completo. Como tal, constituyó una ruptura ontológica con gran parte de la historia. No solo separó artificialmente el “modo de ser” económico del político y ético, sino que la economía abierta y de libre comercio (en su formulación de Adam Smith) exigía la subordinación de la sociedad a la lógica abstracta del mercado “autorregulado”.
Para Polanyi, esto «significaba nada menos que la gestión de la comunidad como un complemento del mercado», y nada más. La respuesta, claramente, fue hacer que la sociedad volviera a ser la parte dominante de una comunidad claramente humana; es decir, dotarla de significado a través de una cultura viva. En este sentido, Polanyi también enfatizó el carácter territorial de la soberanía: el Estado-Nación como condición soberana para el ejercicio de la política democrática.
Polanyi habría argumentado que, sin un retorno a la Vida misma como eje central de la política, era inevitable una reacción violenta. ¿Es esta reacción la que presenciamos hoy?
En una conferencia de industriales y empresarios rusos, el 18 de marzo de 2025,Vladimir Putin se refirió precisamente a una solución alternativa de «Economía Nacional» para Rusia.
Putin destacó tanto el asedio impuesto al Estado como la respuesta rusa al mismo: un modelo que probablemente será adoptado por gran parte del mundo. Se trata de un modo de pensamiento económico que ya practica China, que anticipó la ofensiva arancelaria de Trump.
El discurso de Putin, metafóricamente hablando, constituye la contraparte financiera de su discurso en el Foro de Seguridad de Munich de 2007, donde aceptó el desafío militar que planteaba la «OTAN colectiva». Sin embargo, el mes pasado fue más allá: Vladimir Putin declaró claramente que Rusia había aceptado el desafío que representaba el orden financiero anglosajón de «economía abierta». El discurso del presidente ruso en cierto sentido, no fue nada nuevo: representó la transición del modelo de «economía abierta» hacia la «economía nacional».
La «Escuela de Economía Nacional» (del siglo XIX) argumentaba que el análisis de Adam Smith, centrado en gran medida en el individualismo y el cosmopolitismo, pasaba por alto el papel crucial de la economía nacional.
El resultado de un libre comercio general no sería una república universal, sino, por el contrario, una sumisión universal de las naciones menos avanzadas a las potencias manufactureras y comerciales predominantes.
Quienes abogaban por una economía nacional contrarrestaban la economía abierta de Smith abogando por una «economía cerrada» que permitiera a las industrias emergentes crecer y ser competitivas en el escenario global.
“No se hagan ilusiones: no hay nada más allá de esta realidad”, advirtió Vladimir Putin a los industriales rusos reunidos en marzo de 2025. “Dejen las ilusiones a un lado”, dijo a los delegados: “Las sanciones y restricciones son la realidad actual, junto con una nueva espiral de rivalidad económica ya desatada”. “Las sanciones no son medidas temporales ni específicas; constituyen un mecanismo de presión sistémica y estratégica contra nuestra nación. Independientemente de los acontecimientos globales o cambios en el orden internacional, nuestros competidores buscarán constantemente limitar a Rusia y reducir su capacidad económica y tecnológica. No deben aspirar a una completa libertad de comercio, pagos y transferencias de capital. No deben contar con los mecanismos occidentales para proteger los derechos de los inversores y empresarios… No me refiero a ningún sistema legal, ¡simplemente no existen! ¡Existen allí sólo para sí mismos! Ese es el truco. ¿Lo entienden?”.
Nuestros desafíos [rusos] existen, sí, dijo Putin; “pero los suyos también son abundantes. El dominio occidental se está desvaneciendo”. Nuevos centros de crecimiento global están cobrando protagonismo. Estos desafíos no son el «problema»; son la oportunidad, argumentó Putin. Priorizaremos la manufactura nacional y el desarrollo de las industrias tecnológicas. El viejo modelo ha terminado. La producción de petróleo y gas será simplemente el complemento de una «economía real» autosuficiente y de circulación interna, donde la energía ya no será su motor. Estamos abiertos a la inversión occidental, pero sólo en nuestros términos, y el pequeño sector «abierto» de nuestra economía real, por lo demás cerrada y autocirculante, seguirá comerciando, por supuesto, con nuestros socios BRICS”.
Rusia está volviendo al modelo de la Economía Nacional, insinuó Putin. «Esto nos hace resistentes a las sanciones y los aranceles». «Rusia también es resistente a los incentivos, al ser autosuficiente en energía y materias primas», dijo el presidente ruso.
Un claro paradigma económico alternativo ante un orden mundial en desintegración.
Alastair Crooke, es ex diplomático británico y ex agente de inteligencia del MI6.
https://revueltaglobal.home.blog/2025/04/24/crisis-del-orden-economico-mundial-la-oportunidad-de-la-economia-nacional/
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