- John Bowe - Sunday, 01 Jun 2025
El recién fallecido sociodocumentalista y fotorreportero brasileño Sebastião Salgado es considerado uno de los fotógrafos más destacados desde finales del siglo XX. A lo largo de su carrera viajó a más de cien países para mostrarnos una visión muy personal del mundo, trabajo por el cual obtuvo diversos reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias de la Artes y el Premio W. Eugene Smith de Fotografía Humanitaria.
‒El Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, donde se tomaron estas fotografías, es un lugar bastante remoto. ¿Cómo llegó hasta allí y cómo se desplazó una vez que estuvo en el lugar?
Me trasladé desde París a Seattle en un vuelo directo, y luego a Fairbanks, que es una gran ciudad situada a lo largo del río Chena, en el corazón de Alaska. Los helicópteros están res-tringidos en la zona salvaje del refugio. Las avio-netas sí están permitidas: auténticas avionetas diminutas con pilotos muy especializados. Estos hombres logran aterrizar en pistas que ni te ima-ginas. No se trata de verdaderas pistas de aterri-zaje sino de parajes en medio de la naturaleza. Es una verdadera habilidad lo que hacen con esas avionetas tan pequeñas.
‒¿Qué tipo de avionetas son?
‒Mi piloto, Kirk Sweetsir, tiene una antigua 185 Cessna, que es un tipo de avión ligero sin rue-das delanteras. Tienen dos ruedas bajo las alas y otra rueda más pequeña en la parte trasera de la avioneta. Este tipo de avionetas son mucho más rústicas. Como los pilotos pasan toda su vida en el lugar, saben dónde colocar las ruedas.
‒¿Donde aterrizo por primera vez para iniciar el recorrido al refugio?
‒Con la pequeña avioneta, el primer sitio al que llegamos fue un lugar llamado Kaktovik. Si revisas un mapa, aparece como Isla Barter. Pero el nombre esquimal es Kaktovik. Desde Kaktovik viajé con un esquimal. Un amigo mío me men-cionó que él era el tipo con el que debía viajar. Él conoce todo el refugio. Vive allí. Nació allí. Su nombre es Robert Thompson; su madre es esqui-mal, y su padre era de origen irlandés.
‒¿Acampó en Kaktovic y trabajó desde allí?
‒En realidad, el piloto nos recogía por la mañana en Kaktovik y nos llevaba a través de un río llamado Hulahula. Da la impresión equivocada [por los nombres de los lugares] de que te encuen-tras en Hawai, pero, créeme, estás en Alaska. Decidimos pasar allí “más de una semana”. Subi-mos todas esas colinas; es el lugar más extraordi-nario, uno de los lugares más fabulosos en los que estuve en toda mi vida.
‒¿Qué fue lo que llevó consigo? ¿Necesitó equipo especial?
‒Nosotros mismos llevamos todo el equipo para acampar. Robert me dio una tienda pequeña, me parece que era de North Face. Era una tienda muy baja porque había mucho viento en esa zona; tampoco era muy grande, sólo para una persona, con una bolsa de dormir. Hubo cuatro ríos que tuvimos que cruzar con una pequeña balsa infla-ble. También llevamos un montón de cuerdas para escalar, aunque al final no las necesitamos. Por su puesto, también tenía que cargar con mi equipo fotográfico. Esa parte estaba muy bien organi-zada: tengo dos paneles solares muy bonitos para cargar mis baterías. Durante el día dejaba una de ellas cargando, y por la noche cargaba todas las demás baterías. Pero el material de supervivencia también es muy importante. Necesito tener una buena bolsa de dormir. Debo llevar calzado muy bueno. Usé unas sandalias estadunidenses llama-das Keens. Son realmente buenas. Con ellas pude cruzar los ríos. Para un fotógrafo es más impor-tante tener unos buenos zapatos que una cámara extraordinaria. Porque caminas mucho. ¡Mucho, mucho, mucho!
‒¿Cazaban o pescaban lo que comían?
‒Robert es muy buen pescador. Siempre tenía-mos pescado extraordinario. Y te estoy hablando de Robert, porque yo vivo en Francia y allá tene-mos muy buena comida. Pero Robert es el mejor cocinero que tuve en Estados Unidos. Es muy, muy buen cocinero. También había buen pescado. Era fabuloso. Tuvimos una vida increíble allí.
‒¿Qué distancia recorría cada día?
‒Robert me indicaba el camino, yo me adelan-taba y él llegaba dos o tres horas más tarde. Algu-nos días, para fotografiar, caminábamos casi un kilómetro antes de volver al campamento.
‒Su llegada a Alaska coincidió con la migración del caribú hacia las llanuras costeras durante los meses de mayo y junio. ¿Cómo los localizó?
‒En esa zona los caribús vienen del río Porcu-pine, en Canadá. Hay una avioneta que rastrea dónde se localizan. Una vez a la semana recibía-mos información sobre dónde estaban los caribús. Cuando vimos que estábamos cerca del paso de los caribús, nuestro piloto, Kirk, vino a buscarnos y nos llevó allí. Estuvimos esperando en ese lugar durante casi dos semanas, hasta que por fin lle-garon. Un día los caribús aparecieron. Muchos de ellos, realmente un montón de ellos. Y allí tomé estas fotografías. Y un día desaparecieron. Todos los caribús se fueron al norte. Entonces Kirk vino a recogernos de nuevo. Robert me explicó que habría que ir a las tierras altas. Allá habría, dijo, un grupo más grande de caribús. Pero también era un lugar mucho más complejo para aterrizar, por lo que el avión tuvo que ir más ligero. Así que tuvimos que dejar a Robert en Kaktovik.
‒Entonces, ¿se quedó solo?
‒Me quedé solo en el lugar donde me dijo que llegarían los caribús. Me quedé solo durante unos diez días. Eso fue maravilloso. Estuve solo con los caribús. Tenía un poco de miedo por los osos polares, porque me dan mucho miedo los osos. Trabajé en un cortometraje en Rusia, y los osos de allí mataron a dos fotógrafos. Realmente me aterrorizan mucho los osos. No son animales mansos. Pero con miles de caribús alrededor, pensé: “Bueno, probablemente estén mirando a los caribús y no a mí, ¡porque hay muchos más caribús que humanos! Sólo uno, ¡sólo uno!”
‒¿Siempre viaja solo?
‒Cuando hago estos viajes, la mayoría de las ocasiones mi mujer viene conmigo al menos una parte del tiempo. Es mi gran compañera. Cuando estuve en el norte de Etiopía, caminé unos seis-cientos kilómetros; después ella se me unió y caminamos juntos otros doscientos kilómetros. En relación con este viaje, ella no pudo venir debido a las limitantes de peso de la avioneta. Así que lo que realmente eché de menos fue a mi familia. Tengo dos hijos. Tengo un hijo con síndrome de Down al que quiero mucho, y mi mujer, a quien amo.
‒¿Se encontró con algún desastre, con alguna complicación imprevista?
‒Lo realmente complicado de este viaje a Alaska fue el clima. Estábamos frente a una masa de aire muy fría que venía del Ártico y, al mismo tiempo, frente a otro extremadamente caliente que provenía del interior de Alaska. Durante esa época del año el aire llega muy caliente. Así que teníamos una combinación de estos intensos climas tan opuestos sobre el refugio ártico, y fre-cuentemente esto generaba que el tiempo fuera muy complicado. En ocasiones no pude hacer foto durante dos o tres días porque no era posi-ble. Otros días estuvimos a once grados bajo cero, incluso en mayo, junio y a principios de julio. A veces era difícil conseguir agua muy temprano, porque el agua permanecía completamente congelada hasta las once de la mañana, que era cuando comenzaba a volverse un poco más líquida. Otros días hacía calor. Pero, debido a esto, también había mosquitos. Con esta tempe-ratura, recuerdo que sólo tuvimos dos o tres días con mosquitos, y ese fue el verdadero infierno. Pero la mayor parte del tiempo hacía demasiado frío para los mosquitos.
‒¿Qué es lo mejor acerca de Alaska, fotográfica-mente hablando?
‒La luz en Alaska es particularmente hermosa. ¡Tan preciosa! Una luz increíble. El proyecto fue fotografiado exclusivamente en blanco y negro. Y, cuando tienes estas formas en el cielo, cuando hay nubes increíbles, ya sabes, con esta colisión del clima, con el clima muy caliente luchando contra el clima muy frío en todas esas tierras altas, tienes también la batalla más audaz con una parte de la nieve, con una porción de la lluvia, con una parte del sol, y con toda esta luz mezclándose dentro de las imágenes. Tuve una suerte increíble. Es el paraíso de los fotógrafos.
‒Seguramente algunas personas observarán estas imágenes y les recordará el trabajo en blanco y negro de Ansel Adams en Yosemite, o incluso, en cierto modo, los registros de Edward Curtis acerca de los amerindios.
‒Conozco los trabajos de Ansel Adams y de Edward Curtis, y soy un gran admirador de ambos. Cuando inicié este proyecto nunca antes había fotografiado animales ni paisajes. Pero, cuando comencé, advertí que existe una iden-tidad y una personalidad en el paisaje. Hay una forma única de ser en los árboles y en los anima-les. Y para mí representó un gran cambio des- cubrir esto. Al ver de nuevo la obra de Adams y Curtis, percibes que ellos también descubrieron esto. Cuando Curtis hizo fotos de los amerindios, creo que estaba haciendo dos cosas: primero, una sección transversal de una época que estaba desapareciendo; y, segundo, estaba creando un regalo para ellos. Al inicio del proyecto Génesis tuve la impresión de que la mayor parte del pla-neta había desaparecido. Después, al indagar, descubrí la increíble diversidad de lugares en el planeta. Existen muchos, pero muchos luga-res prístinos en la Tierra. Hay muchos bosques tropicales. Ni siquiera existe el desarrollo en la mayoría de las tierras de más de tres mil metros de altura. Estos lugares siguen siendo como eran hace millones de años.
‒¿Cuál es su próximo gran proyecto fotográfico?
‒Tengo sesenta y siete años. Terminaré este proyecto cuando tenga setenta. Por supuesto que seguiré fotografiando. Me encanta la fotografía. Pero, cuando te haces viejo, se vuelve un exceso. Para una de las historias de Génesis caminé ocho-cientos cincuenta kilómetros en cincuenta y cinco días. Sé que probablemente sea mi último pro-yecto grande, bonito y a largo plazo. Espero que no, pero probablemente lo sea.
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