En la era del Big Data, las humanidades cobran valor para entrenar la inteligencia artificial en aspectos complejos como el lenguaje, la ética y el contexto cultural.
Ana Zarzalejos Vicens
En tiempos de Big Data, las humanidades podrían vivir un nuevo resurgir en el mercado laboral gracias, nada más y nada menos, que al auge de la inteligencia artificial.
Si algo necesitan los algoritmos es entrenamiento. Y entrenamiento en disciplinas muy complejas y delicadas como pueden ser el uso del lenguaje, la ética o la comprensión del contexto social y cultural. ¿Quién mejor para desentrañar los desafíos que estas materias presentan que un buen filólogo, un buen filósofo, un buen antropólogo o un buen historiador?
La inteligencia artificial no hace obsoleta la experiencia humana y, de hecho, puede servir para reivindicar su aportación más específica.
Lingüistas
La inteligencia artificial es comprender el lenguaje, y para ello es fundamental que conozca no solo los alfabetos y las gramáticas, sino la connotación, la carga emocional y el contexto en el que se emplea.
La IA debe conocer no solo alfabetos y gramáticas, sino también la connotación, la carga emocional y el contexto del lenguaje
«¿Las máquinas harán que la experiencia humana quede obsoleta? La respuesta es sí y no. Aunque la IA automatizará muchas tareas lingüísticas, la profesión lingüística no está desapareciendo, sino transformándose. En el centro de esta evolución se encuentra una tensión entre la sintaxis y la semántica. Los lingüistas que se dedican a esta dualidad prosperarán, convirtiéndose en arquitectos esenciales para dar forma a la capacidad de la IA para navegar por el lenguaje humano», explica Jovan Kurbalija, CEO de Diplo y autor de obras como Introducción a la Gobernanza de Internet.
Filósofo
Hace tiempo que se ha abandonado la pretensión de una tecnología neutra y ha crecido la conciencia de la responsabilidad que existe para garantizar que los sistemas desarrollados se diseñen y utilicen de manera ética, inclusiva y que promuevan el bienestar social, evitando sesgos y daños potenciales a las personas y comunidades. En esta batalla, las humanidades y, concretamente, la filosofía, tienen un papel clave.
«Los modelos IA tienen que interaccionar con personas de distintas partes del mundo, de distintos valores, así que reflexionamos sobre qué tipo de características deben tener para ejercer esta función», explica Amanda Askell, filósofa que se dedica a entrenar el «carácter» de Claude, el modelo de IA de la empresa Anthropic.
Antropólogo
¿Cuál es la intención de la IA? ¿Para qué fue diseñado este sistema y quién decidió que eso era una buena idea? ¿Quién tiene derecho a formar parte del debate sobre la tecnología? ¿Qué tipo de mundo construye un nuevo algoritmo y cómo se relaciona con el mundo actual?
Estas son algunas de las preguntas que la antropóloga Genevieve Bell plantea en torno al desarrollo de la inteligencia artificial. Bell es la fundadora y directora inaugural de la Escuela de Cibernética de la Universidad Nacional de Australia (ANU) y fue la vicepresidenta de Intel.
En la ANU fundó 3Ai (Autonomy, Agency and Assurance Institute) con el objetivo es crear una nueva rama aplicada de ingeniería que maneje de forma ética y sostenible el impacto de la IA en la humanidad.
Historiador
Recientemente, Deep Mind de Google ha presentado Aeneas, el primer modelo de inteligencia artificial (IA) para contextualizar inscripciones antiguas. El proyecto, descrito en Nature, fue realizado con la Universidad de Nottingham y en colaboración con investigadores de las universidades de Warwick, Oxford y la Universidad de Economía y Negocios de Atenas (AUEB).
Cathryn Carson, historiador de la Universidad de Berkley, reivindica el rol que puede tener su profesión y otras similares: «Hay una tercera postura posible entre la defensa previsible de quienes construyen y se benefician de estos modelos y el temor a largo plazo de que esto nos lleve al fin del mundo. Esa tercera postura la mantienen principalmente personas que se mueven entre las ciencias sociales y los conocimientos técnicos, formadas en diferentes disciplinas como ciencia, tecnología y sociedad o historia, derecho, sociología o teoría crítica. Personas que trabajan en el presente con la mirada puesta tanto en el pasado como en el futuro en términos realmente concretos y realistas, y que no tratan de defender las tecnologías ni de descartarlas por considerarlas aterradoras e inaceptables. Personas que quieren comprender –y actuar en consecuencia– cómo podemos utilizar los conceptos y herramientas de las ciencias sociales para trabajar en el presente, para abordar el hecho de que estas tecnologías están aquí, se están desarrollando y ya están afectando a las personas».
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