David Rennie, editor en ‘The Economist’: “China quiere ser tan poderosa que ningún país pueda decirle que no”

 El encargado de Geopolítica en la revista británica no cree que Donald Trump sea 100% impredecible. También comenta que el problema en Ucrania es que Putin no está preparado para la paz, y aclara que en Taiwán preocupa más un bloqueo que una invasión. ¿Europa? “Las vacaciones han terminado”.


PorJosé Manuel Cuevas 

“El fin de la historia no está escrito”. Estados Unidos pierde influencia como líder del orden internacional que forjó mientras desmantela su propia democracia, aunque no deja de intervenir en otros países. China, que ha surgido como gran rival geopolítico, enfrenta las contradicciones de su modelo para consolidarse como alternativa ante el Sur Global. La Unión Europea, mientras tanto, se queda atrás entre regulaciones, la necesidad de acuerdos unánimes entre Estados miembros, la cautela con Rusia y la pasividad con Israel.

David Rennie (1971) ha presenciado grandes episodios de las últimas décadas en política internacional. Periodista británico con casi veinte años en The Economist,ha sido corresponsal en Bruselas, Washington o Pekín. Vio la crisis económica desde el corazón del Viejo Continente, estuvo en la Casa Blanca durante la guerra contra el terror o el ascenso de Donald Trump, y cubrió el auge geopolítico del gigante asiático. Siempre, y sobre todo ahora, “hablando con ministros, funcionarios, académicos y diplomáticos”.

En octubre de 2024, Rennie volvió a Londres para incorporarse como editor de Geopolítica de la revista británica. El pasado jueves participó en Madrid en el programa Tech & Society, organizado por Aspen Institute España y la Fundación Telefónica, donde habló del papel de Europa en la carrera entre Estados Unidos y China por la inteligencia artificial. En El Orden Mundial conversamos con él sobre su visión del orden internacional, de las grandes potencias desde dentro y de hacia dónde nos llevan sus disputas.

PREGUNTA – Usted ha trabajado en las capitales de las tres principales potencias del mundo en las últimas décadas. ¿Cómo está cambiando el orden internacional?

RESPUESTA – Los Gobiernos inteligentes se han dado cuenta de que la segunda presidencia de Trump es muy diferente de la primera. Con la primera existía la posibilidad de que fuera un error: que había sido una elección muy reñida, que sus votantes no habían comprendido del todo su programa y que Estados Unidos tenía intereses nacionales duraderos. Trump llegó al cargo sin esperar ganar, y eligió como secretario de Defensa, secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional a altos funcionarios que tenían una visión más tradicional del papel de Estados Unidos. Él se opuso a ellos, pero al final lograron convencerlo de que no abandonara la OTAN y de que no se alineara con Rusia en algunas cuestiones importantes. Ahora bien, muchos acabaron despedidos.

Cuando volvió al cargo, hablando con gente que trabajó para él en la primera Administración, una frase que se oye es que Trump ha vuelto con prisa. Es cuatro años mayor. Sabe que pensamos que es su último mandato —ojalá— y está muy frustrado porque el mundo no cambió tan drásticamente como él esperaba y quería durante el primero. Por eso ha nombrado a personas que van a ejecutar sus órdenes, que no le van a explicar por qué el mundo es complicado, por qué no puede hacer esto o aquello. Los principales asesores de su primer mandato le frenaban. Los de ahora le alimentan porque simplemente dicen que sí a todo.

“Trump tiene prisa y su propia gente lo está acelerando”

En segundo lugar, esta vez Trump obtuvo una victoria razonablemente cómoda. Por lo tanto, ya no se puede decir que el público estadounidense no tiene interés en su programa. Lo que más les preocupa es la frontera y la inflación, pero al menos la idea de romper el orden de 1945 no descalifica a Trump ante sus votantes principales e incluso para el Partido Republicano, al menos en público; en privado tienen más preocupaciones. Por lo tanto, esto no es un error. Trump tiene prisa y su propia gente lo está acelerando.

Muchos Gobiernos se han dado cuenta de que esta Administración Trump es mucho más radical y desestabilizadora. ¿Cambiará esto el orden internacional más allá de su presidencia? Trump es una causa de interrupción, pero también es un síntoma de disrupción. Estamos al final de un proceso que comenzó en 1945. El orden mundial se está volviendo claramente mucho más transaccional, cínico y brutal, mucho menos justo en algunos aspectos, mucho más del siglo XIX. Se trata de equilibrar grandes poderes. 

Una complicación importante es que la relación entre Europa y la Administración Trump se malinterpreta en Washington como una rendición total de Europa. En Washington, figuras como Marco Rubio, el secretario de Estado, ahora también asesor de Seguridad Nacional, han descrito este fenómeno de que el mundo se rinde de inmediato. Pero cuando hablo con mis viejos amigos de Bruselas, que ahora son figuras importantes en el sistema de la Unión Europea, y con gente de los Gobiernos europeos, no se están rindiendo porque entienden que hay un nuevo sheriff en la ciudad. Esperan que Trump fracase. Están ganando tiempo. Intentan frenarlo. Están tratando de distraerlo y esperan que su atención se desvíe. 

¿Y qué significa eso? Significa que si Trump y su círculo más cercano creen que la discusión ha terminado y que él ha ganado, entendemos que el antiguo orden ha desaparecido y que ahora no podemos esperar que Estados Unidos proporcione garantías de seguridad y ese tipo de liderazgo. Yo creo que la discusión no ha terminado. En cambio, esperamos que simplemente se vaya, que pierda las próximas elecciones, que parte del antiguo orden sobreviva, porque nos gusta más que este nuevo.

La paradoja es si Trump, que se considera un gran ganador, realmente tiene éxito. Si nos convence en Europa de que ha ganado, de que el antiguo orden nunca volverá y de que Estados Unidos es ahora un matón en lugar de un socio, los incentivos de todos cambiarán. Si entendemos que ha obtenido una victoria definitiva, veremos coaliciones de resistencia en su contra, la necesidad de protegernos con otras potencias y mucha más coordinación para frustrarlo. Por eso, de momento, le está facilitando las cosas que no entiende que esto es una victoria. En realidad, es una esperanza de que fracase. Y eso es muy paradójico.

En los últimos años hemos visto la invasión rusa de Ucrania, la ofensiva de Israel en la Franja de Gaza o los ataques de Estados Unidos en Siria, Irán o cerca de Venezuela. ¿Ha vuelto el hard power como marco geopolítico?

Debemos hacer una distinción. Lo que ha ocurrido entre Rusia y Ucrania es un gran shock y preocupa por lo que nos dice sobre el colapso del orden de 1945 y del Consejo de Seguridad de la ONU. Ahora uno de los cinco miembros permanentes usa el derecho de veto para otorgarse inmunidad e impunidad cuando incumple la Carta de las Naciones Unidas e invade otro país. A muchos Gobiernos les preocupa que estamos entrando en una era de impunidad de las grandes potencias. Una en la que podría surgir una visión de esferas de influencia y de garantizar la paz como en el siglo XIX, en la que Rusia tiene su esfera de influencia en Europa, Asia es de China y América es de Estados Unidos, según la doctrina Monroe.

El caso de Gaza, aunque es muy impactante, forma parte de una continuidad más larga que comenzó cuando el antiguo orden aún estaba intacto. Ahora está llegando a un punto más extremo porque tenemos uno de los Gobiernos más extremos o el más extremo que Israel haya tenido jamás. Es un desafío enorme para el orden internacional, pero creo que es sui generis. La protección de Israel por parte de Estados Unidos ha existido durante décadas, incluso cuando el orden internacional estaba en bastante buen estado. En Europa, las divisiones tampoco son muy nuevas, como el papel de Alemania de último garante de Israel debido a sus responsabilidades históricas y su sentido de culpa histórica.   

El uso de la fuerza de Estados Unidos no me parece nada nuevo. A Trump le gusta usar una retórica muy agresiva, pero no le gusta mucho recurrir a la fuerza militar. Para que Estados Unidos usara su poderío aéreo durante unos días [contra Irán el pasado junio], Israel le obligó en cierto modo al iniciar esos ataques, y desde la lógica estadounidense era más peligroso dejarlos a medias. Pero no es algo nuevo. Cuando los israelíes atacaron el reactor de Osirak en Irak [en 1981], los estadounidenses se enfadaron, pero no sancionaron a Israel; si nos remontamos a la guerra de Yom Kipur [de 1973], los estadounidenses se mostraron muy reacios, pero acabaron proporcionando armas e instalaciones. Incluso pondría el ataque en Venezuela —es decir, fue un bote— en la misma categoría que la invasión de Granada [de 1983].

Lo interesante de Trump es que, en cierto modo, es reacio a usar la fuerza militar. No es aislacionismo, pero sí hay un elemento muy útil que usa el escritor estadounidense Walter Russell Mead sobre la política exterior de Andrew Jackson, según la cual Estados Unidos debe estar dispuesto a ser aterrador y agresivo si alguien ataca al país. Por lo tanto, no es aislacionismo puro, sino que carece de cualquier tipo de deseo moral fundamental de mejorar o arreglar el mundo. Es una especie de opuesto al internacionalismo.

“No creo que Trump sea 100% impredecible. Tiene una serie de creencias sobre cómo funciona el mundo”

Pero combina esa postura con presión diplomática y económica explícita sobre países aliados y no aliados, y con ataques específicos. ¿Cómo interpreta la política exterior estadounidense?

Es una pregunta infinitamente complicada, porque nos estamos dando cuenta de que la actual política exterior estadounidense es básicamente la política exterior de Trump, y Trump no es una sola cosa. Tiene una serie de instintos. No creo que sea 100% impredecible. No me creo ese argumento de que se levanta, se reúne con alguien y ya tiene una nueva política exterior. Es alguien que toma un camino muy impredecible y poco convencional para llegar a su destino final, pero tiene una serie de creencias desde los años ochenta sobre cómo funciona el mundo. Un ejemplo interesante es una de las fuerzas que lo llevó a la política, y un primer atisbo de cómo iba a cambiar el Partido Republicano: su oposición a la guerra de Irak.

Trump no es un político tradicional. No es un filósofo, sino un vendedor, y entendió que el Partido Republicano estaba vendiendo el producto equivocado y que había una oportunidad de mercado para vender el producto adecuado. Parte de eso era la política exterior. Cuando Trump empezó a tomarse en serio la carrera electoral en 2015, el partido estaba en un callejón sin salida porque muchos estadounidenses ya no podían explicar por qué estaban en Irak y Afganistán. Pero, sobre todo para el Partido Republicano, era muy difícil abandonar la idea de que la guerra había merecido la pena.

Una de las primeras genialidades de Trump fue cuando dijo que nunca deberían haber entrado en Irak para convertirlo en una democracia o en un país mejor, sino para llevarse el petróleo. Realmente estaba diciendo que este es un mundo terrible con países terribles que no son problema de Estados Unidos. Ese momento catártico de “ya basta” le dio permiso al movimiento conservador estadounidense para abandonar la idea de que los soldados no morían en vano: morían porque el mundo no los merecía. Esa idea de “el mundo no nos merece” fue una genialidad y cambió por completo al Partido Republicano. 

Pero, por supuesto, eso no es pacifismo o aislacionismo. Trump quería que el mundo temiera a Estados Unidos y a menudo decía que quería “el ejército más fuerte del mundo para no tener que usarlo”. A Trump le gusta hacer demostraciones de fuerza a lo grande y usar una retórica extrema para evitar conflictos, pero es un personaje complicado porque parte de la teoría es que se piensa que es un farol.

Otro cambio dramático es el papel de las alianzas, que en el mundo de Trump se presenta como una ingenuidad liberal, progresista y alarmista. Sí. Pero los estadounidenses querían caer bien y estaban dispuestos a aceptar estos acuerdos. Viajé con tres secretarios de Defensa y militares de alto rango entre 2012 y 2018, y lo decían en público y en privado. Cuando les preguntaba qué sistema de armas chino les preocupaba más, decían: “Nuestras armas más importantes no son los portaaviones ni los misiles nucleares. Son nuestras alianzas. China no tiene aliados, sino clientes y vecinos que le temen”. Un alto cargo dijo: “Más que cualquier arma o cualquier buque de guerra, me gustaría que tuviéramos un acuerdo de libre comercio en Asia”. Había una creencia absoluta de que las alianzas eran una extraordinaria fuente de poder.

Una tragedia para el establishment de la política exterior estadounidense es que si Trump no es un aislacionista o un pacifista, es, en mi opinión, un unilateralista. Eso sorprende a mucha gente que se ha pasado la vida pensando en estas cosas. Tenemos que aceptar que Trump es transaccional. Es un negociador, es despiadado, pero no es muy bueno en eso. Y eso es un problema porque comete errores. Fíjate en India, con Modi yendo recientemente a Pekín. No hay ningún ajedrez ingenioso en 4D que explique eso. Trump simplemente humilló a la India [con aranceles del 50%] y creó un incentivo para que el primer ministro demostrara públicamente que tiene alternativas a Estados Unidos. Fue una tontería.

Usted trabajó en dos etapas en Estados Unidos y ha visitado el país después. ¿Cómo ha cambiado Estados Unidos a nivel interno?

En términos de política exterior, no debería sorprendernos que después del 11S el pueblo estadounidense quisiera encontrar a los responsables, castigarlos y asegurarse de que no volviera a ocurrir, y que estuviera muy preocupado. El argumento era muy poderoso: si no luchamos contra los terroristas, vendrán y nos lo harán aquí. Ahora nos preguntamos cómo Trump cambió la visión de Estados Unidos sobre sus alianzas y del orden mundial. Después de más de una década de guerra contra el terrorismo, que costó una cantidad extaordinaria de sangre, dinero y capital político, destrozó la reputación de Estados Unidos como actor competente y dañó su imagen diplomática en muchos países, no es de extrañar que el pueblo dijera: “Basta de solucionar los problemas de los demás, tenemos nuestros propios problemas que resolver”.

Prueba de ello es que hay una continuidad entre Obama y Trump: Obama ganó las primarias contra Hillary Clinton en parte por oponerse a la guerra de Irak. Luego, como presidente, solía decir: “Tenemos problemas internos por resolver antes de empezar a resolver la guerra”. No intervino en Siria. No intervino cuando Rusia invadió Crimea. Tardó en desafiar a China cuando empezó a construir arrecifes en el mar de la China Meridional. En general no quiso enviar tropas porque consideraba que, en la mayoría de los casos, causaban más problemas de los que resolvían. Esa prudencia no intervencionista y muy racional de Obama fue interpretada por otras potencias como debilidad.

“Las percepciones pueden ser realidad en las relaciones internacionales”

La gente de Obama diría: “Bueno, eso no fue debilidad. Fue que fuimos inteligentes”. Pero, como les he dicho a los antiguos responsables de su política exterior, me parece que en las relaciones internacionales hay un problema: si estás convencido de que estás siendo inteligente, pero los demás piensan que estás siendo débil, no importa lo que creas porque la señal que estás enviando se está malinterpretando. Las percepciones pueden ser realidad en las relaciones internacionales. 

Tenemos que preguntarnos cómo nos puede sorprender este cambio en la visión que tiene Estados Unidos del orden mundial, pero Trump claramente le da un toque único: una indiferencia hacia el precio que está pagando. Todos los presidentes estadounidenses, en cierta medida, anteponen los intereses de Estados Unidos, pero cuando le gritas “America first” a alguien a la cara y lo humillas, acabarás pagando más de lo necesario por el resultado. Por alguna razón, Trump disfruta humillando públicamente a los extranjeros, y creo que acabará pagando un precio más alto de lo necesario por algunos de los acuerdos que consiga. 

¿Cómo percibió la división en la sociedad estadounidense?

Estados Unidos ha sido un país dividido al 50% durante mucho tiempo. Los estados rojos se han vuelto más rojos y los azules se han vuelto más azules, y la recompensa de lo que los politólogos denominan “partidismo negativo” es muy grande: hacer sufrir al bando contrario. No es necesario cumplir con una política exitosa para el tuyo. Para alguien como Trump, las lágrimas, la frustración y la rabia de la izquierda son la recompensa, el beneficio, porque demuestra que estás haciendo algo bien. 

Parte de esto es una función de campaña que recuerdo haber cubierto en las elecciones incluso en el equipo digital de Obama. Hablamos sobre cómo habían ganado en 2012 y su opinión era que en la mayoría de las campañas electorales hay que hacer dos cosas: intentar persuadir y conseguir votos, y se habían dado cuenta de que era mucho más eficiente conseguirlos, por lo que su enfoque consistió en identificar a las personas que tenían más de un 70% de probabilidades de votar por Obama, pero que no votaban siempre. Votan quizás el 50 % de las veces, y tú los encuentras y los obligas a votar.

“Para Trump, las lágrimas, la frustración y la rabia de la izquierda son la recompensa”

¿Cómo los obligas a votar? Los enfadas y los asustas. Así que intentas encontrar temas que provoquen, asusten y enfaden a la gente. Todo el mundo lo entendió y se convirtió en una especie de carrera armamentística. Si la política era un debate sobre el nivel adecuado de impuestos, se podía llegar a un acuerdo y podía funcionar. Pero con las elecciones de 2016 se convirtió en: “Si gana el otro bando, tus hijos estarán en peligro. Tu hija será violada por un maníaco trans en un baño. Te quitarán tu arma y un inmigrante ilegal entrará por la ventana y matará a tus hijos”. O, en el lado demócrata: “Si no ganamos, no podrás pagar la asistencia sanitaria de tus hijos y morirán”. Esa carrera armamentística con temas tan viscerales como arma ha desempeñado un papel importante en la politización de la política. 

Lo último que ha salido mal es la perfección del sistema de gerrymandering. Esto significa que la inmensa mayoría del Congreso, al menos en la Cámara de Representantes, provienen de escaños seguros, lo que significa que las elecciones que les dan miedo no son las legislativas, sino las primarias. ¿Y por qué Trump no enfrenta ninguna resistencia del Congreso? Porque ha dejado claro que si alguien le desafía apoyará a otro candidato. Hasta ahora ha funcionado en todos los casos. No hay políticos republicanos elegidos a nivel federal que hayan sobrevivido a desafiar a Trump: o se retiran o pierden las primarias. El Congreso siempre había estado más dispuesto a plantarle cara incluso a un presidente de su propio partido. Ahora Trump tiene veto sobre todo el Partido Republicano, y eso es nuevo.

En El Orden Mundial entrevistamos al investigador Peter Turchin, cuyo modelo anticipa que Estados Unidos se encamina hacia una nueva guerra civil. ¿Qué piensa al respecto?

La América roja y la azul se detestan, pero Donald Trump también es un presidente bastante impopular. En Estados Unidos hay efecto péndulo. Después de Jimmy Carter, que era considerado débil e indeciso, llegó Ronald Reagan, que apostaba por la fuerza nacional, y después George H. W. Bush, que era considerado un aristócrata desconectado de la realidad. Luego llegó Bill Clinton, el hombre del pueblo, con toda su incontinencia moral y su deslumbrante cosmopolitismo, y luego George W. Bush, con una plataforma basada en el conservadurismo compasivo, el centrismo y una especie de conservadurismo moral. Pero como empezó todas esas guerras y parecía un vaquero imprudente, tenemos al hiperintelectual y tranquilo Obama, y como eso acabó pareciendo demasiado, acabó alienando a mucha gente. Finalmente, la antítesis de Obama era el auténtico Trump, así que creo que el péndulo oscila.

Ahora mismo no hay ningún demócrata claro que pueda ocupar ese puesto, pero es posible que Estados Unidos experimente grandes cambios pacíficos en la opinión pública. Hay una clase media muy insatisfecha con el statu quo y que luego elige algo que parece solucionar los problemas del presidente anterior. No creo que esa dinámica haya desaparecido. Se necesitan dos bandos para una guerra civil. ¿Hay radicales peligrosos con más poder del que deberían en la derecha estadounidense? Sí. Siempre ha habido una especie de movimiento miliciano. No quiero parecer complaciente, pero creo que se necesitan dos bandos para que haya una guerra civil, y no veo al otro bando buscando la guerra.

¿Esta división está afectando a Estados Unidos como actor internacional?

Sí, claramente. Durante mucho tiempo, existía la idea de que la política exterior estadounidense era bipartidista. Eso nunca fue del todo cierto. Lo que sorprendió a los aliados en España, Europa, América Latina y Asia fue que sabían que los partidos habían cambiado, que tenían enfoques muy diferentes, pero había aspectos clave que se remontaban a la idea de que Estados Unidos valoraba sus alianzas. Veía un interés nacional vital en defender el libre comercio y estaba dispuesta a gastar dinero en ello porque era la beneficiaria abrumadora de ese orden. Ambos partidos lo compartían y eso daba a la gente una sensación de continuidad y certeza política, de que había ciertos intereses nacionales permanentes. Y creo que el partidismo en Estados Unidos ha destruido el argumento de Trump.

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Ahora le ha comprado a Rusia el marco de imperialismo del siglo XIX y eso está afectando las negociaciones de la guerra en Ucrania. ¿Cómo puede terminar este conflicto?

Trump ha dicho cosas que parecen sacadas de un discurso del siglo XIX: “¿En qué pensaba Ucrania? Es tan pequeña, y Rusia es tan grande. ¿Cómo podían imaginar que podrían defenderse?”. En esencia, es la misma visión del mundo. Pero eso coexiste con un Trump al que algunos líderes europeos han convencido de que Vladímir Putin le falta al respeto cuando no acepta un alto el fuego o ataca a civiles en Ucrania después de haber hablado con él sobre su deseo de paz. También coincide con otro al que los europeos le han dicho: “De acuerdo, si ya no quieres pagar por Ucrania, nosotros lo haremos, pero véndenos las armas. Es un gran negocio para ti”. Trump ha usado ese argumento en público.

Por lo tanto, el final de la guerra de Ucrania es muy difícil de predecir. Por momentos, Trump y varias personas cercanas estarían dispuestas a abandonar y traicionar a Ucrania, adoptan una postura mucho más aislacionista y, francamente, antiucraniana, en parte por esa opinión de que Ucrania no ayudó a Trump [en las elecciones de 2020 tras el escándalo del portátil de Hunter Biden]. Creo que es cierto que a Trump no le gusta Zelenski. Pero hay otras figuras que sí lo aprecian y han intentado frenar al presidente. Está este proyecto de ley del senador [republicano] Lindsay Graham a la espera de ser aprobado por una mayoría abrumadora y que impondría sanciones enormes a Rusia y a sus socios comerciales. Así que hay una falta total de coherencia y no sabemos muy bien cómo terminará esta historia.

La trampa para Europa es que se enfrenta a un momento de la verdad. Dice que este conflicto es existencial para sí misma. Creo que Europa lo ha hecho bastante bien en cuanto a preservar la unidad y mostrarse bastante seria y dispuesta. Ahora está gastando más que Estados Unidos en apoyar a Ucrania. Pero la cruda realidad es que no tenemos autonomía en tecnologías de defensa. Simplemente no podemos hacerlo sin los estadounidenses. Los necesitamos. Así que, la razón por la que los líderes tienen que ir a Washington y celebrar esas extrañas reuniones es porque no se puede hacer sin los estadounidenses, y eso seguirá siendo así durante mucho tiempo. Pero no sé cómo acabará esto. 

“El peligro es que Putin no está preparado para la paz”

También existe un grave peligro de que Trump esté malinterpretando cómo terminan las guerras: esta idea de que se puede tener una negociación de paz que lo abarque todo sin un alto el fuego. Para una columna reciente entrevisté a personas que habían tratado el fin de la guerra de Bosnia, los Acuerdos de Dayton, y dejaron muy claro que las guerras sólo terminan cuando todas las partes comprenden que no hay solución militar. Si las partes siguen pensando que pueden obtener ventaja militar al continuar luchando, no hay paz sostenible. Ese es el peligro que me comentaron: Putin no está preparado para la paz. Eso, a su vez, es muy peligroso porque existe un gran riesgo de que Trump imponga un mal acuerdo a Ucrania o que simplemente pierda interés.

Otro punto conflictivo es Taiwán. Por lo que conoce del régimen chino, ¿vamos hacia una invasión?

Es la pregunta que todo el mundo se hace. Durante una cena en la embajada en Pekín, en algún momento todo el mundo empieza a jugar a adivinar qué pasa por la cabeza de Xi Jinping. ¿Necesita esto para su legado? Ha dicho que es un problema que no puede transmitirse de una generación a otra. También ha vinculado la recuperación de Taiwán al “gran rejuvenecimiento de la nación china”, por el que ocupará el lugar que le corresponde como país más poderoso o uno de los más poderosos del mundo a mediados del siglo XXI. ¿Eso significa que hay fecha límite? No lo sabemos, así que es una verdadera preocupación.

Si Xi Jinping logrará recuperar Taiwán, sería el vencedor definitivo de la guerra civil china que terminó en 1949 con la victoria en el continente, pero que no concluyó porque los nacionalistas se refugiaron en Taiwán. Por lo tanto, sería más grande que Chiang Kai-shek y Mao. Sería el vencedor definitivo. Entraría en el panteón de los líderes chinos más importantes de la historia. Es algo muy importante.

“Una invasión china de Taiwán es difícil. En este momento preocupa mucho más un bloqueo”

Por otro lado, la preocupación de funcionarios taiwaneses, del Pentágono y del Ejército estadounidense es clara. Se está planificando la capacidad para disuadir una invasión, pero una invasión total como el Día D es muy arriesgada y difícil de llevar a cabo. Les preocupa mucho más un bloqueo, porque Taiwán es un país sin recursos energéticos propios y una isla superpoblada. Si se puede detener el envío de energía, alimentos y suministros industriales a Taiwán, incluso a la industria de los semiconductores, un bloqueo que ni siquiera sea un bloqueo militar completo es un acto de guerra.

Durante mucho tiempo la gente decía: “No ganan nada con un bloqueo porque es un acto de guerra”. Pero ahora se está pensando mucho en algo que lo parece menos, que es negable, como registrar barcos o anunciar pruebas con misiles y que es peligroso que cualquier barco entre en un espacio… Escenarios híbridos. Y volvemos a la pregunta: no es sólo si Xi Jinping lo haría, sino ¿qué haría Estados Unidos?

Por desgracia, en este negocio todos vivimos dentro de la cabeza de un solo hombre. Bueno, en este caso de dos, pero todos estamos en la cabeza de Trump, ¿no? Así que todos intentamos interpretar las señales: ¿intervendrá?, ¿qué hará? Ha dicho cosas muy despectivas sobre Taiwán, pero también ha dicho que no cree que Xi Jinping vaya a atacar mientras él sea presidente. Así que no lo sabemos, pero cuando hablo con los funcionarios taiwaneses, se nota que están muy sombríos y ansiosos.

La semana pasada vimos el gran desfile militar en Pekín. ¿Está China preparada para liderar el orden internacional?

El desfile fue una señal de que la China de Xi Jinping sigue buscando demostrar que está alcanzando una fuerza nacional integral, que es un país al que no se puede desafiar. Ya no estamos en el mundo de su predecesor, Hu Jintao, que hablaba del ascenso pacífico de China, ni en el de Deng Xiaoping, que decía que había que ocultar las fortalezas y esperar el momento oportuno. Si hablas con diplomáticos chinos, te dirán que Deng no usaría hoy esa frase porque China ahora es tan fuerte que no lo necesita.

¿Está China preparada para ser el país número uno del mundo? ¿Quiere serlo? Estoy bastante seguro de que China quiere ser, a mediados de siglo, tan poderosa que ningún otro país pueda decirle que no, criticarla o frustrarla de ninguna manera. ¿Eso significa entonces la siguiente tesis que he escuchado? “China no dice que quiere sustituir a Estados Unidos, no quiere tener cientos de bases militares en todo el mundo, no necesita que todo el mundo sea miembro del Partido Comunista… Así que no debemos preocuparnos”. Creo que las ambiciones de China son más sutiles, pero siguen siendo muy disruptivas. En el desfile vimos armas nucleares nuevas y aterradoras, pero no había una lista sorprendente de líderes. Estaban Putin, Kim Jong-un y otros, pero ninguno es particularmente sorprendente. Los centroasiáticos han sido clientes en los últimos años. Lo nuevo es que Rusia sea un socio menor. 

«A veces, en política, el mensaje es la realidad»

La reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) un par de días antes fue casi más interesante, porque la organización no ha tenido éxito. China crea estas organizaciones, las prueba y ve si le gustan y le permiten jugar a la política. Pero la OCS no llegaba a ninguna parte por India y Pakistán. Ahora que Modi apareció en la foto, ¿India y China son ahora mejores amigos? No, pero demostró que ve la necesidad de mostrar a Estados Unidos que tiene alternativas y así rebajar la tensión con China.

Eso es un gran cambio, porque no hace mucho tiempo India usaba su papel de protección frente a China como carta en Estados Unidos. Ahora, lo ha jugado de una manera muy india: no iban a dejar de comprar petróleo ruso, no iban a tomar partido, seguían queriendo ser transaccionales. Estaban muy seguros de su capacidad para usar la cobertura de China, y ahora eso ya no existe. Para mí, esa reunión en Tianjín, incluso el contenido, no era importante, sino el símbolo. A veces, en política, el mensaje es la realidad.

¿China busca sólo otro orden internacional o también otro tipo de liderazgo para sí misma?

China es menos disruptiva que Rusia. A Rusia le conviene que el mundo sea lo más caótico posible. Esa es su ventaja comparativa. China no quiere caos. Es una potencia comercial que vende alta tecnología, así que necesita un orden estable y ordenado. Pero, como digo, no quiere que nadie pueda desafiarla. Por eso habla de ser el último defensor de la Carta de las Naciones Unidas, pero es un apoyo muy selectivo.

“China quiere la mitad del orden mundial de 1945: la que respeta los Estados soberanos, pero no la de los derechos universales”

En 1945, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial dijeron “nunca más”, y su solución fue una mezcla de respeto por las fronteras, la soberanía estatal y la integridad territorial, pero también por los derechos inalienables de las personas. Había una tensión evidente y una contradicción implícita en los documentos fundacionales. Y lo que China quiere es la mitad del orden mundial de 1945: la mitad que respeta los Estados soberanos y que reconoce que todos los países son iguales, aunque con el Consejo de Seguridad algunos sean más iguales que otros.

A China le encanta que el veto de las grandes potencias fuera necesario para este nuevo orden. Creen que fue el enfoque correcto. Cuando les he dicho a académicos chinos que los miembros permanentes no se ponen de acuerdo en nada, me han dicho: “Sí, exacto, eso está bien, porque vosotros en Occidente habéis demostrado que cada vez que hacéis algo, es un desastre. Por lo tanto, cuanto menos hagamos, mejor”.

“El gran error de Occidente tras el colapso de la URSS fue decir que los valores liberales eran universales”

Pero esa es la mitad del orden sin valores liberales universales, derechos humanos, valores democráticos o derechos individuales. China quiere un desarrollo económico utilitario y mayoritario como el mayor derecho humano de todos, donde la mayoría tiene mejores derechos e importa más que los individuos. No quieren el imperio de la ley, sino el imperio por la ley, un mundo seguro para las autocracias y un mundo de deferencia hacia las grandes potencias. Es el mundo en el que vivimos, y el gran error de Occidente tras el colapso de la Unión Soviética fue en un momento de locura y arrogancia: intentaron decir que los valores liberales eran valores universales. El argumento chino es que no, que eso era una especie de racismo o colonialismo. Era como un misionero diciéndole a alguien a qué dios rezar, y eso se acabó. La apuesta de China es que el Sur Global está de acuerdo en eso, y probablemente tengan razón.

Una de las sorpresas es que gran parte del Sur Global no está de acuerdo con Europa, en particular respecto a la guerra de Ucrania. China sigue enfrentando un gran reto, ya que muchos de sus vecinos están frustrados con Occidente. Están frustrados con Trump, pero no quieren vivir en un mundo liderado por China porque la conocen. El último reto es que el Sur Global no tiene el poder adquisitivo necesario para mantener en marcha la maquinaria exportadora china. Necesitan al mundo rico, y China también.

Volviendo al desfile militar, los líderes que estaban en ese palco oficial no mantienen la economía china en marcha. Son útiles desde el punto de vista geopolítico. Son clientes, pero no es el club al que quieren pertenecer. Necesitan estar en el club del mundo rico, el club VIP, así que hay tensión entre sus ambiciones geopolíticas y económicas, que no están sincronizadas. El reto para China es: ¿puede ser el convocante, portavoz y líder del Sur Global antioccidental y seguir manteniendo relaciones comerciales rentables con Occidente? Están intentando hacerlo y no tengo ni idea de si lo conseguirán.

China, Rusia, la Unión Europea y, por supuesto, Estados Unidos tienen en común que no han intervenido contra el genocidio de Israel en la Franja de Gaza. ¿Sigue siendo viable la solución de dos Estados o podemos asumir que Israel ha ganado?

Tiene que haber algo que se parezca a una solución de dos Estados. Es un territorio con dos pueblos que tienen un derecho legítimo a vivir en él, y ese es el problema complicado. ¿Podemos llegar a eso con el actual Gobierno israelí? Es muy difícil. Hay una impaciencia legítima cuando un Gobierno dice que sólo hay que empezar, que la única esperanza es una solución de dos Estados. Pero me parece una respuesta cada vez menos creíble, porque está claro que no es una opción viable en este momento.

Tenemos que dar pasos en esa dirección para intentar crear dos partes que puedan empezar a mantener esa conversación. Un reto que enfrentan los Gobiernos europeos es cómo presionar a Israel de manera que se siga presionando a los palestinos. El actual Gobierno israelí no es un socio constructivo, aunque tampoco hay un socio palestino constructivo. La Autoridad Palestina no es legítima para suficientes palestinos y no puede haber una solución que implique a Hamás. Se han vuelto absolutamente ilegítimos.

Cuando Macron y Starmer anunciaron que reconocerían el Estado palestino, pero con condiciones, para ejercer cierta influencia sobre los israelíes, en The Economist argumentamos que el problema era que no estaban imponiendo condiciones al lado palestino. En algún momento, se necesitará esa influencia para crear una entidad viable que pueda constituir la base de dos Estados cuando la política haya cambiado lo suficiente. No se trata de ignorar la urgencia de la crisis humanitaria en Gaza, pero, desde la perspectiva de las relaciones internacionales, habrá que asegurar caminos hacia entidades viables en cada lado.

Por lo tanto, es urgente garantizar que Israel recuerde su identidad democrática liberal y su constitución fundacional, así como las fuerzas políticas que siguen comprometidas con ese ideal. Es difícil ver una solución que no implique un cambio en la política israelí. No puede ser un Estado chovinista, religioso y etnoidentitario. Pero en la parte palestina tampoco existe una entidad viable. El verdadero reto inmediato es cómo ejercer presión, y gran parte de esto se remonta a Estados Unidos. Trump a veces parece frustrado con Netanyahu, pero también le interesa que Israel tenga mejores relaciones con el mundo árabe. Quiere que Arabia Saudí e Israel se reconozcan mutuamente como capítulo final de los Acuerdos de Abraham. Pero por ahora no parece dispuesto a centrarse en una solución que funcione para el pueblo palestino.

¿Cómo afectará esto a Oriente Próximo?

No soy un experto en Oriente Próximo, pero muchos Gobiernos árabes no daban mucha importancia al destino humanitario del pueblo palestino hasta hace relativamente poco. Se trataba de gestionar la opinión pública, pero no había un gran afecto por la causa palestina. Ahora me han dicho que hay tanta ira en la opinión pública que se está convirtiendo en una fuerza política disruptiva para los Gobiernos árabes. A algunos de estos, como Jordania, también les preocupa una posible desestabilización. Es un conflicto evidente, como el de Siria, capaz de metastatizar y propagarse, y ahora preocupa más que hace un año.

¿Dónde queda Europa en el orden internacional? ¿Tiene que volver al hard power, o cómo competir en un mundo realista siendo una potencia idealista? Hablaba usted hace unos días del papel en la competencia entre Estados Unidos y China en materia de inteligencia artificial.

Hay buenas y malas noticias. Hace poco estuve en Lituania para escribir una columna sobre su salida del tratado de prohibición de minas terrestres. Parece una mala noticia porque el tratado era el punto álgido del optimismo liberal de que podíamos prohibir estas armas. No las íbamos a necesitar nunca más. Pero, cuando hablas con los lituanos, te dicen: “Mira, las minas terrestres son armas terribles, pero tenemos un vecino muy agresivo, somos muy pequeños y no tenemos profundidad estratégica. Si cruzan la frontera, no tenemos adónde ir. Vimos la masacre de Bucha en Ucrania y no queremos que eso suceda en Lituania, así que vamos a colocar minas terrestres en esa frontera si es necesario”.

Ahora que Letonia, Estonia, Finlandia y otros países han dicho que abandonarán el mismo tratado, parece una rendición de Europa. Sin embargo, no creo que lo sea. No debemos perder de vista que Lituania, durante la mayor parte de su historia, también ha temido a Polonia o Alemania. Gracias a la Unión Europea es impensable. Es impensable que Francia entre en guerra con Alemania o España. Sigue habiendo una Europa que está intentando algo que nunca se ha intentado en la historia de la humanidad: tener un espacio multinacional en el que resolvemos nuestras diferencias con leyes, reuniones y burocracia, y no con fuerza militar dentro de las fronteras de la Unión Europea para resolver una disputa. 

“Las vacaciones de la historia han terminado”

Vivimos en la Unión Europea… Bueno, vosotros, porque nosotros por desgracia nos fuimos. El Reino Unido formaría parte de este espacio kantiano, pero nos estamos dando cuenta de que la Europa kantiana tiene una frontera con un mundo hobbesiano en Rusia. Es necesario tener una frontera muy sólida, y eso significará más gasto en defensa, ejércitos más grandes y que las vacaciones de la historia han terminado. Es un verdadero desafío y va a ser caro, porque cada euro que gastes en defensa no estará disponible para otra cosa, y es posible que los votantes no lo acojan con agrado. También hay un problema enorme a corto plazo: no podemos hacerlo sin Estados Unidos, porque no hay ningún sistema de armas que no tenga componentes estadounidenses y, por lo tanto, control estadounidense integrado en él.

Europa tiene muchos problemas. No tenemos dinero, tenemos sociedades envejecidas, no somos muy competitivos, tenemos una crisis de productividad… Pero no debemos perder de vista las cosas realmente importantes: que Europa ha creado una sociedad que es una especie de intento notablemente humano de hacer algo diferente. Existe la idea de que Europa es un espacio pacifista e ingenuo, y a veces le digo a gente de países fuera de Europa que los castillos no fueron construidos por los ministerios de turismo para que la gente se hiciera fotos. Estaban allí porque durante siglos nos matábamos unos a otros, hasta que en 1945 decidimos que no queríamos seguir haciéndolo. Queremos probar algo nuevo y seguimos intentándolo y eso es increíble. Pero la competencia que enfrentamos del resto del mundo es muy dura. 

Los políticos tendrán que mantener conversaciones muy serias y honestas, y este es un momento terrible para mantenerlas con los votantes, porque hay populistas que proponen soluciones mágicas, soluciones fáciles, y dicen que los problemas complicados no existen. Es un reto enorme. Pero merece la pena defender lo que ha construido Europa. Las generaciones que nos precedieron construyeron algo realmente increíble y depende de todos nosotros intentar defenderlo. No será fácil, pero no debemos hundirnos en la tristeza total pensando que el mundo de Kant ha llegado a su fin.

Quiero preguntarle también por The Economist. Es uno de los medios de comunicación más prestigiosos del mundo. ¿Cómo funciona su proceso editorial? 

He trabajado en The Economist durante diecisiete o dieciocho años. Es un lugar fantástico para trabajar. No siempre acertamos, pero es una publicación donde tenemos tiempo porque sale cada semana, no cada día, y tenemos acceso porque las personas que dirigen el mundo nos leen y suelen hablar con nosotros. Espero que no suene demasiado arrogante, pero ese es el proceso y, por lo tanto, tenemos un acceso increíble, lo cual es un verdadero privilegio, y tratamos de aprovecharlo para hacerlo bien. 

Tenemos una visión del mundo que es liberal y que ahora está en apuros. Este momento nos obliga a averiguar por qué creemos lo que creemos y lo que está sucediendo con este orden internacional en el que todavía creemos. Mi actual columna ya es la quinta: escribí las de Europa, el Reino Unido, Estados Unidos y lancé nuestra columna sobre China. Ahora tengo esta columna sobre geopolítica, que los jefes me pidieron que escribiera porque entendía Bruselas, Pekín y Washington, que son los pilares básicos. Para mí el gran reto es intentar explicar lo que ves que está pasando, cómo debes entenderlo, qué necesitas saber… Tenemos lectores muy ocupados, y quieren que demos un paso atrás y les digamos: “Tenéis que entender esto. Lo habéis visto en las noticias, en Twitter… ¿Qué significa realmente?”.

“No podemos dar por sentado que todo el mundo converge en una norma occidental”

Nuestro trabajo es dedicar mucho tiempo a hablar con un gran número de personas sobre el terreno y, después, sintetizar y procesar esa información para convertirla en algo relativamente legible. En mi opinión, es el trabajo más afortunado del mundo. Tengo una suerte increíble. Puedo hablar con personas fascinantes y preguntarles qué está pasando, y luego tratar de entenderlo de manera que sea comprensible. Es una responsabilidad tremenda. Yo escribo una columna para ganarme la vida, pero me considero un reportero que escribe columnas. Empecé mi carrera como corresponsal y, hasta que no hablo con la gente y visito nuevos lugares, no tengo confianza en mis opiniones. Nunca querría escribir una columna desde mi oficina porque no tendría confianza hasta saber lo que piensan los demás.

Nos han dicho que The Economist es la revista de la globalización. Y está claro que la globalización está bajo presión, está cambiando de naturaleza y de forma, pero muchos de nuestros lectores viven en todo el mundo, más de la mitad en Estados Unidos, también en Europa, el Reino Unido, Asia, y muchos no son británicos ni estadounidenses. Hablan otro idioma, así que intentamos comprender cómo ven el mundo los demás. Tenemos una postura liberal y siempre defenderemos nuestros puntos de vista, pero es parte de nuestro trabajo. Cuando estuve en China durante seis años, tenía que explicar cómo veía China el mundo. No siempre estábamos de acuerdo, pero mi misión era intentar dar voz a los chinos, porque no podemos dar por sentado que todo el mundo converge en una norma occidental. Hemos descubierto que no es así. Por eso, la idea es intentar explicar cómo ve la gente el mundo.

¿Cómo deciden los temas y enfoques? ¿Los periodistas los proponen o se deciden en reuniones?

Es un proceso colaborativo. Los corresponsales proponen ideas e historias y hay mucha planificación, pero cada semana hay un par de reuniones en las que se discute con los jefes de edición y opinión. Tenemos largos debates y así se deciden las columnas principales al comienzo de cada número semanal. Siempre hay cuatro o cinco propuestas. Tenemos una reunión de dos horas los lunes en la que la persona que va a escribir el artículo describe la idea y luego los demás periodistas dicen en qué están de acuerdo, en qué no, sugieren cambios y luego tienen que responder a ese tipo de cambios. Cualquiera puede hablar. Incluso la persona con menos experiencia puede intervenir si tiene una idea o algo que aportar. 

Una excentricidad de The Economist es que los periodistas no firmamos, pero eso también forma parte del proceso. La idea básica es que la voz que importa es el periódico y no los periodistas individuales. Todos contribuimos a esa única voz y nadie se lleva el mérito. Trabajé durante doce años para un diario en el que todos firmaban sus artículos y el proceso era diferente. Pero en The Economist, el experto en Irán ofrecerá ideas sobre Irán y normalmente se da prioridad a las personas que hablan los idiomas locales. Tenemos mucha gente que habla chino, árabe, hebreo, ruso y es importante porque así se hace bien el trabajo. También movemos mucho a la gente, y es valioso que hayan trabajado en países diferentes porque la idea es intentar comparar, por ejemplo, que el debate en Sudáfrica es en algunos aspectos parecido al de Brasil. Se trata de cómo encajan todas estas cosas, y ese sentido de intentar comprender el mundo en su conjunto es muy importante para la filosofía del periódico.

Por último, ¿podría decirnos qué libro está leyendo?

Estoy a punto de leer un libro escrito por mi amigo, el exembajador español en China, Rafael Dezcallar: El ascenso de China (Planeta). También hay un nuevo libro del chino-estadounidense Dan Wang: Breakneck: China’s Quest to Engineer the Future (Penguin, no traducido al español). Además, estoy leyendo libros antiguos. Acabo de leer una extensa biografía del general De Gaulle, porque si eres británico, una de las grandes preocupaciones en este momento es: “Dios mío, ¿y si De Gaulle tenía razón?”. Después de leerla, no estoy seguro de que tuviera razón, porque incluso en su época era una figura controvertida. Además, acabo de releer una biografía de Mao y una historia de la guerra de Corea para intentar extraer lecciones sobre la guerra de Ucrania. La lección aterradora es que el 45% de las bajas estadounidenses se produjeron después de que comenzaran las conversaciones de paz.

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