Encima del Atlántico se encontraba un mínimo barométrico. Se desplazaba hacia el este, en la dirección de un máximo estacionado sobre Rusia, sin manifestar todavía la tendencia de esquivarlo dirigiéndose hacia el norte. Las isotermas y las isóteras cumplían su deber. La temperatura del aire guardaba la proporción debida con la media anual, tanto en la temperatura del mes más frío como en la del más caluroso, así como en la fluctuación mensual aperiódica de la temperatura. La salida y puesta del Sol, de la Luna, las variaciones de la luz de la Luna, de Venus, de los anillos de Saturno y muchos fenómenos significativos más correspondían a las previsiones de los anuarios astronómicos. El vapor de agua del aire alcanzaba su máxima presión y la humedad del aire era ligera. O, por decirlo de una manera que lo describe bien, aunque esté un poco pasada de moda: era un bonito día de verano del año 1913.
Así, y no de otro modo, comienza una de las más grandes novelas del siglo XX: El hombre sin cualidades , de Robert Musil. Y desde el primer párrafo ya podemos intuir de dónde debían venir las objeciones que, según Musil, siempre le hacían: que explica demasiado y demasiado poco. Pues bien, este explicar-demasiado-y-demasiado-poco-al mismo tiempo es el principio motor que hace avanzar esta novela prodigiosa, colosal, desmedida…, inacabada. Thomas Bernhard decía que Musil cultivaba la prosa absoluta , seguramente admirado por la cantidad de recursos que despliega, por la ambición con la que se plantea el hecho de escribir y por los riesgos que asume en cada página.
Todo esto —ese esfuerzo, esa ambición— no querría decir nada si el resultado no fuera una obra de mérito. El hombre sin cualidades es, como ya hemos dicho en otras ocasiones, un monstruo, una obra imperfecta, inacaba porque es inacabable, y sin embargo es uno de los mayores libros que se hayan escrito nunca. Desgraciadamente, en catalán sólo disponemos de los dos primeros libros, de los cuatro de los que consta la novela, traducidos por Ramon Monton (MOLU/s.XX, Edicions 62, 1993). Quizás es por eso que la entrada de Wikipedia sobre la novela sólo menciona la acción de los primeros dos libros y se olvida de un personaje primordial que no aparece hasta el tercer libro: Agathe, la hermana de Ulrich, el hombre sin atributos. Y es una lástima porque esta segunda parte de la novela es para quien escribe estas líneas una cima de la literatura.
El joven Ulrich, que de hecho tiene muchas cualidades —el problema es más bien que no las pone en juego— , se encuentra de repente involucrado en una empresa descomunal, una Gran Acción Patriótica con la que se quiere conmemorar el jubileo del emperador de Cacania (un imperio que retira mucho al Imperio Austrohúngaro). Esta empresa, en la que participan un sinfín de personajes y estamentos del Estado, es conocida como la Acción Paralela (he aquí…). Todo ello sirve a Musil para hacer una cuidada disección de su época por medio de la reflexión, la ironía ya menudo, también, el humor más inteligente. Los personajes implicados en la Acción Paralela analizan los hechos más insignificantes, discuten, conversan, reflexionan. El espíritu de la época, la moral, la relación del individuo con el estado, las relaciones entre los distintos protagonistas, todo ello forma el grueso de una obra que sorprende al lector tanto por el planteamiento como por la ejecución. Musil describe el derrumbe del mundo tal y como lo conocían sus contemporáneos, y —algo únicamente al alcance de los genios— nos adelanta una descripción del mundo tal y como será más adelante: el nuestro. Una muestra de esto:
A veces, hoy en día no se puede evitar la impresión de que los conceptos y las reglas de la vida moral no son más que alegorías esterilizadas, en torno a las cuales flota el insoportablemente graso tufo de cocina de la humanidad, y si aquí es lícito hacer una digresión, sólo puede servir para decir que esta vaga sensación de que se extendía de todas las cosas. calificar francamente de veneración de la bajeza. Porque hoy en día se miente menos por debilidad que por la convicción de que un hombre que domina la vida debe poder mentir. Se hace uso de la violencia porque, después de muchos discursos inútiles, la claridad de la violencia da la impresión de una liberación (…). Esto tiene mucho menos que ver con la cuestión de si el hombre es bueno o malo que con la de si ha perdido la noción de elevación y planicie. Otra consecuencia contradictoria de este derrumbe es, también, el recargo espiritual con el que hoy en día se adorna la desconfianza hacia el espíritu. El ensamblaje entre la filosofía y actividades que no la soportan demasiado, como la política; la manía general de convertir enseguida un punto de vista en una convicción y de considerar toda convicción un punto de vista; la necesidad que experimenta todo fanático de cualquier tendencia a reproducir a su alrededor, como en un gabinete de espejos, el conocimiento que le ha tocado; todos estos fenómenos tan corrientes no representan lo que pretenden, un esfuerzo a favor de la humanidad, sino un quebranto.
De todo el párrafo no puedo tener que repetir todavía esta idea: « la manía general de convertir enseguida un punto de vista en una convicción y de considerar toda convicción un punto de vista ». Qué forma de retratarnos, de retratar el momento en que vivimos.
La Acción Paralela va haciendo su curso, cada vez más envitricollada, más hinchada; cada vez involucra a más gente, a más colaboradores de todo tipo que se reúnen para elaborar proclamas, diseñar programas, discutir puntos diversos…, hasta que empiezan a adornarse que para que pueda salir adelante falta un detalle importante: la idea que dé sentido a la Acción. Al final, la Acción Paralela acaba siendo una rueda empalizada en el barro: cuanto más gira más barro arrastra, más imposible se hace el movimiento, más absurdo se convierte en el esfuerzo.
Es en este punto que la novela hace un cambio de centro de interés, justo al inicio del tercer libro: Ulrich se reencuentra después de muchos años con su hermana, Agathe. Ambos se sienten abocados a vivir sin una razón concreta y se preguntan cómo pueden vivir, cómo deben hacerlo. Musil se adentra —y nos adentra— ahora por un nuevo terreno con su intento de describir la relación de los dos hermanos, sus sentimientos, el sentido de la existencia de dos seres que van descubriendo qué son el uno para el otro, qué sienten, cómo se perciben, cómo se transforman.
No es fácil hablar de los capítulos que se suceden a partir de ahora. La densidad de la narración, la complejidad de lo que se nos explica, la belleza que empapa las escenas, las conversaciones, cada momento descrito, hacen de estas páginas una fuente de disfrute inigualable para el lector que ha llegado hasta aquí. Leyéndolas uno comprende perfectamente por qué la obra quedó inacabada.
Quizás hemos tardado demasiado en hablar de esta novela en La Acción Paralela. Todo tiene un porqué. Pero los fríos que llegan nos han hecho pensar en la calidez de un día de verano vivido por Ulrich y Agathe. Ahora sólo deseamos que un día se complete la traducción al catalán con los dos libros que faltan. Mientras, el hombre sin atributos le espera.
https://accioparal.wordpress.com/tag/robert-musil/
No hay comentarios:
Publicar un comentario