La estupidez como gran fuerza influyente del siglo XXI

 26 de octubre de 2025,


Gonzalo Cáceres

Este teólogo luterano alemán, ejecutado por resistir al nazismo, dejó una frase perfectamente aplicable a nuestro tiempo: “La estupidez es un enemigo más peligroso que la maldad”.

El diagnóstico de Bonhoeffer surgió en un momento de oscuridad. Alemania se había dejado consumir por la ideología nazi y millones de ciudadanos “respetables” pasaron a ser cómplices de lo injustificable. Bonhoeffer intentaba entender cómo fue posible.

Es así que concluyó que el problema no era solo la maldad enfocada y organizada, sino la pasividad que surge cuando la gente deja de pensar por sí misma y repite lo que escucha; lo que tranquiliza, lo que agrada a las masas.

Ocho décadas después, el mundo vive una mutación de esa misma situación, pero ya no a través de dictadores con discursos incendiarios ni concentraciones faraónicas. Ahora basta con un celular porque la estupidez se difunde en línea.

FAKE NEWS

La estupidez no necesariamente es falta de inteligencia. Las personas estúpidas –decía Bonhoeffer– pueden razonar, pero no lo hacen… o prefieren limitarse. En la era digital, las fake news son el síntoma más evidente.

Las fake news no ganan repercusión porque sean creíbles, sino porque confirman lo que queremos creer. En las redes sociales, el internauta comparte sin leer, opina sin conocimiento de causa y se indigna con entusiasmo, casi de forma automática. Cada rejunte de líneas (o vídeos/audios) encuentra eco no por su contenido, sino por su carga emocional.

En su análisis del totalitarismo, explicó que los regímenes fabrican estupidez promoviendo obediencia. Es decir, el individuo, al identificarse con el grupo (nación, raza o el partido político, etc.), se vuelve incapaz de sentar criterio de forma independiente. En lugar de preguntarse si algo es cierto, se cuestiona si “suena correcto” (según el tono del grupo).

Hoy, las redes sociales se han transformado en espacios donde la pertenencia vale más que la verdad o la razón. Y la verdad, como concepto, pierde valor. No importa si una información es falsa; lo importante es que “sirva” para evidenciar (derrotar) al otro (el enemigo).

Así, la estupidez pasa a ser una estrategia política y una fuerza influyente. Las fake news parten de la base de que el público no quiere pensar, sino sentir, y sentir muy rápido. Bonhoeffer, desde su celda, habría entendido el peligro: un pueblo emocionalmente manipulado no necesita ser reprimido; se reprime a sí mismo.

Dietrich Bonhoeffer, teólogo luterano alemán
Dietrich Bonhoeffer, teólogo luterano alemán

CUANDO LA FE PIERDE LA RAZÓN

Bonhoeffer fue un hombre profundamente religioso, pero no servil. Desconfiaba de los supuestos de la Iglesia usada como instrumento de poder. Criticaba a los cristianos que, en vez de actuar, se encerraban en templos a “esperar la voluntad de Dios” mientras el mundo sucumbía al delirio de unos pocos. Para él, la fe auténtica implicaba pensar responsablemente ante Dios y ante el prójimo.

El fanatismo religioso contemporáneo (cristiano, judío, musulmán o de cualquier otro credo) se alimenta del mismo impulso que Bonhoeffer describió: el reemplazo de la conciencia por la consigna. En muchos casos, la fe se convirtió en una forma de identidad tribal. Se la defiende no porque uno crea en un Dios, sino porque ese Dios “representa” un fin (que tiene que ver con el “más acá” y no con el “más allá”).

Bonhoeffer advirtió que ese tipo de “religiosidad” es peligrosa porque anula la responsabilidad personal. El fanático se siente exento de culpa, porque todo lo hace “en nombre de Dios”, por su “obra”. Y así puede justificar violencia, exclusión y los actos más aberrantes hacia sus semejantes.

La estupidez, cuando se reviste de religiosidad, se vuelve casi invencible: no hay argumento racional que pueda tocar lo que se percibe como “voluntad divina”. Por eso, Bonhoeffer insistía en que la verdadera fe “necesita razón”. “Sin pensamiento, la religión se degrada en superstición; sin compasión, se vuelve ideología”, escribió.

POLARIZACIÓN

Tras años de constante involución, el debate político mundial se convirtió en un campo de batalla emocional: las ideas fueron superpuestas por consignas, los argumentos por insultos; dando lugar a la tóxica guerra simbólica entre “los nuestros” y “los otros”.

Bonhoeffer decía que “el poder necesita la estupidez de los otros”, no hablaba solo de dictaduras y líderes cuestionables. Toda forma de poder, incluso en democracia, tiende a producir su propio tipo de estupidez. La polarización política es, entonces, una industria de la estupidez colectiva. Divide el mundo en dos mitades morales: los buenos y los malos, los patriotas y los traidores, los creyentes y los ateos, los progresistas y los reaccionarios.

Las fake news prosperan entonces porque confirman el prejuicio del grupo. El fanatismo religioso se mezcla con el discurso político y se transforma en bandera. La persona ya no elige sus ideas: sus ideas la eligen a ella. La velocidad de las redes, el ritmo de las noticias, la presión de las identidades políticas y los intereses encontrados, todo empuja al individuo a reaccionar, no a reflexionar. El resultado de este ritmo es un tipo de ciudadano huérfano de diálogo, incapaz de confrontar ideas en un marco de respeto, tolerancia y decencia. La política deja de ser un espacio para buscar soluciones comunes y se convierte en un espectáculo de resentimientos.

LIBERACIÓN INTERIOR

Bonhoeffer no era un pesimista, creía que la estupidez podía superarse. Pero no por medio de la violencia ni de la propaganda contraria: “Solo un acto de liberación interior puede vencer la estupidez”. Confiaba en que cada persona, al recuperar su responsabilidad moral, podía resistir la manipulación. Bonhoeffer escribió sus memorias en una celda, sin saber si saldría con vida. Pero su pensamiento sobrevivió porque captura lo esencial: la responsabilidad del ser humano frente a su propia conciencia.

Nunca tuvimos tanta información y al mismo tiempo nunca fuimos tan vulnerables a la mentira. Nunca hubo tantas voces y tan poca comprensión. Nunca tanta fe y tan poca compasión. La estupidez de nuestro tiempo no lleva uniforme ni brazalete. Se viste de hashtags, de profetas piadosos y de certeza diplomática.

Hay que detenerse, pensar y preguntarse si lo que uno repite tiene sentido, si aquella nota/audio/vídeo hace bien o daño. Al fin y al cabo, la libertad se conquista con actos de conciencia.

El mensaje de Dietrich Bonhoeffer resuena más actual que nunca.

https://www.lanacion.com.py/gran-diario-domingo/2025/10/26/la-estupidez-como-gran-fuerza-influyente-del-siglo-xxi/

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