La vida de Natalia Ginzburg, la escritora italiana "audazmente tímida" de prosa sensible y afilada

 Cristina Pérez                      05.11.2024 


Dos veces viuda, madre de familia numerosa, su escritura íntima brilla en sus novelas

Maja Pflug, traductora al alemán de Natalia Ginzburg, le dedica una hermosa biografía

Natalia Ginzburg nació en la via della Libertà en Palermo en 1916, un 14 de julio, un azar biográfico que marcó su destino. La libertad de pensamiento de la escritora italiana fue siempre su bandera y la mantuvo hasta el final. De la vejez solo temía "el fin del asombro".

Publicado por Siglo Veintiuno editores, Audazmente tímida. La vida de Natalia Ginzburg, de Maja Pflug, su traductora al alemán, recoge la trayectoria vital de una mujer que fue un pilar de la editorial Einaudi. Autora teatral, correctora de textos, traductora, ensayista, articulista, se movía en el reducido ámbito reservado a una minoría cultivada, pero mantenía la esperanza de alcanzar el éxito:

"Solo querría preguntarte si es posible agregar una cláusula que permita que, en el caso totalmente improbable de que algún día uno de mis libros tenga un éxito increíble, ustedes me den algo más de dinero, pongamos que a partir de la segunda o tercera edición; y esto solo para mantener esas esperanzas de riquezas imprevistas que, como sea, deben sostener a un escritor".

El poder de las palabras

Desde la escritura de la carta en 1955 a Giulio Einaudi, en la que vislumbraba la futura gloria literaria, hasta la publicación de Léxico familiar, con el que conquistó a un amplio público, pasaron ocho años. Una novela autobiográfica en la que plasmaba los recuerdos de una familia antifascista y las frases repetidas en la infancia que funcionaban como un código secreto:

"Una sola de esas palabras haría que nos reconociéramos como hermanos, uno a otro, entre millones de personas en la oscuridad de una gruta. Esas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados; son como los jeroglíficos de los egipcios o los asirios y babilonios, el testimonio de un núcleo vital que dejó de existir pero pervive en sus textos".

De madre católica y padre judío, ninguno muy religioso, fue la menor de cinco hermanos. Educada en casa durante cinco años, solo iba al colegio a hacer los exámenes de fin de año, un hecho que le provocaba sentimientos encontrados: "Sentía crecer en mí, como un hongo, la convicción altanera y humillante de que era diferente y, por eso, estaba sola."

A la pequeña Natalia le gustaba el verano en Sicilia: "Me alegraban el calor y las primeras cerezas [...] Al ver los primeros caballos 'vestidos como hadas', me sentía feliz". Pronto tuvo que cambiar la luz del Mediterráneo por el frío del Piamonte, su padre Giuseppe Levi trabajaba en la Universidad de Turín. La nostalgia se refleja en su primer poema, un pareado:

"Palermín, Palermín,

Eres más lindo que Turín".

Veraneos en la montaña, mirando a las ardillas, cazando lagartijas y acompañada por "un pueblo rebelde de enanos negros, agitado y vanidoso" fruto de su fantasía. A los once años entró en el instituto, escribía en lugar de estudiar y revolvía la biblioteca paterna para buscar libros "indecentes". Con doce años, decidió que quería ser judía y dejó de comer jamón, pero renunció una semana más tarde.


Leone Ginzburg

Leone y Natalia Ginzburg Leone y Natalia Ginzburg poco después de su boda. Archivo familiar

Entre sus lecturas juveniles, le deslumbraron Moravia, Chéjov y D'Annunzio, pronto abandonó los versos y empezó a escribir cuentos. Cumplidos los 17 años, conoció a un amigo de su hermano, Leone Ginzburg, que cinco años más tarde se convertiría en su marido.

"Esta persona, mientras camina a nuestro lado, con su perfil serio y su paso totalmente distinto al nuestro, posee una capacidad infinita de hacernos todo el bien y todo el mal. Y, sin embargo, estamos infinitamente tranquilos".

Los vientos de la Historia sacuden la vida de Natalia. Italia entra en la Segunda Guerra Mundial en 1940 y Leone es desterrado a Pizzoli, una aldea en las montañas de los Abruzos. Ella le sigue con los niños y viven allí tres años. Echa de menos a su madre y busca escribir algo que le guste, sin palabrería, de forma que cada oración sea "como un latigazo o un cachete". Fruto de ese empeño ve la luz El camino que va a la ciudad bajo el seudónimo Alessandra Tornimparte, las leyes raciales le impedían usar su apellido judío.



Natalia en el Valle de Aosta Natalia con sus hijos Andrea, Carlo y Alessandra en el Valle de Aosta. Archivo familiar

El 20 de noviembre de 1943 Leone Ginzburg es detenido en Roma. En la prisión de Regina Coeli es interrogado y torturado, los alemanes le destrozan la cara, sabe que le quedan pocas horas y escribe la última carta a Natalia: "Recibí la carta cuando ya estaba muerto. Era una carta sin esperanzas de salir vivo de ahí. Leone había sido golpeado una segunda vez por los alemanes y le habían destruido un maxilar. Leone se sintió muy mal aquella noche y le pidió al enfermero que llamaran a un médico. Pero el enfermero no llamó a nadie, solo le dio un café. Y así murió Leone, y no había nadie cuando Leone murió". En el amanecer del 5 de febrero de 1944 encontraron el cuerpo sin vida en su celda.

"Nos negamos al dolor: lo sentimos venir y nos escondemos detrás de los sillones, detrás de las cortinas, para que no nos encuentre.[...] Tenemos verdadera hambre y verdadero frío. Ya no tenemos miedo: el miedo caló en nosotros y se hizo uno con nuestro cansancio; es la mirada reseca y sin memoria que echamos sobre las cosas".

Natalia revisa manuscritos y traducciones en la editorial Einaudi, se somete a un tratamiento psicoanalítico "llena de culpas oscuras y de confusión" y decide volver a Turín para reunirse con sus hijos: "No me había liberado de mis neurosis, simplemente había aprendido a soportarlas o, al final, las había olvidado".

Una vida de película

Entre las anécdotas de su vida, una vez en París los paparazzi la confundieron con la actriz Anna Magnani. Una lluvia de flashes la recibió al bajar de un taxi, tímida retrocedió unos pasos, se rio y los fotógrafos se dieron cuenta de su error.

La muerte seguía rondándola. Cesare Pavese, el mejor amigo de Leone, se suicidó en 1950 después de ganar el Premio Strega: "Pavese se suicidó un verano en que ninguno de nosotros estaba en Turín. Había preparado y calculado las circunstancias para su muerte como alguien que prepara y decide de antemano el rumbo de un paseo o una velada. Durante años había hablado de matarse. Nunca nadie le creyó".

El amor había vuelto para curar las heridas. Natalia se casó con Gabriele Baldini, profesor de literatura inglesa. Fruto del matrimonio, nacieron dos hijos, Susanna, que nació con hidrocefalia y arrastró una minusvalía de por vida, y Antonio, que solo vivió un año por sus graves problemas de salud. En 1964, Pier Paolo Pasolini le ofreció a Ginzburg el papel de María Magdalena en El Evangelio según Mateo, una experiencia maravillosa que compartió con su marido, en el rol de uno de los apóstoles.

Natalia Ginzburg como María de Betania, junto a Gabriele Baldini.

La parca volvía a cortar el hilo. El marido de Natalia enferma de repente y muere a los 49 años por una hepatitis viral. La soledad le pesa, pero sigue adelante, disfruta de la compañía de sus hijos y nietos. Su hijo Carlo le sirve de interlocutor literario porque "hay dos peligros que amenazan al que escribe: el de ser demasiado bueno y tolerante consigo mismo, y el de menospreciarse".

Defensora de la legalidad del aborto, heredó los gatos siameses de su amiga Elsa Morante cuando ella murió en 1985. Una de sus últimas batallas fue la defensa del bienestar de una niña filipina, adoptada por una familia turinesa con algún atajo en el proceso. Escribió Serena Cruz o la verdadera justicia para intentar que la devolvieran a sus padres adoptivos en medio de una polémica que llevó al tutor legal de la pequeña a intentar detener la distribución del libro.

"Los centros de menores no son lugares desde donde sea posible mirar el mundo. Son orillas ruidosas donde no pasa nada y donde el mundo no está. Todo o casi todo es mejor que una institución".

Diputada comunista, se opuso a intervenir en la Guerra del Golfo, con unas palabras que aún siguen vigentes: "Todos los días vemos por televisión la guerra en países que no son el nuestro; todos los días los diarios nos dan las noticias de lugares donde hace muchos años se vive en guerra...La violencia engendra violencia, las armas engendran armas...Busquemos, entonces, detener esta iniciativa delirante y criminal".

Su último trabajo fue la traducción de Una vida de Maupassant. Natalia Ginzburg murió el 8 de octubre de 1991 en Roma, a los 75 años de edad.


https://www.rtve.es/noticias/20241105/vida-natalia-ginzburg-escritora-italiana-audazmente-timida-prosa-sensible-afilada/16314843.shtml


https://accioparal.wordpress.com/tag/alberto-moravia/



El camino que va a la ciudad

El camino que va a la ciudad
 
   
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El cuento de Natalia Ginzburg, «El camino que va a la ciudad», narra el proceso de aprendizaje de la doctrina feminista de Delia, por la influencia y tutoría de su hermana mayor. Delia admira cómo su hermana tiene amantes sin que su marido se dé cuenta de ello, sin embargo no llega a ser promiscua, sólo copia la coquetería, la displicencia luego de dar a luz, y la forma de dominar a Giulio, su marido.


Antón Chéjov

Antón Chéjov
 
   
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Con su intuición de las constelaciones familiares y de las pasiones calladas, Na­talia Ginzburg narra la vida breve de An­tón Chéjov (1860-1904), desde su ju­ventud en Taganrog y sus primeros años en Moscú, los inicios como escritor hu­morístico y su trabajo como médico ru­ral, hasta su viaje al campo de Sajalín, sus primeros éxitos como autor teatral, la enfermedad, los últimos años en Yalta y la muerte prematura en Badenweiler. En este hermoso libro, como si se tratara de uno de aquellos azares del destino, la escritora italiana consigue de manera asombrosa ese tono que el retratado do­minaba de manera magistral, y nos ofre­ce un pequeño pero hermoso bocado de quien fue, es y será siempre uno de los mejores retratistas del alma humana.


Las palabras de la noche

Las palabras de la noche
 
   
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Algunos críticos consideran que ninguna escritora ha poseído, como Natalia Ginzburg, una mirada tan sutil y precisa. Y su inocencia, una gracia tan fina así como deliciosamente incorpórea. «Las palabras de la noche», llevada al cine por el director español Salvador García Ruíz en 2004 con el título «Las voces de la noche», es un ejemplo emblemático de esa manera tan delicada de narrar que posee esta singular autora, por lo demás poco traducida a nuestra lengua.


Todos nuestros ayeres

Todos nuestros ayeres
 
   
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A veces basta la mirada ingenua de una chiquilla para arrancar una historia que cambiará la vida de dos familias y del mundo entero. Anna, un bicho triste y perezoso en palabras de la propia Ginzburg, es esa niña apocada que vive en un pueblo del norte de Italia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial y se enamora de los juguetes de su vecino; es también la joven que casi sin protestar se somete a la violencia del sexo, y es la mujer que sigue a Cenzo Rena, un hombre treinta años mayor que ella, a un lugar inhóspito del sur tras convertirse en su esposa.
Anna calla, mientras todos a su alrededor hablan y gesticulan: hay quien pasa las noches tramando atentados contra Mussolini, otros que se pasean en coches descapotables o se fugan de repente. Con la guerra llegan las decisiones importantes y los actos extremos: el escenario se abre, respira dolor, pide dignidad, y el miedo es moneda común. Cuando finalmente todo acaba, los pocos que sobreviven tendrán que vérselas con un vacío lleno de preguntas sin respuesta.
La que muchos han calificado como la mejor novela de Natalia Ginzburg nos devuelve página a página los gestos de su gente y los años que cambiaron para siempre el destino de Europa: en la mirada de Anna está nuestro pasado.

Y eso fue lo que pasó

Y eso fue lo que pasó
 
   
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«Durante generaciones y generaciones —observa Italo Calvino en el prólogo de esta edición— lo único que han hecho las mujeres de la tierra ha sido esperar y sufrir. Esperaban que alguien las amara, se casara con ellas, las convirtiera en madres, las traicionara. Y lo mismo sucedía con las protagonistas de Ginzburg».
Publicada en 1947, Y eso fue lo que pasó, la segunda novela de Natalia Ginzburg, es la historia de un amor desesperado; una confesión, escrita con un lenguaje sencillo y conmovedor, de la desgarradora lucidez de una mujer sola que durante años ha soportado la infidelidad de su marido y cuyos sentimientos, pasiones y esperanzas la abocan a extraviarse inexorablemente.


Las pequeñas virtudes

Las pequeñas virtudes
 
   
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A medio camino entre el ensayo y la autobiografía, Las pequeñas virtudes reúne once textos de tema diverso que comparten una escritura instintiva, radical, una mirada comprometida llana y conclusivamente humana. La guerra y su mordedura atroz de miedo y pobreza, el recuerdo estremecedor y bellamente sostenido de Cesare Pavese y la experiencia intrincada de ser mujer y madre son algunas de las historias de una historia —personal y colectiva— que Natalia Ginzburg ensambla magistralmente, en estas páginas de turbadora belleza, con una reflexión sagaz siempre atenta al otro, arco vital y testimonio del oficio —vocación irrenunciable, orgánica— de escribir.


Léxico familiar

Léxico familiar
 
   
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Obra colosal por la aparente simplicidad de sus materiales y por su magnética capacidad de evocación. Léxico familiar es la narración de los recuerdos de infancia y juventud de la gran Natalia Ginzburg, capturados en retazos de conversaciones, en frases familiares e íntimas o en las charlas que los intelectuales del Turín de los años treinta mantienen en la penumbra de los salones, mientras comienza a alzarse el fantasma del fascismo.


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