Qué hábil, que lista, que desgarradora que puede llegar a ser Natalia Ginzburg. Lo demuestra ampliamente en Vida imaginaria , un volumen que recoge una selección de los artículos que publicó en La Stampa y en el Corriere della Sera entre 1969 y 1974. El libro apareció publicado por primera vez en 1974, y además de los artículos incluía un texto entonces inédito, titulado justamente «Vita immag. He leído la traducción al castellano de Ana Ciurans Ferrándiz, publicada por Lumen en 2023.
Ginzburg (Palermo, 1916 – Roma, 1991) es una de las escritoras italianas más destacadas del siglo XX. Marcada inevitablemente por las vicisitudes personales —su marido murió en 1944 en prisión, tras ser torturado—, decide dedicar su vida a la literatura, sin abandonar nunca del todo el compromiso político, lo que la lleva en la última etapa de su vida a ser diputada en el Parlamento italiano. Junto a las novelas, su obra incluye también piezas de teatro y ensayos y artículos, muchos de ellos aparecidos en los periódicos con los que colaboró.
Suele decirse que su prosa tiene un punto de simplicidad, que el vocabulario que utiliza no es muy amplio; que su lengua, en definitiva, no es muy rica. Estas afirmaciones pueden tener un punto de fundamento, pero también se decía que Kafka tenía un dominio más bien justito del alemán, y mira por dónde… Lo que importa es comprobar qué hace Ginzburg con el material lingüístico que tiene en sus manos, qué crea. Porque cuando leemos un libro como Vida imaginaría fácilmente nos damos cuenta de que, si este material es modesto, el edificio resultante tiene una consistencia innegable. Y esto nos puede hacer pensar que tal modestia quizá no sea más que una estrategia, una elección que hace la autora a la hora de modelar su prosa y construir sus reflexiones. No diría que es falsa modestia, porque el adjetivo falso no ata con nada que tenga que ver con Ginzburg. Más bien tiene que ver con la actitud que la escritora adopta al inicio de cada ensayo, en el que juega a empequeñecerse ante el lector, a hacerle creer que de lo que hablará no es ninguna experta.
Así, ahora se muestra tímida, una chica prudente que se acerca a un viejo venerable como es el poeta Biagio Marin, para quien no quiere ser molestia alguna; ahora confiesa sentirse muy inferior intelectualmente a un filósofo como Felice Balbo. En una ocasión reconoce que se ha sentido intimidada ante un amigo como el escritor Alberto Moravia, a quien no le ha sido capaz de decirle en persona que su último libro no le ha gustado; en otra, admite que no puede hablar como crítica de cine, sino tan sólo como espectadora. Y así en todos los casos sobre cualquier cuestión: no puede hablar de un determinado libro como crítica literaria, sino como lectora; es una militante antifascista que no sabe discutir de política, una judía que no entiende nada de lo que hace Israel, una mujer feminista que no logra entender un cierto feminismo… Siempre rebaja su estatus en el punto de partida de cada artículo, pero el lector enseguida comprende qué pasa, comprueba que estos textos son mucho más de lo que parecen y ganan es, lo que quiere hacer, lo que puede hacer.
Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene que no le dijera en privado a Moravia que la novela Io e lui no le había gustado, si al final lo acabará diciendo desde la palestra pública de La Stampa ? Claro, Ginzburg no tiene pelos en la lengua y dice siempre lo que piensa, de quien sea. En La satisfacción critica duramente el libro de poemas Epitaffio de Giorgio Bassani, lo que le costará romper la amistad que mantenía con el escritor. En este artículo, además, queda patente la principal calidad de Ginzburg: por medio de frases sencillas, expresa ideas que parecen simples pero que van directas al tuétano de las cuestiones principales, sin dar vueltas extrañas ni jirones innecesarios. Por eso son potentes, sus reflexiones, por eso mantienen toda su vigencia. Huye la paja, las filigranas; no se enreda —ni se deja enredar. Opina desde la modestia, sí, desde la humildad, pero con firmeza, concisión y claridad, sin dogmatismos, evitando los tópicos, pero remarcando las obviedades cuando lo cree conveniente. En La safisfacción, por ejemplo, afirma:
La satisfacción es un sentimiento de naturaleza tibia y de menor valor. Es un sentimiento incompatible con la poesía. La poesía sólo nace de sentimientos no tibios y de calidad apasionada. Nace del dolor, o de la rabia, o de la inquietud, o, al fin, de la felicidad. Nace de los deseos incumplidos, porque en los deseos incumplidos el hombre viene reflejada la condición humana. Pero de la satisfacción nunca nace la poesía. Se dirá que la poesía no se somete a imperativo categórico alguno. Sin embargo, se somete a algunos imperativos catagóricos; uno es éste.
Como quiero mucho a Giorgio Bassani, que es mi amigo desde hace muchos años, lamento decir que los poema de su libro Epitafio (título original Epitaffio ), publicado estos días por Mondadori, no me gustan en absoluto, pero lo digo de todos modos, porque me parece que en esta vida nuestra italiana nos pasamos el tiempo sonriéndonos, dirigiéndonos que realmente pensamos. Con respecto a los poemas de Bassani, mi verdadera opinión es la siguiente: no me gustan porque me parecen llenos de satisfacción. (Pág. 93)
Este fragmento creo que ejemplifica bastante bien lo que podemos encontrar en la prosa de Ginzburg. Desde el punto de vista formal, frases sencillas, repeticiones léxicas, pocas complicaciones y máxima eficacia para transmitir el mensaje. En cuanto al contenido, la expresión de una idea general con la que en principio todos podemos estar más o menos de acuerdo («la satisfacción es incompatible con la poesía»), pero que a continuación viene reforzada, por si acaso, con una aseveración más personal que corta la posibilidad de cualquier réplica («Se dirá que la poesía no se somete a imperativo cate. catagórico; Y, de propina, un varapalo contra el amiguismo y la falta de una buena crítica literaria.
Así son los artículos de Ginzburg. En todos encontramos alguna perla, como ésta, a propósito de una obra de teatro: «La gente cae de inmediato en la trampa cuando se le hace creer astutamente que algo es 'cultura', 'problemática', 'actualidad' (pág. 89). Uno de los textos más destacados del volumen es Los judíos, publicado el 14 de septiembre de 1972, es decir, poco después de los trágicos hechos de las Olimpiadas de Múnich. Este artículo levantó polvareda y convirtió a Ginzburg en centro de muchas críticas que venían por todos lados. Ella, que tenía orígenes judíos por parte de padre, escribe:
Después de la guerra, amamos y compadecimos a los judíos que iban a Israel pensando que habían sobrevivido a un exterminio, que no poseían una casa y no sabían adónde ir. Estimamos sobre memorias del dolor, su fragilidad, el paso errante y la espalda encorvada por las calamidades. Estos son los rasgos en los que hoy amamos hombre. No estábamos en absoluto preparados para verlos convertidos en una nación poderosa, agresiva y vengadora. (Pág. 169)
¿Qué podemos añadir hoy?
El libro está dividido en dos partes. La primera recoge los artículos que hablan de artistas y obras concretos; la segunda incluye textos que son reflexiones sobre diversos temas (el feminismo, la libertad, la política, el problema judío, etc.). El último es el ensayo «Vida imaginaria», que, como he dicho, era inédito; es bastante más largo que los demás, y quizá por eso me parece menos interesante, demasiado reiterativo. Por lo general, los de la primera parte me parecen superiores. El volumen termina con una noticia extensa sobre el origen y la publicación de cada texto, y un artículo de Domenico Scarpa dedicado a Los judíos y la polémica que este texto generó.
Quien nunca haya leído nada de Natalia Ginzburg, encontrará la mayor parte de sus novelas traducidas al catalán. Sin embargo, este libro me parece una inmejorable puerta de entrada para adentrarse en la obra de esta escritora lúcida, irreverente y, estamos convencidos, tan modesta.
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Las palabras de la noche
Todos nuestros ayeres
Anna calla, mientras todos a su alrededor hablan y gesticulan: hay quien pasa las noches tramando atentados contra Mussolini, otros que se pasean en coches descapotables o se fugan de repente. Con la guerra llegan las decisiones importantes y los actos extremos: el escenario se abre, respira dolor, pide dignidad, y el miedo es moneda común. Cuando finalmente todo acaba, los pocos que sobreviven tendrán que vérselas con un vacío lleno de preguntas sin respuesta.
La que muchos han calificado como la mejor novela de Natalia Ginzburg nos devuelve página a página los gestos de su gente y los años que cambiaron para siempre el destino de Europa: en la mirada de Anna está nuestro pasado.
Y eso fue lo que pasó
Publicada en 1947, Y eso fue lo que pasó, la segunda novela de Natalia Ginzburg, es la historia de un amor desesperado; una confesión, escrita con un lenguaje sencillo y conmovedor, de la desgarradora lucidez de una mujer sola que durante años ha soportado la infidelidad de su marido y cuyos sentimientos, pasiones y esperanzas la abocan a extraviarse inexorablemente.
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