TEJU COLE: Ciudad abierta, Acantilado, 2012, 292 páginas.
Teju Cole (1975) es el seudónimo de un estadounidense de origen nigeriano, que se define en su propia web como fotógrafo, experto en Historia del Arte y escritor.
En sus fotografías urbanas y en su primera novela larga, Ciudad abierta, se aprecia una mirada curiosa y refinada en la que lo objetivo y lo subjetivo se unen para construir un mensaje artístico lleno de alusiones a una vasta formación cultural, al tiempo que un juego de perspectivas invita a pensar sobre lo limitado de nuestras percepciones habituales y sobre la complejidad de cuanto nos rodea. Dos ejemplos de sus fotografías que coinciden con asuntos y enfoques presentes en la novela: los elementos de la naturaleza que conviven con el hombre en la ciudad, vistos en el reflejo de un espejo retrovisor; o un primer plano de un coche a través de cuyas ventanillas se ve otro coche conducido y ocupado por hombres de raza distinta a la del observador, que a su vez ocupa el asiento trasero de otro vehículo.
Las dos claves que mejor explican Ciudad abierta son: una novela-reportaje sobre Nueva York (que incluye una “tranche de vie”) y un palimpsesto. Veamos:
El protagonista, Julius, siquiatra de un hospital, ocupa sus horas de ocio en caminar por Manhattan observando con mirada “no usada”, con la sensibilidad de sus genes africanos y de su formación histórico-artística, por lo que relaciona e interpreta objetos, lugares, personajes, situaciones con referentes de la Historia mundial, la Pintura, la Arquitectura, la Música, el Cine, la Literatura… De su trabajo con los pacientes poco se muestra, pero desde su ojo clínico hay un magnífico diagnóstico de la situación actual de Nueva York: una ciudad que desde 2001 no ha experimentado el necesario proceso de duelo, por lo que vive bajo un manto de angustia. También desde su privilegiada perspectiva de mestizo en África (su madre era alemana), de negro en EEUU y en Europa, de inmigrante y de ciudadano del mundo, da cuenta de lo difícil que es vivir en cualquier lugar conservando la singularidad, la diferencia.
En la novela no hay argumento con nudo y desenlace, sino retazos de una vida que va encontrando a personajes variopintos que ayudan a definir dos posturas vitales: la de quienes no admiten al otro (al extranjero, al diferente) y la de quienes se mudan a sociedades que se abren y los acogen pero solo se quejan de su destino porque se toman el mundo como afrenta personal. Entre los dos polos hay algunos hombres que han superado las fricciones culturales por la vía de la acción (Pierre, un limpiabotas haitiano) o por la vía intelectual (el viejo profesor Saito).
Nueva York es un palimpsesto, en el que se superponen civilizaciones (los indios, los esclavos africanos, los colonos europeos) que han escrito la historia y que han dejado conflictos sin resolver que condicionan el presente. También Bélgica (adonde Julius viaja en sus vacaciones de invierno) se presenta como paradigma de tensiones raciales, étnicas y lingüísticas de origen pretérito. O los países árabes, sobre los que ha caído la tinta del imperialismo de EEUU. Y siempre, los perseguidos y pobres del mundo, que van escribiendo en el mapa de los países desarrollados –a donde llegan en busca de la felicidad- las historias de su decepción.
ión.
Nueva York es una ciudad abierta no solo por acoger sin resistencia, sino, como la Roma de Rossellini, una città aperta, donde hay vida y esperanza a pesar de las dificultades.
Concha Botaya Zumeta,
profesora de Lengua castellana y Literatura del IES Goya
Y sobre las piedras bate el casco de los caballos!
Traducción del italiano, Mario Bojórquez
ORA CHE SALE IL GIORNO
Finita è la notte e la luna
si scioglie lenta nel sereno,
tramonta nei canali.
E’ così vivo settembre in questa terra
di pianura, i prati sono verdi
come nelle valli del sud a primavera.
Ho lasciato i compagni,
ho nascosto il cuore dentro le vecchie mura,
per restare solo a ricordarti.
Come sei più lontana della luna,
ora che sale il giorno
e sulle pietre batte il piede dei cavalli!
En Círculo de poesía. Revista electrónica de poesía
Hijo de un ferroviario, el poeta, ensayista y traductor italiano Salvatore Quasimodo nació en Modica, Sicilia, en 1901. Después de realizar estudios técnicos en Messina, se trasladó a Roma para cursar ingeniería, carrera que abandonó pronto atraído por la literatura y por el estudio del griego y del latín. En 1929 marchó a Florencia donde su cuñado, el escritor Elio Vittorini, lo introdujo en los círculos literarios. Allí empezó a colaborar en la revista 'Solaria' y a publicar sus primeros libros de poesía. Más tarde, en Milán, ayudó en labores editoriales al escritor y guionista cinematográfico Cesare Zavattini y se incorporó a la redacción de 'Il Tempo', donde fue crítico teatral. En 1938 había publicado ya cinco poemarios, y en 1939 fue nombrado profesor de literatura italiana del conservatorio de Milán. En 1959 obtuvo el Premio Nobel de Literatura por expresar "la trágica experiencia de nuestra época". Falleció en Nápoles en 1968.
Su primera colección de poemas fue Aguas y tierras (1930). Con Oboe sumergido (1932) y Erato y Apollión (1936) se convirtió en uno de los principales representantes de la escuela hermética, grupo de poetas italianos que, ante la imposibilidad de criticar abiertamente al fascismo, optan por un lenguaje extremadamente oscuro y complejo. La evocación nostálgica de su tierra natal, Sicilia, está presente en obras como Nuevas poesías (1936-1942) o Y de repente la noche (1942). Las vivencias de la guerra y de la ocupación alemana marcaron un giro en su poesía, que se alejó paulatinamente del hermetismo y se hizo más comprometida -expresando su oposición al fascismo, los horrores de la guerra y el sentimiento de culpa del pueblo italiano (Con el pie extranjero sobre el corazón, 1946, y Día tras día, 1947)- y vitalista (La vida no es sueño, 1949; La tierra incomparable, 1958, y Dar y tener, 1966).
Quasimodo fue, además, un excelente traductor de autores clásicos griegos y romanos, como Homero, Virgilio, Catulo, Sófocles o Esquilo, así como de Shakespeare, Molière, Neruda, P. Eluard y otros poetas modernos, fundamentalmente británicos y norteamericanos. Su labor como traductor resultó determinante en la formación de su estilo.
Mi padre me contó esta historia. Sucedió a principios de la década de 1920 en Seattle, antes de que yo naciera. Él era el mayor de seis hermanos y una hermana, algunos de los cuales ya no vivían en casa de sus padres.
La economía familiar había recibido un duro golpe. El negocio de mi padre había quebrado, casi no había trabajo y el país estaba al borde de la quiebra. Aquel año teníamos un árbol de Navidad, pero no teníamos regalos. Sencillamente no podíamos permitírnoslos. En Nochebuena todos nos fuimos a la cama con los ánimos bastante bajos. Pero lo increíble fue que, al despertarnos la mañana de Navidad, nos encontramos con un montón de regalos bajo el árbol. Intentamos mantener la calma durante el desayuno, pero acabamos con él en tiempo récord. Entonces comenzó la diversión. La primera fue mi madre. Todos la rodeamos llenos de curiosidad y, cuando abrió su paquete, vimos que le habían regalado un viejo chal que «había perdido» hacía ya muchos meses. A mi padre le tocó un hacha con el mango roto. A mi hermana, sus viejas zapatillas de andar por casa. Uno de los chicos recibió unos pantalones remendados y arrugados. A mí me tocó un sombrero, el que yo creía haberme dejado en un restaurante, allá por el mes de noviembre. Cada una de aquellas cosas desechadas representó una total sorpresa. Al poco rato nos entró tal ataque de risa que apenas podíamos desatar el lazo del siguiente paquete. Pero ¿de dónde procedía tanta generosidad? Todo había sido obra de mi hermano Morris. Durante muchos meses había estado escondiendo en secreto cosas viejas que él sabía que no echaríamos de menos. Entonces, en Nochebuena, después de que todos nos hubiésemos ido a la cama, había envuelto los regalos y, silenciosamente, los había colocado bajo el árbol. Recuerdo aquella Navidad como una de las más bonitas de mi vida.
Paul Auster (ed.), Creía que mi padre era Dios, traducción de Cecilia Ceriani, Anagrama, 2002
Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) es escritor, traductor y cineasta. Estudió literatura francesa, italiana e inglesa en la Universidad de Columbia y, tras un breve periodo como marino en un petrolero, vivió tres años en Francia, donde trabajó como traductor, "negro" literario y cuidador de una finca. Desde 1974 reside en Nueva York. Es miembro de la American Academy of Arts and Letters y Caballero de la Orden de las Artes y las Letras Francesa. En 2006 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su carrera literaria.
Empezó escribiendo poesía: Poesía completa (Seix Barral, 2012) recoge por primera vez en castellano toda su poesía en edición bilingüe. Es autor asimismo de los libros Jugada de presión (1982, publicado bajo el seudónimo Paul Benjamin); La invención de la soledad (1982); La trilogía de Nueva York (1987), compuesta por las novelas Ciudad de cristal (1985), Fantasmas (1986) y La habitación cerrada (1986); El país de las últimas cosas (1987); El Palacio de la Luna (1989); La música del azar (1990); Pista de despegue (1990); Cuento de Navidad (1990); Leviatán (1992, Premio Medicis); El cuaderno rojo (1992); Mr. Vértigo (1994); A salto de mata (1997); Tombuctú (1999); Experimentos con la verdad (2000); El libro de las ilusiones (2002, Premio al mejor libro del año del Gremio de Libreros de Madrid); Historia de mi máquina de escribir (2002); La noche del oráculo (2003, Premio Qué Leer); Brooklyn Follies (2005);Viajes por el Scriptorium (2006); Un hombre en la oscuridad (2008); Invisible (2009); Sunset Park (2010) y Winter Journal(2012); de Colección y de los guiones de las películas Smoke (1995) y Blue in the Face (1995), en cuya dirección colaboró con Wayne Wang, y Lulu on the Bridge (1998) y La vida interior de Martin Frost (2007), que dirigió en solitario. Su obra ha sido traducida a más de treinta idiomas.
Paul Auster es el editor de los ciento ochenta relatos incluidos en el libro Creía que mi padre era Dios (Relatos verídicos de la vida americana), 2001. El libro nació de la invitación del escritor a los oyentes de su programa semanal en la Radio Pública Nacional para que escribiesen y le enviasen relatos personales, breves y verídicos, que posteriormente serían leídos por Auster en su programa. Ante la imposibilidad de leer los más de cuatro mil relatos recibidos, optó por publicar una selección de los mismos.
El amor dice que es un error preguntarse demasiado.
La inteligencia dice que el pájaro vuela.
El amor dice que el pájaro es un dios.
La inteligencia dice que el amor le molesta.
El amor dice que envidia a la inteligencia.
Alain Bosquet, en De la duda y de la gracia (1945 a 1984)
Selección de poemas, Laia, 1986. Versión de Juan Liscano.
VERSIÓN ORIGINAL EN FRANCÉS :
L’intelligence et l’amour
L’intelligence dit que la fourmi travaille. L’amour dit qu’elle souffre. L’intelligence dit que la fleur est éclose. L’amour dit qu’elle est belle et va mourir. L’intelligence dit que la pierre est muette. L’amour dit qu’elle a peur de parler. L’intelligence dit que l’astre en cache d’autres. L’amour dit qu’il est seul dans sa gloire infinie. L’intelligence dit que la rivière coule. L’amour dit qu’elle passe et que c’est triste. L’intelligence dit qu’elle est lumière. L’amour dit qu’il accepte d’être aveugle. L’intelligence dit que le jour suit la nuit. L’amour dit que le jour et la nuit se confondent. L’intelligence dit qu’il faut comprendre. L’amour dit qu’on a tort de trop s’interroger. L’intelligence dit que l’oiseau vole. L’amour dit que l’oiseau est un dieu. L’intelligence dit que l’amour le dérange. L’amour dit qu’il envie l’intelligence.
(Alain Bosquet, Le livre du doute et de la grâce, 1977)
Acuérdate de ti
[Poema - Texto completo.]
Alain Bosquet
¡Oh, acuérdate de ti!
En un jardín cogías algunas fábulas.
Unas personas muy justas
Hablaban del mundo y de su caída.
Tú te decías: “¿Tiene usted un sobrenombre?”,
Y te contestabas: “Me llamo
Joya ahogada, fruta que se niega a abrirse,
Infanta sin castillo”.
Te cogías de tu mano para no estar sola
Entre las flores de aprendizaje.
La época era núbil.
Si esta tarde pasaras
Ante la adolescente que fuiste,
¿Te atreverías a reconocerte
Y a invitarte a tomar el suspiro?
No tienes que acordarte de ti.
Diálogo amoroso
[Poema - Texto completo.]
Alain Bosquet
Dije: «¿Su nombre?»
Y ella:
«Como más le guste.»
Dije: «¿Elegimos Carole?»
Y ella:
«Por el momento, acepto.»
Dije: «¿Está usted sola?»
Y ella:
«No, estoy con usted.»
Dije: «¿ Y si hacemos el amor?»
Y ella:
«Su deseo tiene todos los derechos.»
Dije: «¿Qué clase de hombres le gustan?»
Y ella:
«Croupiers, industriales, profesores de natación.»
Dije: «¿Sus preferencias?»
Y ella:
«Los hombres tristes, pero no demasiado.»
Dije: «¿Vamos a comer?»
Y ella:
«Las ostras son un buen preludio.»
Dije: «¿Lee usted libros?»
y ella:
«Sartre, Camus y Thomas Mann.»
Dije: «Tiene usted unos pechos muy bonitos.»
Y ella:
«Sí, a mí también me gustan.»
Dije: «Es usted prácticamente divina.»
Y ella:
«Tiene usted razón.»
Dije: «¿Qué le gusta que le regalen?»
Y ella:
«A lo mejor esto es gratis.»
Hicimos el amor
el lunes, el martes, el domingo
y el lunes siguiente.
Discutimos sobre Flaubert,
luego sobre Tolstói.
Dije:
«Tiene usted unas rodillas inolvidables.»
Y ella:
«¿Sólo las rodillas?»
Nos cansamos el uno del otro
el mismo día, a la misma hora,
lo cual es infrecuente y virtuoso.
Vacilación
[Poema - Texto completo.]
Alain Bosquet
Preséntame a la desconocida
que tú te vuelves al momento
en que el poema se insinúa
como un insecto entre tus dedos,
y, al repartirte con los lobos,
vuelve golondrinas tus senos.
¿Eres mía, mujer rebelde,
que transformada en piedra veo?
Mírame ahora, soy tu amo
y el infinito aquí te enseño:
a cada paso que avanzamos
hay que renacer ante el verbo
que une obediencia y aventura.
Reconstruyo tu brazo nuevo
y reconstruyo tu figura,
mas nos lleva este movimiento
hasta el fondo de nuestra sangre
-niños que acosa un blanco vértigo
y cuyo sueño vale apenas
la sílaba que está muriendo.
Alain Bosquet es seudónimo de Anatole Bisk, poeta y escritor francés de origen ruso, nacido en Odessa (Rusia) en 1919. Sus antepasados paternos, originarios de Alsacia y Bélgica, emigran a Ucrania a mediados del siglo XIX para trabajar en el ferrocarril. Su padre, también poeta, fue quien primero tradujo al ruso a Rainer María Rilke. Su madre, Berthe Turianski, era violinista y procedía de una familia de judíos alemanes. La guerra civil en Ucrania obliga a sus padres al exilio y, tras pasar por Bulgaria, se establecen en Bélgica en 1925. En 1938 inició estudios de Filología en la Universidad Libre de Bruselas, que tuvo que completar años más tarde en la Sorbona, ya que en 1940 fue movilizado. Hizo la guerra con el ejército belga y más tarde con el francés. Una vez ocupada Francia por los alemanes, vive un tiempo en Montpellier; más tarde, en París adquiere el Diploma de la Escuela de Perfeccionamiento de Profesores de Lengua y Literatura francesas, es entonces cuando cambia su nombre por el de Alain Bosquet. Posteriormente, marcha a Nueva York donde en 1942 fue subdirector de ' Voix de France', primer periódico de Charles de Gaulle, y con el ruso Yvan Goll fundó la revista literaria 'Hemisferios'. En esta época conoció a importantes escritores y artistas, entre ellos al surrealista André Breton (que publicó los poemas de Bosquet en 'VVV'), M. Maeterlink, Thomas Mann, Marc Chagall o Bela Bartók. Enrolado en el ejército americano, sirvió en Texas, California y Maryland antes de ser enviado a Irlanda del Norte en diciembre de 1943. Al año siguiente estuvo en Londres en la oficina del general Eisenhower con la misión de examinar las defensas costeras alemanas en la Francia ocupada. En junio de 1944 participa en el desembarco de Normandía, avanza con el ejército americano y es uno de los primeros en entrar en el campo de concentración de Buchenwald. Al finalizar la guerra fue oficial de enlace en la comisión cuatripartita de control en Berlín (1945-1951), y publicó su primera obra, La vie est clandestine (1945). En 1951 se instala en París donde colabora en 'Combat', de Albert Camus, y publica artículos en diferentes medios. A finales de la década de los cincuenta trabaja como profesor de literatura francesa en universidades estadounidenses, pero regresa para enseñar literatura americana en la universidad de Lyon. Fue director literario de Ediciones Calmann-Lévy (1961-1971), y trabajó como periodista, traductor y crítico literario en 'Combat' (1952-1974), 'Le Monde', 'Le Figaro' y 'Le Quotidien de Paris', al tiempo que escribía poesía, novela y ensayo. Naturalizado francés en 1980, fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua y la Literatura francesas de Bélgica en 1986. Falleció en París el 17 de marzo de 1998. Es autor de una veintena de libros de poesía, de los que destacan Lengua muerta, premio Guillaume Apollinaire en 1951; Segundo testamento, premio Max Jacob en 1959; Cuatrotestamentos y otros poemas (1967), premio de poesía de la Academia Francesa, El libro de la duda y de la gracia (1977), Sonetos para un fin de siglo (1980) y El tormento de Dios (1987), premio Goncourt de Poesía. Su poesía completa fue recogida en Yo no soy un poeta de agua dulce. Poemas completos (1945-1994). Sobre su poesía ha escrito Juan Liscano que "aunque proclama la muerte del poeta y el imperio del poema, tiene como centro al ego, a la propia experiencia, la anécdota vital disfrazada". De su abundante obra narrativa, sobresalen Las pequeñas eternidades (1964), La confesión mexicana (1965), premio Interallié; Los tigres de papel (1968), Una madre rusa (1978), Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, y la trilogía Los treinta primeros años (1982-1984). Es autor, asimismo, de lúcidos ensayos sobre Saint-John Perse, Eugène Ionesco, Walt Whitman o Emily Dickinson.
Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982 / Foto: Archivo
El popular ‘Gabo’, un malabarista de la narración, Premio Nobel de Literatura en 1982 y creador de una joya literaria: “Cien años de soledad”. Ese fue Gabriel García Márquez, quien estaría cumpliendo 92 años este 6 de marzo, de no ser porque el 17 de abril de 2014 partió de esta Tierra para ir a otro plano. Nadie sabe bien a dónde, pero lo que sí se sabe es que en vida, el escritor colombiano dijo, entre bromas y verdades, “yo no creo en Dios, pero le tengo miedo”.
Quizá sería por eso que en su pluma se hace referencia a varios pasajes bíblicos, concretamente en la obra “Cien años de soledad”. Varios analistas críticos –entre los que puede mencionarse a Ricardo Gullón, Mario Vargas Llosa, Germán Darío Carrillo, Juan Manuel García Ramos y Benjamín Torres Caballero– han insistido en que la Biblia ejerce una influencia importante en esta novela.
De hecho, el comienzo del libro parece una inspiración del mismo Génesis: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”, simbología de la Creación.
El doctor Carlos Augusto Rodríguez Garcés, en el portal “¿Qué sabes sobre el pesebre?”, afirma que, incluso, los hijos de Adán y Eva están presentes en la historia: “Caín y Abel se perciben en la muerte de Prudencio Aguilar a manos de Mauricio. Todos llevan una marca en la frente a manera de la Tau, distintivo de protección de Caín. Los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía llevaron cruces de ceniza en la frente, pues todos serían fusilados menos uno. Después de matar a Prudencio Aguilar al atravesar la garganta de una lanzada, José Arcadio Buendía no lograba tranquilizar su conciencia”. Su esposa Úrsula, al ver su sufrimiento, lo convence para que se vayan del pueblo.
El crítico español Ricardo Gullón tiene otra posición respecto a este pasaje de la novela: según explica, tiene ver con la escapada de Moisés al desierto tras haber dado muerte al egipcio y la posterior salida del pueblo hebreo. Para quienes han leído la obra, es importante recordar lo que escribe García Márquez tras las palabras de Úrsula: “Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido”.
La llegada de los peregrinos a su punto de destino parece calcada del capítulo 34 de Deuteronomio: “Una mañana, después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la vertiente occidental de la sierra. Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura acuática de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo”.
Hasta las plagas de Egipto tienen lugar en el texto del ‘Gabo’, y es que en Macondo se padecen los siguientes males: plaga del insomnio, plaga de las guerras civiles, plaga del olvido, plaga de la solapada invasión norteamericana, plaga del banano, entre otras. Según Gullón, “la variante introducida por García Márquez no afecta a la sustancia, sino a la extensión de la condena. En la Biblia sólo son castigados los dominadores; en Macondo también los sometidos, los contagiados”.
Por otra parte, en “Cien años de soledad” se habla de un diluvio que azota a Macondo, el cual acaba con el ganado que Petra Cotes le dio a su familia y, como anunció la misma Úrsula, ella muere y el pueblo queda desolado.
Como estas, hay muchas referencias a las Sagradas Escrituras en la obra que convirtió a García Márquez en Nobel de Literatura. Lo interesantes es que, contrario a lo que dijo en una entrevista (“Yo no creo en Dios, pero lo tengo miedo”), en el tercer capítulo de su novela deja algo claro a sus lectores: “Macondo, Dios existe”.
"Debemos respeto a los vivos; a los muertos solo les debemos la verdad".
Voltaire
Le Monde no fue el único periódico que anunció la muerte de Beauvoir con términos sexistas, despreciativos y falsos, estableciendo de esta manera el tono de su vida ultraterrena. Los obituarios de la prensa internacional y de las revistas literarias presentaban a Beauvoir como una mujer que siguió a Sartre hasta en la muerte, pues aun en su fallecimiento ocupó obedientemente el lugar que le correspondía: el segundo. Si en los obituarios de Sartre no se hacía mención alguna de Beauvoir, los de ella en cambio mencionan siempre a Sartre, en ocasiones por extenso, dejando el espacio correspondiente a las obras de Simone de Beauvoir prácticamente en nada.
The Times de Londres apostilló que Sartre fue "su gurú"; que cuando estudiaba filosofía en la Soborna había sido "alumna de Brunschvicg, pero [que] en la práctica sus maestros fueron dos compañeros de estudios con los que tuvo aventuras amorosas: René Maheu y Sartre". De hecho, Beauvoir había estudiado realmente con Brunschvicg, hizo sus progresos filosóficos sin la ayuda de esos hombres, instruyó a Maheu y a Sartre sobre Leibniz antes del examen oral de la agrégation y analizó críticamente casi todo lo que escribió Sartre a lo largo de su vida.
En The New York Times leemos que "Sartre encendió sus ambiciones literarias y la indujo a investigar esa opresión que tanta ira y tantas acusaciones provocaba en Le seconde sexe". Sartre sí que encendió sus ambiciones literarias y no cabe duda de que Beauvoir tenía en muy alta estima a su "amigo incomparable del pensamiento". Pero su libro se titulaba Le deuxième sexe, y para entonces ella ya llevaba mucho tiempo desarrollando su filosofía y su análisis de la opresión de las mujeres. The Washington Post no solo citó mal el título de la obra, sino que además describió a Beauvoir como la "enfermera de Sartre", la "biógrafa de Sartre", la "desconfiada" mujer de Sartre.
Cabría esperar más justicia de las revistas literarias especializadas, pero no fue así. Las siete páginas que ocupa la entrada "Simone de Beauvoir" en el Dictionary of Literary Biography Yearbook están dedicadas tanto a Sartre como a Beauvoir. Se dice que Sartre, verdadero protagonista del artículo, la hacía sentirse "intelectualmente dominada" y que le sugirió la idea de El segundo sexo.
En la Revue de deux mondes leemos que en su caso "la jerarquía se respeta [hasta en la muerte]: ella es la número dos, la que fallece después de Sartre; [...] como es una mujer, no deja de ser nunca una admiradora incondicional del hombre al que ama". Es una fan, un receptáculo vacío, un ser sin imaginación: "Tiene la misma fantasía que un tintero", decía el articulista. Y no eran estos sus únicos defectos. Mediante su rol en "la familia" Beauvoir limitó y perjudicó a un gran hombre: "La vida de Sartre habría sido distinta sin el infranqueable muro construido en torno a la pareja, sin esa venganza cuidadosamente sostenida".
En 1991, cuando se publicó la traducción al inglés de sus cartas a Sartre, incluidos los pasajes en que habla de sus relaciones sexuales con Bienenfeld y Sorokine, los críticos dijeron que era "una mujer vengativa y manipuladora", no tanto "escandalosa cuanto egocéntrica e insustancial". Claude Lanzmann se opuso en su momento a la publicación de la correspondencia porque Beauvoir y Sartre habían sido en su juventud unos "pretenciosos y competitivos" escritores de cartas, y aunque Beauvoir alguna vez hubiera pensado mal de sus allegados, la simple idea de herirlos le resultaba insoportable: nunca faltó a una cita con su madre, con su hermana, con personas ajenas a la familia, si es que había aceptado reunirse con ellas, o con alumnas a las que conocía desde hacía tiempo, porque era sumanente leal a las ideas compartidas en el pasado.
Lanzmann tenía razón: las palabras de Beauvoir hicieron daño. Como la biografía escrita por Deirdre Bair había hecho pública su identidad, Bianca Lamblin escribió su propia biografía, Memorias de una joven informal, y acusó a Simone de llevar toda la vida mintiendo. Según ella, estaba siendo "presa de su antigua hipocresía".
Pero es muy triste tener que reducir la vida de Beauvoir a sus peores momentos, a esas momias de yoes muertos que ella tanto lamentaba. Puede que hubiera estado atrapada por su propio pasado, pero también era presa de los prejuicios sociales; su vida es un buen reflejo de la doble moral que encerraba a las mujeres en "la condición femenina" y, sobre todo, del modo en que eran castigadas cuando se atrevían a decir la verdad, cuando reivindicaban la facultad de ser el "ojo que ve" y descubrían los vicios de los hombres.
Sartre fue también objeto de sus críticas, tanto desde el punto de vista personal como desde el filosófico y el político: Beauvoir pensaba que Jean-Paul tenía puntos débiles, y los hizo públicos para que los viera también el resto del mundo. Aun así, decidió ser su amante compañera.
Beauvoir fue enterrada junto a Sartre en el cementerio de Montparnasse, con su turbante rojo, su albornoz rojo y el anillo de Algren. Fue homenajeada por asociaciones de todo el mundo, desde el Partido Socialista francés hasta universidades de Estados Unidos, Australia, Grecia y España. En el funeral, la multitud coreó las palabras de Élisabeth Badinter: "¡Mujeres, se lo debéis todo!".
Puede que exagerasen a causa del dolor, pero Beauvoir fue la primera en admitir que a algunas mujeres sus ideas les parecían "perturbadoras".10 A los pocos días de su muerte se publicó su último escrito: el prólogo de la novela Mihloud. Es una historia de amor entre dos hombres en la cual se plantean cuestiones relativas a la sexualidad y el poder. Al igual que tantos otros libros en los que había colaborado como prologuista, este contaba una historia que no convenía hacer pública: el Holocausto, la tortura y violación de las mujeres argelinas, los esfuerzos del feminismo o la marginación de una lesbiana de mucho talento; es decir, aspectos de la humanidad que muchas personas no se atrevían a afrontar.
Cuando murió, Beauvoir llevaba cuarenta años siendo una celebridad: era tan querida como odiada, tan vilipendiada como idolatrada. Desde entonces se han utilizado algunos episodios de sus primeros años con Sartre como argumento ad feminam para socavar su integridad moral, así como los desafíos filosóficos, políticos y personales planteados en sus obras, sobre todo en El segundo sexo. Beauvoir había afirmado que los hombres, si querían vivir de acuerdo con los principios de la ética, debían reconocer que sus actos contribuían a oprimir al resto de la humanidad y hacer algo para enmendarse. Y también había desafiado a las mujeres para que dejasen de creer en el mito de que ser mujer es ser para el hombre. Resulta difícil salir adelante como persona si desde fuera te juzgan de una manera implacable.
Desde dentro, Beauvoir nunca se consideró "un ídolo". En una entrevista con Alice Schwarzer, declaró: "Soy Simone de Beauvoir para otras personas, no para mí misma».Sabía que las mujeres deseaban imitar modelos positivos; a menudo le preguntaban por qué no había creado personajes más animosos, en vez de escribir acerca de mujeres incapaces de estar a la altura de sus ideales feministas. Algunas dijeron ver a Beauvoir en sus personajes femeninos: ¿y si estos no estaban a la altura de sus ideales feministas porque la propia Beauvoir tampoco lo estaba?
Simone respondió que los héroes buenos eran "horribles" y que los libros con esos héroes le parecían aburridos. Una novela, dijo, "es una problemática". Y, según ella, eso era también su propia vida:
"La historia de mi vida es una especie de problemática; yo no quiero ofrecer soluciones a la gente y la gente no tiene derecho a esperar soluciones de mí. Por eso, a veces, me molesta mi "celebridad" —es decir, la atención de la gente—. Hay exigencias que me parecen un tanto estúpidas, porque me aprisionan y me insertan en una especie de bloque de hormigón feminista".
Mientras estuvo viva, las mujeres rechazaron sus ideas simplemente por su modus vivendi: porque amaba a demasiados hombres, o amaba al hombre equivocado, o amaba al hombre adecuado pero de forma torpe (aún no sabían lo de sus relaciones lésbicas). La acusaron de dar demasiado poco de sí misma o de dar en exceso, de ser demasiado feminista o no lo bastante. Beauvoir reconoció que su forma de tratar a los demás no siempre había sido irreprochable. Lamentaba profundamente el sufrimiento que su relación con Sartre causaba a les tiers, es decir, a los "terceros" contingentes.
Cuando Schwarzer le preguntó si el hecho de que su relación con Sartre fuera el mayor éxito de su vida significaba que realmente habían conseguido mantener una relación basada en la igualdad, Beauvoir contestó que entre ellos nunca había surgido el problema de la desigualdad porque Sartre no tenía "ninguna de las características del opresor". Resulta llamativo que la propia Beauvoir dijera entonces que "si hubiera amado a otra persona que no fuera Sartre", no se habría dejado subyugar. Algunos han interpretado ese comentario como que Beauvoir escapó de la dominación gracias a su independencia profesional; las feministas se preguntan si obró de mala fe, si Sartre era "el único aspecto sacrosanto de su vida que debía proteger hasta de sus propias críticas".
Hoy en día, no cabe duda de que fue crítica con Sartre, aunque para muchos no lo bastante.
A mediados de la década de 1980, un filósofo estadounidense le dijo a Margaret Simons que estaba molesta con Beauvoir porque en su autobiografía hablaba siempre de "nosotros". ¿Dónde estaba ella? "Había desaparecido por completo". Pero no había desaparecido. Usaba su voz. Hablaba de "nosotros", pero también decía "yo", porque creía que "se puede estar unida a un hombre y seguir siendo feminista". De hecho, se podía estar unida a varios hombres... y a varias mujeres. Pensaba que lo más importante de ella eran sus pensamientos, y que Sartre era su amigo incomparable. Los críticos de Beauvoir la consideraban una segundona sin imaginación; hasta sus amantes le decían que su libros eran aburridos o que estaban sobrecargados de filosofía; pero Sartre fue, durante gran parte de su vida, su "principal fuente de apoyo", un interlocutor en un encuentro de dos mentes inigualables.
Nunca sabremos cómo fue Beauvoir desde dentro: la vida vivida no se puede reconstruir a partir de la vida narrada. Pero, desde fuera, no debemos olvidar la fuerza con que luchó para llegar a ser ella misma. A veces escribió de manera imperceptible sobre su "yo". En La fuerza de las cosas afirma que tenía su propia filosofía relativa al ser y a la nada antes de conocer a Sartre, el hombre que se hizo famoso por escribir, justamente, El ser y la nada. Había un "enfrentamiento fundamental "entre el ser y la nada que yo esbocé en mi diario cuando tenía veinte años, y que he intentado resolver sin éxito en todos mis libros". Pero también dijo que, después de La invitada, algo cambió: "Siempre tenía 'algo que decir".
En Final de cuentas (1972) hay un pasaje en el que Beauvoir dice explícitamente que prefería compartir la vida con alguien que fuese "muy importante para ella: generalmente Sartre, y en ocasiones Sylvie". Dice a las claras que no establecía distinción alguna entre "yo" y "nosotros" porque, dejando aparte algunos breves períodos, siempre tuvo a alguien con ella. Posteriormente describió la soledad como "una especie de muerte", y se retrató a sí misma como alguien que volvía a la vida cuando sentía "el calor del contacto humano".
A Beauvoir le encantaba la filosofía, pero quería que esta expresara la "realidad palpable", quería "rasgar la red hábilmente tejida de nuestro yo convencional". En muchos casos eligió la literatura como medio ideal para lograrlo porque sus personajes tomaban forma al estar en contacto unos con otros. Nietzsche pensaba que "es imposible instruir en el amor", pero Beauvoir creía que era posible mostrarlo. En sus novelas ponía ejemplos concretos de hombres y mujeres que adolecían de falta de reciprocidad. Y en El segundo sexo hizo afirmaciones explícitamente filosóficas: que el amor, para ser moral, debe ser recíproco, esto es, que tanto el amado como la amada deben ser reconocidos como seres conscientes y libres; que deben involucrarse en los proyectos vitales del otro y, cuando su amor es sexual, ser vistos como sujetos sexuales, no como objetos.
Cuando Rousseau analiza en términos políticos la historia de la "civilización" en su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, lo que pretende es identificar las desigualdades existentes entre los seres humanos. Cuando en La genealogía de la moral Nietzsche mira al pasado para arrojar luz sobre la moralidad del presente, afirma que con la "muerte de Dios" se hace necesaria una "reconsideración de los valores". Beauvoir pensaba que era necesaria una reconsideración filosófica de la mujer, y que las mujeres no podrían alcanzar la libertad si no había una revaluación de lo que la "civilización" llamaba amor.
Cuando un filósofo como Platón utiliza una narración literaria para exponer sus ideas, se dice que eso es filosofía. Cuando habla del amor, se dice que es filosofía, incluso si lo hace en un contexto en el que la pederastia es una norma cultural y analiza algo tan absurdo como el cuento de que todos los seres humanos fueron en otro tiempo cuadrúpedos, que hemos sido separados de nuestra otra mitad, y que ahora anhelamos reunirnos con la parte que nos falta.
La vida de Simone de Beauvoir se convirtió en símbolo del éxito para unas mujeres que ya no se contentaban con "soñar a través de los sueños de los hombres". Beauvoir fue "la voz feminista del siglo XX", fue una filósofa cuyo pensamiento modificó claramente las normas legales y la vida de muchas mujeres. Sin embargo, en 2008, en el centenario de su nacimiento, Le Nouvel Observateur decidió homenajearla publicando una foto suya desnuda, cuando ella misma había intentado ilegalizar las imágenes explícitas de mujeres.
Desde dentro, Beauvoir se veía como un devenir incesante. Creía que ningún aspecto de su vida mostraba a la verdadera Simone de Beauvoir porque "no hay un solo instante de la vida que concilie todos los momentos que la componen". Toda acción alberga la posibilidad de fracasar, y algunos fracasos solo se hacen manifiestos cuando ya no tienen remedio. El tiempo pasa, los sueños cambian, y el yo está siempre fuera de nuestro alcance. Los momentos singulares en el devenir de Beauvoir fueron extraordinariamente diversos. Pero, si hay una cosa que aprender de la vida de Simone de Beauvoir, es esta: nadie llega a ser uno mismo estando solo.