Yo creo que un libro debe ser realmente una herida, debe trastornar la vida del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien, azotarle. Puesto que los libros que he escrito han surgido de mis malestares, por no decir de mis sufrimientos, es preciso que en cierto modo transmitan esto mismo al lector. No, no me gustan los libros que se leen como quien lee el periódico, un libro debe conmoverlo todo, ponerlo todo en cuestión.
E.M.Cioran.
“Echo a andar. El viento me trae el grito de una sirena. Estoy solo, pero camino como un ejército que irrumpiera en una ciudad. En este momento hay navíos resonantes de música en el mar; se encienden luces en todas las ciudades de Europa; nazis y comunistas se tirotean en las calles de Berlín; obreros sin trabajo callejean en Nueva York; mujeres delante del espejo, en habitaciones caldeadas, se ponen cosmético en las pestañas. Y yo estoy aquí, en esta calle desierta, y cada tiro que parte de una ventana de Neukölln, cada vómito de sangre de los heridos, cada ademán menudo y preciso de las mujeres que se engalanan, responde a cada uno de mis pasos, a cada latido de mi corazón (…) Frente al pasaje Gillet ya no sé qué hacer. ¿Acaso no me aguardan en el fondo del pasaje? Pero también en la Plaza Ducoton, al final de la calle Tournebride hay cierta cosa que me necesita para nacer. Estoy lleno de angustia: el menor gesto me compromete. No puedo adivinar qué quieren de mí. Sin embargo, es preciso escoger; sacrifico el pasaje Gillet, ignoraré para siempre lo que me reservaba” (Págs. 89-90)
“Algo comienza para terminar: la aventura no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte, que acaso sea también la mía, me veo arrastrado irremisiblemente. Cada instante aparece para traer los siguientes. Me aferro a cada instante con toda el alma; sé que es único, irremplazable, y sin embargo, no movería un dedo para impedir su aniquilación. El último minuto que paso –en Berlín, en Londres- en brazos de una mujer conocida la antevíspera –minuto que amo apasionadamente, mujer que estoy a punto de amar- terminará, lo sé. En seguida partiré a otro país. Nunca recuperaré esta mujer, ni esta noche. Me inclino sobre cada segundo, trato de agotarlo; no dejo nada sin captar, sin fijar para siempre en mí, nada, ni la ternura fugitiva de esos hermosos ojos, ni los ruidos de la calle, ni la falsa claridad del alba; y sin embargo, el minuto transcurre y no lo detengo; me gusta que pase (…) Y entonces de pronto algo se rompe. La aventura ha terminado, el tiempo recobra su blandura cotidiana. Me vuelvo; detrás de mí la hermosa forma melódica se hunde entera en el pasado. Disminuye; al declinar se contrae, ahora el fin y el comienzo son una sola cosa. Al seguir con los ojos ese punto de oro, pienso que –aunque hubiese estado a punto de morir, de perder una fortuna, un amigo- aceptaría revivirlo todo, en las mismas circunstancias, de cabo a rabo. Pero una aventura no se empieza de nuevo ni se prolonga” (Págs. 64-65)
SARTRE, EN LA NÁUSEA:
"yo no tengo amigos ¿es por eso mi carne tan desnuda?
se diría.. sí, se diría como la naturaleza sin los hombres"
se diría.. sí, se diría como la naturaleza sin los hombres"
La náusea (Fragmento)
Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción: "Tengo que termi...yo ex...Muerto...M. de Roll...ha muerto...No soy...Yo ex..." Sigue, sigue, y no termina nunca. Es peor que lo otro, porque me siento responsable y cómplice. Por ejemplo, yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso que existo. ¡Oh, que larga serpentina es esa sensación de existir! Y la desenvuelvo muy despacito...¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo...y vuelve a empezar: "Humo...no pensar...no quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento". ¿Entonces no se acabará nunca?
Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso...y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento - es atroz - si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza..., si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entrero y renueva mi existencia.
Jean-Paul Sartre
Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción: "Tengo que termi...yo ex...Muerto...M. de Roll...ha muerto...No soy...Yo ex..." Sigue, sigue, y no termina nunca. Es peor que lo otro, porque me siento responsable y cómplice. Por ejemplo, yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso que existo. ¡Oh, que larga serpentina es esa sensación de existir! Y la desenvuelvo muy despacito...¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo...y vuelve a empezar: "Humo...no pensar...no quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento". ¿Entonces no se acabará nunca?
Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso...y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento - es atroz - si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza..., si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entrero y renueva mi existencia.
Jean-Paul Sartre
Fuentes de Información - La náusea (Fragmento) [Jean paul Sartre]
“Durante los quince días que siguieron salí muy poco. Me dejaba invadir lentamente por mi crimen. En el espejo, donde a veces iba a mirarme, comprobaba con placer los cambios en mi rostro. Los ojos se habían agrandado, se comían toda la cara. Estaban negros y tiernos tras de los quevedos, y yo los hacía girar como planetas. Bellos ojos de artista y de asesino.”
–Jean Paul Sartre (El muro, pp.98)
El Muro (Jean Paul Sartre) - (Año de publicación: 1939)
PDF]jean paul sartre. el muro.
“El hombre no es otra cosa que lo que él se hace”,
Sartre en El existencialismo es un humanismo.
«Un ser humano adulto no puede ni debe estar defendiendo sus defectos en hechos ocurridos durante su infancia, eso es mala-fe y falta de madurez».
Jean Paul Sartre
Trópico de Cáncer de Henry Miller:
Considerada por buena parte de la crítica como la mejor de sus obras, en su primera novela se sitúa Miller en la estela de Walt Whitman y Thoreau para crear un monólogo en el que el autor hace un inolvidable repaso de su estancia en París en los primeros años de la década de 1930, centrada tanto en sus experiencias sexuales como en sus juicios sobre el comportamiento humano.
"Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos."
"No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios."
"La época exige violencia, pero sólo estamos obteniendo explosiones abortivas. Las revoluciones quedan segadas en flor, o bien triunfan demasiado de prisa. La pasión se consume rápidamente. Los hombres recurren a las ideas, comme d´habitude. No se propone nada que pueda durar más de veinticuatro horas. Estamos viviendo un millón de vidas en el espacio de una generación. Obtenemos más del estudio de la entomología, o de la vida en la profundidades marinas, o de la actividad celular....."
"Dondequiera que voy las personas están echando a perder sus vidas. Cada cual tiene su tragedia privada. La lleva ya en la sangre: infortunio, hastío, aflicción, suicidio. La atmósfera está saturada de desastre, frustración, futilidad. Rascarse y rascarse....hasta que no quede piel. En lugar de desanimarme, o deprimirme, disfruto. Pido a gritos cada vez más desastres, calamidades mayores, fracasos más rotundos. Quiero que el mundo entero se descentre, que todo el mundo se rasque hasta morir."
"Durante cien años o más, el mundo, nuestro mundo, ha estado muriendo. Y, en estos cien últimos años aproximadamente, ningún hombre ha sido lo bastante loco como para meter una bomba por el ojo del culo a la creación y hacerla saltar por los aires. El mundo está pudriéndose, muriendo poco a poco. Pero necesita el coup de grace, necesita saltar en pedazos. Ninguno de nosotros está intacto, y sin embargo, tenemos en nuestro interior todos los continentes y los mares que separan los continentes y las aves del aire. Vamos a consignar la evolución de este mundo que ha muerto, pero que no ha recibido sepultura. Estamos nadando en la superficie del tiempo y todo lo demás ha naufragado, está naufragando, va a naufragar.."
"París está lleno de gente pobre: la legión de mendigos más orgullosos y sucios que haya pisado la tierra, me parece a mí. Y, aún así, dan la impresión de estar en casa. Eso es lo que distingue al parisino de los habitantes de otras metrópolis. Cuando pienso en Nueva York, tengo una sensación muy diferente. Nueva York hace que hasta un rico se sienta insignificante. Nueva York es frío, reluciente, maligno. Los edificios dominan. Hay una especie de frenesí atómico en la actividad que se produce; cuanto más furioso el ritmo, más empequeñecido el espíritu..."
"La vida-dijo Emerson-consiste en lo que un hombre piensa todo el día.
Si es así, en ese caso mi vida no es sino un gran intestino. No sólo pienso en comida todo el día, sino que, además, sueño con ella por la noche"
"Nunca había asistido a un concierto con el estómago tan vacío. Nada se me escapa, ni siquiera la caída del más pequeño alfiler. Es como si no llevara ropa y cada poro de mi cuerpo fuese una ventana y todas las ventanas estuvieran abiertas y la luz me inundase las entrañas."
"Por una razón u otra, el hombre busca el milagro y para lograrlo es capaz de abrirse paso entre la sangre. Es capaz de corromperse con ideas, de reducirse a una sombra, si por un solo segundo de su vida puede cerrar los ojos ante la horrible fealdad de la realidad. Todo se soporta - ignominia, humillación, pobreza, guerra, crimen, ennui - gracias al convencimiento de que de la noche a la mañana algo ocurrirá, un milagro, que vuelva la vida tolerable.
Y mientras tanto un contador está corriendo en su interior y no hay mano que pueda llegar hasta él para detenerlo.."
"Estoy vacunado contra toda clase de enfermedades, de calamidades, de penas y miserias. Es la culminación de una vida de fortaleza. Sentado en un rinconcito, todos los venenos que el mundo despide cada día pasan por mis manos. Ni siquiera me mancho una uña. Soy abolutamente inmune."
"Ya no era un misterio para mí la razón por la que él y otros (Dante, Rabelais, Van Gogh, etc, etc) habían ido en peregrinación hasta París. Entonces entendí por qué atrae París a los torturados, a los alucinados, a los grandes maníacos del amor. Entendí por qué puedes aquí, en pleno eje de la rueda, abrazar las teorías más fantásticas, más imposibles, sin que te parezcan extrañas lo más mínimo; aquí es donde vuelves a leer los libros de tu juventud y los enigmas adquieren significado nuevos, uno por cada cana. Caminas por las calles sabiendo que estás loco, poseído, porque es más que evidente que esas caras frías, indiferentes, son los rostros de tus carceleros. Aquí todos los límites se desvanecen y el mundo se manifiesta como el matadero demencial que es. La noria se extiende hasta el infinito, las compuertas están cerradas herméticamente, la lógica corre desenfrenada con su cuchilla ensangrentada y fulgurante. El aire es frío y está paralizado, el lenguaje es apocalíptico. No hay indicacion de salida en ninguna parte; no hay otra alternativa que la muerte. Un callejón sin salida en cuyo extremo hay un patíbulo."
"Dondequiera que haya paredes, hay carteles con cangrejos brillantes y malignos que anuncian la proximidad del cáncer. Vaya donde vayas, toques lo que toques, hay cáncer y sífilis. Está escrito en el cielo; flamea y danza, como un mal augurio. Nos ha corroído el alma y no somos sino una cosa muerta como la luna."
"Paris es como una puta. Desde lejos parece cautivadora, no puedes esperar hasta tenerla en los brazos. Y cinco minutos después te sientes vacío, asqueado de ti mismo. Te sientes burlado."
"Sin embargo, no me puedo quitar del pensamiento la discrepancia existente entre las ideas y la vida. Una dislocación permamente, aunque intentemos cubrir unas y otras con un toldo brillante. Y no servirá de nada. Las ideas tienen que ir unidas a la acción; si no hay sexo ni vitalidad en ellas, no hay acción. Las ideas están relacionadas con la vida: ideas hepáticas, ideas renales, ideas intersticiales. Si sólo hubiera sido por una idea, Copérnico habría hecho añicos el macrocosmos existente y Colón habría zozobrado en el mar de los Sargazos. La estética de la idea produce macetas, y las macetas se colocan en el alféizar de la ventana. Pero, si no hubiera lluvia ni sol, ¿de qué serviría colocar las macetas fuera de la ventana?."
Trópico de Capricornio (1938) es, en sí, una autobiografía más o menos fantástica que relata las peripecias de Henry Miller desde su infancia hasta su vida adulta. No se utiliza una narración lineal en la historia, ni siquiera un orden cronológico establecido; por ejemplo, el autor pasa de narrar un episodio de su vida como empleado a describir sus años de infancia en una calle de Brooklyn y, luego, a perderse en un brusca mixtura de prosa y lenguaje lírico. Su técnica narrativa es bastante provocativa, así como poco ortodoxa para los más convencionales; no obstante, el sentido de lo que desea narrar es descifrable haciendo que el lector pueda sentirse partícipe de la historia, narrada, cómo no, en primera persona. (...)
(...)Sintiéndose un desterrado de su tiempo, Miller—protagonista, nos hace ver que las miserias humanas están a la vuelta de la esquina, llegando a ser, a veces, sorprendentemente patéticas, según como las miremos. La historia del libro comienza cuando el autor consigue, casi por casualidad, un empleo como funcionario (en realidad lo contratan para espiar a los otros jefes) en la Compañía Telegráfica Cosmodemónica. A regañadientes acepta el puesto en el que observa con consternación la estructura de una empresa que se está pudriendo desde adentro.
Poco a poco logra ganarse la confianza de los altos mandos que lo ven como una especie de mal necesario para la compañía. Su trabajo se reduce a supervisar que no se contrate a toda la “escoria” de Nueva York (pordioseros, vagos, prostitutas, drogadictos, ladrones, ex -presidarios o gandules de poca monta). Sin embargo, él mismo no puede ser tan duro, pues un sentido piadoso le invade el alma. Termina dándoles algo a todos estos individuos:
“Constantemente me instaban a no ser demasiado indulgente, ni demasiado sentimental, ni demasiado caritativo. “¡Tienes que ser firme! ¡Tienes que ser duro!”, me advertían. “¡A tomar por culo!”, me decía para mis adentros. “Seré generoso, flexible, clemente, tolerante, tierno.” Al principio escuchaba a todos hasta el final; si no podía darles empleo, les daba dinero, y, si no tenía dinero, les daba cigarrillos o les daba ánimos. Pero ¡Les daba algo!” (Pág. 23)
Desde luego, allí conoce el rostro desfigurado de Estados Unidos. Dejando de lado el tan roído sueño americano, el autor hace un esbozo de la verdadera condición del estadounidense de la época o, mejor dicho, de aquellos extranjeros en proceso de conversión a la ciudadanía americana. Porque dicho sea de paso, los inmigrantes constituyeron el músculo de aquella nación, aun cuando fueron y siguen siendo vistos como una masa de bichos preparados para venderse por un par de monedas. "
Muerte a crédito de Louis Ferdinand Céline:
"Escrita en 1936, esta obra en parte autobiográfica narra la educación de un joven difícil e inclasificable en un París que se aproxima a la Primera Guerra Mundial. ni la estancia en Londres ni los posteriores intentos de los padres amortiguarán la tormenta de ideas y sentimientos de un protagonista que refleja un mundo disparatado y miserable."
"En Muerte a crédito el panorama no es diferente. Es el mismo lenguaje, se habla de manera extrovertida, a gritos, como seguramente hablaba el propio Céline. Con algo de desesperación, de ansiedad, pero no autocompasivamente, sino con irónica inteligencia. Sorprende que, tratando lo que trata, no caiga en el sentimentalismo. Refleja valor ante la soledad o la imposibilidad."
En Viaje al fin de la noche se lee:
«Los hombres se aferran a sus cochinos recuerdos, a todas sus desgracias, y no se les puede sacar de ahí. Con eso ocupan el alma. Se vengan de la injusticia de su presente revolviendo en su interior la mierda del porvenir. Justos y cobardes que son todos, en el fondo. Es su naturaleza. (...) Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amarlos es porque van a convertirlos en carne de cañón».
De vez en cuando, cedía a la tentación, Molly, de hacerme un pequeño reproche, pero siempre en términos mesurados, muy amables.«Eres muy cariñoso, Ferdinand -me decía-, y sé que haces esfuerzos para no volverte tan malvado como los demás, sólo que no sé si sabes bien lo que deseas en el fondo... ¡Piénsalo bien! Por fuerza tendrás que buscarte el sustento allá, Ferdinand... Y, además, no vas a poder paseartecomo aquí soñando despierto noche tras noche... Como tanto te gusta hacer... Mientras yo trabajo...¿Has pensado en eso, Ferdinand?»En un sentido tenía mil veces razón, pero cada cual con su naturaleza. Yo tenía miedo a herirla.Sobre todo porque era fácil de herir.«Te aseguro que te quiero, Molly, y te querré siempre... como puedo... a mi modo.»Mi modo no era demasiado. Y, sin embargo, estaba buena, Molly, muy apetitosa. Pero yo sentía también aquella estúpida inclinación por los fantasmas. Tal vez no fuera del todo culpa mía. La vida te obliga a quedarte demasiado tiempo con los fantasmas.«Eres muy afectuoso, Ferdinand -me tranquilizaba ella-, no llores por mí... Estás como enfermo por tu deseo de saber siempre más... Eso es todo... En fin, debe de ser ése tu camino... Por ahí, solo... El viajero solitario es el que llega más lejos... ¿Vas a marcharte pronto, entonces?» «Sí, voy a acabar mis estudios en Francia y después volveré», le aseguré con mucho rostro.«No, Ferdinand, no volverás... Y, además, yo ya no estaré aquí tampoco...» No se dejaba engañar. Llegó el momento de la marcha. Fuimos una tarde hacia la estación un poco antes de la hora en que ella entraba a trabajar. Antes yo había ido a despedirme de Robinson. Tampoco él estaba contento de que lo dejara. Me pasaba la vida abandonando a todo el mundo. En el andén de la estación, mientras Molly y yo esperábamos el tren, pasaron hombres que fingieron no reconocerla, pero murmuraban.«Ya estás lejos, Ferdinand. Haces exactamente lo que deseas hacer, ¿no, Ferdinand? Eso es lo importante... Lo único que cuenta...» Entró el tren en la estación. Yo ya no estaba demasiado seguro de mi aventura, cuando vi la máquina. Besé a Molly con todo el valor que me quedaba en el cuerpo. Me daba pena, pena de verdad, por una vez, todo el mundo, ella, todos los hombres.Tal vez sea eso lo que busquemos a lo largo de la vida, nada más que eso, la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir. Años pasaron desde aquella marcha y más años... Escribí con frecuencia a Detroit y después a todas las direcciones que recordaba y donde podían conocerla, a Molly, saber de su vida. Nunca recibí respuesta. Ahora la casa está cerrada. Eso es lo único que he sabido.
Buena, admirable Molly, si aún puede leerme, desde un lugar que no conozco, quiero que sepa sin duda que yo no he cambiado para ella, que sigo amándola y siempre la amaré a mi modo, que puede venir aquí, cuando quiera compartir mi pan y mi furtivo destino.
Si ya no es bella, ¡mala suerte! ¡Nos arreglaremos! He guardado tanta belleza de ella en mí, tan viva, tan cálida, que aún me queda para los dos y para por lo menos veinteaños aún, el tiempo de llegar al fin. Para dejarla, necesité, desde luego, mucha locura y un carácter chungo y frío. Aun así, he defendido mi alma hasta ahora y Molly me regaló tanto cariño y ensueño en aquellos meses de América, que, si viniera mañana la muerte a buscarme, nunca llegaría a estar, estoy seguro, tan frío, ruin y grosero como los otros.
Fragmento de "Viaje al Fin de la Noche" de Louis Ferdinand Céline
"Recorro una vez más esas primeras páginas extraordinarias en las que Ferdinand Bardamu, el protagonista, reniega de la guerra. Sabe que es una estratagema de los poderosos en la que siempre se llevan la peor parte los más humildes.
“Estamos abajo, en las bodegas, echando el bofe, con una peste y los cataplines chorreando sudor, ¡ya ves! Arriba, en el puente, al fresco, están los amos, tan campantes, con bellas mujeres, rosadas y bañadas de perfume, en las rodillas. Nos hacen subir al puente. Entonces se ponen sus chisteras y nos echan un discurso, a berridos, así: “Hatajo de granujas, ¡es la guerra! – nos dicen -. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la patria número 2. ¡y les vamos a reventar la sesera! ¡Venga!¡Venga! ¡A bordo hay todo lo necesario! ¡Todos a coro! Pero antes quiero veros gritar bien: “¡Viva la patria número 1! ¡Que se os oiga de lejos! El que grite más fuerte, ¡recibirá la medalla y la peladilla del Niño Jesús! ¡Hostias!”
Acto seguido, pasa por delante un regimiento, con el coronel a la cabeza, y Ferdinand se pone de pie y marcha detrás para alistarse, para luchar en la primera guerra mundial. En un giro narrativo delirante, inesperado, que resuena al teatro de Becket, y que nos habla de este absurdo mundo en que vivimos: armado hasta el paroxismo aunque dice amar la paz.
Una vez que está en la guerra, Ferdinand recupera la cordura y se quiere marchar. “De repente todo aquello me parecía consecuencia de un error tremendo”. Da varias razones: el cansancio físico, el desconcierto que impera en el frente, la sombra acechante de la muerte; pero, sobre todo, se justifica afirmando que no sabe por qué lo quieren matar esos alemanes “a los que nunca hecho nada”.
“Él, nuestro coronel, tal vez supiera por qué disparaban aquellos dos; quizás los alemanes lo supiesen también, pero, la verdad, yo no. Por más que refrescaba la memoria, no recordaba haberles hecho nada a los alemanes. Siempre había sido muy amable y educado con ellos. Me los conocía un poco, a los alemanes; hasta había ido al colegio con ellos, de pequeño, cerca de Hannover. Había hablado su lengua. Entonces eran una masa de cretinitos chillones, de ojos pálidos y furtivos, como de lobos; íbamos juntos, después del colegio, a tocar a las chicas en los bosques cercanos, y también tirábamos con ballesta y pistola. Bebíamos cerveza azucarada. Pero de eso a que nos dispararan ahora a la barriga, sin venir siquiera a hablarnos primero, y justo en medio de la carretera, había un trecho y un abismo incluso. Demasiada diferencia.”
En otra muestra de sentido común y lucidez, Ferdinand también arremete contra los altos mandos que se empeñan en mandarlo a morir. Así como en el párrafo anterior la ironía y la brillantez se concentran en la frase “sin venir siquiera a hablarnos primero”, en la siguiente cita lo hace en la genial sentencia: “A los otros, que no tenían mapa”.
“¡Yo no le había hecho nada, a aquel Pincon!¡Cómo tampoco a los alemanes!… Con su cara de melocotón podrido, sus cuatro galones que le brillaban de la cabeza al ombligo, sus bigotes tiesos y sus rodillas puntiagudas, sus prismáticos que le colgaban del cuello como un cencerreo y su mapa escala 1:100, ¡venga, hombre! Yo me preguntaba de dónde le vendría la manía, a aquel tipo, de enviar a los otros a palmarla. A los otros, que no tenían mapa”.
“Al mismo tiempo, se me ocurrió que debía de haber muchos como él en nuestro ejército, tan valientes, y otros tantos sin duda en el ejército de enfrente. ¡A saber cuántos! ¿Uno, dos, varios millones, tal vez, en total? Entonces mi canguelo se volvió pánico. Con seres semejantes, aquella imbecilidad infernal podía continuar indefinidamente… ¿Por qué habría de detenerse? Nunca me había parecido tan implacable la sentencia de los hombres y las cosas”.
Louis-Ferdinand Céline, que participó en la primera guerra mundial, regresó mermado físicamente y cargado de un resentimiento que llevó sus opiniones políticas al extremo. Sin embargo, su obra no cae en estos excesos y apela al humor, al sentido común, al filo de la imaginación. Y en apenas un puñado de páginas denuncia a todos los que son culpables de que se perpetúe la violencia armada: la gente de a pie que se dejar cegar por los nacionalismos y la propaganda, los propios ejércitos, y los poderosos que deciden que otros deberán morir para poder ellos alcanzar sus objetivos.(http://blogs.20minutos.es/enguerra/tag/viaje-al-final-de-la-noche/)
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