EL AÑO HISTÓRICO DE 1968.
Diez acontecimientos que cambiaron el mundo.
Ricardo Ribera
1968, un año muy intenso en acontecimientos históricos es aquí comentado y
analizado por Ricardo Ribera, historiador español radicado en El Salvador.
El autor pasa revista a hechos de la época: desde la muerte del Ché y la
revuelta estudiantil del "mayo francés”, hasta la llamada “primavera de
Praga” y la revolución cultural china; la ofensiva guerrillera del Tet en
Vietnam y las protestas contra dicha guerra; la masacre estudiantil en
la plaza de Tlatelolco, la huelga de ANDES y la conferencia episcopal
de Medellín, en el continente latinoamericano; el inicio de las redes de
ordenadores - antecedente de la internet - y la conquista de la luna en
el marco de la carrera espacial. Son diez acontecimientos que resultan
clave, bien para comprender el pasado, bien para entender el presente,
o incluso para ubicarnos ante el futuro. Año síntesis de la centuria, reflejo
de todo un siglo, 1968 se despliega ante nuestros ojos rico en sugerencias.
Si existe un
año en el siglo XX que pueda significar la síntesis de lo que fue la centuria
éste es el de 1968. Una serie de eventos que acontecen en ese año resultan de
gran importancia. Unos aparecen como resultado de cierta acumulación histórica,
otros son significativos por la serie de consecuencias que acarrearán, otros
más muestran ser expresión y síntoma de las hondas contradicciones que
atraviesan el siglo. Varias de las claves del siglo aparecen concentradas en la
coyuntura que representa 1968. No hay una razón por la que eso deba ser así. No
había a esa altura de los tiempos un proceso de historia mundial de una entidad
tal que justifique tal coincidencia. Muchos de los acontecimientos que se dan
en 1968 son más bien fruto de procesos nacionales o regionales. En la medida
que la globalización y la interdependencia avanzan tendrá probablemente
vigencia que la humanidad toda ejerza en un futuro como protagonista y sujeto
de un único proceso histórico universal. De modo tal que coyunturas como la de
1968 aparezcan como consecuencia directa de la maduración de un proceso único
que las esté determinando. Pero plantearlo así para el siglo XX tendría tan
poco de científico como quien pretendiera que la coyuntura de 1968 obedece a una
conjunción especial de los astros en el cielo. No obstante, aun reconociendo el
papel que el azar, la simple casualidad, tiene en la historia, no deja de
resultar inquietante y extraño un año histórico tan repleto de acontecimientos
y significados como éste de 1968. Considerarlo “año histórico” implicará no
ceñirnos estrictamente a la cronología que impone el año calendario. O sea, no
necesariamente comenzará el primero de enero y terminará el 31 de diciembre,
sino que su acotación vendrá determinada por sus contenidos y significado. Así
como el historiador Immanuel Wallerstein al siglo XVI, en tanto siglo
histórico, lo hacía empezar en 1492, año del descubrimiento del Nuevo Mundo e
inicio de la conquista, y lo consideraba concluido en la década de 1590 cuando
España ha completado su imperio colonial pero ha perdido la hegemonía del
sistema mundial que ha ayudado a conformar. O la interpretación de otro
historiador, Eric Hobsbawm, quien al considerar al siglo XIX abarca desde 1789,
el año de la revolución francesa, hasta 1914, cuando estalla la Gran Guerra.
Para dicho autor, a este “siglo largo” le seguirá un “siglo corto”, el XX, que
comenzando tardíamente en 2 1914 culminaría de manera anticipada en 1991, al
derrumbarse la Unión Soviética y finalizar con ello la guerra fría.
Independientemente de si coincidimos o no con dichas interpretaciones lo que
nos interesa es la conceptualización de un tiempo histórico con sus propios
ritmos, diferente a la cronología del tiempo calendario. A la luz de esos ejemplos,
con respecto al año 1968 nos tomaremos una licencia similar al considerarlo
“año histórico”: vamos a incluir algunos eventos de finales de 1967 y otros que
datan de inicios de 1969. Se trata, por tanto, de un año histórico con algo más
de doce meses. Es un período en el que de un modo particularmente intenso se
realiza la historia, culminando ciertos procesos y dando inicio a otros,
caracterizado por sus contenidos y significación. La sucesión de hechos
históricos trascendentes se ubica en ciertos países de capitalismo
desarrollado, en otros del campo socialista y en varios del Tercer Mundo. Los
escenarios se desplazan por el continente americano, por Europa y Asia. En
cambio no hay un protagonismo africano relevante en el año histórico de 1968.
Es casual pero resulta sintomático. Africa, el continente excluido por
excelencia en los modernos tiempos de globalización, tampoco aparecerá en
nuestro año-síntesis. Reflejo de todo un siglo, 1968 se despliega rico en
sugerencias.
1.- La muerte del Ché Guevara. La noticia recorre el mundo.
Ernesto Guevara de la Serna, comandante de la revolución cubana, más conocido
como el Ché por su acento argentino que nunca perdió, ha muerto en la selva
boliviana. Capturado en combate, herido pero vivo, fue ajusticiado el 9 de octubre
de 1967 por órdenes del gobierno de Bolivia. La propia CIA, la agencia de
inteligencia estadounidense, se encargará de que el mundo conozca una foto del
cadáver del Ché. El imperialismo espera que la imagen demuestre el fracaso de
la opción guerrillera en América Latina y refutar los posibles desmentidos
sobre la muerte del líder izquierdista. Grave error. La fotografía, tomada por
un agente norteamericano, muestra al Ché tumbado boca arriba, sin camisa, sucio
y ensangrentado, con la barba descuidada y una expresión serena en su rostro.
Para el inconsciente colectivo se parece tremendamente a la figura de Jesús
descendido de la cruz. Las posteriores noticias sobre las circunstancias de su
aventura guerrillera, la difusión de su Diario de Bolivia y la extraordinaria
biografía del revolucionario harán de él un símbolo de la rebeldía, la
solidaridad y la generosidad. Lo que más impresiona es el hecho de que el Ché
ha dedicado su vida a luchar por la liberación de pueblos que no eran el suyo.
Y, sobre todo, que después del triunfo de la revolución cubana haya abandonado
cargos, comodidades y honores, en pos de unos ideales por los que entregó su
vida. Personifica todo lo que de altruista, aventurero y romántico puede ser el
revolucionario ideal. Muy pronto otra fotografía, la que había tomado al poco
del triunfo un humilde fotógrafo cubano en un acto de masas, desde un ángulo
ligeramente inferior, en el momento justo en que una ráfaga de viento agita la
cabellera del Ché, será reproducida por millones y vendida en forma de botones,
carteles y camisetas. Ha nacido un mito. El sistema lo banaliza al
comercializarlo, al transformarlo en mercancía, al rebajarlo al nivel de una
moda. Sin embargo, el ícono es símbolo de postura contestataria, rebelde,
inconformista. No cualquiera va a gustar de usar una camiseta con el rostro del
Ché, gesto que compromete e identifica, no tanto en cuanto a una posición
política, a menudo más como postura vital. Toda una generación, la juventud de
los sesenta, se identificará con la imagen del Ché, en una época en que “la
izquierda estaba de moda”, mientras los símbolos conservadores y burgueses eran
puestos a la defensiva ante la crítica contracultural. Todavía hoy, casi
cuarenta años después, en tiempos de auge ideológico conservador, la foto del
Ché sigue siendo reproducida y portada como un estandarte por jóvenes que han
nacido mucho después de la coyuntura que comentamos. 3 Para la revolución
cubana la gesta del Ché presentaba algunos visos incómodos. Era el fracaso de
una política de promoción de la revolución que había comenzado con la activa
participación cubana en la guerrilla venezolana, reprimida ferozmente hasta su
derrota militar, que culminaba ahora con el naufragio del experimento en
Bolivia. Las tesis del foco guerrillero, capaz por sí solo de atraer y
movilizar a las masas hacia la lucha revolucionaria, llevaban al desastre. El
francés Regis Debrais, que acompañó al Ché en Bolivia, lo analizaría en una
trilogía titulada “La crítica de las armas”. Pero la implantación de fuerzas
guerrilleras en casi toda América Latina era una realidad, ante la cual la
intromisión cubana podía resultar contraproducente. Fidel Castro asumirá la
lección histórica de que la revolución no es algo que pueda “exportarse”, al
menos no en el continente latinoamericano, por más que a los propios intereses
de defensa de la isla le convenga una participación militar y fogueo constante
en los campos de batalla contra el imperialismo. En adelante retomará el
impulso inicial del propio Ché Guevara cuando éste fue al Congo a apoyar la
revolución independentista, enfocando el apoyo internacionalista cubano en las
luchas de liberación del continente africano (Angola, Namibia, Mozambique,
Etiopía). Una segunda preocupación de la revolución cubana fue desmentir las
versiones que empezaron a propalarse sobre supuestas disensiones entre el Ché y
Fidel, las que habrían motivado la salida de aquél. La posición oficial del
régimen desde entonces fue afirmar que el proyecto de Bolivia era una decisión
personal de Guevara (ha de recordarse su escrito cuyo título era como un
eslogan: “¡Crear uno, dos, tres… muchos Vietnam!”) y que el régimen castrista
le dio todo el apoyo que solicitó y que necesitaba. Al mismo tiempo las
autoridades cubanas han refutado siempre el supuesto trotskismo del pensamiento
político del Ché. Sus posturas críticas a la teoría y práctica soviéticas
fueron poco difundidas hasta el desplome de la Unión Soviética, tras lo cual
han salido a la luz, amparadas por declaraciones y documentos desconocidos
hasta entonces. Ahora hay estudios sobre el pensamiento económico del Ché y
sobre su concepción de la construcción del socialismo, donde aparece claramente
distanciado de la ortodoxia soviética, en la búsqueda de modelos alternativos
de economía y sociedad, con preocupaciones humanistas desconocidas en los
modelos de “socialismo real”. Por tanto, tenemos, no uno, sino varios Che
Guevara, de modo que hoy día es posible reivindicar su legado desde posiciones
políticas disímiles y hasta contradictorias. No obstante, por sobre las
discrepancias en las interpretaciones del marxismo-leninismo o en la
construcción de un sistema socialista que como prioridad busque hacer surgir al
“hombre nuevo”, se impone desde siempre la imagen menos compleja, pero exacta,
del “guerrillero heroico”, del militante de la lucha antiimperialista
inclaudicable. Y así será mientras el imperialismo siga campando por el mundo,
provocando la resistencia de los pueblos, sin importar las decepciones que los
distintos modelos de socialismo “real”, o incluso irreal, hayan generado. La
imagen del Ché como modelo de entrega desinteresada y generosa, de lucha hasta
las últimas consecuencias seguirá presente en el imaginario de los pueblos. Es
una de las herencias del año histórico de 1968.
2.- El mayo francés. Durante
más de un mes los estudiantes universitarios de París y otras ciudades
francesas tuvieron en jaque al gobierno derechista del duro general De Gaulle.
La revuelta, iniciada en asambleas en los recintos universitarios y trasladada
rápidamente a las calles, levantó barricadas y aisló del resto de la ciudad el
céntrico Barrio Latino, habitado mayormente por estudiantes y extranjeros. La
policía se veía incapaz de reprimir el movimiento sin causar una matanza
inaceptable. Al fin y al cabo, tras las barricadas no había humildes obreros
desarrollando una lucha de clases, sino hijos de la burguesía y la pequeña
burguesía, la generación a la que tras su paso por las aulas universitarias le
correspondería en un futuro asumir las riendas de la nación. 4 Pero el gobierno
carecía de alternativas a la respuesta policial represiva. Negociar una salida
era impracticable pues el movimiento de los jóvenes radicalizados no tenía un
liderazgo definido con quien sentarse a una mesa de negociación y presentaba
más bien contornos ideológicos anarquistas. Tampoco planteaba peticiones
concretas y plausibles a las que pudiera cederse o ser objeto de un regateo.
Era el conjunto de la sociedad burguesa, de sus valores y estilo de vida, lo
que era cuestionado. La política del sistema era criticada ferozmente, pero
también aspectos de la vida cotidiana, como el consumismo o la doble moral
sexual y familiar. El movimiento tenía más visos de un malestar generacional,
profundo e inadvertido hasta entonces, que de una revolución en el sentido
marxista o clasista del término. Algunas de las pintas en los muros reflejaban
el espíritu de esta rebelión juvenil: “La imaginación al poder”; “Prohibido
prohibir”; “¡Espantar a los burgueses!”; “¡Asaltar el cuartel general!”. La sociedad
reaccionó desconcertada y asustada. La brecha entre las generaciones, el
desconocimiento del sentir y pensar de los jóvenes, aparecía de repente como un
abismo que dividía en dos a la nación. Jóvenes obreros promovieron asambleas de
fábrica, al margen de las organizaciones sindicales, y en algunos casos
consiguieron forzar huelgas de adhesión a la revuelta estudiantil. La mayor
empresa francesa en número de trabajadores, la estatal fabricante de
automóviles Renault, se declaró en huelga pese a la oposición del sindicato
comunista. Los dirigentes del PCF, el Partido Comunista Francés, se ofrecieron
como mediadores y fueron rechazados. También el PCF era acusado de “ser parte
del sistema”. De hecho, uno de los oradores estudiantiles más conocidos, Daniel
Cohn-Bendit, unos meses después de terminado el alzamiento publicó un libro con
un título revelador: “El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del
comunismo”. Con ello parafraseaba e invertía el sentido de una famosa obra de
Lenin: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”. Los defectos,
peligros y desviaciones del radicalismo izquierdista que el dirigente
bolchevique criticara en los primeros años tras el triunfo de la revolución de
octubre, eran ahora reivindicados por unos jóvenes desencantados con la
burocracia de los partidos comunistas occidentales y el revisionismo del
régimen soviético. De tal manera la izquierda tradicional resultaba rebasada
política e ideológicamente. Los jóvenes participantes del “mayo del 68” no eran
un puñado de alocados. Estaban airados, incluso desesperados, pero eran gente
culta e informada, que discutía y leía a los sociólogos, a los politólogos, a
los filósofos. Jamás la filosofía había jugado un rol tan directo y
determinante en los acontecimientos sociales e inspirado un movimiento social
como en 1968. Herbert Marcuse, el brillante crítico de la civilización
posindustrial y de la cultura de masas (“Eros y civilización” y “El hombre
unidimensional”) volaría a París desde su residencia en Estados Unidos aquel
mayo del 68 y sería recibido como un héroe por los jóvenes rebeldes. También
sería aclamado Ernst Bloch, con más de setenta años, percibido como “uno de los
nuestros” por la multitud veinteañera que se identificaba con el autor de “El
espíritu de la utopía” y El principio esperanza”. Igual los filósofos franceses
Jean Paul Sartre (“El ser y la nada”) y Simone de Beauvoir, esposa del anterior
y teórica feminista (“El segundo sexo”). Cuando manos anónimas escribían en los
muros “Lo personal es político” o, más provocadoramente, “Cuando pienso en la
revolución me entran ganas de hacer el amor”, probablemente se inspiraban en
estos y otros autores. Una revolución en la vida cotidiana y en las relaciones
personales, no sólo en las estructuras, es lo que demandaban los rebeldes
parisinos del 68. Cuando el movimiento cedió, agotado por el acoso policial y
la falta de alternativas que sus propias posiciones anárquicas provocaban, se
publicó un libro con las fotos de una gran cantidad de “grafittis” (frases pintadas
en los muros). Una bien representativa dice así: “Tomo mis deseos por
realidades porque creo en la realidad de mis deseos”. Pero tal vez la consigna
más reveladora del alcance y al mismo tiempo las limitaciones del 5 movimiento
del mayo francés es la que proclamaba: “Seamos realistas: ¡exijamos lo
imposible!”. Tras el juego de palabras y el patente contenido utópico de la
frase no había ingenuidad alguna, sino toma de postura política y filosófica.
Lo único posible en el marco del sistema son pequeños cambios que rápidamente
son neutralizados por el mismo. La experiencia de la clase obrera sindicalizada
que tras conseguir un aumento de salarios ha visto repetidamente cómo la ligera
mejoría se esfumaba por la inflación, o las luchas por la reducción de la jornada
laboral, victoria anulada por la realidad de que los trabajadores pronto
necesitan buscar un segundo puesto de trabajo o tienen que aceptar trabajar
horas extra, ilustran lo precario e ilusorio de las batallas sociales
planteadas dentro de los límites de “lo posible”. Aceptar las fronteras de la
posibilidad, luchar por meras reformas, no resulta realista porque con ello
nada cambia. La utopía, en cambio, consiste en plantearse como objetivo “lo
imposible” porque se considera que en otro sistema de relaciones ello fuera
posible. La lucha por la utopía consiste en pugnar por el traslado de las
fronteras, por ampliar el horizonte de la posibilidad, para volver posible lo
que en el marco actual es imposible. La radicalidad teórica del mayo francés no
resultó fructífera en Francia, donde no dejó mayores secuelas políticas una vez
pasada la tormenta del 68. En cambio sí produjo consecuencias en un país
vecino, Alemania. En realidad un movimiento similar aunque menos espectacular
se había iniciado ahí un año antes, en 1967. Del mismo procedía el pelirrojo
Cohn-Bendit, quien con los años llegaría a ser diputado por el partido de los
verdes. El surgimiento del muy masivo movimiento ecologista, feminista y
pacifista en los siguientes años tiene raíces históricas en la rebelión
estudiantil alemana de 1967. Hubo otras ramificaciones menos determinantes
políticamente, pero más virulentas. La influencia más militante de Rudi
Dutschke, uno de los líderes más connotados del 67, inspiraría la formación de
grupos de guerrilla urbana. El más famoso, con el nombre de Fracción del
Ejército Rojo, RAF, sacudiría años después a la acomodada sociedad burguesa
alemana con audaces acciones de violencia terrorista: sabotajes, secuestros y
asesinatos de prominentes figuras de la banca, la industria y del aparato
militar de la OTAN. Desmantelada tras años de persecución policial la “banda
Baader-Meinhoff”, como la llamó la prensa, representaba la posición
anti-sistema más radical en Europa occidental como un cóctel ideológico que podría
calificarse de anarco-comunismo. Ese espíritu anarco-contestatario, sin sus
expresiones violentas, sigue presente en algunas corrientes que participan hoy
del movimiento anti-globalización europeo. No son hijos directos del 68; pero
podrían ser considerados sus nietos, pues de ahí proceden.

3.- La primavera de
Praga y su aplastamiento.
Paralelamente a los acontecimientos del mayo francés,
que galvanizó el descontento de los estratos juveniles en Europa occidental, al
otro lado de “la cortina de hierro” (según la expresión de Churchill), en los
países de Europa del Este, las expectativas se levantaban en torno al
experimento de reforma del socialismo emprendido por las autoridades
checoslovacas. Siguiendo el lema enunciado por el sociólogo Radovan Richte de
generar “un socialismo con rostro humano”, el propio Secretario General del
Partido Comunista y jefe del gobierno checo Alexander Dubcek lanzaba un audaz
plan de reformas para democratizar el sistema. Incluía modalidades de economía
mixta, impulsando empresas privadas a la par de las estatales. Lo que más
llamaba la atención del Programa de Acción promulgado en abril era la
proclamada intención de “humanizar” el socialismo. La iniciativa de las
autoridades se ganó rápidamente el apoyo entusiasta de una gran parte de la
población y sobre todo de los jóvenes checos. Éstos se sentían parte de Europa,
sentimiento estimulado por la apertura al turismo occidental, los intercambios
estudiantiles y la libertad informativa y cultural, políticas que desde años
atrás venía impulsando el gobierno comunista de Checoslovaquia. El país, con un
desarrollo 6 industrial superior al resto del campo socialista, contaba también
con un vigoroso clima intelectual. Reinaba un ambiente de debate y de apertura
mental incomparable con el resto de Europa del Este. La sociedad estaba
influida por la labor crítica de cineastas como Milos Forman y Jiri Menzel, de
escritores de talla como Milan Kundera o de importantes filósofos de marxismo
heterodoxo como el húngaro Georg Lukács. La renovación intelectual precedió y
de alguna forma preparó las condiciones sociales para que en Checoslovaquia
apareciera y floreciera la gran esperanza que representó la llamada “primavera
de Praga” en 1968. El régimen checo defendía su derecho a impulsar su propio
proyecto, en la búsqueda de su identidad nacional y desde su sentimiento de
pertenencia a Europa, pero con la necesaria prudencia frente a la superpotencia
soviética, al no cuestionar su adhesión al socialismo ni su pertenencia a la
alianza militar del Pacto de Varsovia. La represión en 1956 del intento de
separación de Hungría dejaba claros los límites que no podían ser traspasados.
Tampoco Dubcek, egresado de la Escuela Superior de Cuadros del Partido de
Moscú, pretendía hacerlo. Lo que él y su equipo protagonizan es un intento de
promover una “perestroika” en el campo socialista, pero casi veinte años antes
del ascenso de Gorbachev al poder, poniendo a prueba los alcances y sinceridad
de la desestalinización que había iniciado Kruschev y parecía consolidarse con
Breznev. Inicialmente el Kremlin dejó hacer, no sin permanecer atento a la
evolución ideológica y política del experimento checo. Pero éste suscitaba la
alarma de sus vecinos. Tanto las autoridades de la República Democrática
Alemana como las de Polonia temían que pronto surgiría una corriente popular en
sus países que reclamaría imitar el modelo de socialismo que se empezaba a
impulsar en Checoslovaquia. Finalmente Breznev tomó partido y decidió cortar de
tajo las veleidades reformistas checas. Entre el 20 y el 21 de agosto medio
millón de soldados y 7 mil tanques de las fuerzas conjuntas del Pacto de
Varsovia invadían Checoslovaquia para derrocar el gobierno y tomar presos a los
principales dirigentes. La población respondió con una amplia campaña de
resistencia pasiva. Discutían con los soldados, rusos la mayoría,
confraternizaban con ellos y, en una imagen que se repetiría después en
Portugal tras el golpe de estado que en 1974 derribó la dictadura militar en
aquel país, colocaban claveles en la boca de sus fusiles. De nada sirvió ante
la inflexibilidad de las órdenes soviéticas. La sensatez del pueblo checo evitó
que se produjera un baño de sangre. Hubo un muerto: un estudiante que se inmoló
en Praga meses después en protesta por la ocupación militar del país y el
aplastamiento de su autodeterminación e independencia. El sentimiento de
impotencia permitió la estabilidad del país que, sin embargo, nunca se resignó
a la renuncia de su propio proyecto transformador. De hecho, Alexander Dubcek regresaría
a la política al desplomarse el comunismo dos décadas más tarde, respetado como
el reformador a quien no le permitieron democratizar el socialismo. Breznev,
que había proclamado en su momento la “coexistencia pacífica” con el mundo
capitalista, enunciaría tras el aplastamiento de la primavera de Praga la nueva
doctrina con respecto a los países del campo socialista bajo su esfera de
influencia: la “soberanía limitada”. Los intereses supremos de la Unión
Soviética y del socialismo, según tal doctrina política, debían prevalecer
sobre la independencia efectiva de los países de Europa del Este. Quedaba así
oficializado el sometimiento de los mismos a las decisiones de Moscú, que
imponía su propia política imperialista donde así podía hacerlo. Occidente aceptó
el criterio de respetar las “áreas de influencia” de cada una de las
superpotencias y no intervino de ningún modo en defensa del pueblo y gobierno
checos. Explotó con gran eficacia la imagen de falta de libertades y de
brutalidad del bloque soviético, alimentando su aparato propagandístico. Los
partidos comunistas de Europa occidental reaccionaron con gran disgusto a la
intervención militar soviética y tres de los más importantes, los de Italia,
Francia y España, la criticaron abiertamente, 7 se distanciaron de Moscú y
renovaron su pensamiento y propuestas: había nacido el llamado “eurocomunismo”.
Tomaría su andadura propia según el “espíritu de Praga”.
4.- Auge y fracaso de
la revolución cultural china.
1968 será un año decisivo para el futuro de China:
por un lado Lin Piao podrá declarar, a inicios del siguiente año, que “la
revolución cultural ha triunfado”, mientras, por el otro, su derrota viene
señalada por el exterminio o absorción en el ejército de la mayoría de los
“guardias rojos” que fueron su motor y brazo ejecutor. En realidad, el IX°
Congreso de Partido Comunista Chino de principios de 1969 se fijó como objetivo
“la reconstrucción del Partido” tras la anarquía y el caos generado por la
revolución cultural maoísta. Pero sus máximos dirigentes se integraban al Buró
Político. Poner fin al experimento todavía costaría varios años de intensas
luchas entre facciones. Pero la iniciativa que levantara Mao Tsé tung ya no
lograría reponerse y pasaría a la historia como otro fracaso del “gran timonel”.
Todo comenzó en otoño de 1965 cuando Mao consiguió del Partido autorización
para lanzar una campaña de propaganda para “destruir el antiguo mundo”.
Desplazado del poder real tras el fracaso económico de “El Gran Salto
Adelante”, lanzado por iniciativa suya, el experimentado dirigente iba a dar
inicio a una audaz maniobra para recuperar su liderazgo en el partido y en el
país. Descontento con el pragmatismo reformista de otros camaradas, que
priorizaba el crecimiento económico y la eficacia, Mao buscaría apoyarse en las
masas para enfrentarlas al aparato burocrático del Partido e intentar
reconquistarlo. Acusaría a la dirigencia estatal de estarse convirtiendo en “la
nueva burguesía”, atacaría por igual a técnicos e ingenieros, a intelectuales y
funcionarios del partido. La lucha de clases no había terminado con el triunfo
de la revolución socialista y Mao seguía confiando en las masas campesinas como
la clase principal, frente a los sectores urbanos que en su opinión tendían a
aburguesarse. Defenderá a la juventud china como el grupo social que no estaba
corrompido y se apoyará en los estudiantes para lanzar una revolución dentro de
la revolución. El Grupo de la Revolución Cultural dirigido por la esposa de Mao
organizó una estructura paralela a la del Partido, los “guardias rojos”,
reclutados sobre todo entre los estudiantes universitarios. En mayo de 1967 un
millón de guardias rojos venidos de todo el país se congregaba frente la Puerta
de la Paz Celestial, en Pekín, a escuchar al “gran timonel”: “¡Destruid lo
viejo, construid lo nuevo!”. La revolución cultural se ponía en marcha en todo
el país, bajo la guía del “pensamiento de Mao Tsé tung”. La edición de “Citas
del Presidente Mao”, más conocida como el “Libro Rojo”, se reprodujo por
centenares de millones y se tradujo a la casi totalidad de idiomas conocidos.
El maoísmo cobraba notoriedad en el mundo, como una forma de leninismo a la
china, provocando debates y en algunos casos escisiones en los partidos
marxistas y la fundación de organizaciones de signo pro-chino o maoísta. En
todas partes se revitalizaba la opción por la lucha armada y en el Tercer Mundo
por movimientos guerrilleros que arraigasen entre el campesinado. El
imperialismo, según la definición de Mao, era “un tigre de papel”. Se asumían
también las críticas a la Unión Soviética, calificada de “social-imperialismo”.
La lucha ideológica y por la “proletarización” de la militancia se ponían en un
primer plano. La revolución cultural china fue mitificada en muchas partes y
sus ecos seguirían resonando incluso mucho después de haber sido muerta y
enterrada en la propia China comunista. En 1967 se imponían los guardias rojos
en la mayoría de provincias, comités locales del Partido eran destituidos, se
encarcelaba a dirigentes, hubo casos de linchamientos. Muchos dirigentes
nacionales fueron purgados, incluido Den Xiao ping, el cerebro de la reformas
económicas, y enviados a comunas rurales a “reeducarse”. Chu En lai, el
Presidente del Consejo de Ministros y compañero de Mao desde la Larga Marcha de
la guerra revolucionaria, pudo mantenerse en el cargo pero privado de poder
real. Hubo 8 resistencias y en algunas ciudades se dieron auténticas batallas
entre fracciones. Las universidades permanecían cerradas, la producción
industrial se redujo y la producción agrícola también descendió dramáticamente.
Reinaba el caos en toda China. El propio Mao empezó a tomar distancia del
fanatismo e irracionalidad con que grupos de guardias rojos actuaban. Empezaron
a surgir rivalidades entre ellos. Mao se apoyó entonces en el ejército para
restaurar el orden y reorganizar la producción. Empezará una campaña de
denuncia del ultraizquierdismo y se intentará desarmar a los guardias rojos a
partir de 1968. Éstos se resisten y terminarán siendo diezmados por el
ejército. Éste retoma el control pero se niega a mantener militarizado el país.
El Partido ha de asumir nuevamente la conducción. Es así cómo a principios de
1969 casi la mitad del nuevo Comité Central procede de las filas del ELP. Poco
a poco son rehabilitados los dirigentes purgados por la revolución cultural. Es
un difícil equilibrio de fuerzas, donde los maoístas todavía intentarán en
1973, con una campaña dirigida supuestamente a criticar el pensamiento de
Confucio, debilitar la posición nuevamente reforzada de Chu En lai. Éste
conseguió prevalecer y en 1975 puso de nuevo al frente de la conducción
económica a Deng Xiao ping, quien lanzó la línea de “las cuatro
modernizaciones”. El milagro económico chino y su despegue camino a convertirse
en potencia económica mundial empezaba a sentar sus bases, tras diez años de
anarquía y virtual guerra civil. El Presidente Mao, no obstante, mantuvo hasta
el fin de sus días el respeto y apoyo de masas, alimentado con un exagerado
culto a la personalidad, y nadie en el Partido se atrevió a desafiar su poder.
Pero tras su muerte en 1976, pocos meses después era arrestada su viuda, Jiang
Qing, acusada de conspirar y de ser parte de “la banda de los cuatro” que
habría provocado la pesadilla de los años de revolución cultural. Lin Piao, el
jefe del ejército que acuerpó la revolución cultural y la hegemonía de Mao,
había muerto en 1971 víctima de un extraño accidente de aviación, cuando volaba
secretamente a Moscú. China pasaba página a un complicado período de su
historia contemporánea, de extremismo ideológico que llevaba a la revolución
permanente y a la guerra civil, pero también de rectificación hacia la
estabilidad, la moderación y la modernización, como ha demostrado en el
siguiente cuarto de siglo.
5.- La ofensiva del Tet en Vietnam.
1968 significó
un punto de inflexión en la guerra de Vietnam, señalando un antes y un después.
La presencia militar norteamericana estaba en esa fecha en su punto más alto:
536 mil soldados. Sin embargo, la ofensiva guerrillera del mes de enero, coincidiendo
con las festividades del Tet que marcan el inicio de la época lluviosa en el
trópico vietnamita, cambió la tendencia a la escalada militar y a partir de ese
momento Estados Unidos buscará la forma de retirarse. El fracaso del
intervencionismo imperial se ha hecho patente e insostenible. El
involucramiento estadounidense en el conflicto vietnamita comenzó en 1961 con
la Administración Kennedy, quien invocó la “teoría del dominó”: si todo Vietnam
cae en manos comunistas, caerá toda Indochina y le podría seguir el resto de
Asia; con ello el comunismo se volverá imparable. Lo que estaría en juego,
según dicha visión, sería “la defensa del mundo libre”. Hasta 1965 la
estrategia norteamericana se basaba en el envío de “asesores” militares y
grandes volúmenes de pertrechos bélicos al gobierno pro-occidental de Vietnam
del Sur, enfrentado a una guerrilla que apoyaba el régimen comunista de Vietnam
del Norte. La reunificación del país prevista por los acuerdos de Ginebra tras
la retirada francesa de Indochina en 1956 se había frustrado con el golpe
militar que impuso un gobierno de la minoría católica en Saigón, en un país
budista en su gran mayoría. En 1964 Estados Unidos incrementó a 23 mil
efectivos su presencia y en 1965 ésta ya alcanzaba la cifra de 184 mil
soldados. La superpotencia se había metido en una trampa (“empantanamiento” fue
la expresión utilizada por los críticos) a 9 la que no hallaba más salida que
proseguir en su escalada bélica. De 25 mil ataques aéreos en 1965 se había
pasado a 180 mil en 1967; las 63 mil toneladas de bombas lanzadas en 1965, para
1967 se habían convertido en 226 mil. Al final Estados Unidos habría arrojado
cuatro veces más explosivos que en toda la segunda guerra mundial. El optimismo
oficial norteamericano de los primeros años, basado en su superioridad
tecnológica y militar, había ido desvaneciéndose ante una guerra irregular en
la que el conocimiento del terreno y el apoyo de la población resultaban
factores decisivos. Si el general Maxwell Taylor había enunciado eufórico un
planteamiento vencedor, basado en “las tres M” (Men, Money, Material; hombres,
dinero, material de guerra) la realidad lo había desmentido y su sucesor en el
terreno, el general Westmoreland, anunciaba una estrategia mucho más sombría:
“regresar Vietnam a la Edad de Piedra”. Pero en verdad, Estados Unidos estaba
limitado por las características de un conflicto en el Tercer Mundo, con una
potencia no nuclear y presionado por la opinión de sus aliados y la del
público. Le era vedado utilizar el arma atómica o invadir Vietnam del Norte.
Sus esfuerzos por “pacificar” el país enfrentaban la fiera determinación de la
guerrilla del Frente de Liberación Nacional, FLN, denominada por Estados Unidos
“vietcong” (comunistas vietnamitas). No todos lo eran: había un fuerte
componente nacionalista en la lucha de una nación que se veía invadida por un
ejército extranjero, al que no podía sino considerar como continuación de la
opresión colonial. Se correspondía con el concepto de “guerra patriótica de
todo el pueblo” que guiaba a las tácticas del general Giap, el máximo jefe
militar de Vietnam del Norte, estratega de la victoria sobre Francia y ahora de
la guerra contra el imperialismo estadounidense. Para el pueblo viet ésta no
era sólo parte de la confrontación propia de la guerra fría entre el socialismo
y el capitalismo; también estaba en juego la dignidad e independencia de su
país. La inmolación de monjes budistas exigiendo la retirada de Estados Unidos
lo demostraba de manera rotunda y descalificaba la propaganda anticomunista con
que la gran potencia justificaba su intervención. La gran ofensiva del Tet
agarró a Estados Unidos de sorpresa por su contundencia. Según sus cálculos, la
guerrilla estaba debilitada y agotada, sólo sería cuestión de tiempo su derrota
final y creía imposible que pudiera lanzar una campaña de gran envergadura.
Pero el FLN atacó simultáneamente más de un centenar de poblaciones. Divisiones
militares del Norte cruzaron la frontera y atrajeron sobre sí al grueso de los
refuerzos norteamericanos. Lograron, con enormes bajas propias, tomar la ciudad
imperial de Hué, capital histórica en la cintura del país. Su conquista era un
símbolo de gran importancia psicológica para el pueblo viet. Mientras tanto, el
FLN sorprendía con una ofensiva en toda regla en el sur desde la superpoblada
zona del delta del Mekong. La encabezaban divisiones de tanques, desmontados
pieza por pieza y trasladados secretamente durante años por la legendaria “ruta
Ho Chi Minh”, desde Vietnam del Norte hasta el extremo sur del país.
Desenterrados y ensamblados nuevamente, su efecto sorpresa fue decisivo. Se
llegó a combatir casa por casa en la propia Saigón, la capital, a escasas
cuadras de la embajada de Estados Unidos. Aunque la ofensiva del Tet tuvo un
desenlace militar incierto pues la guerrilla no logró tomar el poder y sufrió
enormes bajas, de un tercio de sus efectivos, sin embargo fue una victoria
política y propagandística decisiva. Cambió la percepción en el mundo sobre la
marcha de la guerra de Vietnam: Estados Unidos la estaba perdiendo. El
presidente Johnson, agobiado por una opinión pública cada vez más crítica,
anunció que no se presentaría a la reelección. El candidato por el Partido
Republicano, Richard Nixon, centró su campaña en la promesa de poner fin a la
guerra de Vietnam y resultó electo. Inició la reducción del número de tropas y
anunció la nueva estrategia de “vietnamización” del conflicto. El ejército
vietnamita del Sur quedaría a cargo, al tiempo que se iniciaban negociaciones,
que en realidad se reducían a discutir las condiciones 10 de la retirada de
Estados Unidos. Culminarían en 1973 y la caída del régimen del Sur sería ya
sólo cuestión de tiempo. En 1975 caía Saigón, era rebautizada con el nombre de
“ciudad Ho Chi Minh”, el país era reunificado, todo él bajo régimen socialista
y con su capital en la norteña Hanoi. El imperialismo había sido derrotado.
6.-
Las protestas por Vietnam, el movimiento hippie y el festival de Woodstock.
La
derrota de Estados Unidos fue obra del pueblo vietnamita, que pagó un precio
muy elevado: cerca de un millón de muertos. Pero, sin duda, resultó
determinante también el vuelco de la opinión pública norteamericana contra la
continuación de esa guerra. Se cobró 58 mil vidas de jóvenes estadounidenses y
destrozó el futuro de unos 300 mil que fueron heridos o mutilados. A la altura
de 1968, tras ocho años de intervención, los Estados Unidos habían perdido su
imagen de potencia anticolonialista y pacifista. Aparecían ahora a los ojos del
mundo y de buena parte de su propia población como una potencia imperialista y
agresiva. Su política exterior había entrado en una crisis de legitimidad. Era
uno de los efectos del “síndrome de Vietnam”. A ello contribuyó enormemente la
difusión de fotos, artículos periodísticos y reportajes televisivos que daban
cuenta de atrocidades cometidas por sus propias tropas o las de sus aliados. La
foto de una niña vietnamita de nueve años, que corre desnuda con el cuerpo en
llamas mientras huye de un bombardeo con napalm, estremeció a la opinión
pública. O la ejecución sumaria de un guerrillero recién capturado, en plena
calle y con toda frialdad, por el jefe de la policía de Saigón, filmada y
transmitida por la televisión norteamericana. Asimismo la matanza de los
pobladores de la aldea Mi Lay, en su mayoría ancianos, mujeres y niños, que
protagonizó una unidad de infantes de marina, cubierta por corresponsales de
guerra occidentales y ampliamente documentada. Las autoridades militares de
Estados Unidos insistían en que se trataba de actos aislados, que los responsables
fueron juzgados y condenados. De nada servía. Los periodistas iban tras la
noticia y, obviamente, no lo era si una patrulla operaba sin incidentes y
siguiendo las normas. Se trataba de la primera guerra televisada en directo y
el alto mando no había medido el impacto de las noticias de Vietnam sobre su
retaguardia. Los esfuerzos oficiales por ocultar las bajas propias o los abusos
que ocasionalmente cometían sus tropas estaban condenados al fracaso. Un
periodista lo resumió con ironía: “El objetivo del presidente Johnson, al
parecer, era: cómo hacer la guerra sin que el New York Times lo notase”. La
opinión pública se volcó contra la guerra. Una gigantesca manifestación contra
la guerra de Vietnam tuvo lugar en Washington, frente al Pentágono, en 1967.
Otras 200 mil personas repetirían la demostración el año 1969. En estas
protestas jóvenes en edad militar, en un acto de desobediencia civil, quemaban
públicamente sus cartillas de reclutamiento. La impopularidad del sistema de
reclutamiento se debía también a que los jóvenes de clase media y alta eludían
fácilmente ir a Vietnam. Allá eran enviados mayoritariamente los pobres y los
miembros de las minorías raciales. Los afroamericanos que representaban el 11%
de la población total, en cambio suponían el 31% de las tropas destacadas en
Vietnam. Por otra parte, nadie quería ir a morir en una guerra que parecía
absurda, a miles de kilómetros, en las selvas de un país desconocido, por
motivos tan abstractos como “la defensa de la libertad”. No es de extrañar, por
tanto, que creciera la influencia de corrientes contraculturales y pacifistas.
La más importante en la época era sin duda el movimiento hippie. Nacido a
inicios de la década, inspirado por aventureros nómadas como Jack Keruac y por
las influencias de filosofías orientales, era un movimiento juvenil que vivía
en comunas al margen de la sociedad consumista. Su lema “amor y paz” cobraría
sentido concreto ante la evolución de la guerra de Vietnam y se transformaría
en el conocido eslogan 11 contestatario “haz el amor y no la guerra”. Aunque
los hippies auténticos eran una pequeña minoría, no dejaban de ser admirados e
imitados por una generación entera de jóvenes. Era una revolución en los
valores: amor libre, espontaneidad, rechazo a las normas sociales, pacifismo,
respeto a la naturaleza, drogas y creación artística. En los laboratorios de la
Universidad de Berkeley, en San Francisco, había nacido el LSD, droga sintética
alucinógena que inspiró la nueva corriente del arte psicodélico. La marihuana y
otras drogas relativamente suaves se pusieron de moda entre la juventud y su
uso era considerado en la época como un signo de rebeldía. Eran consumidas de
manera ostentosa por la mayoría de las estrellas de la música rock, verdaderos
líderes juveniles en los sesenta. Todo ello formaba parte de la “contracultura”
o “underground” que contradecía los valores y la hipocresía imperantes en la
sociedad, por ejemplo, la existencia de drogas permitidas, como el alcohol y el
tabaco, tildadas de más nocivas que algunas de las ilegales. Igualmente con el
tema de la sexualidad. En este ambiente surgió la convocatoria a tres días de
festival musical en Woodstock, en la costa este, en la primavera de 1969. La
concurrencia masiva sorprendió a sus organizadores y desbordó la
infraestructura prevista. Más de 200 mil personas de todo el país se
congregaron en el enorme descampado haciendo colapsar toda previsión de
instalaciones sanitarias, alimentos, etc. Al público asistente no pareció
importarle. Las escenas de jóvenes bañándose desnudos, haciendo el amor o
drogándose en público, escandalizaron a una parte del país pero seducían a
otra. Los mismos residentes de la zona, humildes granjeros, reaccionaron con
opiniones divididas. Para unos los jóvenes eran un escándalo y una molestia
intolerables, para otros una expresión de la libertad y del amor a la vida,
además de una fuente de ingresos inesperados. Músicos consagrados como Janis
Joplin o Jimi Hendrix participaron en el festival; otros grupos desconocidos se
hicieron famosos gracias a él. El tema de Vietnam y su crítica no podía faltar,
y algunas actuaciones galvanizaron las protestas contra la guerra. Fue el
festival de Woodstock el momento culminante de una época que ya iba camino a
ser superada. Pero en su momento marcó una señal inequívoca de que la juventud
estaba en Estados Unidos desconectándose de sus autoridades y de los valores
socialmente aceptados. Aunque menos politizados que sus compañeros europeos,
los jóvenes estadounidenses sin duda coincidían en un caldo generacional común.
7.- La matanza de Tlatelolco.
Los acontecimientos de 1968 en la capital
mexicana iban a demostrar el dramatismo que las luchas sociales podían alcanzar
en los países periféricos. Eran los estudiantes universitarios, también ahí,
los grandes protagonistas. Pero en América Latina una protesta pacífica podía
terminar en una masacre. Hubiera sido de esperar tal represión violenta por
parte de alguna de las dictaduras militares que asolaban el continente, pero no
en México, que junto con Chile y Costa Rica, era de los pocos países
latinoamericanos con larga tradición democrática. Ciertamente, el Partido
Revolucionario Institucional, PRI, ejercía una suerte de monopolio del poder
político de varias décadas pero, heredero de la revolución mexicana, era
considerado internacionalmente como una fuerza progresista. Pero en el plano
nacional venía mostrando una tendencia al autoritarismo que se exacerbó en la
coyuntura del 68. En la gigantesca Universidad Nacional Autónoma de México,
UNAM, los estudiantes iniciaron en el verano de ese año una serie de asambleas
para demandar una reforma universitaria. La situación se fue politizando ante
la intransigencia gubernamental y las reivindicaciones empezaron a abarcar
aspectos de crítica a la política nacional. Pocas semanas antes de la
inauguración de los Juegos Olímpicos, previstos a realizarse en septiembre en
el Distrito Federal, los jóvenes decidieron tomarse la Plaza de las Tres 12
Culturas, también llamada plaza Tlatelolco, para presionar al gobierno en momentos
en que México atraería la atención mundial. Las autoridades habían invertido
grandes sumas en los Juegos, de los que esperaban un efecto propagandístico
positivo sobre la imagen del país y la atracción de inversiones. La toma de una
céntrica plaza por el movimiento estudiantil estorbaba dichos planes. Para los
manifestantes era la mejor ocasión de presionar por una negociación con el
gobierno. Mas éste prefirió tomar otra línea de acción. Investigaciones
posteriores comprobaron que la policía había logrado infiltrar, incluso a nivel
de la dirigencia, al movimiento estudiantil. De hecho, alguno de los oradores
en la plaza resultó ser oficial de inteligencia que había penetrado en la
organización. De tal modo, el movimiento fue manipulado para provocar una
radicalización que justificase la operación de represión que ya estaba diseñada
y decidida con antelación. Tropas combinadas de la policía y el ejército
irrumpieron en la plaza Tlatelolco desde diversos puntos provocando la
encerrona de los más de 4 mil manifestantes. Comenzaron los disparos y - en
legítima defensa, según las autoridades - las fuerzas del orden abrieron fuego
sobre la multitud. Oficialmente el gobierno reconoció 28 muertos y alrededor de
doscientos heridos. Pero fuentes independientes y testigos oculares aseguran
que los muertos fueron más de doscientos. Se capturó a centenares de personas y
la mayoría fue objeto de golpizas y malos tratos. Hubo también varias decenas
de desaparecidos, los que se supone fueron asesinados un tiempo después de su
captura. Filmaciones de vecinos y periodistas mostraron la existencia de
agentes de civil que se hallaban mezclados entre los manifestantes y que fueron
ellos quienes iniciaron los tiroteos. Un guante blanco en su mano derecha, que
se colocaron al momento de iniciar el ataque, era la contraseña acordada para
evitar ser baleados o apresados por los efectivos gubernamentales. Dichos
elementos se encargaron de generar el caos inicial y posteriormente de balear o
capturar a determinados líderes estudiantiles. Se trataba de una verdadera
maniobra de conspiración gubernamental a fin de golpear al incipiente
movimiento opositor, ensañándose con la cara más visible del mismo, que era el
movimiento estudiantil. Los investigadores señalan la participación de miembros
de la estación local de la CIA en la planeación y ejecución de la matanza. Una
película documental realizada en años posteriores muestra imágenes de archivo y
entrevista a víctimas y testigos, con una convincente argumentación sobre la
responsabilidad del gobierno de la época y del papel de los agentes de
inteligencia estadounidenses. Los trágicos acontecimientos en la Plaza de las
Tres Culturas, frente a centenares de testigos que los presenciaron impotentes
desde las ventanas de sus casas, derribaron las esperanzas de una posible
democratización mientras se mantuviera la hegemonía política del PRI. México
mostró una realidad próxima a la vertiente más sombría del autoritarismo
latinoamericano. Un vuelco hacia la línea que propugnaban los Estados Unidos
según la doctrina de seguridad nacional y de terrorismo de estado, semejante a
la seguida por dictaduras militares en el continente, parecía estarse
concretando en el país azteca. México, pese a su tradición de asilo y refugio a
perseguidos políticos de otras latitudes, aparecía ahora más lejos de París o
de Berlín, que de Guatemala o San Salvador. No tanto por geografía, como por la
política que estaban adoptando sus autoridades. Más tarde vendrá la ruptura de
un ala izquierda del PRI con el partido oficial, que se constituirá en Partido
Revolucionario Democrático, PRD. Después, su derrota a manos de la oposición
neoliberal del PAN. Son ecos lejanos del desencanto que el priísmo empezó a
generar en 1968. Más de treinta años después de los sangrientos hechos de
Tlatelolco y apartado el PRI del poder, se ha podido por fin abrir proceso
judicial al ex-presidente Echeverría y a otros altos cargos de su gobierno. La
impunidad del genocidio de Tlatelolco puede que finalmente sea superada. 13
8.-
La huelga de ANDES.
El 21 de junio de 1968, un día antes del Día del Maestro,
el magisterio nacional de El Salvador se proclamaba en huelga general. El
movimiento sería impactante para la sociedad salvadoreña y premonitorio del
potente movimiento opositor de masas que se desarrollaría durante la década
siguiente. Una de las claves de las revoluciones centroamericanas de los
ochenta sería la masividad y beligerancia de un movimiento popular que empezó a
gestarse, en el caso salvadoreño, en la coyuntura de 1967-1968. Señala el
arranque de la crisis social como consecuencia del fiasco en que derivó el
proceso de integración económica de la región, conocido como Mercado Común
Centroamericano. Su fracaso provocó la guerra entre El Salvador y Honduras de
1969 y sentaba las bases para la exacerbación de las contradicciones sociales a
todo lo largo de la década de los setenta. La conflictividad social empezó a
hacerse sentir en 1967 con el desarrollo de varias huelgas. La de los
trabajadores de la fábrica textil IUSA, en febrero, resultó exitosa. En abril
una huelga en la empresa metalúrgica ACERO, ubicada en Zacatecoluca, en el
interior del país, fue contestada con despidos. Provocó, de inmediato, una
huelga de solidaridad. Se sumaron a ella los obreros ferroviarios y los descargadores
del puerto de Acajutla y del puerto de Cutuco. Dos días más tarde, las dos
principales centrales sindicales hacían un llamado a la huelga general, el cual
era seguido en la mayoría de las más importantes empresas. Fuentes sindicales
cifraban, tal vez exageradamente, en 35 mil los obreros en paro. La patronal,
presionada por el gobierno y por la gremial de la empresa privada, tuvo que
ceder. Los despedidos fueron readmitidos. Habían sido dos primeras victorias.
En septiembre la lucha de los panificadores fracasó. Pero la clase obrera y la
oposición habían levantado su moral y su disposición de lucha. En ese clima
psicológico fue que el año siguiente los maestros lanzaron su huelga, una
medida que sorprendió a la población pues el sector de empleados públicos, del
que el magisterio era parte integrante, no se había distinguido hasta entonces
por su combatividad, sino más bien por su docilidad. La lucha de los maestros
fue recibida con muestras de comprensión y apoyo por el pueblo, a pesar de los
contratiempos que la interrupción de la actividad escolar causaba en cada
hogar. El movimiento consiguió tan sólo una parte de sus demandas. Pero lo
decisivo fue que dejó como resultado la constitución de una fuerte asociación
gremial: la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños, ANDES - 21 de
Junio. Un año más tarde repetiría la huelga con mayor dosis de experiencia y de
organización. Había nacido un importante bastión del bando opositor, que se
convertiría en símbolo de lucha y resistencia. Para la dictadura militar que
gobernaba el país desde los trágicos sucesos de 1932, cuando una intentona
insurreccional promovida por el Partido Comunista fue reprimida con un
genocidio, la toma de conciencia de los maestros era algo muy grave. Junto al
cura y al médico, el maestro era parte de “las fuerzas vivas de la
nación". Los tres eran la autoridad moral e intelectual en cada pueblo, a
la par de la autoridad real del alcalde y del jefe del puesto de la Guardia
Nacional. A fines de la década de los sesenta estos reproductores de la
ideología dominante, que ayudaban a mantener la ley y el orden en el campo, en
muchos lugares se han vuelto críticos del gobierno: el médico porque se ha
politizado en las asambleas y movimiento estudiantil de la Universidad
Nacional, el sacerdote a menudo transformado en agitador y organizador del
campesinado a raíz de los lineamientos del Concilio Vaticano II y de Medellín,
así como por la teología de la liberación y, por último, el maestro o la
maestra, concientizados a partir de sus propias experiencias de la lucha
gremial y de las iniciativas de ANDES. Se empezaba a desarrollar lo que Gramsci
llamaba una “guerra de posiciones”, o sea, una lucha por la hegemonía
ideológica, por imponer las ideas dominantes en la sociedad. 14 La radicalización
del magisterio fue a la par con la de todo el país. Participó de la lucha
electoral de 1972, saldada con el fraude que se le hizo a la Unión Nacional
Opositora, UNO. A la altura de 1975 la mayoría de su dirigencia votó por la
integración de ANDES en el Bloque Popular Revolucionario, BPR, que coordinaba
la parte del movimiento de masas que orientaba una de las organizaciones
revolucionarias más poderosas: las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo
Martí”, FPL. De hecho, varios de los más connotados dirigentes gremiales del
magisterio se afiliarán en el transcurso de estos años a las diferentes
organizaciones de la izquierda, llegando a ser dirigentes del FMLN al iniciarse
la guerra civil. Así, Mario López será el Comandante Venancio del PRTC, Norma
Guevara será miembro de la Comisión Política del PCS, Mélida Anaya Montes con
el nombre de Comandante Ana María llegó a ser la segunda en el mando de las
FPL, o Leonel González quien encabezó dicha organización desde 1983 y en la
posguerra ha sido Secretario General del partido FMLN. Muchos otros se
integraron de forma anónima en las filas de combatientes del movimiento de
liberación nacional. El conflicto salvadoreño, considerado por Ronald Reagan la
“prioridad número uno” de su política exterior, se alimentó de estas raíces
sociales que se hundían en su historia. El magisterio salvadoreño pagó un
fuerte precio por ese compromiso político. Más de 400 maestros fueron
asesinados o desaparecidos en la espiral de violencia generada desde mediados
de los setenta. Varios centenares más tuvieron que irse al exilio para salvar
sus vidas. Otros se desvincularon de toda actividad política o gremial. Una vez
pasado el conflicto armado, ANDES ha seguido siendo un interlocutor ineludible
frente al Ministerio de Educación, aunque ya sin la absoluta preponderancia
entre el sector magisterial que había tenido en la coyuntura del 68 y la década
siguiente. No obstante, al momento de la entrega anual de las Medallas al
Mérito Educativo, siguen siendo los candidatos propuestos por ANDES – 21 de
Junio los que consiguen imponerse en las votaciones gremiales, lo que no deja
de ser una señal de su permanente implantación dentro del magisterio y de su
continuado prestigio ante la sociedad.
9.- La conferencia episcopal de
Medellín.
El Concilio Vaticano II se desarrolló entre 1963 y 1965. Lo impulsó
el Papa Juan XXIII y lo llevó a su culminación su sucesor, Paulo VI. Marcó una
importante renovación de la Iglesia Católica, en dirección a salir al encuentro
de los cambios propios del mundo moderno y de acercamiento al sentir y al
sufrir de los fieles. Señaló como prioridad la evangelización y la labor
pastoral, de tal modo que la Iglesia-institución se pusiera al servicio de la
Iglesia-misión. La misión es anunciar la buena nueva y denunciar el pecado en
el mundo; ayudar al advenimiento y construcción del Reino de Dios entre los
hombres. No simplemente esperar al Día del Juicio Final, sin hacer nada que
contribuya a su concreción histórica. Se desprende de ahí que las bases de la
Iglesia universal sean las comunidades de base. La Iglesia católica analiza su
papel en el mundo y para el mundo. La palabra "iglesia" significa
"pueblo que peregrina", es decir, grupo de hombres y mujeres que para
ser iglesia no se salen de la historia. Insertarse en ella y en la sociedad con
sus problemas y contradicciones es tarea prioritaria, pues el pecado es ante
todo la injusticia que hay. La paz debe basarse en la justicia. Surge del
Concilio una nueva sensibilidad social y un renovado compromiso hacia los pobres
y los oprimidos. Se retoma el espíritu de los primeros siglos de cristianismo,
el de la vivencia comunitaria y de la persecución. El mensaje del Concilio
Vaticano II fue reiterado y puntualizado en la encíclica papal "Populorum
progressio" en 1967. En agosto de ese mismo año se realizó el encuentro de
Obispos del Tercer Mundo que lanzó un pronunciamiento en el que se reflejaba la
nueva conciencia eclesial. Si la Iglesia se volcaba al mundo, su postura se
radicalizaba 15 ahí donde el mundo era pobre y oprimido. No podía ser de otra
forma. En enero de 1968 uno de los obispos brasileños, Monseñor Fragoso,
exponía: "El Evangelio es la buena nueva de la liberación de todos los
hombres en Cristo… Cristo no vino sólo a liberar al hombre de sus pecados; vino
a liberarlo de las consecuencias de su pecado. No tengamos miedo de ser
llamados "subversivos", si nuestra conciencia nos dice que estamos
tratando de "subvertir" un desorden moral que está ahí." Entre
agosto y septiembre de 1968 se celebró la Segunda Conferencia del Episcopado
Latinoamericano en Medellín, Colombia. Los obispos allí reunidos constataban
que el continente latinoamericano "vive un momento decisivo de su proceso
histórico". Había que estar atento a "los signos de los
tiempos". No se podía permanecer indiferente o al margen. No, cuando
estaba en juego la emancipación de América Latina, la liberación de sus
pueblos. La miseria, concluían, "es una injusticia que clama al
cielo". Su Santidad Paulo VI, en el discurso de saludo y apertura sostenía
"nuestra fuerza está en el amor". El Papa puntualizaba que "la
transformación profunda y previsora de la cual en muchas situaciones actuales
tiene necesidad la sociedad, la promoveremos amando más intensamente y
enseñando a amar". Pero a este propósito el Pontífice se preocupó de ser
específico: "ni el odio ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad.
Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no
podemos escoger ni el del marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto
menos el del esparcimiento de la sangre y el de la anarquía." En su
mensaje a los Pueblos de América Latina la Conferencia de Medellín hacía un
llamado "a los hombres de buena voluntad a colaborar en la verdad, la
justicia, el amor y la libertad". De manera más concreta se definía la
misión pastoral en "contribuir a la promoción integral del hombre y de las
comunidades del continente". Decía: "estamos en una nueva era
histórica. Ella exige claridad para ver, lucidez para diagnosticar y solidaridad
para actuar." Pero esa visión, diagnóstico y acción requerían de datos y
de análisis que solamente las ciencias sociales podían proporcionar. Había que
recurrir a la economía, la sociología, la antropología, la ciencia política… El
encuentro de la teología latinoamericana con el marxismo teórico era inevitable
en ese contexto. No dejaría de estar presente, aunque fuera en forma de diálogo
y no de una simple aceptación sin más, en las formulaciones de la teología de
la liberación que inspiraría Medellín. Por otro lado, en la vida real de las
comunidades y del movimiento liberador se encontraban codo con codo, trabajando
juntos, cristianos y marxistas. Las relaciones cotidianas de labor organizativa
y de lucha reivindicativa limaban asperezas y desconfianzas mutuas. Por lo
general los marxistas aportaban capacidad de análisis y experiencia en el
trabajo clandestino, los cristianos capacidad de movilización, de
concientización y compromiso personal trascendente. Juntas las dos corrientes
eran un torrente social que se volvía incontenible en un continente empobrecido
y desigual. A partir de Medellín y de las elaboraciones de los teólogos de la
liberación surgiría un poderoso movimiento de comunidades de base que se
constituían en masivos núcleos de organización del campesinado. La "opción
preferencial por los pobres" inspiraba su labor pastoral, que se expandía
rápidamente. Se desarrollaba como "iglesia popular" y provocaba una
importante fractura en el seno de la Iglesia católica latinoamericana, con parte
de la jerarquía más tradicionalista y a menudo comprometida con el poder y
cercana a las oligarquías locales. Era propio del signo de los tiempos: en una
época de luchas sociales y guerras civiles, también los cristianos se dividían
y resultaban en bandos opuestos. Los asesinatos de sacerdotes y religiosas,
acaecidos sobre todo en Centroamérica, no hacían sino ahondar esa división,
cuando El Vaticano ya no vibraba en el espíritu del Vaticano II y de Medellín.
Pero la impronta dejada en la sociedad era honda, sobre todo tras el martirio
de los jesuitas y de los obispos Romero y Gerardi. 16
10.- Las redes de
computadoras y la conquista de la luna.
Los historiadores han señalado 1968
como el año en que empezó a operar la interconexión de ordenadores puestos en
red. Inicialmente se trató de un proyecto secreto del Pentágono. Conectar las
computadoras de las distintas unidades militares en el territorio de Estados
Unidos iba a permitir la comunicación más segura y prácticamente instantánea
entre ellas. Lo decisivo para los intereses militares, no obstante, estaba en
el concepto mismo de una red: ésta carece de un centro definido y la
comunicación puede establecerse sin él. En el ambiente de guerra fría esta
característica era esencial: en caso de un ataque las fuerzas armadas tendrían
capacidad de coordinación y de respuesta aun si la sede del alto mando fuese
destruida en el primer golpe. Como ha pasado en otros momentos de la historia
moderna de la ciencia y de la técnica, era la investigación con objetivos
militares la que conseguía avances que serían después de gran importancia para
usos civiles. Los altos presupuestos para investigación y experimentación de
que disponen los Ministerios de Defensa hacen a menudo la diferencia. Un tiempo
después el Pentágono accedió transferir a un grupo de universidades esa
tecnología, lo que permitió la interconexión de las bibliotecas universitarias
así como el desarrollo en red de algunos proyectos de investigación académica.
Era sólo cuestión de tiempo el diseño del lenguaje "html" y el
surgimiento de la red mundial de redes o "www", más conocida como la
internet. Pronto habría millones de computadoras en el mundo conectadas entre
sí, intercambiando todo tipo de información. Significaría una revolución
mundial no sólo por la comunicación entre personas particulares, sino sobre
todo por las posibilidades que se abrían para las empresas. Se estaba
verificando lo que un japonés bautizó en los años sesenta como "la
sociedad de la información". Las grandes empresas usarán la revolución informática
para fragmentar su producción en distintos países, coordinando el conjunto de
operaciones desde un centro virtual, el cual puede estar en cualquier punto del
mundo. Las transferencias electrónicas van a permitir una movilidad instantánea
de capitales, para inversión o para especulación, lo cual es una de las bases
del proceso actual de globalización capitalista. El arranque de esta
intensificación de la mundialización de la economía, llamada globalización, que
ha cambiado la vida en el mundo, hay que situarlo en estas primeras
experiencias de redes entre computadoras. La tecnología de internet está muy
ligada a otro avance tecnológico; el de los satélites de comunicación.
Paralelamente y en conexión con el desarrollo de la informática era la
exploración del espacio otra prioridad militar, esta vez por medio de la NASA.
Las dos superpotencias competían también en ese terreno, en lo que se dio en
llamar "la carrera espacial". Los soviéticos llevaban ventaja: habían
sido los primeros en poner a un satélite en órbita terrestre (el Sputnik),
también en enviar a un ser vivo al espacio y hacerlo regresar (la perrita
Laika) así como el primer ser humano, de ida y regreso (el astronauta Gagarin).
Ahora los norteamericanos compensaban su atraso con un golpe de efecto espectacular:
¡ser los primeros en colocar un hombre en la luna! Los rusos tratarían de
restar importancia al hecho y se centraron en conseguir ser los primeros en
situar una estación permanente en el espacio, con largos períodos de
permanencia para los astronautas. Pero no pudieron evitar el impacto
propagandístico logrado por Estados Unidos, que trasmitió por televisión las
imágenes del astronauta Armstrong al momento de descender la escalerilla de su
nave y posar su pie en la luna. Se ha dudado del hecho y se ha especulado si se
trató de un montaje producido por la industria cinematográfica. Incluso la
famosa frase pronunciada por Armstrong - "es un pequeño paso para un
hombre, pero un gran salto para la humanidad"- más parecía sacada de un
guión de Hollywood: demasiado perfecta para ser real. Incluso algún que 17 otro
escéptico ha señalado que en las imágenes se puede ver ondear la bandera
norteamericana, lo que fuera imposible en la luna pues el satélite carece de
atmósfera. Independiente de esta polémica, lo cierto es que si Estados Unidos
no lo había logrado en esa fecha, estaba muy próximo a hacerlo y en los años
siguientes obtendría otros éxitos aún más importantes para la carrera espacial.
La conquista de la luna se había convertido para el imaginario colectivo en
símbolo de la ilimitada capacidad humana y expandió un gran optimismo en el
poder del conocimiento científico y de la tecnología. En las décadas siguientes
la superpotencia estadounidense superaría claramente a su rival soviético en la
carrera espacial, no tanto en cuanto exploración del espacio, como en su
capacidad de desarrollar nuevos sistemas de armas, ofensivas y defensivas, a
modo de un escudo protector. La ventaja norteamericana no estaba tanto en un
mejor nivel de sus científicos e ingenieros, como en su capacidad de financiar
los montos astronómicos de tal proyecto. La Unión Soviética se arruinó en su
empeño de seguir los pasos de su rival en esta doble carrera: la armamentista y
la espacial. La conquista de la luna por Estados Unidos era un pequeño paso, en
realidad, en comparación con el gran salto que significaría el proyecto del
escudo antimisiles o "star wars" que lanzó la administración Reagan y
que precipitó la ruina soviética. Primeros pasos los de 1968 para constituir a
Estados Unidos en la única e indiscutida hiperpotencia militar del planeta, tal
como lo ha llegado a ser hoy en día. A modo de conclusión. Para concluir, una
cita obligada, la del historiador y agudo analista Eric Hobsbawm: "En
1968-1969 una ola de rebelión sacudió a los tres mundos o grandes partes de
ellos, encabezada esencialmente por la nueva fuerza social de los estudiantes
cuyo número se contaba, ahora, por cientos de miles incluso en los países
occidentales de tamaño medio, y que pronto se convertirían en millones."
Hobsbawm utiliza conscientemente la palabra "rebelión". Considera que
ya no estaba en el orden del día la "revolución mundial" como la
había entendido la generación de 1917 (la de la revolución rusa); "nadie
esperaba ya una revolución social en el mundo occidental". Y constata:
"el futuro de la revolución estaba en las zonas campesinas del tercer
mundo" pero, "incluso donde la revolución era una realidad o una
posibilidad, ¿seguía siendo universal?" De tal modo, el historiador
británico tiende a considerar 1968 más como una página que se cierra, que como
una que se abre. "La revuelta estudiantil de fines de los sesenta fue el
último estertor de la revolución en el viejo mundo." Sin embargo, desde la
perspectiva de los otros dos mundos, el socialista y el de los países
periféricos, la época aparece preñada de revolución, en el sentido de cambios y
transformaciones profundas. Por esto aquí se ha elegido un subtítulo con
referencias indirectas a la revolución de 1917, pues recuerda el título del
famoso reportaje de John Reed sobre la insurrección de octubre: "Diez días
que estremecieron al mundo". Para el caso de 1968 se ha convertido en
"Diez acontecimientos que cambiaron el mundo". En una visión
seguramente menos eurocéntrica que la de Hobsbawm. Aquí se ha adoptado tal vez
una perspectiva más amplia, incorporando otros hechos significativos acaecidos
en dicha coyuntura, lo que permite vislumbrar también ciertos procesos que más
bien estaban arrancando su despliegue en 1968. Se ha tratado de mostrar asimismo
el aspecto ideológico y cultural que refleja la época y que expande su
influencia en los lustros siguientes. Muy distinta a la que predominará veinte
años más tarde. Era aquella generación que pintaba en los muros "yankis go
home", muy diferente a la que a mediados de los ochenta añadirá
sarcástica: "…y, ¡llévennos con ustedes!" Una época cargada tal vez
de mucha utopía y también, sin duda, de poesía. La que inspiraba a los jóvenes
de los sesenta, como el que escribió en una pared del Barrio Latino de París:
"Bajo los adoquines está la playa". En nuestra época, la de 18
"otro mundo es posible", hay seguramente necesidad de conocer y
apreciar esos tiempos anteriores cuando se pensó con ilusión, pero
ilusoriamente, que todo iba a ser posible. Años en que pareció factible el
asalto del cielo: que se podría traer el cielo a la tierra y así hacerla
habitable. La realidad ha mostrado con terquedad dónde queda el horizonte de lo
posible, hoy por hoy; pero también muestra día a día que tenemos los pies sobre
el terreno de lo insostenible. Y que habrá que saltar a lo imposible. Algo del
espíritu del 68 está haciendo falta para superar esa contradicción.
Bibliografía consultada: Brower, D.: Historia del mundo contemporáneo, 1900-2001, Prentice Hall, Madrid, 2002. CELAM: Los textos de Medellín y el proceso de cambio en América Latina; UCA, San Salvador, 1977. Clerc, J. - P.: Las cuatro estaciones de Fidel Castro. Una biografía política; Aguilar, Buenos Aires, 1997. Fuentes/LaParra: Historia universal del siglo XX. De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas, Síntesis, Madrid, 2001. García Canclini, N.: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad; Sudamericana, Buenos Aires, 1992. Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2000. Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Crítica, Barcelona, 2003. Howard, M. (ed.): Historia Oxford del siglo XX, Planeta, Barcelona, 1999. Martínez C.: Introducción a la historia contemporánea, 2 tomos, Istmo, Madrid, 1999. Nouschi, M.: Historia del siglo XX: todos los mundos, el mundo, Cátedra, Madrid, 1999. VV. AA.: Iglesia de los pobres y organizaciones populares; UCA, San Salvador, 1979
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