BERLIN, LA ESCENA SALVAJE Cabaret Berlin 1919-1933: Die Wilde Bühne

Una actuación en un restaurante de Berlín alrededor de 1925. / Getty Images

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Del Berlín de entreguerras parece haberse dicho todo a estas alturas, pero siempre es bienvenido material como este “Cabaret Berlin 1919-1933: Die Wilde Bühne”, un documental absolutamente maravilloso producido por las televisiones alemana y francesa –no parecen existir subtítulos disponibles en inglés, mucho menos en español, aunque resulta irrelevante porque las imágenes hablan por sí solas–, ganador del premio Avner Shalev en el 27th Jerusalem International Film Festival, cosa no particularmente irónica dado que a partir de cierto momento retrata de forma inevitable el deslizamiento de la ciudad al abismo nazi, y su director, Fabienne Rousso-Lenoir, es autor además de otro trabajo, más breve, sobre la persecución judía (“Zahor-Remember”), proyectado junto a “Die Wilde Bühne” en sesión doble en el UK Jewish Festival de 2010.
“Cabaret Berlin” se nutre de abundante material cinemático de la época, fotomontajes de vanguardia y fragmentos de películas de directores alemanes de sobra conocidos por aquellos que, como el propio Rousso, han caído de cabeza en el hechizo berlinés: de G.W. Pabst a Fritz Lang, pasando por Von Sternberg, Murnau y “Die Symphonie der Großstadt”, en un montaje sincopado y con frecuencia frenético concebido, precisamente, como una sinfonía audiovisual, que salta de la estridencia al susurro, de la comedia al desasosiego, conducido por la voz de Ulrich Tukur, el actor secundario de “Amen” y “La vida de los otros”, a quien también pudimos ver recientemente en “La cinta blanca”.
Cuidado hasta el último detalle, el film apura todos y cada uno de los mil y un elementos químicos que hicieron intoxicante y casi letal el “Berliner Luft”, el “aire de Berlín” (con la excepción, hay que decirlo, del Berlín esotérico de Hanussen y Hanns Heinz Ewers: nadie es perfecto): la terrible inflación y la locura política, el hedonismo sin complejos, el gusto por la mascarada y el angst existencial, la burocracia y el infierno diario de las fábricas, las prisas, los desfiles, las turbas y los interiores muertos, los callejeos al atardecer de una ciudad condenada, siempre reverdecida, y la explosión de las artes. También la profunda sensación de extrañeza, aunque, para quien esto subscribe, lo mejor son las imágenes cotidianas capturadas al azar e inmortalizadas en celuloide (deliciosas las tomas de la ciudad a través de una cristalera mojada). Como puede deducirse, un auténtico viaje en el tiempo y una experiencia fantástica, sólo para paladares finos.

http://signorformica.blogspot.com/2011/01/berlin-la-escena-salvaje.html

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