Una visitante de la muestra de Hopper en Virginia mira la habitación. A la derecha, la pintura que la inspiró.
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Nunca es suficiente. Hace falta siempre más. Nada basta nunca y a todo hay que agregarle algo, un plus –por disparatado que sea– que mejore la experiencia. Es difícil precisar cuándo empezó a imponerse esta norma en el mundo y en la vida contemporánea, cuándo la hemos aceptado mansamente, desde hace cuánto tiempo venimos sufriéndola y si alguna vez podremos sacárnosla de encima. Me temo que no.
El Virginia Museum of Fine Arts (Museo de Bellas Artes de Virginia, Estados Unidos) inauguró hace días la muestra Edward Hopper and the American Hotel. Se trata de más de sesenta obras –pinturas, dibujos, acuarelas e ilustraciones– del extraordinario artista que retrató como nadie la soledad en la sociedad norteamericana. La selección de obras tiene como eje escenas de hoteles, un motivo frecuente para Hopper, que durante muchos años de su vida hizo muchos viajes en auto por las rutas y autopistas estadounidenses. Una de las pinturas exhibidas es “Western Hotel”, de 1957, que integra la colección de la Yale University Art Gallery. La obra representa a una mujer que nos mira de frente, sentada sobre la cama de una habitación de hotel. La composición incluye una gran ventana a través de la cual se ve la parte delantera de un auto estacionado en el paisaje luminoso y desértico, con unas extrañas montañas al fondo. En un ángulo, se ve una valija de viaje apoyada sobre el piso y, del otro lado, un sillón. Es casi todo, además de un asiento tapizado de un bordó que combina con la colcha de la cama y el vestido de la mujer. Además, claro, de la maravillosa luz presente en todas las pinturas de Hopper y de la inexplicable atmósfera metafísica de la pintura.
Pero no bastó esa obra. Ni las otras sesenta o más. Por eso, el museo de Virginia le puso una yapa a la muestra. Un plus que haga la experiencia del visitante verdaderamente única y memorable. Ese plus es Hopper Hotel Experience. La cosa consiste en una habitación de hotel que reproduce fielmente la que se ve en la pintura. Un set vivenciable. El visitante puede entrar en la habitación y pasar allí la noche, en lugar de la mujer de vestido rojo y mirada enigmática que Hopper creó en su pintura.
La página web del museo dice “¡El museo te invita a hacer el check in!”. Solo hay que ser mayor de 21 años y hacer la reserva. No se apure, es imposible: ya está todo vendido. Aunque los paquetes no son exactamente baratos. Hay varias posibilidades, que arrancan en 150 dólares y terminan en 500, con escalas de 250 y 350 dólares. Los paquetes incluyen pasar la noche en la habitación y, la más cara, cena para dos, desayuno y partido de golfito a la mañana siguiente. No es chiste. Desayuno y golfito.
Algo ha pasado en el mundo hoy para que se aspire a este tipo de experiencia. Hasta hace poco, había dos cosas: de un lado, una pintura maravillosa; del otro, un espectador que la mira. ¿Hace falta algo más?
"Nighthawks", de Edward Hopper.
Desde hace años vengo esperando con paciencia la oportunidad de colar en uno de estos textos una queja indignada e impaciente por la música que es de rigor en todos los cafés, en todos los bares y en demasiados restaurantes del mundo. Sépanlo, señores empresarios gastronómicos: nadie la escucha, no mejora la experiencia del café, la coca o el trago. Solo obliga a los parroquianos a levantar la voz para ser escuchados. Y todo el mundo termina gritando mientras de los malditos parlantes sale ese sonido horrible con los agudos al máximo que lastima los oídos. Ni siquiera es posible saber si lo que suena es una zamba, el último éxito pop con el que machacan en la radio, un tango o el Himno Nacional de Groenlandia. Si tienen dudas, busquen en Google o en algún libro de arte la imagen de "Nighthawks", probablemente la pintura más conocida de Hopper, esa del bar de noche en Nueva York con tres o cuatro personas en la barra que se ven desde afuera a través del enorme ventanal. Hopper la pintó en 1942. Observen la escena, la luz de esa pintura, esa perla de tiempo detenido y silencioso. Puede escucharse el silencio en esa pintura de Hopper. Si se mira con cuidado, en paz y con el tiempo suficiente, el silencio puede verse en "Nighthawks". Mírenlo, valórenlo, disfrútenlo. Y saquen ese ruido. Apáguenlo. Nuestras almas –y las suyas– se los agradecerán.
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