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Traducción de Damià Alou. Anagrama. Barcelona, 2017. 288 páginas, 19'90 €. Ebook: 9'99 €
MARÍA TERESA GIMÉNEZ BARBAT 23 junio, 2017
Este libro va a hablar de usted. No ha existido nadie igual ni volverá a existir. En la madeja de conexiones infinitamente densa de miles de millones de células cerebrales y sus miles de billones de conexiones, encontrará el gran secreto de su lugar en el mundo. Por eso el libro se llama en su versión original The brain: the story of you.
David Eagleman (Alburquerque, Nuevo México, 1971) es un joven neurocientífico que dirige el Center for Science and Law, además de ser profesor adjunto en la universidad de Stanford. Es escritor y presentador de la serie “The brain with David Eagleman” y éste el libro que la acompaña. Es un autor muy popular.
Recordemos su gran best-seller Incógnito: las vidas secretas del cerebro. Es habitual en las charlas TED y forma parte de innumerables asociaciones y fundaciones dedicadas a las ciencias de la mente.
Al cerebro llega un variopinto surtido de fuentes de información (fotones, ondas de comprensión del aire, etc…) que convierte en una moneda única: las señales electroquímicas. Cada criatura percibe tan sólo lo que ha evolucionado para percibir. En la “realidad” no hay color ni sonido. La realidad, nos dice Eagleman, “es un programa de televisión que sólo usted puede ver y que no puede apagar. La buena noticia es que resulta que lo que hay en antena es el programa más interesante que podría desear: uno editado, personalizado y emitido solo para usted”.
A diferencia de los delfines que nacen nadando, de las cebritas que corren a los 25 minutos de nacer, nacemos inacabados. Pero aquellas rutinas tan espectaculares están en gran medida programadas a costa de la flexibilidad. Funcionan en un nicho particular del ecosistema, si sacamos al ser vivo de él, las probabilidades de sobrevivir son escasas. En el cerebro de un recién nacido, se forman en cada segundo hasta dos millones de nuevas conexiones o sinapsis. A los dos años, un niño cuenta con 100 billones de sinapsis, el doble de un adulto, que luego son podadas. Un adulto se convierte en lo que es, no gracias a lo que desarrolla su cerebro, sino a lo que elimina.
Nuestra memoria exhibe gran flexibilidad, como demostró Elizabeth Loftus con sus experimentos. Es posible incluso contaminar el recuerdo con determinados discursos y preguntas. Eso fue muy evidente en la auténtica pandemia que se desató en particular en los EEUU en los años 80 en relación a supuestas agresiones sexuales vividas por algunas personas en su infancia y que se demostraron falsas. La parte positiva de esta plasticidad la encontramos en determinadas lesiones, accidentales o en el caso de enfermos de Alzheimer, que no implican pérdida cognitiva al hacerse cargo de las zonas dañadas otras áreas del cerebro. No somos algo fijo, como dice el autor, sino “de la cuna a la tumba, una obra en marcha”.
Todas las experiencias de la vida conforman los detalles microscópicos de nuestro cerebro. Cada experiencia única, así como los vastos y minuciosos patrones de las redes neuronales significan identidad en movimiento, sin llegar nunca a un punto definitivo. La familia de origen, la cultura, todas las películas que hemos visto, los amigos, las conversaciones… Todo ha dejado huella en el sistema nervioso. Se es la suma de los recuerdos. Estas impresiones indelebles y minúsculas se acumulan para convertirnos en quienes somos y para poner límites a lo que podemos llegar a ser. Somos criaturas complejas porque estamos compuestos de muchas pulsiones y todas quieren estar al mando.
La actividad de un cerebro normal se basa en la red social que le rodea. Además, nuestras neuronas requieren de las neuronas de los demás para desarrollarse. El instinto que nos lleva a formar grupos proporciona ventaja para la supervivencia. Pero también tiene un lado oscuro: por cada grupo de pertenencia, como bien sabemos por desgracia, existe al menos un grupo de no pertenencia. Freud acertó en lo básico cuando llegó a la conclusión de que la mente consciente es sólo la punta de nuestros procesos mentales, mientras que no podemos ver la parte importante que impulsa nuestros pensamientos y comportamientos.
Todo esto es lo que trata de hacernos ver David Eagleman de una manera hábil, vivaz y con un punto de emoción profética. Porque, según sus palabras, “únicamente una cosa es cierta: nuestra especie se encuentra al principio de algo y aún no sabemos qué”.
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