09 Dic 2016
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“Nosotros hacemos un periódico libre e independiente, y no queremos meternos en política”, sostiene Pereira al explicar la postura de su diario, que es la de muchos diarios. Convence al joven Monteiro Rossi para que sea su ayudante. Pereira, viudo y cardiópata, es un periodista veterano que, después de haber trabajado 30 años en la sección de sucesos de un gran rotativo, ahora se ocupa de la página cultural del diario Lisboa. Modesto, aunque con un gran futuro, Lisboa es un vespertino que se dedica principalmente a “noticias propias de la prensa del corazón”.
Del personaje de Antonio Tabucchi podemos extraer instructivas lecciones para el periodismo presente. Sí, vivimos en democracia, pero no por ello deja de haber presiones para quienes informan. Han pasado muchos años desde la época de Pereira, pero, al igual que a él, profundos y vertiginosos cambios nos atenazan. Hoy como entonces, un mundo nuevo emerge amenazando de muerte al antiguo. Quizá Pereira no sea un profesional ejemplar, pero nosotros tampoco lo somos. Merece la pena aprender de su experiencia.
Estamos en Lisboa en el año 1938. El Estado Novo, la dictadura salazarista, ya lleva cinco años asentado en el poder. Casi se oyen los cañonazos de la guerra civil española. Europa está a punto de ser el campo de batalla de otra contienda mundial. “La ciudad apesta a muerte, toda Europa apesta a muerte”, piensa Pereira.
"Se escandaliza Pereira: Usted es un novelista espléndido, pero mi periódico no es el lugar apropiado para escribir novelas, en los periódicos se escriben cosas que corresponden a la verdad o que se asemejan a la verdad."
Pereira es un ser extraño, ensimismado en su mundo, ni siquiera trabaja en la redacción, sino en un “triste cuartucho” con un horrible olor a fritanga, sin más mobiliario que un ventilador y un escritorio. Su carácter melancólico le define: “Sentía una gran nostalgia, de qué no podría decirlo, pero era una gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura, sostiene Pereira».
No se entera de lo que ocurre a su alrededor. “¿En qué mundo vives, tú, que trabajas en un periódico?”, le reprocha su amigo el padre Antonio. “Por mucho que sea periodista, no estoy muy bien informado”, reconoce. Vive “en un país que calla”. Ha de preguntar en los cafés qué noticias hay: “Si no lo sabe usted, Pereira, que es periodista…”, le reprocha el camarero. “No he leído los periódicos, aparte de que por los periódicos no se sabe nunca nada”, aclara Pereira.
Propone a Monteiro Rossi que, para descargarle de tareas, escriba necrológicas anticipadas. “A mí, me interesa la vida”, rebate el joven, aunque por unos escudos está dispuesto a todo. Para empezar, traza un elogio fúnebre de García Lorca. “El que ha inventado la vanguardia española… como nuestro Pessoa ha inventado la modernidad portuguesa”, explica Monteiro Rossi.
Su prosa rebosa energía: “Hace dos años, en circunstancias oscuras, nos dejó el gran poeta español Federico García Lorca. Se sospecha de sus adversarios políticos porque fue asesinado. Todo el mundo se pregunta todavía cómo fue posible una atrocidad semejante.”
Se escandaliza Pereira, enemigo de las disputas y esclavo de los géneros: “Usted es un novelista espléndido, pero mi periódico no es el lugar apropiado para escribir novelas, en los periódicos se escriben cosas que corresponden a la verdad o que se asemejan a la verdad, de un escritor no debe usted decir cómo ha muerto, en qué circunstancias o por qué, debe decir simplemente que ha muerto y después debe usted hablar de su obra (…) la muerte de García Lorca sigue siendo un misterio. ¿Y si las cosas no hubieran sucedido así?”
Zanja Pereira, acalorado: “O es usted un inconsciente o es usted un provocador. Y el periodismo que se hace hoy día en Portugal no prevé ni inconscientes ni provocadores, y eso es todo”. Monteiro Rossi se ofrece a reescribirlo, pero Pereira se revuelve: “Nada de García Lorca, por favor, hay demasiados aspectos de su vida y de su muerte que no se corresponden con un periódico como el Lisboa (…) García Lorca era un subversivo, ésa es la palabra, subversivo”.
Monteiro Rossi lo intenta con personajes como Maiakovski, Marinetti y D`Annunzio, todos conflictivos por un motivo u otro: “A mi periódico no le gustan las personas frívolas”, se justifica Pereira visiblemente incómodo.
Admira a Mauriac y a Bernanos. La postura de sus escritores católicos a favor de la República hace tambalear sus presunciones. Pasa a la acción. Traduce y publica en su página La última lección, de Alphonse Daudet. El cuento acaba con un subversivo “¡Viva Francia!”. Su amigo el doctor Cardoso le felicita: “Ha podido usted escribir viva Francia, aunque sea por persona interpuesta”. Es sin duda el mayor triunfo en sus 30 años de profesión.
"Cualquiera que quiera ejercer la profesión de Pereira de forma comprometida debería leer con atención ese texto."
Engaña a la censura. Pero aquel grito revolucionario no pasa desapercibido a su director, un personaje del régimen que cuando levanta el brazo, “parece que quisiera lanzarlo como una jabalina”. El jefe ofrece toda una lección para ser un buen periodista obediente: “Somos nosotros quienes debemos estar atentos… nosotros, los periodistas que tenemos experiencia histórica y cultural, somos quienes tenemos que vigilarnos a nosotros mismos… tú no haces más que publicar cuentos franceses y los franceses no nos son simpáticos”.
Pero en Pereira ha anidado el impulso rebelde. Ya no se conformará con un “¡Viva Francia!” dentro de un cuento decimonónico. La transformación de Pereira llegará hasta el final, hasta escribir un homenaje póstumo incendiario, un obituario en el que se explican con detalle no sólo las excelencias de la obra del finado, sino también las circunstancias de su asesinato. Nada que ver con sus viejas convicciones. Su título es bien explícito: “Asesinato de un periodista”.
Cualquiera que quiera ejercer la profesión de Pereira de forma comprometida debería leer con antención ese texto. Antonio Tabuchi (1943-2012) lo recoge en su soberbia novela Sostiene Pereira, publicada por Anagrama en 1995.
(*) Elaborado a partir del ejemplar regalado y dedicado por Miguel Munárriz en 1996. En todo momento de la lectura, ha estado presente la imagen de Marcello Mastroianni encarnando a Pereira en la soberbia película de Roberto Paenza (1995).
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44 sugerencias para periodistas amantes de la lectura y con espíritu autocrítico
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Bayly, Jaime. Los últimos días de la Prensa.
Bioy Casares, Adolfo. La aventura de un fotógrafo en la Plata.
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Capote, Truman. A sangre fría.
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Follett, Ken. Papel moneda.
Ford, Richard. El periodista deportivo.
Fuguet, Alberto. Tinta Roja.
Greene, Graham. El americano impasible.
Grisham. John. El informe Pelícano.
James, Henry. Los periódicos.
Kapuscinsky, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio.
Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser.
Larsson, Stieg. Saga Millennium.
LeCarré, John. El honorable colegial.
Leguineche, Manuel. La tribu.
Malcolm, Janet. El periodista y el asesino.
Martínez, Tomás Eloy. El vuelo de la reina.
Maupassant, Guy de. Bel ami.
Mendoza, Eduardo. La verdad sobre el caso Savolta.
Penn Warren, Robert. Todos los hombres del rey.
Pérez-Reverte, Arturo. Territorio comanche // El pintor de batallas.
Rachman, Tom. Los imperfeccionistas.
Rand, Ayn. El manantial.
Sanclemente, José. Ilusionarium.
Sorela, Pedro. El sol como disfraz.
Tabucchi, Antonio. Sostiene Pereira.
Talese, Gay. El reino y el poder.// Vida de un escritor.
Vargas Llosa, Mario. Conversación en la Catedral.// Las cuatro esquinas.
Verne, Julio. La jornada de un periodista americano en 2889.
Wallraff, Günter. El periodista indeseable.
Walsh, Rodolfo. Operación masacre.
Waugh, Evelyn. Noticia bomba.
Wodehouse, P. G. PSmith Periodista.
Wolfe, Tom. La hoguera de las vanidades.
Zepeda, Jorge. Malena o el fémur más bello del mundo.
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