En 1942, un agente literario austríaco, que se encontraba exiliado en Califonia huyendo del nazismo, al igual que Thomas Mann, encargó a este de escribir una especie de introducción para lo que debía ser una película de denuncia contra el régimen nazi, que se titularía Hitler and the Ten Commandments , con el objetivo de demostrar que Hitler infringía los Diez Mandamientos.
La película no se rodó más, pero el proyecto se tradujo en una antología literaria, aparecida el año siguiente con el título de Ten Short Novels of Hitler 's War Against the Moral Code , en la que colaboraron varios autores , cada uno con una novela breve por mandato. La de Mann llevaba por título Thou Shalt have not other gods before me , y no era sino la traducción inglesa del original alemán, publicado un año después, en 1944, en Estocolmo, con el título de Das Gesetz .
Esta novela breve de Mann acaba de aparecer ahora en catalán con el título de La Ley , editada por Acento en una traducción de Josep Murgades . La vi la semana pasada en el escaparate de Tres y Cuatro, caminando medio distraído por la calle de Ferran, y la reacción fue inmediata: entré disparado a apoderarme del ejemplar. Una narración de Thomas Mann que no conocía y traducida por Josep Murgades! Esto no pasa todos los días! El primero es lo primero, por lo que interrumpí las lecturas que tenía entre manos y me leí La Ley de un tirón. Josep Murgades, además, ha redactado para esta ocasión una presentación de la obra, un ensayo en realidad, que he aprovechado para redactar esta nota.
La Ley no es un relato de propaganda, directamente referido a los acontecimientos dramáticos que se estaban viviendo cuando Mann la escribió. Como hizo en la tetralogía José y sus hermanos , inmediato precedente de La Ley, Mann llevó a cabo una paráfrasis de los textos bíblicos para aplicarlos metafóricamente a los tiempos presentes y ilustrar sus intereses tanto personales como colectivos. De entrada, remitirse a uno de los primeros códigos legales de la humanidad -el de la ley mosaica- era una manera de vindicar el pueblo que lo había elaborado y los preceptos básicos eran ahora sistemáticamente transgredidos por el nazismo. En su relato, Mann explota las lagunas y las incongruencias de la narración bíblica, y en parodia ciertos aspectos. Esta actitud irónica aún resalta más, por contraste, la apuesta por la vigencia elemental de aquella ley primera.
De todos modos, la referencia al nazismo es muy indirecta y sólo se convierte un poco explícita en la maldición final que cierra el libro contra todos aquellos que violan los principios elementales de este código ético: «Sangre manará caudales por causa de su tontería oscura como la noche, por lo que las mejillas de la humanidad dejarán de estar sonrosadas, como no puede ser de otro modo, porque el canalla, hay abatirlo. Y levantaré mi pie -le hablar del Señor- y enfonsaré el blasfemo en las heces, tierra adentro, a ciento doce brazos de profundidad, y hombre y animal harán rodeo en torno al lugar donde yo lo habré acostado, y las aves del cielo evitarán sobrevolar en ella. »
A pesar de su carácter de obra de encargo, La Ley va mucho más allá de la circunstancia concreta que provocó su escritura. De hecho, constituye esencialmente una variación sobre uno de los temas centrales de la obra de Mann: la situación problemática del artista dentro de la sociedad burguesa y el conflicto entre arte y vida. El Moisés bíblico de Mann, como escultor en clave espiritual y moral de todo un pueblo, es una contrafigura del artista, que sigue la estela de Tonio Kröger, para el que la literatura carcome el sentimiento inmediato de la vida, introduciendo -hay una «enigmática contraposición con los otros, los normales y ordenados» y un «abismo de ironía, descreimiento, oposición, experiencia y sentimiento, que le separa de los hombres».
El Moisés de Mann personifica este carácter contradictorio y problemático del artista. Como profeta, Moisés debe transmitir al pueblo lo que Dios le comunica, pero cuando habla s'embarbussa y tartamudea. Irónicamente, esta inhabilitado por la expresión, y para la acción, está subordinada a un pensamiento inflexible, que no admite compromisos ni dilaciones. Por otra parte, su responsabilidad social agrava esta tensión y la convierte en un tormento: «Sufrir solo es un tormento ligero en comparación con el de tener que procurar por toda aquella multitud, y Moisés era un hombre muy atormentado, va serlo siempre y en todo momento, tan atormentado como ningún otro hombre sobre la tierra. »
La idea de un dios invisible, que no se puede expresar con imágenes, que lo único que se puede saber es que existe, comporta cono consecuencia una tensión espiritual máxima y un proceso de interiorización, que hace vivir el experiencia de lo sagrado de una manera problemática y ambigua, como la del arte. Porque hay siempre la añoranza, o la envidia, de los que viven de una manera más sencilla, más directa y natural, más feliz. A su vez, la sociedad desconfía del artista, o del intelectual. Moisés es para su pueblo tanto un guía y un liberador como un elemento perturbador que les hace la vida más complicada. Todo ello se confunde en un sentimiento de separación y de extrañeza mutuos.
En el caso de Moisés, este sentimiento es en parte una consecuencia de su origen mestizo, mitad egipcio, mitad hebreo. Como en el Hanno de Los Buddenbrook y en Tonio Kröger, la autoexigencia que impone la aspiración a una vida intelectual o estética se combina con la herencia por parte de la madre de una personalidad cálida y sensual. En la narración se hace referencia desde las primeras líneas a esta característica de Moisés: "Su nacimiento fue fuera de todo orden, y por ello se estimaba apasionadamente el orden, todo lo que fuera inviolable, la prescripción y la proscripción. [...] Era de sentimientos acalorados, y por eso deseaba todo lo que fuera espiritual, puro y santo. »
Problemática o no, esta característica del artista constituye una condición sine qua non de su identidad. Cuando Moisés se queja del peso que le supone la misión como guía espiritual de su pueblo, y plantea como motivo exculpatorio que él que no es hebreo del todo, Dios mismo le paso desde las nubes: «Precisamente porque sólo a medias los n 'eres pariente, por el lado del subterráneo, es que tú eres el hombre indicado. Porque te me trabajes y me los enderezado hasta hacerlos santos. Porque si tú estuvieras del todo metido entre ellos, en fueras exactamente uno de tantos, no los verías ni podrías poner mano. »
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