Arthur Koestler-El cero y el infinito

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Publicado: 2020-03-18

Arthur Koestler-El cero y el infinitoRUSBASHOV, miembro de la vieja guardia bolchevique y heroe de la Revolucion Sovietica, ha sido encarcelado acusado de traicion al gobierno de Moscu. Es incitado a autoinculparse de una serie de delitos y traiciones que no ha cometido, pero termina por confesar a fin de salvar la Revolucion. Esta obra cumbre de la literatura politica nos ofrece un testimonio excepcional de la angustia que sufrieron cientos de antiguos miembros del Partido que desaparecieron, fueron encarcelados y juzgados o llegaron a autoinmolarse para salvarlo. Arthur Koestler El cero y el infinito ePUB v1.0 rosmar71 14.05.12 Titulo original: El cero y el infinito Arthur Koestler, 1940 Editor original: rosmar71 (v1.0) ePub base v2.0 Los personajes de este libro son ficticios, pero las circunstancias historicas que determinaron sus actos son reales. La vida de N. S. Rubashov es una sintesis de la vida de algunos de los hombres que fueron victimas de los llamados Procesos de Moscu. Varios de ellos fueron conocidos personalmente por el autor. Este libro esta dedicado a su memoria PARIS, Octubre de 1938-Abril de 1940 Aquel que instaura una dictadura y no mata a Bruto, o aquel que funda una republica y no mata a los hijos de Bruto, solo gobernara un corto tiempo. MAQUIAVELO: Discursos. Hombre, hombre, no se puede vivir enteramente sin piedad. DOSTOIEWSKI: Crimen y Castigo. PRIMER INTERROGATORIO Nadie puede gobernar sin culpas. SAINT-JUST 1 Rubashov permanecio unos segundos apoyado en la puerta que se acababa de cerrar violentamente a sus espaldas, y encendio un cigarrillo. A su derecha, sobre la cama, habia dos frazadas bastante limpias y un colchon de paja que parecia recien rellenado. A su izquierda, el lavabo carecia de tapon, aunque el grifo funcionaba, y el balde que se encontraba a su lado habia sido desinfectado recientemente y no despedia mal olor. Las paredes eran de ladrillos macizos y capaces de ahogar el ruido producido por cualquier golpe, aunque el lugar por donde entraban los tubos de la calefaccion y del agua habia sido revocado con yeso y resonaba bien. Por otra parte, el cano mismo de la calefaccion parecia ser buen conductor del sonido. La ventana comenzaba a la altura de los ojos, y se podia ver el patio sin necesidad de encaramarse. Aparentemente, todo estaba en orden. Rubashov bostezo, quitose el abrigo, lo enrollo y lo coloco como almohada sobre el colchon. Luego se asomo al patio, donde la nieve rielaba amarillenta bajo la doble iluminacion de la luna y de las lamparas electricas. En todo el contorno del patio, a lo largo de las paredes, habian limpiado una estrecha vereda destinada a los ejercicios diarios. No habia amanecido aun, y las estrellas brillaban todavia, claras y frias, a pesar de los focos. Sobre la plataforma del muro exterior, frente a la celda de Rubashov, se paseaba un soldado con el fusil al hombro, marcando cada paso como en un desfile. De cuando en cuando, la luz amarillenta de las lamparas destellaba en su bayoneta. Sin apartarse de la ventana, Rubashov se quito los zapatos, apago el cigarrillo, y despues de dejar la colilla en el suelo junto a la cabecera de la cama, permanecio sentado en el colchon unos minutos. Luego se levanto y volvio a asomarse a la ventana: el patio continuaba en calma, y el centinela acababa de dar media vuelta; sobre la torrecilla de la ametralladora se veia un trozo de la Via Lactea. Se tendio sobre el camastro y se envolvio en la manta de arriba. Eran las cinco de la manana y parecia improbable que, en invierno, alguien se levantase alli antes de las siete. Tenia mucho sueno. Pensando en ello, considero que era dificil que le sometiesen a un interrogatorio antes de tres o cuatro dias. Se quito los lentes y los puso en el suelo embaldosado, junto a la colilla, sonrio y cerro los ojos; la manta lo envolvia con su calor y se sentia protegido. Por primera vez en muchos meses, no temia a sus suenos. Cuando unos minutos despues el carcelero apago la luz desde afuera, mirando antes por la mirilla de la puerta, Rubashov, ex comisario del Pueblo, dormia con la espalda vuelta a la pared, la cabeza apoyada en el brazo izquierdo, que, extendido, salia rigidamente fuera del lecho, dejando caer la mano, que colgaba suelta y se contraia a veces durante el sueno. 2 Una hora antes, cuando los dos oficiales del Comisariato del Interior habian llamado a su puerta con el proposito de arrestarlo, Rubashov estaba sonando justamente que venian a detenerlo. Los golpes redoblaban, y Rubashov se esforzaba en despertarse, con la practica que ya tenia de desprenderse de las pesadillas producidas por su primer encarcelamiento, pesadillas que se repetian periodicamente a traves de los anos, con la regularidad de un mecanismo de relojeria. A veces, mediante un poderoso esfuerzo de voluntad, conseguia detener el mecanismo, arrancandose del sueno por su propia decision; pero esta, vez no pudo lograrlo. Las ultimas semanas lo habian dejado exhausto, y por mas que se agitaba y transpiraba dormido, el reloj continuaba marchando y la pesadilla seguia. Sonaba, como de costumbre, que estaban martillando la puerta, y que afuera habia tres hombres que venian a detenerlo. Podia verlos a traves de la puerta cerrada, de pie y dando golpes, con sus flamantes uniformes del tipo elegante que usaban los guardias pretorianos de la dictadura alemana; en las gorras y en las mangas llevaban la insignia del partido, la agresiva cruz gamada; con sus manos libres empunaban pistolas, grotescamente grandes, y sus correajes olian a cuero fresco. Despues entraban en la habitacion, y se ponian junto a su cabecera; dos de ellos eran muchachos campesinos, prematuramente desarrollados, con gruesos labios y ojos de pescado; el tercero era bajo y rechoncho. Se quedaban de pie al lado de la cama, con la pistola en la mano, y respirandole encima con fuerza. Era tal la quietud, que se oia claramente el jadeo asmatico del oficial grueso. Luego alguien, en el piso de arriba, quitaba el tapon de un desague, y el agua corria suavemente hacia abajo por las tuberias de las paredes. El mecanismo de relojeria se iba deteniendo; el martilleo en la puerta de Rubashov se hizo mas fuerte; los dos hombres que habian venido a prenderlo daban golpes alternativamente y se soplaban en las manos heladas. Pero Rubashov no llegaba a despertarse, aunque sabia que la escena que iba a seguir en el sueno era particularmente dolorosa; los tres hombres alrededor de su cama, y el, tratando de ponerse la bata sin poder conseguirlo, porque una de las mangas estaba al reves y no podia meter el brazo; luchaba inutilmente hasta que una especie de paralisis se apoderaba de el. No podia moverse, aunque todo dependia de que pudiera introducir a tiempo el brazo en la manga; y esta atormentadora impotencia persistia unos segundos, durante los cuales Rubashov gemia dolorosamente mientras sentia que un sudor frio le banaba las sienes, y oia el golpeteo de la puerta, que penetraba en su sueno como un lejano redoble de tambores; el brazo que tenia debajo de la almohada se retorcia en febril esfuerzo para encontrar la-manga de la bata, hasta que, por ultimo, se sentia aliviado por el primer golpe que le asestaban, encima de una oreja, con la culata de una pistola... Con la sensacion familiar, repetida y vivida una y otra vez, mas de cien veces, de ese primer golpe -desde el cual databa su sordera- solia, ordinariamente, despertarse. Durante unos momentos continuaba estremeciendose, y la mano, trabada debajo de la almohada, seguia buscando la manga de la bata; pero, por regla general, todavia le quedaba por sufrir la ultima y peor etapa antes de despertarse del todo: una vertiginosa e informe sensacion de que este despertar era el verdadero sueno, y que realmente se encontraba tendido en el humedo suelo de piedra del oscuro calabozo, con el balde a sus pies, y, junto a su cabeza, un jarro con agua y unas cortezas de pan... Esa vez tambien, durante unos segundos, siguio con la mente entorpecida, y en la incertidumbre de si su mano tropezaria con el conmutador de la luz o con el balde. Luego se encendio la luz y las nieblas se disiparon. Rubashov respiro profundamente varias veces, como un convaleciente, con las manos replegadas sobre el pecho, gozando la deliciosa sensacion de la libertad y la seguridad. Se seco con la sabana la frente y la calva que tenia en la parte posterior de la cabeza, y pestaneo, mirando con renovada ironia el grabado en color del Numero Uno, el jefe del Partido, que colgaba sobre su lecho en la pared del cuarto; y en las paredes de todas las habitaciones proximas, por encima o por debajo de la suya, y en todas las paredes de la casa, de la ciudad, de todo el enorme pais por el cual habia combatido y sufrido, y que ahora habia vuelto a ampararlo en su regazo protector. Ya estaba completamente despierto, pero los golpes en la puerta continuaban. 3 Los dos hombres que habian venido a detener a Rubashov estaban afuera, en el oscuro rellano de la escalera, consultandose mutuamente. El portero Vassilij, que los habia acompanado hasta alli, permanecia junto a la abierta puerta del ascensor, jadeante de temor; era un hombre viejo y delgado, y por encima del roto cuello del antiguo capote militar que se habia puesto sobre el camison, aparecia una ancha cicatriz rojiza que le daba un aspecto escrofuloso. Era la consecuencia de una herida en el cuello que habia recibido cuando pertenecia al regimiento de voluntarios que mandaba Rubashov. Con el tiempo, Rubashov habia sido enviado al extranjero, y Vassilij habia oido de el solo en forma ocasional y siempre por el periodico que su hija le leia por las noches, y que traia los discursos que Rubashov pronunciaba en los congresos. Esos discursos eran largos y dificiles de entender, y Vassilij nunca podia encontrar en ellos el tono de voz del pequeno y barbado jefe de voluntarios que pronunciaba juramentos tan hermosos que hasta la propia Santa Virgen de Kazan hubiera tenido que sonreir al oirlos. De ordinario, el portero se dormia en medio de la lectura de estos discursos, pero siempre se despertaba cuando su hija, elevando solemnemente la voz, llegaba a los parrafos finales y a los aplausos. A cada una de las exclamaciones de ritual: "¡Viva la Internacional!", "¡Viva la Revolucion!", "¡Viva el Numero Uno!", Vassilij agregaba un sentido "Amen" para sus adentros, sin que su hija pudiera oirlo; luego se quitaba la chaqueta, se persignaba secretamente, y con conciencia culpable se iba a la cama. Sobre su cabecera tambien colgaba un retrato del Numero Uno, y al lado una fotografia de Rubashov vestido de jefe de voluntarios, la que habria determinado su prision tambien, si hubiese sido hallada. En la escalera hacia frio y estaba muy oscuro y silencioso. El mas joven de los dos funcionarios del Comisariato del Interior propuso romper a tiros la cerradura de la puerta. Vassilij se apoyaba contra la puerta del ascensor; no habia tenido tiempo de calzarse bien las botas y el temblor de las manos le impedia atarse los cordones. El mayor de los dos hombres no dio su conformidad a los tiros, pues la detencion debia llevarse a cabo discretamente. Los dos se soplaban las heladas manos y empezaron otra vez a golpear la puerta; el mas joven daba con. la culata del revolver. Unos pocos pisos debajo, una mujer empezo a gritar con voz penetrante, y el oficial joven dijo a Vassilij: "Digale que se calle". "¡Silencio!" -grito Vassilij-. "Es la autoridad", y la mujer se callo en seguida. El guardia efnpezo entonces a golpear la puerta con los pies, haciendo un ruido que lleno toda la escalera. Por fin, la puerta cedio. Los tres entraron. y se colocaron alrededor de la cama de Rubashov; el joven, con la pistola en la mano, mientras, el mas viejo se mantenia rigidamente cuadrado. Vassilij se quedo unos pasos detras de ellos, apoyado en la pared. Rubashov estaba todavia secandose el sudor de la nuca, y los miro con o os miopes y sonolientos. Entonces el oficial joven dijo: "Ciudadano Nicolas Salmanovich Rubashov, queda arrestado en nombre de la ley". Rubashov busco los lentes debajo de la almohada y se enderezo un poco; con los lentes puestos, sus ojos tenian la expresion que Vassilij y el oficial mas antiguo conocian de las viejas fotografias y grabados, y esto hizo que el guardia se cuadrase aun mas rigidamente, mientras el joven, que habia crecido bajo nuevos heroes, dio un paso en direccion al lecho, y los tres advirtieron que iba a hacer o decir algo brutal para disimular su torpeza. -Saqueme de encima esa pistola, camarada -dijo Rubashov-, y diganme que desean de mi. -¿No ha oido que esta arrestado? -dijo el muchacho-. Vistase y no haga bulla. -¿Tienen alguna orden? -pregunto Rubashov. El oficial mas antiguo saco un papel del bolsillo, se lo entrego, y se quedo otra vez en posicion de firme. Rubashov lo leyo con atencion. -Muy bien -dijo-; nunca acaba uno de saber cosas. Pueden irse al diablo. -Pongase sus ropas y dese prisa -repitio el muchacho, cuya brutalidad se veia que no era fingida, sino natural. "Hermosa generacion hemos producido", penso Rubashov, recordando los carteles de propaganda en los cuales siempre se pintaba a la juventud con caras sonrientes. Se sentia muy cansado. -Deme la bata, en lugar de hacer tonterias con el revolver -le dijo al muchacho, que se sonrojo sin contestar. El oficial mas viejo le dio la bata a Rubashov, que empezo a introducir el brazo en la manga. -Esta vez entra, por fin -dijo con una sonrisa forzada; los otros tres no entendieron, limitandose a mirarlo mientras se iba levantando lentamente de la cama y recogia su arrugada ropa. La casa habia quedado en silencio despues de los chillidos de la mujer, pero tenian la sensacion de que todos los vecinos estaban despiertos en sus camas, conteniendo el aliento. Entonces oyeron el ruido del agua que corria suavemente por las cacerias al quitar alguien, en uno de los pisos superiores, el tapon de un desague. 4 Delante de la puerta principal estaba el automovil en que habian venido los guardias: un modelo americano reciente. Todavia era de noche y el chofer encendio los faros; la calle estaba dormida o pretendia estarlo. Subieron al auto, primero el joven, luego Rubashov y, por ultimo, el oficial mas antiguo. El chofer, que tambien vestia uniforme, puso el coche en movimiento. Al volver la esquina termino el pavimento de asfalto; a pesar de que estaban todavia en el centro de la ciudad y los edificios que se veian alrededor eran grandes y modernos, con nueve y diez pisos, las calles carecian de pavimentacion y se rodaba sobre el barro helado, con una delgada capa de nieve acumulada en las grietas. El chofer conducia a paso de hombre y el coche, a pesar de sus magnificos elasticos, crujia como una carreta de bueyes. -Mas rapido -dijo el joven, que no podia soportar el silencio en el vehiculo. El chofer se encogio de hombros sin volver la cabeza. Habia mirado a Rubashov con indiferencia y antipatia cuando este subio al auto, lo que recordo a Rubashov un accidente que habia sufrido hacia algun tiempo, y como el conductor de la ambulancia lo habia mirado de la misma manera. El lento y vacilante recorrido, a traves de las calles muertas, con la oscilante luz de los faros delante, era dificil de soportar. -¿Esta muy lejos?... -pregunto Rubashov sin mirar a sus companeros, y casi iba a agregar: "el hospital". -Algo mas de media hora -contesto el uniformado mas antiguo. Rubashov saco un paquete de cigarrillos del bolsillo, se llevo uno a la boca y ofrecio automaticamente a los demas; el guardia joven rehuso bruscamente, pero el viejo tomo dos y le dio uno al chofer, que se llevo la mano a la gorra y ofrecio fuego a los demas mientras conducia con una sola mano. Rubashov se sintio aliviado, y al mismo tiempo molesto consigo mismo. "Vaya un momento para sentirse sentimental", penso, pero no pudo resistir a la tentacion de hablar y de despertar un poco de simpatia en torno. -Lastima de coche -dijo-. Los autos extranjeros cuestan un dineral, y al cabo de medio ano de rodar en nuestras carreteras estan inservibles. -Tiene usted razon; nuestros caminos estan en muy mal estado -afirmo el oficial viejo, y por su tono comprendio Rubashov que se daba cuenta de su angustia. Esto le hizo sentirse como un perro al que han echado un hueso, y decidio no hablar mas. Pero de pronto, el guardia joven exclamo agresivamente: -¿Son mejores los caminos en los paises capitalistas? Rubashov sonrio burlonamente. -¿Ha estado alguna vez en el extranjero? -le pregunto. -Se muy bien lo que pasa sin haber estado, y no necesita usted contarme historias. -¿Por quien me toma? -replico Rubashov con mucha calma. Pero sin poder evitarlo anadio-: En realidad, deberia usted estudiar un poco la historia del Partido. El guardia joven guardo silencio, mirando fijamente la espalda del conductor, y nadie hablo mas. Por tercera vez, el chofer desahogo el motor, y volvio a lanzarlo de nuevo, al mismo tiempo que soltaba unas palabrotas. Traquetearon por los suburbios; todas las miseras casuchas de madera eran del mismo estilo, y sobre sus siluetas contrahechas brillaba la luna, palida y fria. 5 En cada uno de los pasillos de la nueva carcel modelo, la luz electrica estaba encendida. Su resplandor se extendia palidamente por las galerias de hierro, sobre las desnudas paredes blanqueadas, en las puertas de las celdas con las tarjetas con los nombres, y sobre los negros agujeros de las mirillas. Esa luz descolorida y el extrano sonido sin eco de sus pasos en el enlosado pavimento eran tan familiares a Rubashov, que durante unos segundos se forjo la ilusion de que estaba sonando otra vez. Hizo un esfuerzo por creer que todo aquello no era real. "Si llego a convencerme de que estoy sonando, esto se convertira en un sueno", se decia. Y llego a pensar con tal intensidad que casi se creyo mareado, pero inmediatamente se avergonzo de si mismo. "Hay que acabar con esto -penso-, y llegar hasta el fin." Se detuvieron delante de la celda numero 404; encima de la mirilla habia una tarjeta con su nombre: "Nicolas Salmanovich Rubashov". "Todo lo han preparado primorosamente", penso, pero la vista de su nombre en la tarjeta le hizo una pavorosa impresion. Se le ocurrio pedir una manta mas, pero antes de poder expresar su deseo, la puerta se cerro tras el, con estrepito. 6 A intervalos regulares, el carcelero atisbaba por la mirilla de la celda de Rubashov, que estaba echado en el camastro; Solo su mano se contraia, de vez en cuando, durante el sueno. Al lado de la cabecera estaban los lentes y la colilla que habia dejado sobre las baldosas. A las siete de la manana, dos horas despues de su encierro en la celda 404, desperto a Rubashov un toque de clarin. Habia dormido sin suenos, y tenia la cabeza despejada. El toque se repitio tres veces, y cuando los ecos temblorosos se apagaron, reino un silencio de mal augurio. Todavia no era dia claro, y los contornos del balde y del lavabo se entreveian vagamente; la reja de la ventana formaba un dibujo negro que se destacaba sobre los vidrios empanados, y en el lado superior izquierdo, un cristal roto habia sido sustituido por un parche de papel de diario. Rubashov se sento en la cama, recogio los lentes y la colilla del cigarrillo y volvio a tenderse; se puso los lentes y encendio la colilla. El silencio continuaba. En todas las celdas blanqueadas de ese gran panal de hormigon, los hombres se levantaban simultaneamente de sus camastros, maldiciendo y buscando a tientas sobre las baldosas, pero en las celdas para incomunicados no se oia nada, excepto, de vez en cuando, los pasos de alguien que transitaba por el pasillo. Rubashov sabia que estaba en un calabozo de incomunicados, y que permaneceria en el hasta el momento de ser fusilado. Se paso los dedos por la corta barba puntiaguda, siguio fumando la colilla y permanecio tendido. "De modo que me fusilaran", pensaba Rubashov, mientras seguia con un parpadeo el movimiento del dedo gordo del pie, que sobresalia verticalmente en el extremo del camastro. Se sentia tibio, seguro y muy fatigado; y no se habria opuesto a tener que ir asi, con esa somnolencia, hacia la muerte, si solo lo dejaban permanecer acostado bajo la frazada caliente. "De manera que te fusilaran", se decia a si mismo. Al mover lentamente los dedos del pie dentro del calcetin, recordo un verso en el que se comparaban los pies de Cristo con una corza blanca dentro de un matorral. Limpio los lentes en la manga con el gesto familiar a sus amigos. En el calor de la cama se sentia casi perfectamente feliz, y no temia mas que una cosa: tener que levantarse y moverse. "De modo que seras destruido", se dijo a si mismo a media voz, y encendio otro cigarrillo, aunque no le quedaban mas que tres. Los primeros cigarrillos le causaban a veces en el estomago vacio una ligera sensacion de embriaguez; se encontraba ya en ese peculiar estado de excitacion que le era tan familiar como consecuencia de sus anteriores experiencias en la proximidad de la muerte. Se daba cuenta, al mismo tiempo, que ese estado era censurable y, desde cierto punto de vista, inadmisible, pero en aquel momento no sentia inclinacion alguna a colocarse en ese punto de vista. En lugar de ello, se dedicaba a observar el movimiento de sus dedos dentro del calcetin, y sonreia. Una calida ola de simpatia por su propio cuerpo, que de ordinario no le producia atraccion alguna, lo invadia, y el sentimiento de su propia aniquilacion lo llenaba de una autopiedad deliciosa. "La vieja guardia ha muerto -se decia a si mismo-; somos los ultimos y vamos a ser destruidos". "La juventud dorada, muchachos y muchachas, se convierte en polvo, igual que los deshollinadores". Procuraba recordar la melodia de la cancion, pero solo la letra acudiale a la memoria. "La vieja guardia ha muerto", se repetia, y trataba de recordar sus caras, pero unicamente unas pocas acudian al recuerdo. Del primer presidente de la Internacional, que habia sido ejecutado como traidor, solo podia recordar un trozo de su chaleco a cuadros, estirado por un vientre abultado. Nunca llevaba tiradores, sino un cinturon de cuero. El segundo primer ministro del Estado Revolucionario, tambien ejecutado, se mordia las unas en los momentos de peligro... "La historia te rehabilitara", pensaba Rubashov, sin particular conviccion. ¿Que sabe la historia de comerse las unas? Seguia fumando y pensando en los muertos, y en las humillaciones que habian precedido a su muerte. Pero, a pesar de eso, no podia llegar a odiar al Numero Uno como debiera. Con frecuencia miraba el grabado en colores que colgaba sobre su cama, y procuraba excitar el odio contra la persona alli representada, a la que habian dado muchos nombres, de los cuales solamente habia prevalecido el de Numero Uno. El horror que emanaba de el consistia, sobre todo, en la posibilidad de que tuviese razon, y de que todos aquellos a quienes habia mandado ejecutar tuviesen que admitir, ya con la bala que habia de matarlos tocandoles la nuca, que su condena era justa. No existia ninguna certidumbre; unicamente la apelacion a es oraculo burlon llamado Historia, que daba su sentencia cuando el apelante se ha convertido en polvo. Rubashov tenia la impresion de que lo estaban espiando a traves de la mirilla, y, aun sin mirar, se daba cuenta de que una pupila pegada al agujero estaba atisbando la celda; a los pocos momentos la llave rechino en la pesada cerradura, tardando algun tiempo en abrirse la puerta. El carcelero, un viejo en zapatillas, se asomo: -¿Por que no se ha levantado? -pregunto. -Estoy enfermo -dijo Rubashov. -¿Que le pasa? El doctor no lo puede ver antes de manana. -Dolor de muelas -dijo Rubashov. -Conque dolor de muelas, ¿eh? -repuso el carcelero, y salio rapidamente, cerrando la puerta con violencia. "Ahora por lo menos me dejaran tranquilo", penso Rubashov, pero la idea ya no le producia ningun placer. El olor rancio de la manta empezo a molestarle, y se la quito de encima. Procuro otra vez seguir los movimientos de los dedos de los pies, pero le aburria. En el talon de cada media habia un agujero, y aunque hubiera querido zurcirlos, se lo impedia la idea de tener que llamar al carcelero y pedirle hilo y aguja, sabiendo que esta ultima se la negarian de todos modos. Le entro de pronto un salvaje anhelo de tener un periodico, y el deseo era tan grande que casi podia oler la tinta de imprenta y oir el crujido de las paginas; tal vez habia estallado una revolucion la noche ultima, o el jefe de Estado habia sido asesinado, o un americano habia descubierto el medio de contrarrestar la fuerza de la gravedad. Su arresto no podia haberse publicado todavia; dentro del pais lo mantendrian secreto durante un tiempo, pero en el extranjero la noticia se filtraria pronto y empezarian a publicar antiguas fotografias suyas, sacadas de los archivos de los diarios, juntamente con una serie de tonterias acerca de el y del Numero Uno. Ya no deseo el periodico, pero en cambio deseo saber con igual vehemencia lo que pasaba en el cerebro del Numero Uno. Lo veia sentado, grave y sombrio, con los codos apoyados en el escritorio dictando lentamente a un taquigrafo. Otras personas, al dictar, se paseaban, lanzando anillos de humo al fumar o jugaban con una regla. El Numero Uno no se movia, no jugaba, no echaba anillos de humo... Rubashov se dio cuenta subitamente de que habia estado paseando de un extremo a otro de la celda durante los ultimos cinco minutos; se habia levantado de la cama sin darse cuenta, y seguia su vieja mania de no pisar en los recuadros de las baldosas, cuyo dibujo ya se habia aprendido de memoria. Pero sus pensamientos no abandonaban al Numero Uno ni por un segundo; al Numero Uno, que, sentado ante su escritorio y dictando, inconmovible, se habia convertido, poco a poco, en el bien conocido grabado que colgaba sobre todos los techos y alacenas del pais, y que clavaba a todo el mundo sus ojos helados. Rubashov se paseaba a lo largo de la celda, desde la puerta a la ventana y vuelta, entre el balde, el lavabo y el camastro, seis pasos y medio para alla, seis pasos y medio para aca; al llegar a la puerta se volvia a la derecha, y al llegar a la ventana, a la izquierda. Era una vieja costumbre de la carcel; si no se cambia la direccion de las vueltas es facil marearse. ¿Que habria en el cerebro del Numero Uno? Se pintaba a si mismo, en su imaginacion, con acuarela de color gris sobre una hoja de papel estirada en un tablero de dibujo y sujeta con alfileres, una seccion transversal de ese cerebro. Las circunvoluciones se henchian como entranas, enlazandose unas con otras como culebras musculares, hasta que se esfumaban, vagas y brumosas, como las espirales de las nebulosas en las cartas astronomicas... ¿Que pasaria en las inflamadas circunvoluciones? Se tiene conocimiento de todo lo que sucede en las lejanas nebulosas de los cielos, pero nada se sabe de las circunvoluciones cerebrales; esta es, probablemente, la causa de que la historia tenga mas de oraculo que de ciencia. Quizas algun dia, mucho mas tarde, se ensene esto por medio de tablas estadisticas, juntamente con las secciones transversales. El maestro escribira en la pizarra una formula algebraica que represente las condiciones de vida de las masas de una nacion dada, en un particular periodo: "Aqui tienen ustedes, ciudadanos, los factores objetivos que condicionan este proceso historico". Y senalando con el puntero un paisaje gris brumoso, entre el segundo y tercer lobulo del cerebro del Numero Uno: "Y aqui ven ustedes la reflexion subjetiva de esos factores: esto fue lo que, en el segundo cuarto del siglo XX determino el triunfo de las ideas totalitarias en la Europa Oriental". Hasta que no se llegue a este nivel cientifico, la politica no sera mas que puro diletantismo, simple superacion y magia negra... Rubashov oyo el ruido de varias personas que marchaban a paso redoblado por el pasillo, y su primer pensamiento fue: "Ahora empezaran los castigos". Se detuvo en medio de la celda, escuchando, con el menton inclinado hacia adelante. Los pasos militares hicieron alto frente a una de las celdas proximas, se oyo una voz baja de manda, y sonaron las llaves. Despues, silencio. Rubashov se quedo inmovil, de pie entre el camastro y el balde, conteniendo la respiracion y esperando el primer grito. Recordaba que ese primer grito de dolor, en el que el terror todavia predominaba sobre el dano fisico, era generalmente el peor; lo que seguia era ya mas soportable, porque uno se acostumbraba a ello, y despues de cierto tiempo se llega incluso a deducir el metodo de tortura por el tono y ritmo de los alaridos. Hacia el final, casi todos se conducian del mismo modo, aunque los temperamentos y la expresion de las voces fuesen distintos: los chillidos se debilitaban y se iban transformando en gemidos y sollozos; casi inmediatamente se oia un portazo. Las llaves tintineaban otra vez, y el primer alarido de la proxima victima era proferido, con frecuencia, antes que lo tocasen, a la simple vista de los hombres en el umbral. Rubashov permanecio de pie en medio de la celda, esperando el primer grito. Se limpio los lentes en la manga, y se afirmo a si mismo que rro gritaria esta vez, sucediera lo que sucediese; se repitio la frase como si estuviera rezando un rosario. Seguia de pie y esperando, pero el grito no llego. Oyo luego un ligero sonido metalico, una voz murmuro algo, y la puerta se...

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