Autore(a)s: Howard Gardner
PRÓLOGO A LA EDICIÓN DEL DÉCIMO ANIVERSARIO
Todo autor sueña con que el libro en que trabaja siga una espléndida trayectoria. Sin embargo, mientras escribía Estructuras de la mente , nunca imaginé que el texto sería recibido de modo tan efusivo en ámbitos tan diversos de tantos países. Y menos aún esperé tener el privilegio de escribir el prólogo a la edición del décimo aniversario de la obra.
Mientras trabajaba en Estructuras de la mente , pensaba en él sobre todo como una contribución a mi propia disciplina de la psicología del desarrollo y, de manera más general, a las ciencias cognoscitivas y conductuales. Deseaba ampliar las nociones de inteligencia hasta incluir no sólo los resultados de las pruebas escritas sino también los descubrimientos acerca del cerebro y de la sensibilidad a las diversas culturas humanas. Aunque analicé las implicaciones educativas de la teoría en los capítulos finales del libro, mi enfoque no se dirigía al salón de clases. Sin embargo, el libro ha ejercido de hecho una considerable influencia en los círculos educativos: mis colegas del Proyecto Cero de la Universidad de Harvard y yo hemos emprendido diversos experimentos educativos inspirados en la «teoría de las I. M.», y se han hecho muchos otros intentos por aplicarla en ámbitos educativos particulares. En el volumen que acompaña al presente libro — Múltiple Intelligences: The Theory in Practice (Gardner, 1993)— reviso los modos más importantes en que la teoría se ha incorporado al discurso educativo contemporáneo.
En este nuevo prólogo a Estructuras de la mente (que reúne fragmentos del prefacio a la primera edición en rústica de 1985), persigo cinco propósitos: resumir los principales temas de Estructuras de la mente ; situar la teoría de las I. M. dentro de la historia de los estudios acerca de la inteligencia; vincular Estructuras de la mente con mi obra más reciente; responder algunas de las principales objeciones que se han formulado en contra de la teoría de las I. M., y proyectar mi posible obra futura. Al final de este prólogo se proporcionan referencias bibliográficas de los materiales que no se abordan a fondo en el cuerpo del texto.
Principales temas de «Estructuras de la mente»
En la época en que escribí Estructuras de la mente , no había considerado hasta qué punto la mayoría de las personas mantienen dos suposiciones acerca de la inteligencia: la primera, que se trata de una capacidad general, única, que todo ser humano posee en mayor o menor medida; y que, sin importar cómo se defina, puede medirse mediante instrumentos estándar, tales como las pruebas escritas. Con el fin de ayudar a que los nuevos lectores se aproximen a la obra, y a que se abandonen estas ideas que aunque estén generalizadas son insostenibles, le pediré a usted que lleve a cabo dos experimentos mentales.
En primer lugar, trate de olvidar que alguna vez oyó hablar del concepto de inteligencia como propiedad particular de la mente humana, o de ese instrumento denominado prueba de inteligencia, que supuestamente la mide de manera definitiva. En segundo lugar, recorra mentalmente el mundo y piense en todos los papeles o «estados terminales» —profesionales y de pasatiempo— que han sido objeto de encomio para las culturas de distintas épocas. Piense, por ejemplo, en los cazadores, pescadores, labriegos, chamanes, líderes religiosos, psiquiatras, jefes militares, líderes sociales, atletas, artistas, músicos, poetas, padres de familia y científicos. Considere de cerca los tres estados terminales con los que empiezo Estructuras de la mente : el marinero puluwat, el estudiante del Corán y la compositora parisiense que trabaja en su computadora personal.
En mi opinión, si hemos de abarcar adecuadamente el ámbito de la cognición humana, es menester incluir un repertorio de aptitudes más universal y más amplio del que solemos considerar. A su vez, es necesario permanecer abiertos a la posibilidad de que muchas de estas aptitudes —si no la mayoría— no se presten a la medición por métodos verbales que dependan en gran medida de una combinación de capacidades lógicas y lingüísticas.
En virtud de lo anterior, he formulado una definición de lo que denominó una «inteligencia»: la capacidad de resolver problemas, o de crear productos, que sean valiosos en uno o más ambientes culturales. Se trata de una definición que nada dice acerca de las fuentes de tales capacidades o de los medios adecuados para «medirlas».
A partir de esta definición, y apoyándome en especial en pruebas biológicas y antropológicas, presento entonces ocho criterios distintos para definir una inteligencia. Como se establece en el capítulo IV estos criterios comprenden desde el aislamiento de una facultad como resultado de una lesión cerebral hasta la susceptibilidad que puede mostrar cierta capacidad para codificar en un sistema simbólico. Más adelante, en la Segunda Parte del libro, describo con detalle las siete inteligencias consideradas: las inteligencias lingüística y logicomatemática que de tantos privilegios gozan en las escuelas hoy en día; la inteligencia musical; la inteligencia espacial; la inteligencia cinestésicocorporal; y dos formas de inteligencia personal, una que se dirige hacia los demás y otra que apunta hacia la propia persona.
Después de presentar las inteligencias y describir sus respectivos modos de operación, expongo una crítica de la teoría según las deficiencias que me parecieron más evidentes en el momento de la redacción. Concluyo con algunas consideraciones acerca de cómo se desarrollan las inteligencias —o pueden llegar a hacerlo— dentro de una cultura, y de cómo se pueden desplazar en diversos ambientes educativos.
Cuando se plantea una nueva teoría, a veces resulta útil indicar los enfoques a los cuales se opone de manera más radical. Esta innovación parece adquirir una importancia especial en vista de los críticos que no han podido —o no han querido— abandonar las perspectivas tradicionales. Presento dos ejemplos a este respecto. En primer lugar, un anuncio para una prueba de inteligencia comienza de la siguiente manera:
¿Necesita una prueba que proporcione con rapidez una medición estable y fidedigna de la inteligencia en cuatro o cinco minutos por forma? ¿Tiene tres formas? ¿No depende de la construcción verbal o del resultado subjetivo? ¿Puede aplicarse a personas gravemente incapacitadas (o aun paralizadas) que sean capaces de responder sí o no? ¿Se puede aplicar a niños mayores de dos años y a adultos en los mismos lapsos de tiempo y con el mismo formato?
Y continúa en el mismo tenor. Cualquiera que sea la utilidad de semejante prueba, puedo afirmar sin ambages que su descripción constituye una ilusión acerca de las pruebas de inteligencia. Asimismo, dudo de igual modo de las afirmaciones en cuanto a que sea posible probar la inteligencia (sin importar lo que esta sea) a partir de mediciones del tiempo de respuesta o de las ondas cerebrales. Que estas mediciones puedan relacionarse bien con los coeficientes de inteligencia es, en mi opinión, una razón más para ponerlos en tela de juicio.
El segundo ejemplo proviene de una fuente más respetable: una célebre cita de Samuel Johnson. En alguna ocasión, el ilustre doctor definió el «verdadero genio» como «una mente con grandes facultades generales, encauzada accidentalmente en una dirección particular». Aunque no dudo que algunas personas puedan tener el potencial necesario para destacar en más de un ámbito, me opongo resueltamente a la idea de las grandes facultades generales. En mi opinión, la mente tiene la capacidad de tratar distintos tipos de contenidos , pero resulta en extremo improbable que la capacidad de una persona para abordar un contenido permita predecir su facilidad en otros campos. En otras palabras, es de esperar que el genio (y a fortiori , el desempeño cotidiano) se incline hacia contenidos particulares: los seres humanos han evolucionado para mostrar distintas inteligencias y no para recurrir de diversas maneras a una sola inteligencia flexible.
Estudios de la inteligencia
Ya que me propongo situar mi obra dentro de la historia general de los esfuerzos por conceptualizar la inteligencia, considero útil dividir el continuo histórico en fases libremente secuenciales: las teorías legas, el enfoque psicométrico común, la pluralización y la jerarquización.
Teorías legas . Durante casi toda la historia de la humanidad, no hubo una definición científica de la inteligencia. Sin duda, la gente hablaba bastante a menudo del concepto de inteligencia y calificaba a otros de más o menos «brillantes», «tontos», «ingeniosos» o «inteligentes». Célebres personajes tan diversos como Thomas Jefferson, Jane Austen, Frederick Douglas o Mahatma Gandhi pudieron ser llamados «sagaces». Semejantes asertos informales satisfacían las conversaciones cotidianas, ya que rara vez se discutía el significado del término «inteligente».
Enfoque psicométrico común . Hace casi un siglo, los psicólogos emprendieron los primeros intentos de definir la inteligencia de manera técnica y de crear pruebas que pudieran medirla (véanse las primeras páginas del capítulo h). En muchos aspectos, tales esfuerzos representaron un avance y un éxito singular para la psicología científica. No obstante, en vista de ciertos factores de los cuales no se puede culpar a estos pioneros, ha habido un considerable abuso de las «pruebas del C. I.» y, lo que es más sorprendente, muy poco avance teórico dentro de la propia comunidad psicométrica (Gould, 1981).
Pluralización y jerarquización . La primera generación de psicólogos de la inteligencia, como Charles Spearman (1927) y Lewis Terman (1975), tendía a considerar que la mejor manera de juzgar la inteligencia era como una capacidad general, única, para formar conceptos y resolver problemas. Buscaban demostrar que un conjunto de resultados dé las pruebas reflejaba un solo factor subyacente de «inteligencia general». Quizás era inevitable que se cuestionara este punto de vista; así, a lo largo de los años, psicólogos como L. L. Thurstone (1960) y J. P. Guilford (1967) sostuvieron la existencia de varios factores o componentes de la inteligencia. En el sentido más general, Estructuras de la mente es una contribución a esta tradición, aunque difiere en gran medida de las fuentes a las que se remite. En tanto que la mayoría de los pluralistas defienden su posición al subrayar la poca correlación que guardan las distintas pruebas, he basado la teoría I. M. sobre testimonios neurológicos, evolucionistas y transculturales.
Después de identificar diversos componentes de la inteligencia, debemos preguntarnos si estos se relacionan y cómo lo hacen. Algunos estudiosos, como Raymond Cattell (1971) y Philip Vernon (1971), señalan la existencia de una relación jerárquica entre los factores, y consideran que la inteligencia general, verbal o numérica domina sobre componentes más específicos. Sin embargo, otros, como Thurstone, se resisten a crear una jerarquía de factores, y sostienen que cada uno de ellos se debería considerar como miembro equivalente de una estructura jerárquica heterogénea. Estas tres fases nos animaron a publicar Estructuras de la mente en 1983. En la década siguiente, deslindé por lo menos dos tendencias nuevas: la contextualización y la distribución.
Contextualización . Como reflejo de un rumbo general que se ha tomado dentro de las ciencias de la conducta, los investigadores critican cada vez más las teorías psicológicas que pasan por alto las diferencias cruciales existentes entre los contextos en que viven y se desarrollan los seres humanos. Ser ciudadano de una sociedad contemporánea posindustrial es a todas luces distinto del hecho de haber vivido en el Neolítico o en la época de Hornero, o, para el caso, de ser alguien que hoy día vive en un medio analfabeto o subdesarrollado. En vez de suponer que tenemos una «inteligencia» independiente de la cultura en que nos toca vivir, hoy muchos científicos consideran la inteligencia como el resultado de una interacción, por una parte, de ciertas inclinaciones y potencialidades y, por otra, de las oportunidades y limitaciones que caracterizan un ambiente cultural determinado. Según la influyente teoría de Robert Sternberg (1985), una parte de la inteligencia está constituida por la sensibilidad que poseemos para reaccionar a los contenidos variables que nos rodean. En planteamientos más radicales inspirados en la obra del psicólogo soviético Lev Vygotsky (1978), algunos investigadores estudian las diferencias entre las culturas y las prácticas sociales, más que las diferencias entre los individuos (Lave, 1988).
Distribución . Aunque la idea de distribución nos recuerda la de contextualización, una «visión distribuida» se centra en la relación de la persona con las cosas/objetos en un ambiente inmediato, y no en las estructuras y en los valores de un contexto o una cultura más general. En la visión tradicional «centrada en el individuo» a la que se adhirieron las tres primeras fases de la teoría, la inteligencia de cada quien está contenida en su propia cabeza; en principio, dicha inteligencia podía ser medida por sí sola. De acuerdo con la visión distribuida, la inteligencia individual es tan inherente a los artefactos y a los individuos que la rodean como al cráneo que la contiene. Mi inteligencia no termina en mi piel; antes bien, abarca mis herramientas (papel, lápiz, computadora), mi memoria documental (contenida en archivos, cuadernos y diarios) y mi red de conocidos (compañeros de oficina, colegas de profesión y demás personas a quienes puedo telefonear o enviar mensajes por medios electrónicos). Un libro de próxima aparición, Distributed Cognition , establece los principios esenciales de una visión distribuida (Salomón, en proceso de edición); véase también el útil libro Perspectives on Socially Shared Cognition publicado por Lauren Resnick y colegas (1991).
Con ayuda de la retrospección puedo señalar los indicios de contextualización y distribución que aparecen en la primera edición de Estructuras de la mente . Por ejemplo, al presentar la inteligencia espacial hice hincapié en el grado en que la manifestación de esa inteligencia se determina por las oportunidades que ofrecen las distintas culturas (que van desde la navegación hasta la arquitectura, la geometría y el ajedrez), así como en el valor de las diversas herramientas y las notaciones que desarrollan la inteligencia del niño en formación. Sin embargo, me parece justo reconocer que en 1983 consideré que la inteligencia múltiple se concentraba mucho más dentro del cráneo de cada individuo de lo que lo haría una década después.
¿Seguirá la inteligencia desplazándose más allá del cerebro de cada individuo para ingresar en el ámbito de los artefactos y los contextos de una cultura más vasta? Una gran parte de la comunidad científica, y en particular la que ha recibido la influencia de las corrientes de Europa y Asia, respondería afirmativamente. Desde esta perspectiva, el enfoque de la inteligencia que sólo toma en cuenta las habilidades y la flexibilidad de cada individuo refleja un sesgo particularmente angloamericano. Sin embargo, lo anterior no significa que los que apoyan el enfoque psicométrico común de la cognición o la inteligencia hayan depuesto sus argumentos.
De hecho, en la última década se han dado nuevos esfuerzos para apoyar las consideraciones tradicionales de la inteligencia y su funcionamiento en las pruebas. Estudiosos como Arthur Jensen (1980) y Hans Eysenck (1981) no sólo han seguido creyendo en la singularidad de la inteligencia, sino que también han complementado su larga lealtad a los instrumentos psicométricos con un renovado entusiasmo respecto de la base cerebral de la inteligencia. Ahora sostienen que la inteligencia refleja una propiedad básica del sistema nervioso y que se puede evaluar electrofisiológicamente, sin recurrir a instrumentos de medición escritos. Un colega más joven, Michael Anderson (1988), ha reunido suficientes pruebas para sugerir que tales índices de la inteligencia se pueden comprobar aun entre los niños. Y lo que es acaso más sorprendente, Thomas Bouchard y sus colegas (1990) de la Universidad de Minnesota han demostrado que la inteligencia psicométrica presenta un gran carácter hereditario entre una población singularmente apta para dar fe sobre este tema: los gemelos educados por separado. En la medida en que la posición de Bouchard-Jensen-Eysenck sea correcta, en realidad no es menester considerar las culturas, los contextos o las distribuciones de la inteligencia.
¿Cómo interpretar esta situación en que una parte de la «comunidad de la inteligencia» avanza cada vez más hacia las descripciones sociales y culturales de la inteligencia, mientras otra reúne pruebas acerca de sus fundamentos neurológicos y genéticos? ¿Pueden ambas tener la razón? En mi opinión, estas dos tradiciones de investigación no se oponen necesariamente. Bien podría sostenerse que determinada propiedad del sistema nervioso —digamos, la rapidez y la flexibilidad en la transmisión nerviosa— es sobre todo innata y por ello explica en gran medida el éxito en algunas mediciones escritas. Mientras sea así, los argumentos del ala «dura» de los estudios de la inteligencia seguirán siendo sostenibles. Al mismo tiempo, puede ser que las formas en que la inteligencia se expresa fuera del entorno de una prueba, así como los modos en que los seres humanos desempeñan sus papeles en su cultura, sigan variando de modo indefinido y revelador: en este caso, el enfoque «moderado» seguirá constituyendo un esfuerzo importante. También es posible concebir una división en esta tarea de explicación: en un libro recién publicado, Anderson (1992) destaca el poder que tiene la visión tradicional para explicar la cognición infantil, al tiempo que alude a una perspectiva de inteligencias múltiples para un desarrollo posterior.
Preveo, sin embargo, que las posturas «dura» y «moderada» seguirán en lucha, en vez de nada más llegar a un acuerdo para dividir el terreno de la inteligencia. Por ejemplo, tras refutar a los psicometristas con sus propias armas, Stephen Ceci (1990) ha mostrado las distintas formas en que aun el desempeño en las formas más sencillas de medición del tiempo de reacción está sujeto a efectos culturales y de la capacitación. Y con el nombre de «nuevo ambientalismo», mi colega Robert Le Vine (1991) ha puesto en duda las inferencias extraídas de los estudios acerca de los gemelos educados por separado aunque dentro del mismo entorno norteamericano. En su opinión, los ambientes humanos pueden diferir de innumerables maneras, lo que da como resultado diferencias de desempeño mucho más marcadas que las que se observan en gemelos educados en condiciones que se consideran básicamente como variantes de un ambiente occidental y moderno de clase media.
«Estructuras de la mente» y mi obra reciente
Como lo he indicado, gran parte de la obra que mis colegas y yo emprendimos en la década pasada ha analizado las implicaciones educativas de la teoría I. M. (véase Gardner, 1993). En particular, hemos intentado tomar en cuenta las diferencias en los perfiles de inteligencia dentro del ámbito educativo. Al describir una «escuela centrada en el individuo», hemos abordado los modos en que se puede evaluar el perfil de inteligencia de cada niño; los modos en que cada niño se puede amoldar al programa educativo, en particular en relación con la manera en que este se presenta ál niño; y los modos en que los jóvenes con perfiles especiales de inteligencia pueden enfrentar apropiadamente oportunidades educativas fuera de la escuela.
Gran parte de nuestros esfuerzos recientes se han encaminado al desarrollo de medios de evaluación que «hagan justicia a la inteligencia»: que permitan medir los valores intelectuales sin pasar por la «óptica» del lenguaje y la lógica, como es menester en las mediciones escritas. Al comienzo, juzgamos que sería posible, y deseable, tratar de medir la inteligencia de un individuo en «forma pura», hasta crear algo semejante a un perfil de inteligencia dividido en siete vertientes. Sin embargo, a medida que fuimos aceptando las perspectivas de contextualización y distribución, nos pareció poco recomendable, y acaso imposible, intentar medir la inteligencia «pura».
Como lo vemos ahora, las inteligencias se expresan siempre en el contexto de tareas, disciplinas y ámbitos específicos. No existe la inteligencia espacial «pura»: en su lugar hay una inteligencia espacial tal como se manifiesta en la manera en que un niño resuelve una adivinanza, encuentra un camino, ensambla un modelo para armar o manda un pase de basquetbol. Por la misma razón, los adultos no manifiestan directamente su inteligencia espacial, sino que son jugadores de ajedrez, artistas o geómetras más o menos diestros. De este modo, haremos bien en evaluar las inteligencias ya sea al observar a las personas que ya conocen estas actividades o cuentan con ciertas capacidades, o al introducir a algunos individuos en tales ámbitos y observar cómo superan su condición de principiantes con o sin ayudas o instrumentos específicos.
Este cambio en la filosofía de la medición refleja lo que probablemente sea el avance conceptual más importante de la teoría de las I. M.: la distinción entre inteligencias, ámbitos y campos . En su formulación original, estas distinciones no se plantearon con propiedad, lo que provocó confusión entre los lectores, y lo que no es menos frecuente, en mi propia forma de pensar. Sin embargo, el trabajo conjunto que he efectuado con David Feldman (1980, 1986) y Mihaly Csikszentmihalyi (1988) me ha proporcionado una taxonomía bien fundamentada.
En lo individual, es conveniente hablar de una o más inteligencias humanas, o de tendencias intelectuales del hombre, que forman parte de nuestras facultades. Estas inteligencias se pueden concebir en términos neurobiológicos. Los seres humanos nacen en culturas que agrupan una enorme cantidad de ámbitos : disciplinas, ocupaciones y otras empresas que podemos aprender y sobre las que podemos ser evaluados según el nivel de destreza que hayamos alcanzado. Desde luego, si bien en los ámbitos participan los seres humanos, también se pueden considerar de una manera impersonal: esto porque, en principio, la experiencia en un ámbito se puede contener en un libro, un programa de computación o alguna otra clase de artefacto.
Aunque entre las inteligencias y los ámbitos existe una relación, es determinante no confundir ambos niveles. Es probable que una persona con inteligencia musical se interese, y logre destacar, en el ámbito de la música. Pero el ámbito de la interpretación musical requiere inteligencias que van más allá de lo musical (por ejemplo, la inteligencia cinestésicocorporal), así como la inteligencia musical puede extenderse a ámbitos que trascienden la música en un sentido estricto (como a la danza o a la publicidad). De modo más general, casi todos los ámbitos requieren destreza en un conjunto de inteligencias; y toda inteligencia se puede aplicar en un amplio abanico de ámbitos culturales.
Durante la etapa de socialización, el vínculo se da principalmente entre el individuo y los ámbitos de la cultura. Pero una vez que alguien alcanza cierta destreza, el campo adquiere gran importancia. El campo —un constructo sociológico— comprende a la gente, las instituciones, los mecanismos de premiación y todo lo que hace posible emitir juicios acerca de la calidad del desempeño personal. En la medida en que un campo nos juzgue competentes, es probable que tengamos éxito en él; por otra parte, si el campo es incapaz de evaluar nuestro trabajo, o si lo juzga deficiente, entonces se verán radicalmente coartadas nuestras oportunidades de éxito.
La triada inteligencia, ámbito, y campo ha resultado útil no sólo para aclarar diversos asuntos surgidos por la teoría de las I. M., sino que también ha sido particularmente provechosa en estudios acerca de la creatividad. Tal como ya formuló originalmente Csikszentmihalyi (1988), la pregunta pertinente es: ¿En qué radica la creatividad? La respuesta es que la creatividad no debe considerarse como algo que sólo es inherente al cerebro, la mente o la personalidad de un individuo por sí solo. Antes bien, debe pensarse que la creatividad surge de la interacción de tres nodos: el individuo con su propio perfil de capacidades y valores; los ámbitos para estudiar y dominar algo que existen en una cultura; y los juicios emitidos por el campo que se considera como competente dentro de una cultura. En la medida en que el campo acepte las innovaciones, una persona o su obra puede ser considerara creativa; pero si las innovaciones se rechazan, malinterpretan o juzgan poco novedosas, resulta inútil seguir sosteniendo que un producto sea creativo. En el futuro, desde luego, el campo puede optar por modificar sus juicios iniciales.
Cada experto que ha trabajado con este planteamiento lo ha aprovechado de manera distinta. En mi caso, he definido al individuo creativo de un modo semejante a mi definición de inteligencia. En especial, el individuo creativo es quien resuelve regularmente problemas o inventa productos en un ámbito , y cuyo trabajo es considerado innovador y aceptable por los miembros reconocidos de un Campo. Con base en esta definición, he estudiado a seis hombres y una mujer que a principios de este siglo fueron decisivos para formular la conciencia moderna de Occidente. Cada uno de ellos (Sigmund Freud, Albert Einstein, Igor Stravinski, Pablo Picasso, T. S. Eliot, Martha Graham y Mahatma Gandhi) ejemplifica una de las siete inteligencias (Gardner, en proceso de edición).
Los que se interesan en la evolución que ha tenido desde 1983 la teoría de las inteligencias múltiples preguntan con frecuencia si se han añadido otras inteligencias o si se han excluido algunas de las originales. La respuesta es que he decidido no alterar, por ahora, la lista original, aunque sigo considerando que puede existir alguna forma de «inteligencia espiritual». Cabe hacer notar que durante la última década he modificado en cierta forma mis ideas acerca de la «inteligencia intrapersonal». En Estructuras de la mente hice hincapié en el grado en que la inteligencia intrapersonal crecía y se organizaba a partir de la «vida sensorial» del individuo. Si tuviese que escribir hoy las partes pertinentes del capítulo X señalaría, en cambio, lo importante que es contar con un modelo viable de uno mismo y poder recurrir a él en el momento de tomar decisiones acerca de la vida personal.
Además de trabajar en las implicaciones educativas de la teoría de las I. M. y extender esa labor al ámbito de la creatividad, me he interesado en algunas líneas de estudio que se desprenden de dicha teoría. La postulación de diversas inteligencias implica otras dos consideraciones: ¿Por qué los seres humanos cuentan con inteligencias particulares? ¿Qué factores conducen a las inteligencias a desarrollarse de determinada manera?
Ambos asuntos se hallan cerca del meollo de la psicología del desarrollo, disciplina en la que me formé. Y mi obra acerca de la inteligencia puede juzgarse —y en efecto así ha sido— como parte de una tendencia general que existe en esa disciplina por considerar los diferentes ámbitos o «módulos de la mente» (Carey y Gelman, 1991; Fodor, 1983; Keil, 1989). Uno de los resultados de esta investigación ha sido el esfuerzo por precisar las distintas limitaciones que operan en los ámbitos de la mente: por ejemplo, indicar las clases de suposiciones que hacen los infantes acerca del ámbito del número o de la causalidad; las estrategias a las que, de modo natural, recurren los niños que empiezan a andar al aprender la lengua materna; el grupo de conceptos que los niños forman con facilidad a diferencia de los que les son casi imposibles de formar.
La investigación de las «limitaciones» ha revelado que al final de la primera infancia los niños ya han desarrollado teorías profundas y arraigadas acerca de los mundos inmediatos que les rodean: el mundo de los objetos y las fuerzas físicas; el mundo de los seres vivos; el mundo de los hombres, incluidas sus mentes. Es sorprendente, y en oposición a los asertos del gran desarrollista Jean Piaget (Mussen y Kessen, 1983), que estos ingenuos «conceptos» y «teorías» resulten difíciles de modificar, no obstante los años de educación escolar. Y con frecuencia sucede que la «mente de un niño de cinco años de edad» no sufre alteración alguna por las experiencias de la escuela. En The Unschooled Mind (1991) ejemplifico la fuerza de estas limitaciones al mostrar que en cada materia del programa escolar sigue dominando la mente del niño de cinco años.
En conjunto, el trabajo con las inteligencias múltiples y el trabajo con las limitaciones de la mente crean una visión del ser humano radicalmente distinta de la que se solía tener hace una generación. En el apogeo de la psicometría y el conductismo, en general se creía que la inteligencia era una entidad única hereditaria y que los seres humanos —al comienzo, una tabula rasa — podían ser capacitados para aprender cualquier cosa, siempre que se presentase de modo apropiado. En la actualidad, un creciente número de investigadores consideran precisamente lo opuesto: que existe una multitud de inteligencias bastante independientes entre sí; que cada inteligencia tiene sus propias ventajas y limitaciones; que la mente se halla lejos de estar libre de trabas al momento del nacimiento; y que es muy difícil enseñar cosas que vayan en contra de las antiguas teorías «ingenuas» o que desafíen las líneas naturales de la fuerza de una inteligencia y sus ámbitos correspondientes.
A primera vista, semejante diagnóstico parecería la sentencia de muerte de la educación formal. Para empezar, ya es bastante difícil enseñar a una inteligencia, ¿qué decir respecto a siete? Si de por sí es en extremo difícil formar a una persona, aun cuando todo pueda ser enseñado, ¿qué hacer cuando existen límites bien definidos y profundas limitaciones en la cognición y el aprendizaje humanos?
Sin embargo, en realidad la psicología no rige directamente la educación (Egan, 1983); sólo nos ayuda a entender las condiciones en que esta se lleva cabo. La limitación de una persona puede ser la ventaja de otra. Siete tipos de inteligencia darían lugar a siete formas de enseñanza. Y no sólo a una. Y cualquier limitación considerable de la mente puede modificarse a fin de presentar un concepto particular (o todo un sistema de pensamiento) de tal modo que los niños tengan más probabilidades de aprenderlo y menos de deformarlo. Es paradójico que las limitaciones puedan ser sugestivas y, a la postre, liberadoras.
Objeciones a la teoría de las inteligencias múltiples
En el curso de una década de análisis se han planteado innumerables objeciones a la teoría de las I. M., y he contado con igual número de oportunidades para intentar responder a ellas. Ya que algunas de estas objeciones y respuestas ya se habían previsto en el capítulo XI , y se analizaron en Múltiples Intelligences: The Theory in Practice , abordaré aquí los que para mí son los asuntos más importantes: la terminología, la relación entre las inteligencias, la inteligencia y los estilos, los procesos de las inteligencias y los riesgos de repetir los errores de la medición de la inteligencia.
Terminología . A pesar de reconocer de buen grado la existencia de distintas capacidades y facultades, muchas personas se oponen al uso de la palabra inteligencia . «Es posible hablar de talentos», sostienen, «pero la inteligencia se debería reservar para tipos más generales de capacidad». Desde luego, las palabras se pueden definir de la manera que más nos agrade. Sin embargo, al formular una definición precisa de la inteligencia, solemos menospreciar las capacidades que no queden dentro del límite de esa definición: de este modo, los bailarines o los jugadores de ajedrez pueden ser talentosos pero no inteligentes. En mi opinión, es correcto afirmar que la música o la capacidad de desplazarse en el espacio son talentos, en la medida en que también llamemos talento al lenguaje o a la lógica. Pero me opongo a la creencia injustificada de que ciertas capacidades humanas se pueden juzgar arbitrariamente como inteligencia mientras otras no.
Correlación entre las inteligencias . Algunos críticos me han recordado que en general existen relaciones positivas (la llamada diversidad positiva) entre las pruebas de las distintas facultades (por ejemplo, el espacio y el lenguaje). En forma más amplia, dentro de la psicología, casi toda prueba de capacidad se vincula con otras, por lo menos de algún modo. Este hecho tranquiliza a los que sostienen la existencia de una «inteligencia general».
No puedo aceptar estas correlaciones como algo evidente. Casi todas las pruebas actuales se idearon para destacar principalmente facultades lingüísticas y lógicas. A menudo, la mera forma en que se plantea una pregunta puede orientar a los que contestan la prueba. Por consiguiente, es de suponer que una persona que reúna las habilidades para aprobar instrumentos semejantes podrá salir relativamente bien incluso en exámenes de destreza musical o espacial, mientras que otra que carezca de una especial facilidad lingüística o lógica tal vez falle en las pruebas estándar, aun cuando tenga habilidades en las áreas que supuestamente se están examinando.
La verdad es que aún desconocemos en qué medida se relacionan las diversas inteligencias (o como lo diría ahora, ejemplos concretos de distintas inteligencias). No sabemos si alguien que posea la inteligencia necesaria para ser un buen jugador de ajedrez o un buen arquitecto contará también con suficiente inteligencia para destacar en música, matemáticas o retórica. Y sólo lo sabremos cuando hayamos ideado medios de evaluación que hagan justicia a la inteligencia. Entonces, tal vez descubramos ciertas relaciones entre las inteligencias; y tales descubrimientos darán como resultado un nuevo trazo del mapa de la cognición humana. Mucho me sorprendería, empero, si la mayoría de las inteligencias que he definido en este libro desaparecieran de la nueva cartografía, aunque no tanto si surgieran nuevas inteligencias o subinteligencias.
Inteligencias y estilos . Muchas personas han señalado que mi clasificación de las inteligencias se parece a las listas que elaboran los investigadores interesados en los estilos de aprendizaje, los estilos de trabajo, los estilos de personalidad, los arquetipos humanos y cosas semejantes; y se preguntan, asimismo, qué tienen de originales mis ideas. Sin duda, es de esperar que se traslapen algunos aspectos de estas clasificaciones, y yo bien puedo estar tratando de llegar a algunas de las mismas dimensiones que se manejan en el mundo de los «estilos». No obstante, mi teoría posee tres aspectos verdaderamente distintivos.
En primer lugar, establecí siete tipos de inteligencia a partir de un método que considero único: la síntesis de cuerpos significativos de pruebas científicas acerca del desarrollo, el colapso, la organización cerebral, la evolución y otros conceptos afines (véase capítulo IV ). La mayoría de las otras listas son consecuencia de las correlaciones existentes entre los resultados de las pruebas o de observaciones empíricas; por ejemplo, de los estudiantes en una escuela.
En segundo lugar, las inteligencias que establecí se vinculan específicamente con el contenido. Sostengo que los seres humanos tienen inteligencias particulares en virtud de los contenidos de información que existen en el mundo: información numérica, información espacial, información acerca de otras personas. Se cree que la mayoría de las descripciones estilísticas van más allá del contenido: de este modo, se dice que alguien es «en general» impulsivo, emotivo o analítico.
En tercer lugar, más que parecerse (o aun ser idénticas) a los estilos, las inteligencias bien pueden tener que atravesar otro tipo de categorías analíticas. Tal vez los estilos sean específicos a las inteligencias o estas sean específicas a los estilos. Existe, de hecho, una prueba empírica a este respecto. En la labor educativa que desempeñamos con niños pequeños, denominada el Proyecto Spectrum (Gardner y Viens, 1990), hemos notado que ciertos «estilos de trabajo» resultan ser específicos a los contenidos. El mismo niño que reflexiona o se compromete con un contenido puede mostrarse impulsivo o poco atento ante otro. Desconocemos la causa precisa de este comportamiento; pero impide que concluyamos a la ligera que los estilos son independientes del contenido, o que las inteligencias pueden ceder ante los estilos.
Los procesos de las inteligencias . Algunos críticos benévolos no dudaron de la existencia de distintas inteligencias, pero me criticaron por ser meramente descriptivo. Desde su posición aventajada, es labor del psicólogo deslindar con precisión los procesos mediante los cuales se lleva a cabo la actividad mental.
Concedo que el trabajo de Estructuras de la mente es en gran parte descriptivo. Y creo que semejante descripción es un buen punto de partida: defender una pluralidad de inteligencias. Sin duda, ningún postulado de la obra impide en forma alguna la exploración de los procesos mediante los cuales funcionan las inteligencias; de hecho, en varias partes de este volumen sugiero qué procesos y operaciones pueden intervenir en las inteligencias espacial y musical, entre otras.
Quizás valga la pena mencionar que en la época en que se publicó Estructuras , la mayoría de los psicólogos creían que la computadora serial de Von Neumann era lo mejor que había para explicar el procesamiento humano de la información. Esa creencia cambió por completo unos años después y el enfoque de procesamiento designado como paralelo-distribuido se consideró más adecuado para explicar la cognición humana (y artificial) (véase Gardner, 1987). Tal vez tuve razón en 1983 cuando sin querer me abstuve de ofrecer una caracterización detallada del proceso de cada inteligencia, ya que en 1990 semejante descripción habría sido considerada profundamente fallida. Sin embargo, dado que los avances de la ciencia sólo pueden darse gracias al establecimiento de modelos detallados que se puedan probar, perfeccionar y refutar, recibo con alegría los esfuerzos por «modelar» las distintas inteligencias y precisar cómo funcionan juntas.
Repetición de los pecados de la medición de la inteligencia . Muchos críticos de la inteligencia y de su medición consideran que, en vez de matar al dragón, lo he armado con nuevos cuernos y colmillos. Según su visión pesimista, siete inteligencias son peores que una: la gente puede sentirse atrapada en una urdimbre de ámbitos sin lograr adecuarse a alguno; y esta taxonomía puede emplearse además para estigmatizar a individuos y grupos («Juan es cinestésicocorporal»; «Ella sólo tiene habilidades lingüísticas»; «Todas las jóvenes son mejores en X que en Y »; «Este grupo étnico se distingue en la inteligencia M , en tanto que ese grupo racial es mejor en la inteligencia N »).
Permítaseme dirigirme a estos críticos para afirmar que la teoría de las I. M. fue creada como teoría científica y no como un instrumento de política social. Como a cualquier otra teoría, distintas personas pueden darle usos diferentes; no es posible, y acaso tampoco sea apropiado, que el creador de una teoría intente controlar los modos en que habrá de ponerse en práctica. No obstante, me opongo personalmente a los usos erróneos que implican estas objeciones. No considero que los abusos en las pruebas de inteligencia puedan aplicarse, en sentido alguno, a la teoría de las inteligencias múltiples. De hecho, pienso que no es posible medir las inteligencias en forma pura, y los tipos de evaluación que apoyo son del todo distintos de los que se relacionan con las pruebas del coeficiente de inteligencia. Me opongo a los esfuerzos por caracterizar a los individuos o a los grupos como si presentaran uno u otro perfil de inteligencia. Si bien en cualquier momento una persona o un grupo puede manifestar determinadas inteligencias, se trata de una imagen cambiante.
De hecho, la misma falta de una inteligencia desarrollada de un tipo puede motivar que se desarrolle precisamente esa inteligencia. Al abordar el método Suzuki de educación musical en el capítulo XIV quise demostrar que cuando una sociedad decide invertir recursos importantes en el desarrollo de una inteligencia particular, el hecho puede hacer que toda la sociedad sea inteligente en ese sentido. Lejos de creer que las inteligencias son algo fijo, considero que pueden modificarse considerablemente gracias a los cambios de los recursos disponibles y, para el caso, de los juicios que emitimos acerca de nuestras propias capacidades y potencialidades (Dweck y Licht, 1980). Cuanto más se crea en los enfoques contextuales y distribuidos de la inteligencia, menos sentido tendrá fijar límites inherentes al logro intelectual.
En ocasiones se me pregunta si me molesta o me siento defraudado por las personas que aplican mi teoría o mis conceptos en usos que no apoyo de manera personal. Desde luego, tales prácticas me preocupan, pero no puedo asumir la responsabilidad de los usos o abusos que da a mis ideas la primera persona que se topa con ellas en el mercado. Empero, si alguien que ha trabajado conmigo aplicara las ideas en una forma que me pareciera incorrecta, le pediría que desarrollase una terminología distinta y que desistiera de vincular mi obra con la suya.
HOWARD GARDNER (Scranton, Pennsylvania, EE. UU., 11 de julio 1943). Psicólogo, investigador y profesor de Educación y Psicología en la Universidad de Harvard, y de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston. Conocido en el ámbito científico por sus investigaciones en el análisis de las capacidades cognitivas y por haber formulado la teoría de las inteligencias múltiples. Participa en el «Good Work Project», destinado a mejorar la calidad y la autoestima profesionales, en el que se toman en consideración, fundamentalmente, los factores de la excelencia y la ética. Está en posesión de una veintena de distinciones honoris causa . El jurado de la Fundación Príncipe de Asturias ha galardonado a Gardner con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (España, 11 de mayo de 2011).
La teoría de las inteligencias múltiples («Frames of Mind», 1983) defiende que cada persona tiene, por lo menos, siete inteligencias o habilidades cognoscitivas: musical, cinético-corporal, lógico-matemática, lingüística, espacial, interpersonal e intrapersonal. A estas siete líneas de inteligencia inicialmente descritas, Gardner añadió posteriormente una octava, la inteligencia naturalista o de facilidad de comunicación con la naturaleza, que consiste en el entendimiento del entorno natural y la observación científica de la naturaleza.
Investiga las capacidades cognitivas del ser humano, particularmente aquellas que son esenciales para las artes, en niños normales, en niños dotados y en adultos con lesiones cerebrales. Es el autor de más de doscientos cincuenta artículos publicados en revistas especializadas y de amplia circulación.
En la actualidad es profesor de educación y codirector del Proyecto Cero en la Graduate School of Education de la Universidad de Harvard, investigador psicólogo del Boston Veterans Administration Medical Center , y profesor adjunto de neurobiología de la Boston University School of Medicine . En 1981 se le concedió la Mac Arthur Prize Fellowship y, en 1990, se convirtió en el primer norteamericano que recibía el galardón Grawemeyer de la Universidad de Louisville en Educación.
La teoría de las inteligencias múltiples («Frames of Mind», 1983) defiende que cada persona tiene, por lo menos, siete inteligencias o habilidades cognoscitivas: musical, cinético-corporal, lógico-matemática, lingüística, espacial, interpersonal e intrapersonal. A estas siete líneas de inteligencia inicialmente descritas, Gardner añadió posteriormente una octava, la inteligencia naturalista o de facilidad de comunicación con la naturaleza, que consiste en el entendimiento del entorno natural y la observación científica de la naturaleza.
Investiga las capacidades cognitivas del ser humano, particularmente aquellas que son esenciales para las artes, en niños normales, en niños dotados y en adultos con lesiones cerebrales. Es el autor de más de doscientos cincuenta artículos publicados en revistas especializadas y de amplia circulación.
En la actualidad es profesor de educación y codirector del Proyecto Cero en la Graduate School of Education de la Universidad de Harvard, investigador psicólogo del Boston Veterans Administration Medical Center , y profesor adjunto de neurobiología de la Boston University School of Medicine . En 1981 se le concedió la Mac Arthur Prize Fellowship y, en 1990, se convirtió en el primer norteamericano que recibía el galardón Grawemeyer de la Universidad de Louisville en Educación.
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