Autore(a)s: Howard Gardner
I. Introducción
Antecedentes
* En muchos sentidos, la educación consta de un conjunto de prácticas muy conservadoras ejercidas por un conjunto de instituciones de carácter también muy conservador. Estas palabras iniciales no pretenden ser peyorativas. Educar la mente joven es una tarea muy valiosa y no queremos que se haga de una manera impulsiva, como si todo pudiera valer. La educación se ha venido ejerciendo de un modo formal durante miles de años y de un modo informal quizá durante decenas de miles. Sabemos mucho sobre la forma de educar a las personas y debemos respetar el conocimiento que hemos acumulado.
Siendo así, ¿por qué no limitarnos a seguir haciendo lo que hemos hecho siempre? En realidad, muchos conservadores exigen que dejemos las cosas como están. Quizás adopten esta perspectiva porque respetan lo que se ha hecho en el pasado, pero también puede que la adopten sólo porque les incomoda el cambio. Recuerdo una conversación que mantuve hace veinte años en China con una enseñante de psicología de aquel país. Yo opinaba que su clase, una simple recitación por parte de todos y cada uno de los alumnos de «las siete leyes de la memoria humana», era una pérdida de tiempo. Con la ayuda de un intérprete, hablamos durante diez minutos sobre los pros y los contras de distintas pedagogías. Al final, mi colega china zanjó la discusión con estas palabras: «Llevamos tanto tiempo haciéndolo así que sabemos que está bien».
Sólo veo dos razones legítimas para adoptar nuevos métodos educativos. La primera es que las prácticas actuales no funcionen debidamente. Por ejemplo, quizá pensemos que formamos a los jóvenes para que sean personas instruidas, para que aprecien las artes, para que sean tolerantes, para que puedan resolver conflictos. Pero si cada vez vemos más pruebas de que no tenemos éxito en la consecución de estos objetivos, deberemos plantearnos la posibilidad de modificar nuestras prácticas… o los propios objetivos.
La segunda razón es que las condiciones del mundo han cambiado de una forma sustancial. Puede que a causa de estos cambios ciertas metas, aptitudes y prácticas ya no estén indicadas o incluso que sean contraproducentes. Por ejemplo, antes de que se inventara la imprenta, cuando los libros eran escasos, era vital cultivar una memoria verbal capaz y precisa; sin embargo, ahora que los libros están al alcance de todos, este objetivo —y las prácticas mnemotécnicas que conlleva— ha dejado de ser acuciante. Así pues, puede que estas condiciones nuevas también exijan nuevas aspiraciones educativas.
En estos inicios del tercer milenio estamos viviendo una época de grandes cambios, unos cambios de tal envergadura que parecen capaces de eclipsar cualquier otro cambio vivido en épocas anteriores. Como ejemplos podemos citar los cambios impulsados por el poder de la ciencia y de la tecnología o el carácter inexorable de la globalización. Estos cambios exigen nuevas formas y nuevos procesos educativos porque la mente que aprende se debe conformar y extender de una forma que hasta ahora no había sido vital o, por lo menos, no tan vital . En los siguientes capítulos de este libro describiré las cinco clases de mente que tendrán más importancia en el futuro: la mente disciplinada, la mente sintética, la mente creativa, la mente respetuosa y la mente ética.
Ciencia y tecnología
La ciencia moderna tiene sus orígenes en el Renacimiento europeo. Consideremos, en primer lugar, los experimentos y las teorías sobre el mundo físico. La interpretación del movimiento y de la estructura del universo que asociamos con Galileo Galilei, y las nociones de la luz y de la gravedad que debemos a Isaac Newton, dieron origen a un corpus de conocimientos que sigue aumentando a un ritmo cada vez mayor. En las ciencias biológicas se ha dado una tendencia similar durante los últimos ciento cincuenta años, a partir de los descubrimientos de Charles Darwin sobre la evolución y del trabajo de Gregor Mendel, James Watson y Francis Crick en el campo de la genética. Aunque puede haber ligeras diferencias en el ejercicio de estas ciencias en distintos continentes, países o laboratorios, sólo existe una matemática, una física, una química y una biología.
A diferencia de la ciencia, la tecnología no tuvo que esperar a que se dieran los descubrimientos, los conceptos y las ecuaciones matemáticas de los últimos quinientos años. Esta es precisamente la razón de que, en muchos sentidos, la China del siglo XVI pareciera más avanzada que los países europeos o islámicos de la época. Es posible crear medios de escritura, relojes, pólvora, brújulas o tratamientos médicos eficaces sin unas teorías científicas sólidas o sin realizar experimentos controlados. Sin embargo, cuando la ciencia inició su despegue, su relación con la tecnología empezó a ser mucho más estrecha. Es prácticamente inconcebible que pudiéramos tener armas y centrales nucleares, ordenadores, aviones supersónicos, láseres o toda la gama actual de intervenciones médicas y quirúrgicas sin las ciencias de nuestro tiempo. Las sociedades que carecen de ciencia o bien se ven privadas de estas innovaciones tecnológicas, o bien deben limitarse a copiarlas de las sociedades que las han desarrollado.
La indudable hegemonía de la ciencia y de la tecnología plantea nuevos retos al mundo de la educación. Los jóvenes deben aprender a pensar de una manera científica si quieren entender el mundo moderno y participar en él. El ciudadano que no comprenda el método científico no podrá tomar decisiones fundadas sobre el tratamiento médico que deberá seguir cuando se encuentre ante una serie de opciones ni tendrá una base suficiente para evaluar afirmaciones contradictorias sobre la crianza infantil o sobre la mejor psicoterapia. Si no domina mínimamente la informática, no podrá acceder a la información que necesite y menos aún usarla o sintetizarla de una manera productiva o reveladora. Y huelga decir que, sin un dominio mínimo de la ciencia y de la tecnología, nadie puede esperar contribuir al desarrollo continuo de estos sectores tan vitales. Además, una opinión bien fundada sobre temas polémicos como la investigación con células germinativas (o células «madre»), las centrales nucleares, los alimentos transgénicos o el calentamiento global exige una base científica y tecnológica adecuada.
Los educadores deben estar al corriente de la ciencia y de la tecnología por varias razones más. Tras haber resuelto algunos enigmas básicos de la física y la biología, los científicos y los tecnólogos han centrado su atención en la mente y el cerebro del ser humano. La psicología y la neurociencia han acumulado más conocimientos en los últimos cincuenta años que en cualquier época anterior. Hoy tenemos teorías bien desarrolladas sobre la inteligencia, la resolución de problemas y la creatividad, y también disponemos de los inevitables instrumentos en forma de software y hardware que, supuestamente, se basan en estos avances científicos. Los educadores deben estar al tanto de los descubrimientos que surgen del laboratorio psicológico, de las máquinas que exploran el cerebro y, dentro de muy poco, del proyecto del genoma humano. En efecto, sí quienes se han formado para ser educadores no adquieren esta información, los alumnos y sus padres se dirigirán a quienes puedan «leer» estos registros y la educación puede acabar convirtiéndose en una rama de la medicina aplicada.
Dos advertencias sobre los límites de la ciencia y la tecnología
«Intrínseca e inevitablemente, la educación es una cuestión de valores y objetivos humanos». Me gustaría que esta frase estuviera en el despacho de todo responsable de políticas educativas. No es posible ni siquiera empezar a desarrollar un sistema educativo si no se tienen presentes las aptitudes y los conocimientos que se valoran y la clase de personas que se pretende formar cuando el proceso educativo formal llegue a su fin. Sin embargo, y aunque cueste creerlo, muchos educadores y responsables políticos actúan como si los objetivos de la educación fueran manifiestos: en consecuencia, cuando se les pregunta al respecto suelen responder de una forma poco clara, contradictoria o increíblemente prosaica. Cuántas veces se me han puesto los ojos vidriosos al leer proclamas vacías e insustanciales sobre «usar bien la mente», «reducir las diferencias de rendimiento», «ayudar a los niños a desarrollar su potencial» o «valorar nuestro legado cultural». Establecer objetivos educativos hoy en día no es tarea fácil: en el fondo, uno de los fines de este libro es plantear varios objetivos para el futuro.
Así pues, la primera advertencia es que la ciencia nunca nos puede decir qué hacer en clase por dos razones principales. En primer lugar, lo que hacemos en clase tiene que estar determinado por nuestro propio sistema de valores y ni la ciencia ni la tecnología incorporan sistemas de valores educativos. Si oyen hablar de pruebas científicas que indican la dificultad de elevar la inteligencia psicométrica (CI), los educadores pueden llegar a dos conclusiones opuestas: 1) no vale la pena molestarse en intentarlo, 2) si se dedica todo el esfuerzo a intentarlo quizá se tenga éxito y puede que con menos dificultades de las previstas.
La segunda advertencia, que está relacionada con la primera, es que la ciencia, aun incluyendo la tecnología y las matemáticas, no es el único régimen educativo y ni siquiera es el único importante. Otras amplias áreas de conocimiento y de comprensión —las ciencias sociales, las humanidades, las artes, el civismo y la urbanidad, la sanidad, la seguridad, la educación del propio cuerpo— merecen igual consideración y, quizás, un lugar en el currículo. La ciencia amenaza con desplazar a esas otras áreas a causa de su actual hegemonía social. Igualmente perniciosa es la creencia de muchos de que estas áreas de conocimiento se deben abordar con los mismos métodos y las mismas limitaciones que se aplican a la ciencia. Calificar esto de error garrafal sería quedarse corto: ¿qué sentido podrían tener las mayores obras del arte o de la literatura, las ideas políticas o religiosas más importantes o las eternas preguntas sobre el significado de la vida y de la muerte si las abordamos del mismo modo que los estudios o las pruebas de la ciencia? Se dice que el gran físico Niels Bohr comentó en una ocasión:
Hay una verdad profunda y una verdad superficial, y la finalidad de la ciencia es eliminar la primera.
Globalización
La globalización consta de un conjunto de factores que debilitan o incluso eliminan los Estados soberanos, un proceso que a veces se llama «desterritorialización». Los historiadores observan varios períodos de globalización: en épocas pasadas, se consideran casos de globalización total o parcial las tierras conquistadas primero por Alejandro Magno y, unos siglos después, por los romanos; en épocas más recientes, también se pueden ver así las exploraciones y los intercambios comerciales transcontinentales del siglo XVI o la colonización y el comercio de finales del siglo XIX .
Hoy, después de dos guerras mundiales y una prolongada Guerra Fría, nos hemos embarcado en lo que bien puede ser el caso de globalización de más alcance. Según la describen periodistas, estudiosos y responsables políticos, la globalización actual presenta cuatro tendencias que no tienen precedentes: 1) el movimiento de capital y de otros instrumentos del mercado por todo el mundo, con un flujo virtualmente instantáneo de grandes cantidades cada día; 2) el flujo de seres humanos que atraviesan las fronteras, con cerca de 100 millones de inmigrantes en todo el mundo en cualquier momento dado; 3) el flujo de toda clase de datos a través del ciberespacio, con megabites de información de distinta fiabilidad disponibles para cualquier persona que tenga acceso a un ordenador; 4) el flujo instantáneo y casi invisible de la cultura popular a través de las fronteras en forma de modas, comidas y melodías que iguala cada vez más a los adolescentes de todo el mundo y que también parece provocar la convergencia de los gustos, las creencias y los valores de sus mayores.
Huelga decir que las actitudes hacia la globalización difieren muchísimo de un país a otro y dentro de un mismo país. Hasta sus partidarios más acérrimos se han quedado un tanto enmudecidos por sucesos recientes debidos a otro fenómeno mundial llamado terrorismo. Pero, del mismo modo, hasta sus críticos más implacables se aprovechan de sus innegables ventajas: se comunican por correo electrónico, sacan partido de símbolos conocidos en todo el mundo, organizan protestas en lugares a los que distintos grupos de votantes pueden acceder u observar con facilidad. Aunque cabe esperar que se den períodos de aislacionismo y de reducción de gasto, es virtualmente inconcebible que las grandes tendencias que se han mencionado se puedan contener.
El sistema educativo estadounidense destacaba por ser muy descentralizado: hasta hace poco, contaba con cerca de 15 000 distritos escolares que, en esencia, eran libres de seguir su propia visión educativa. Naturalmente, el peso estatal y federal ha aumentado durante los últimos años y, por primera vez, los estadounidenses se enfrentan a niveles, currículos y exámenes de alcance nacional. La realización de comparaciones internacionales durante las últimas décadas ha contribuido mucho a que los currículos de diversos países se hayan ido acercando cada vez más; de lo contrario, no se podrían hacer comparaciones legítimas del rendimiento en pruebas como las del TIMSS (Third International Math and Science Survey) o el PISA (Programme for International Student Assessment). Estas comparaciones son más fáciles de hacer en matemáticas y en ciencias, y quizá sea esta otra razón de que los currículos se estén orientando en esta dirección.
Puede que los currículos escolares de todo el mundo estén convergiendo y es evidente que la retórica de los educadores está impregnada de una palabrería similar («niveles de exigencia», «currículos interdisciplinarios», «economía del conocimiento»). No obstante, creo que la educación sigue siendo básicamente una preparación para el mundo del pasado en lugar de ser una preparación para los posibles mundos del futuro. En cierto sentido, esta realidad refleja el conservadurismo natural de las instituciones educativas, un fenómeno por el que antes he expresado cierta comprensión. Sin embargo, desde un punto de vista más fundamental, creo que los educadores y los responsables de las políticas educativas aún no han comprendido adecuadamente los principales factores apuntados aquí.
Para ser más preciso: en vez de declarar explícitamente nuestros preceptos educativos, suponemos que los valores y los objetivos de la educación son evidentes. Reconocemos la importancia de la ciencia y de la tecnología, pero no enseñamos maneras científicas de pensar ni formamos a personas capaces de sintetizar y de crear, unas cualidades esenciales para el progreso científico y tecnológico. Reconocemos los factores de la globalización —por lo menos cuando se nos informa acerca de ellos—, pero todavía no hemos decidido cómo prepararemos a los jóvenes para que sean capaces de sobrevivir y prosperar en un mundo totalmente nuevo.
En los capítulos que siguen describiré cinco tipos de mentes que deberemos cultivar en el futuro. Cada una se debe considerar un objetivo educativo: son las mentes que espero ver en mis hijos, en mis nietos, en sus descendientes y en sus compañeros. Creo que sabemos lo suficiente para desarrollar una educación capaz de crear personas como estas y con estas mentalidades.
La mente disciplinada . La mente del futuro debe ser disciplinada en dos sentidos. En primer lugar, debe dominar las principales formas distintivas de pensar que ha creado el ser humano: la ciencia, las matemáticas y la tecnología, como se ha dicho antes, pero también el pensamiento histórico, artístico y filosófico. En segundo lugar, debe dominar diversas maneras de ampliar la propia formación durante toda la vida, de una forma regular y sistemática.
La mente sintética . Aunque la educación debe partir de las aptitudes básicas y las disciplinas tradicionales, no puede acabar ahí. Cuando nos encontremos ante una cantidad excesiva de información deberemos ser capaces de resumirla con precisión, sintetizarla de una forma productiva y hacer que nos sea útil. Este objetivo supone un pensamiento de carácter interdisciplinario, una forma de pensamiento poco comprendida pero cada vez más importante.
La mente creativa . En el futuro, prácticamente todo lo que esté regido por reglas se hará con mayor rapidez y precisión mediante el uso de ordenadores (en realidad, podría haber dicho «hoy» en lugar de «en el futuro»). Se tendrá en gran estima a las personas que puedan ir más allá de la síntesis disciplinaria e interdisciplinaria para descubrir nuevos fenómenos, nuevos problemas y nuevas preguntas y puedan contribuir a su resolución… por lo menos hasta que se presente el siguiente enigma.
La mente respetuosa . Siempre ha sido deseable educar a las personas para que por lo menos sean tolerantes con quienes tienen un aspecto diferente, actúan de una manera distinta y, quizá, son distintos a ellas. Puede que antes fuera posible encerrarse en uno mismo o dentro de las propias fronteras. Pero ya no es así. Si no podemos aprender a convivir con los demás, el planeta pronto quedará despoblado. Y a menos que nos respetemos mutuamente y valoremos nuestras diferencias, lo máximo que podemos esperar es una paz precaria.
La mente ética . Más allá de un mundo que no se destruya existe el mundo en el que realmente nos gustaría vivir. Este mundo está habitado por personas honradas, consideradas y constructivas, dispuestas a sacrificar sus propios intereses en favor de las necesidades y los deseos de la comunidad. El respeto se da entre las personas; la ética se ocupa de la forma de la sociedad. Debemos educar —y, en el fondo, inspirar— a los jóvenes para que deseen vivir en un mundo marcado por la integridad y guiado por el desinterés, y para que estén dispuestos a asumir la responsabilidad de lograr este objetivo.
Cada una de estas mentes es difícil de lograr, y nadie sabe con exactitud cómo desarrollar una educación que produzca personas disciplinadas, sintetizadoras, creativas, respetuosas y éticas. Creo que la supervivencia de nuestro planeta puede depender del cultivo de estas cinco mentes. Pero también creo firmemente que estas facultades se deberían justificar desde un punto de vista que no fuera instrumental. Como especie, los seres humanos poseemos un asombroso potencial positivo y la historia está repleta de personas que ejemplifican una o más de estas formas de mentalidad: la disciplina de John Keats o de Marie Curie; la capacidad de síntesis de Aristóteles o de Goethe; la creatividad de Martha Graham o de Pablo Picasso; el ejemplo de respeto y consideración de quienes protegieron a ciudadanos judíos durante la Segunda Guerra Mundial o han tomado parte en comisiones de la verdad y la reconciliación durante la última década; los ejemplos éticos de la ecóloga Rachel Carson, que nos alertó de los peligros de los pesticidas, y del estadista Jean Monnet, que ayudó a que Europa abandonara su actitud beligerante y desarrollara unas instituciones pacíficas. La educación para el futuro deberá ayudar a más personas a comprender las mejores cualidades de los mejores seres humanos.
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