Juan Loyola (1954-1999) fue un artista que se dio a conocer entre las décadas de 1980 y 1990, cuya obra tuvo poca acogida entre los círculos de expertos y las instituciones mayores de consagración artística. Su trabajo hoy apenas se conoce, y se le suele recordar como un extravagante, figura de las márgenes que durante un tiempo hizo del performance y la provocación una forma de vida. Entre otras cosas, Loyola es recordado como uno de los precursores de esa rara patología nacional: “la religión bolivariana”, que ha hecho del uso arbitrario de los símbolos e iconos nacionales todo un ensamblaje identitario como estrategia para la formulación de una crítica política y social. La originalidad de Loyola estuvo en la desacralización de los símbolos, y su incorporación a objetos cotidianos: piedras, postes, chatarras. En este trabajo, Roldán Esteva-Grillet (Caracas, 1946) rescata algunos elementos que permiten apuntalar la comprensión de una figura que –al igual que Margot Römer, Diego Rísquez, Carlos Zerpa, Pedro León Zapata o Víctor Hugo Irazábal– bien podría incorporarse a la genealogía del “bolivarianismo” en el campo del arte, en el marco de una especie de espíritu epocal que, a finales del siglo pasado, impregnó a la sociedad venezolana y abrió las puertas a los fantasmas del pasado como fórmula de salvación ante la quiebra del proyecto nacional.
Entre los años ochenta y noventa del siglo pasado se destacó en Venezuela un artista transgresor e incómodo, tanto para las instituciones públicas como para la crítica de arte: su nombre era Juan Loyola. Nacido en Caracas, en 1952, Loyola creció en Catia La Mar (Estado Vargas), y desde muy joven resaltó en la escena del arte como un autodidacta. Desde la isla de Margarita fue promotor, entre 1975 y 1976, de las ‘Plazas de los pintores’, pequeños espacios públicos tomados para exposiciones y ventas de obras de factura tradicional que tuvieron lugar en Porlamar, Barcelona y Puerto La Cruz. Pero fue solo a finales de la década de 1970 cuando arrancó su trabajo como artista, con un remedo de arte povera, las Cajas negras (1976-1979), ensamblajes de desechos industriales. Con una de estas cajas ganó su primera distinción en el IV Salón Fondene, en Porlamar (1979). Poco antes había convertido su tienda de ropa importada en un centro cultural y galería de arte llamado ‘La piel del cangrejo’.
Loyola alcanzó un relativo éxito por su contagio del arte conceptual y el performance en auge durante la década del setenta. Cansado de los rechazos en los diversos Salones, decide presentarse por su cuenta donde no es invitado. A comienzos de 1982, acude a la Bienal de São Paulo con un manifiesto sobre “Acción-conceptualismo y mi conciencia”, en el cual anuncia su próxima apelación a objetos encontrados como huellas del hombre para transformarlos o reciclarlos con cualquier medio a fin de:
“atacar el uniforme creado por los mecanismos de poder (…) que permita un paso libre a la imaginación, despertar un estado de conciencia claro, alerta, de los hechos que se hacen cotidianos, interrumpir la alineación [¿o alienación?] de los medios de comunicación establecidos”
Impregnado del espíritu de la época, el artista concibe el performance-art como algo que incita a la participación. De ellos dirá: “esos procesos formativos que reflejan nuestra actitud, esos minutos en los que se desarrollan, esos son los importantes. Después, la obra terminada, realizada, tiene un valor secundario”. (Río de Janeiro, 9.3.1982).
Ese mismo año aparecerá en el paseo Guaraguao de Porlamar, frente a la Escuela de Cerámica, un horno desechado que, para asombro de todos los paseantes, pronto se verá pintado con los colores primarios de nuestra bandera, con las respectivas siete estrellas.
Al poco tiempo, un carro abandonado desde hacía diecinueve años en la entrada de la población Los Robles, que hasta entonces lucía unas inscripciones propias de la última campaña electoral –por un lado, “Luis Herrera será Presidente”, y por el otro, “Copei”– se convierte por obra del artista en una chatarra tricolor.
Un indignado reportero redacta la leyenda de la foto de Campano, en la sección Foto Tip, del diario El Sol de Margarita:
“La falta de conciencia del algún antinacionalista lo llevó a realizar esta “obra irrespetuosa” de nuestro estandarte nacional. Al agresor se le ocurrió pintar en una chatarra, los colores y estrellas que identifican la Bandera Nacional. Sólo el Comandante de la Policía Jesús Ramírez Contreras puso punto final al espectáculo remolcando hasta el destacamento No. 5 donde habrá de recibir una lata de lo que sea para borrar esta oprobiosa [sic] y soberano irrespeto”. (El Sol de Margarita, 18.9.1982).
En Caracas alguien advirtió que en una placita abandonada de la urbanización Las Palmas se encontraba otra chatarra. Llegó un grupo de jóvenes y, junto a unos vecinos, la voltearon, cortaron la yerba crecida y procedieron a pintarla con los colores del pabellón venezolano.
No pasaron dos horas cuando una grúa del Ministerio de Transporte y Comunicación se ocupó de hacerla desaparecer. Los fiscales ignoraban que una cámara escondida de Bolívar Film había registrado toda la acción. Así reseñó la prensa las declaraciones del responsable de lo ocurrido, Juan Loyola: “Una fórmula mágica: pintar una chatarra de amarillo, azul y rojo para contribuir con una Venezuela limpia”:
“Yo no soy el primero en trabajar con la bandera nacional como obra de arte. Ya lo han hecho Carlos Zerpa, Diego Rísquez, Pedro León Zapata, Víctor Hugo Irazábal o Margot Römer, entre otros. La diferencia es que, por ejemplo, Margot Römer pinta la bandera en un lienzo y yo uso como soporte la chatarra”.
Juan Loyola (El Nacional, 9.9.1982).
Una semana después, insiste el artista:
“Yo lo que no entiendo es por qué razón me quitan mi obra. Esa es mi manera de expresarme, de comunicarle a la gente lo que yo siento que está pasando en este país. Ese carro –señala- representa lo que es Venezuela actualmente: muy bonita por fuera, pero por dentro está mal, muy mal. En Estados Unidos, continúa, nunca hubiera pasado esto, allá cada quien dice lo que quiere y yo sé de cantidades de artistas que han hecho obras en la calle y la policía no va a quitárselas. (…)
Mira, yo lo único que quiero es que la policía me permita expresar lo que siento, que por lo menos la obra permanezca en el sitio una semana. Es increíble cómo ahora se ocupan de la chatarra, cuando pasan años y años olvidadas, hasta que viene alguien como yo y las pinto de amarillo, azul y rojo”. (El Universal,16.9.1982).
El periodista José Pulido resumió así su impresión sobre el artista al cabo de la entrevista “Por donde pasa pinta una bandera”: [A Juan Loyola] “le parece que cuando la gente se acostumbra a ver la chatarra es igual que acostumbrarse a la corrupción (…) No le agrada la basura y en realidad tiene una fijación con los colores primarios”.
Desde Porlamar se hacen ahora eco de la revelación, y el mismo reportero que se indignó ante el viejo Chevrolet tricolor acepta que se trataría de una nueva expresión del arte:
“El propio artista de la obra que calificáramos de atentado a la nacionalidad, es Juan Loyola. Pero esta vez, habrá que reconocerle los méritos de haber sido su obra el inicio de una nueva concepción plástica y de solución a la crisis nacional que ocasionan las chatarras: que, convertidas en obras de Loyola, y ahora de otros que le han seguido, conforman una posible solución a su planteamiento que refleja simbólicamente el caos del país. El artista ratifica que no es sino un acto de nacionalismo, al pedir que sus obras sean respetadas y sean el ejemplo de una nueva concepción plástica”. (El Sol de Margarita, 22.9.1982).
Todo malentendido parecía haberse disuelto gracias a la prensa, y el artista se ocupó de lo que presentaría en la sede de Corpoindustria de Maracay, junto a los artistas Pedro Terán, Ángel Vivas Arias, Antonieta Sosa, Yeni y Nan, Helena Villalobos, Eugenio Espinoza y Carlos Castillo; reunidos esta vez bajo la convocatoria de Artes de acción. Para un diario local, la gran expectativa es Loyola:
“El controversial artista inaugura una exposición de sus obras en la Sala de Arte de Corpoindustria, esta noche a las 7.30 pm. Su temática es bastante conocida, puesto que Bolívar Film [Noticiero Cinesa] ha dedicado en todas las salas de cine, su planteamiento de instalación urbana ampliamente comentado en el país. Se trata de pintar en amarillo, azul y rojo chatarra, convirtiéndola en elemento artístico no convencional”. (El Aragüeño, Maracay, 15 de octubre de 1982).
Como puede apreciarse, la prensa redujo la propuesta de Loyola a lo más superficial, sin ahondar en el significado que el artista proponía en sus manifiestos o poemas. Entre tanto, el Ateneo de Valencia cerraba el período de recepción de obras para su XL Salón Michelena. Un alto número de obras de arte han llegado de todo el país: sólo son aceptadas unas 344, y rechazadas más de 1.700. Juan Loyola conforma un grupo de aceptados en la categoría de ‘Arte no objetual’, junto a Pedro Terán, Yeni y Nan, Ángel Vivas Arias, Quintín Hernández y los grupos Pleonasmo y Peligro.
Todo parecía sonreírle al joven artista, pero a su regreso a la isla Margarita, mientras procedía a pintar un pipote de basura en el paseo Rómulo Gallegos, lo detienen in fraganti por orden del prefecto del Municipio Nariño, bajo la acusación de irrespeto de un símbolo patrio. La periodista María Elena Páez lo entrevista en su sitio de detención, el Destacamento No. 5:
“Para mí –dijo el detenido- la bandera de Venezuela es el más alto de los símbolos con los que me he identificado como buen venezolano. Pero creo también que la bandera es un estandarte para luchar por la justicia y la libertad. La bandera está siendo utilizada en las oficinas por algunos burócratas corruptos e irresponsables y yo, en cambio, intento utilizarla como un grito que nace de la misma tierra para rescatar los valores del pueblo”. (Diario del Caribe, Porlamar, 26 de octubre de 1982).
Adelantándose a lo que sabía podría suceder con su trabajo, Loyola había enviado el 1 de octubre una carta a la Asociación Venezolana de Artistas Plásticos, entonces dirigida por Luis Chacón, en la que solicitaba protección y asesoramiento legal por cuanto la policía había secuestrado dos obras de su autoría, primero en Porlamar y luego en Caracas. Su solicitud va respaldada por la firma de un centenar de personas vinculadas al mundo del arte y la cultura. (1)
Cuatro días estuvo detenido Loyola por voluntad de aquel prefecto, pero lo más ofensivo para el artista, según la periodista María Elena Páez, fue la propuesta de su libertad a cambio de abandonar la isla para siempre, el lugar donde llevaba viviendo casi diez años. Otro periodista, Marco Tinedo, habría respaldado la medida de expulsión por cuanto “el usar los colores de la bandera para pintar autos abandonados y pipotes de basura, no es más que una clara burla a la venezolanidad”. (“Detenido Juan Loyola por irrespeto a los símbolos patrios”, El Sol de Margarita, 26.10.1982).
El desafortunado tropiezo con la justicia municipal insular causó alarma en Caracas, pues no todo el país aceptaba las mismas normas de libertad que privan en el arte. El humorista y artista plástico Pedro León Zapata reseñó en dos ocasiones el hecho: “Loyola comprobó que jugar con los colores primarios es un juego peligroso”; y “Dicen que quien metió preso a Juan Loyola por andar pintando chatarra de amarillo, azul y rojo fue el propio Tirano Banderas”.
Matías Carrasco, pseudónimo utilizado por Aníbal Nazoa en su columna “Aquí hace calor” de El Nacional, comentó:
“Por eso pusieron preso al pintor Juan Loyola, acusado de “falta de respeto”, por haber pintado un carro viejo con los colores de la bandera nacional, cuando en Inglaterra y en los Estados Unidos –los dos países más admirados por nuestros campurusos gobernantes- se fabrica hasta ropa interior con los colores nacionales”.
Así pues, Loyola tuvo su gran año en 1982; lo que aprovechó para recoger algunos de sus manifiestos y poemas, recortes periodísticos (artículos, entrevistas) algunas fotografías de sus chatarras tricolor y armó un álbum que tituló Hecho en Venezuela. Multicopiado y con pasta dura, lo fue entregando a varios críticos de arte, quizá con la esperanza de que alguno se interesara en su propuesta conceptual. (2)
Posteriormente, durante el acto de entrega de los premios del Salón Michelena, realizado en la casa Guipuzcoana de La Guaira (Edo. Vargas), Loyola irrumpió con un performance referido a la devaluación del bolívar (“Viernes negro”), mediante una gran rueda con las caras de una moneda, y dentro una serie de desperdicios y objetos rotos con consignas políticas.
En 1983 se conmemoraron de manera oficial los 200 años del nacimiento de Simón Bolívar, lo que impulsó la figura del libertador en todos los medios posibles: ediciones especiales, exposiciones, murales escolares, obras de teatro, grafitis. Ese año, Loyola compartió en el XLI Salón Michelena el premio de Arte No Convencional con el grupo Praxis. Su obra se tituló “Homenaje bicentenario para un Libertador que no descansa en paz”. Como parte del paroxismo de lo que ya estaba siendo tematizado como “religión bolivariana” por Luis Castro Leiva o Germán Carrera Damas, Francisco Herrera Luque publicó su libro Bolívar de carne y hueso, y otros ensayos (1983), en el que recrea un diálogo ficticio entre el héroe y Miguel Otero Silva sobre la realidad política y social del país, donde queda prefigurado el Bolívar chavista de nuestros días.
De este año es también una obra de Felipe Herrera, “Su pensamiento y ese caballo andan sueltos por ahí”, en la que reproduce parte de la iconografía del héroe: la estatua de la plaza Bolívar, la espada pinchando un billete, el caballo galopando hacia la izquierda y, sobre el torso de éste, los nombres inscritos de otros héroes, mártires y revolucionarios de luchas políticas más recientes: Camilo Torres, Abel Santamaría, Pinto Salinas, Guacaipuro, José Martí, Simón Rodríguez, Argimiro Gabaldón.
Sin duda, la quiebra y parálisis del proyecto nacional venezolano, manifiesto en una acuciante crisis económica, y la posterior fractura de los partidos que habían protagonizado la escena política tras la llegada de la democracia, estuvieron en la base de esta especie de vuelta al pasado, del rescate y exaltación de la memoria de Bolívar –convertido ya en ideología nacional–, para que cierto nacionalismo volviera a sentirse en todas las esferas. En este contexto, el discurso de Loyola se concentró en una crítica a la descomposición del país, la sociedad de consumo, la mala gestión pública, la corrupción y la injusticia. Algo debió haber influido en su formación ideológica el haber pasado un año en un liceo militar al inicio de su adolescencia, o su militancia en un partido de extrema izquierda entre los 14 y 19 años. Pero su actitud fue, más que política, moralista.
En 1984, con motivo de la Bienal de Arte de Venecia, Venezuela no envió a ningún representante con el argumento de no contar con el presupuesto necesario para reparar el pabellón diseñado por Carlo Scarpa. Loyola asumió por su cuenta esa representación y, sin autorización alguna, desplegó una bandera venezolana gigante en el campanile de San Marcos, mientras realizaba un performance disfrazado con una máscara veneciana de carnaval y se inclinaba ante una paloma pintada con los colores patrios.
El artista fue nuevamente detenido por las autoridades policiales italianas. A su paso por París, en 1985, Loyola obtuvo del crítico Pierre Restany el siguiente texto:
“Juan Loyola siempre quedará para mí arropado en los pliegues de la bandera de su país, una imagen tricolor amarilla, azul y roja, los colores del sol, del mar y de la sangre. La identificación de un hombre con la simbólica de los colores de este emblema nacional, es sin duda, algo que puede parecer banal, en su eterna sentimentalidad y sin embargo, del sol a la sangre, de la luz a la muerte, es todo un destino que se inscribe, cuando se vive en un país donde la escala de valores, que uno considera como primordial, es pisoteada de una manera constante y sistemática. Yo estoy consciente del talento de Juan Loyola, creo en su obstinación y en su fe por una causa justa. Pero él no parece ser de esa carne emocional hipersensible de la que están hechos los mártires. Yo lo admiro, con mucha ternura y concretamente, yo tengo miedo por él. (3)
En esos años, Loyola explotó el carácter provocador que adquirió el uso del tricolor, y experimentó una nueva detención en Caracas al raparse el cabello y hacerse pintar la bandera en el cráneo. El artista había decidido ser su propio soporte.
Entre 1980 y 1985, Loyola realizó una segunda serie de obras, Cartones corrugados, que rasga e interviene con tizas y otros pigmentos según pautas informalistas. Pero su debilidad es el aprovechamiento de los escándalos políticos que empiezan a encausarse con la denuncia en 1986 de los llamados “pozos de la muerte” en el Estado Zulia: fosas comunes clandestinas donde la Policía terminaba desechando cadáveres de delincuentes que previamente apresaba.
Eran modelos que venían de Brasil, Colombia y Centroamérica: los llamados “escuadrones de la muerte” que hicieron razzias no sólo de delincuentes comunes o “azotes” de barrios”, sino de prostitutas y homosexuales. Juan Loyola, con financiamiento de algunos políticos de oposición, logró hacer una instalación en la galería Espacios Cálidos del Ateneo de Caracas, consistente de un ataúd abierto con un espejo al fondo, de manera que quien se asomara vería su propio rostro.
En 1990 Loyola organizó delante del edificio de los tribunales de justicia un performance que tituló “Asalto por la dignidad”. En el evento participaron siete jóvenes vestidos de blanco, uno por cada estrella de la bandera nacional. En un momento dado, éstos rompen vejigas con pinturas de colores primarios, y se revuelcan en el suelo mezclando todos los pigmentos hasta convertirlos en un tono oscuro, terroso. Mientras esto ocurría, Loyola leía su manifiesto con señalamientos a algunos problemas como la corrupción en el control de divisas (Recadi), la masacre de El Amparo y otros casos denunciados por la prensa y la televisión.
El 1995 salió Vadell Hermanos publicó un pequeño libro con un título provocador: ¿Cuánto vale un juez?, escrito por el entonces joven periodista William Ojeda. Dos jueces que se sintieron difamados procedieron a demandar al autor, quien finalmente, en 1997, se entregó a la justicia y pasó unos seis meses en la cárcel de El Junquito. Juan Loyola acompañó al entonces periodista en prisión.
Como parte de su trabajo, Loyola siempre se hizo acompañar de amigos y colaboradores que fotografiaban o filmaban sus acciones. Así pudo intervenir en el Festival Internacional de Cine Super 8 y Video en Bruselas, en donde ganó un premio especial en 1990. De esta fecha es su último intento de circular por el país como un artista plástico, con obras de carácter abstracto lírico, más bien complaciente de gustos adocenados, sin relación con sus acciones públicas, a pesar del título dado: “Venezuela, tú me dueles demasiado” (1988-1990). Los lugares de exhibición de estas obras eran hoteles cinco estrellas. Era su forma de acceder al mercado del arte, obviando el circuito de las galerías, que le daba la espalda, al igual que las instituciones, los museos y la crítica, que sencillamente lo ignoraba. Sin duda, había dos Loyolas que no se conciliaban, pero que confluían en un mismo hombre acostumbrado a operar desde la periferia, desde las márgenes del campo del arte y la cultura.
Mientras haya injusticias, vergüenzas, corrupciones, contradicciones la voz o la acción de Loyola estarán manifiestas y que suerte para la sociedad contar con un ser valiente y honesto que, a riesgo de todo, va dejando el testimonio de una vida y de un quehacer.
Claudio Perna
A propósito de esa gira nacional, Claudio Perna escribió el texto “A quien pueda interesar”:
“Estos tiempos son buenos: la sociedad es sensible a las acciones patrióticas; el artista cuenta hoy con la atención de todos los seres inconformes… pareciera que sus acciones lo trascienden.
Mientras haya injusticias, vergüenzas, corrupciones, contradicciones la voz o la acción de Loyola estarán manifiestas y que suerte para la sociedad contar con un ser valiente y honesto que, a riesgo de todo, va dejando el testimonio de una vida y de un quehacer.
Los nuevos lenguajes, tan complejos, tan delicados de descifrar ponen delante de nosotros situaciones que, en el tiempo, habrán de alcanzar el justo valor y el merecido reconocimiento.
Los esfuerzos de Loyola por desarrollar un proyecto artístico transcurrieron durante dos décadas cruciales para la cultura y la política venezolana. Dos décadas en las cuales jugó el papel de aguafiestas sin alcanzar afianzar su posición en el campo del arte como artista plástico o artista conceptual, en una tercera línea de vanguardia. Los performances fueron en cierta manera desplazados por las instalaciones (lo que él buscó inicialmente con sus chatarras) y no tuvo acogida en ninguna de las instituciones de consagración artística del país. Los múltiples apoyos que atesoró solo revelan la férrea defensa de parte de nuestros artistas a la libre expresión, contra toda censura. Por supuesto, Loyola levantaba numerosas simpatías por irritar a los gobiernos, y por su ambigüedad sexual tuvo numerosos admiradores entre la comunidad gay. El artista tenía como un sentido del espectáculo carnavalesco y, sin darse cuenta, la frivolidad de la época le hizo coro.
La obra de Juan Loyola bien podría definirse como un apostolado por la recuperación del sentido y el valor de los símbolos patrios o el concepto de nacionalidad (…) Con aguda sensibilidad y pasión crítica y una profunda convicción que le permite ir contra la corriente sin miedo alguno y, sin otro bastión que el de otorgar al arte la misión de la denuncia y la protesta, levanta su propuesta estética sobre bases eminentemente nacionalistas…
María Luz Cárdenas (1995)
En una única ocasión la crítica de arte y una institución privada lo incluyó significativamente en una exposición: “Héroes, mitos y estereotipos”, curada en 1995 por María Luz Cárdenas para Espacios Unión, con el patrocinio del Banco Unión. Fueron seleccionadas varias de las fotos tomadas por sus amigos sobre sus “intervenciones urbanas” en chatarras. La exposición pasaba examen de ciertos temas y motivos de carácter identitario popular –María Lionza, la farándula televisiva, el pabellón tricolor, El Ávila, etc.–, que estaban siendo explotados por los artistas venezolanos como manera de acercarse a una venezolanidad en crisis. Así se expresaba la curadora entonces:
“La obra de Juan Loyola bien podría definirse como un apostolado por la recuperación del sentido y el valor de los símbolos patrios o el concepto de nacionalidad (…) Con aguda sensibilidad y pasión crítica y una profunda convicción que le permite ir contra la corriente sin miedo alguno y, sin otro bastión que el de otorgar al arte la misión de la denuncia y la protesta, levanta su propuesta estética sobre bases eminentemente nacionalistas. (…) De esa virtud, consagrada a la patria, se desprende como resultado un entramado caligráfico, poético y cromático de apropiación, tanto de los escenarios geográficos y urbanos, como del escenario interior de cada espectador en cuya conciencia resuena su violento y solitario grito. (…) todo espacio termina siendo adecuado para entregar esta palabra contra la corrupción política, las quiebras financieras, la contaminación, el ecocidio o los atropellos a las minorías”. (Catálogo de la exposición “Héreos, mitos y estereotipos” Caracas: Espacios Unión, 1995).
El 27 de abril de 1999 falleció Juan Loyola. Una cardiopatía congénita lo traicionó a sus cuarenta y siete años. Mejor no conjeturar qué habría sido de él en el nuevo período que no llegó a vivir. Pero hay quien se lamenta desde nuestros días, de que la revolución lo haya olvidado. A pesar de su esfuerzo, Loyola no alcanzó a entrar en el mercado del arte que se escribe con letras mayúsculas, tampoco en ninguna colección pública. Su obra solo está representada en la Casa de Bolívar, en La Habana.
© Trópico Absoluto
Notas:
- Entre los firmantes aparecen Perán Erminy, Elsa Flores, María Teresa Novoa, Pedro Terán, Bélgica Rodríguez, Juan Calzadilla, Régulo Pérez, Luis Chacón, Jorge Pizzani, Roberto González, Teresa Alvarenga, José Campos Biscardi, Vasco Szinetar, José Antonio Quintero, William Niño Araque, Eugenio Espinoza, Diego Barboza, Gabriel Morera, Alfredo Anzola, Cecilia Todd, Claudio Nazoa, Axel Stein, Sigfredo Chacón, Humberto Jaimes Sánchez, Oswaldo Vigas, Víctor Valera, José Páez, Nan Gonález, Héctor Mujica, Carlos Prada, Oswaldo Subero, Guillermo Barrios, María Elena Ramos, Toña Vegas, Carlos Oteiza y Carlos Castillo.
- Estando de visita el crítico peruano-mexicano Juan Acha, recibió un ejemplar que cedió a la profesora Cristina Rocca, de la Universidad de los Andes, por mi intermedio. Agradezco a María Elena Ramos haberme facilitado su ejemplar. También Bélgica Rodríguez recibió un ejemplar.
- Pierre Restany había participado en un encuentro de la Asociación Internacional de Críticos en Caracas en 1983; de ese año vendría su conocimiento del artista venezolano. Restany fue un crítico militante que favoreció el grupo de los Nuevos Realistas en Europa. También Loyola se acercó al artista argentino radicado en París, Julio Le Parc, quien le dedicó palabras de elogio y aliento. Todos estos textos, más uno de Claudio Perna, se publicaron en el catálogo Gira Nacional, 1990, de Juan Loyola.
Roldán Esteva-Grillet (Caracas, 1946), historiador y crítico de arte. Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes (Mérida), Master en Historia del Arte por la Universidad de Bologna. Profesor titular de la Universidad Central de Venezuela. Fue jefe de Investigación de la Galería de Arte Nacional (Caracas). Posee una importante y amplia obra publicada. Entre sus trabajos más recientes se encuentran: Imágenes contra la pared: crónicas y críticas sobre arte (1981-2007) (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009), Las artes plásticas venezolanas en el Centenario de la Independencia 1910-1911 (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2010).
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