La escapada (Il sorpasso, 1962)

 


Texto: Esteban Muñoz

La escapada (Il sorpasso, 1962) aglutina al dream team de la Commedia all’italiana en estado de combustión espontánea: el director y coguionista Dino Risi, Ettore Scola añadiendo mordiente al guión y un torbellino interpretativo llamado Vittorio Gassman.

En una Roma vacía por el éxodo vacacional y con temperaturas al rojo vivo, se encuentran por azar Bruno (Vittorio Gassman) y Roberto (Jean-Louis Trintignant). El primero es un juerguista indómito, un jeta con corazón de oro que vive de dinero prestado y observa el mundo a través del retrovisor de su descapotable Lancia, cigarrillo en mano y eterna sonrisa; el segundo, un joven estudiante de Derecho, tímido y retraído, tanto que, en una ocasión que se queda encerrado en un wc, no pide ayuda por no molestar.

A regañadientes, Roberto acepta la invitación de Bruno de comer. ¿A dónde? Ni idea, ya veremos, lo que les lleva a una travesíasin mapa ni motivo alguno, por carreteras llenas de familias en sidecar y curas que solo hablan latín, haciendo paradas fugaces en verbenas rurales con campesinos bailando el twist, cócteles de gordos y maleducados ricachones, night clubs con conjuntos yeyé y desmadres playeros de adolescentes. Roberto insistirá durante toda la película que tiene que volver a casa a estudiar, y Bruno replicando que sí, que enseguida.

Comedia divertidísima, bien modulada por un contrapunto agridulce e inesperadas punzadas de melancolía, Il sorpasso tiene como principales virtudes la extraordinaria caracterización de sus personajes, unos diálogos brillantes, un Vittorio Gassman tocado por la mano de Dios, un ritmo enfebrecido y un ojo, el de Dino Risi, capaz de capturar en un instante toda la complejidad, riqueza y miseria de su tiempo.

La escapada ilustra con una concisión remarcable la Italia chispeante de los primeros años sesenta, la del despegue económico. Una sociedad bailonga, promiscua y derrochadora, cuyo máximo ideal es el enriquecimiento rápido y como sea, que sin embargo, aún convive con valores firmemente arraigados, como la importancia del núcleo familiar y la fe cristiana.

Una sociedad de la que Bruno y Roberto, eternos e inconscientes outsiders, entran y salen por la escotilla, dándose de bruces con todo lo que encuentran: chicas en bikini, broncas de bar, yates, familias rotas, champán, noches al raso, sueños del pasado que no se cumplieron…

El final del filme puede parecer en exceso brusco y precipitado, tan acostumbrados como estamos a finales de clímax sostenido; pero es que es así, con esa rudeza, con ese vértigo, como llegan las bonanzas económicas y, por supuesto (y para nuestra desgracia), así es como se van.



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