La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: una sinfonía para renombrar el universo (4)

 


 

Hablaba en el anterior post de la glosolalia o don de lenguas y de sus fuentes bíblicas, que serían muy influyentes a lo largo de los siglos, aunque resulta difícil extraer información concreta de esos textos. Es importante entender la relevancia de este fenómeno en el origen del cristianismo, así como su evolución posterior.


El porqué de un don nuevo

Aunque la glosolalia había aparecido antes en contextos religiosos, cabe preguntarse por qué en el cristianismo tuvo una incidencia tan importante. San Juan Crisóstomo, en su comentario a esta carta de Pablo, intentaba entender para qué servía este carisma nuevo, a diferencia de la tradicional profecía, que venía de antiguo, y además teniendo en cuenta el rechazo del apóstol. Quizá la principal diferencia entre los tiempos del Antiguo Testamento y los del Nuevo era que el mensaje de Dios ya no se dirigía a un pueblo con lengua propia, sino a una comunidad de pueblos que vivían en un mundo plurilingüe, donde la traducción era omnipresente y ninguna lengua tenía categoría divina (aunque sí cultural, como el griego). Esos diferentes pueblos tenían la necesidad de apropiarse de ese mensaje, de acercarlo a sus lenguas maternas; y si el griego fue el idioma de la primera Iglesia por herencia cultural, quizá también existía una necesidad de encontrar un lenguaje nuevo, libre de toda marca de identidad, un lenguaje divino con el que comunicarse directamente con la divinidad, aun al precio de no ser comprendido por la razón humana.



Para Pablo, se trataba de un milagro que buscaba convencer a los no creyentes de la verdad del cristianismo, como dice en 1Cor 14, 22: “Así que las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos [...]” El apóstol opone la profecía y el don de lenguas; considera que el profeta transmite un mensaje divino, pero el que habla en lenguas no está transmitiendo nada; en su caso, el habla no es un sistema de comunicación, sino la evidencia de la presencia divina, anulando la distancia entre creador y criatura, pero anulando al mismo tiempo a la criatura. El contenido de las expresiones es básicamente la loa y la acción de gracias, pero en un grado tan expresivo que el lenguaje humano no basta. Sin embargo, esta señal no se dirige sólo a los incrédulos: la marca de la presencia divina es una señal de elección por parte de Dios, y esto se relaciona mucho con el caso de Hildegarda.



Iglesia carismática contra Iglesia institucional

El éxtasis se convierte en motivo de debate en los primeros siglos del cristianismo; si para Tertuliano es comprensible que el hombre pierda el juicio ante la abrasadora presencia de Dios, para Orígenes resulta escandaloso que se considere la influencia del Espíritu Santo comparable al frenesí de la Pitia pagana. En una época en que las herejías se multiplicaban y enfrentaban a las comunidades entre sí, se imponía la necesidad de reforzar la Iglesia institucional. Si los carismas habían alimentado la fuerza de la fe en tiempos de mártires y persecuciones, también era cierto que, con el paso de los siglos, la tendencia se dirigía más a un culto ordenado y convencional.



El movimiento carismático más importante fue el montanismo, a finales del s. II. Originado en Asia Menor, se extendió por todo el imperio gracias al efecto contagioso de las predicaciones de Montano y sus seguidoras, que entraban en éxtasis y profetizaban. Eusebio, en la Storia Ecclesiastica, describe el movimiento en términos condenatorios: Montano hablaba palabras extrañas o xenophonéin, y las mujeres pronunciaban ekphrònôs kai akàirôs kai allotriotròpôs. Son términos muy diferentes a los de Pablo o los Hechos, se refieren a un habla sin sentido, absurda. Los falsos profetas no están llenos del Espíritu Santo, sino poseídos por demonios. Se acercan peligrosamente al mundo de los encantamientos, las invocaciones y las sospechas de brujería.



El problema se arrastraba desde la carta de Pablo: si el Espíritu se manifiesta libremente a cualquiera, y comunica directamente el mensaje divino, quizá la necesidad de una Iglesia jerárquica que se considera la única transmisora de ese mensaje empieza a resultar cuestionada. Por ello, tras el descrédito al que los éxtasis y profecías son sometidos a causa del montanismo, los fenómenos de glosolalia desaparecen prácticamente de la historia oficial. Y precisamente porque son considerados un desafío a la Iglesia establecida, los arrebatos extáticos serán mucho más comunes a partir de la Reforma en los cultos protestantes, sobre todo al enfrentarse a situaciones de crisis o de amenaza (hugonotes, puritanos).



La glosolalia va separándose cada vez más de la xenoglosia, que pierde importancia, y a entenderse como lenguaje divino. Ya se hacía referencia a lenguajes angélicos en el Libro de Enoc, en época intertestamentaria, y en los primeros siglos de la era cristiana, en textos como el Apocalipsis de Abraham y el Testamento de Job. Los ángeles tienen cada vez un papel más importante en las comunicaciones divinas, y la idea de un lenguaje angélico empieza a fundirse con el fenómeno de la glosolalia.



Recapitulando, podemos decir que la glosolalia tiene un fundamento bíblico, en que es difícil distinguirla de la xenoglosia; acaba convirtiéndose en sospechosa de rebelión contra la jerarquía y de ser utilizada como herramienta demoníaca; a pesar de ello, mantiene un prestigio debido a su importancia en los primeros tiempos del cristianismo. Establece una relación ambivalente con la profecía, con la que a veces también se confunde, pero básicamente se considera opuesta, basada en el sentimiento y no en la razón, en el cuerpo y la voz, no en la escritura. La glosolalia es una manifestación de la presencia del Espíritu Santo y señal de elección. Ahora, sería interesante comparar todos estos aspectos con la Ignota Lingua de Hildegarda, y encontrar los principales parecidos y diferencias.

 

La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: una sinfonía para renombrar el universo (1)

La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: una sinfonía para renombrar el universo (2)

La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: una sinfonía para renombrar el universo (3)

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