La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: una sinfonía para renombrar el universo (3)

 


GLOSOLALIA

Definiciones: glosolalia y xenoglosia

Es posible que un fenómeno como la glosolalia sea antiquísimo, y pueda remontarse a los trances chamánicos y a los cultos antiguos que practicaban rituales extáticos, desde los festivales dionisíacos a las sibilas de los distintos oráculos. Esos fenómenos son los antecedentes directos de la glosolalia cristiana, pero en esta investigación sólo nos sirven para establecer su contexto habitual: el del culto religioso relacionado con la comunicación con lo divino, a través de un estado de percepción especial, en que el sujeto pierde el control de sí mismo y es convertido en transmisor de la divinidad.


La glosolalia puede definirse como un fenómeno que aparece en éxtasis religiosos, en el cual se emiten expresiones verbales en una pseudo lengua, considerada de origen divino, que permite al fiel comunicarse directamente con Dios. En cambio, se ha definido como xenoglosia la capacidad de hablar en lenguas extranjeras sin haberlas aprendido. Esta distinción es problemática, y resulta muy difícil llegar a saber si se trata efectivamente de dos fenómenos diferentes, pues esas supuestas lenguas extranjeras (a menudo lenguas sagradas y antiguas como el latín o el sánscrito) suelen ser también pseudo lenguas que sólo suenan ligeramente parecidas a las auténticas.



Fuentes bíblicas: Hechos de los Apóstoles y cartas de San Pablo

Los lugares de referencia para la glosolalia cristiana son dos pasajes bíblicos, aunque hay algunos otros versículos relacionados. El término griego que se usa en ellos es glôssa o el plural glôssais (a veces junto al adjetivo héterais, 'diferentes, otras').


Por ejemplo, en Marcos 16, 17: “Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas [καιναις γλωσσαις]”.


El pasaje más conocido está en Hechos 2, 4, cuando los apóstoles están reunidos por Pentecostés: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas [ετεραις γλωσσαις], según el Espíritu les daba que hablaran.” Los que acuden pueden oírlos cada uno en sus propias (ημετεραις, “nuestras”) lenguas. Las “nuevas lenguas” que hablan los apóstoles no son lenguas desconocidas, sino que los peregrinos extranjeros las identifican como propias: se trata pues de un fenómeno de xenoglosia. Puesto que los apóstoles son galileos, el conocimiento que han tenido de idiomas extranjeros es milagroso. Este pasaje, como es evidente, se inserta en el contexto de difusión del cristianismo por todos los pueblos, y sirve para dar a entender que, a pesar de originarse en un contexto hebreo o galileo, el mensaje que difunde es comunicable a todas las naciones.



El don de hablar una lengua extranjera

La referencia más importante para conocer la glosolalia cristiana es la 1ª carta de San Pablo a los Corintios. En el capítulo 12 empieza haciendo una enumeración de los dones del Espíritu Santo, de los cuales los últimos que ha dado son: “a otro, diversos géneros de lenguas [γενη γλωσσων], y a otro, interpretación de lenguas [ερμηνεια γλωσσων]”. Pablo siempre menciona las lenguas junto a su interpretación; así, en el capítulo 14 contrapone la figura del que profetiza a la del que habla en lenguas: el primero comunica una enseñanza; el segundo no puede hacerlo a no ser que interprete lo que dice, él mismo u otro. Es posible suponer que esta lengua que habla es simplemente una lengua extranjera como la del don recibido por los apóstoles: es necesario que esté presente un hablante de esa lengua para que pueda traducir el mensaje a los presentes, o alguien que haya recibido un don semejante, el de comprender una lengua extranjera. Todas las referencias a este don utilizan los mismos términos que en el episodio de Pentecostés. Y en este sentido puede entenderse lo que dice Pablo en los vv. 10-11: “Tantas clases de idiomas hay seguramente en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. / Pero si yo ignoro el significado de las palabras, seré como un extranjero para el que habla, y el que habla será como un extranjero para mí.”


El don de hablar lenguas extranjeras pudo ser útil en Jerusalén, donde se había reunido gente de todo el mundo; pudo ser útil más tarde, cuando los apóstoles se dispersaron para predicar por las naciones; pero en la iglesia de Corinto, entre un grupo de creyentes de habla griega, no tiene utilidad. Por lo que se deduce de las palabras de Pablo, se trataba de un fenómeno habitual, tanto que este capítulo se dedica a ponerle orden: “27. Si alguien habla en lengua extraña, que sean dos o a lo más tres, y por turno; y que uno interprete.” Por ello mismo no tiene necesidad de describirlo ni explicarlo, y de esta manera es difícil llegar a saber si las “lenguas” eran extranjeras, si los corintios las percibían como extranjeras al no reconocerlas, o si las percibían como lenguas de origen divino.


Por otra parte, es curioso cómo Pablo entiende el don, de una forma casi egoísta: “2. El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios [...]”; “4. El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica [...]”. Es un tipo de oración primaria que no usa la razón: “14. Si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu [πνευμα] ora, pero mi entendimiento [νους] queda sin fruto.” Pablo contrapone el espíritu, sin negarlo, a la razón: sin la segunda, el primero no basta. Su prioridad era el establecimiento del cristianismo como institución, y separarlo de cultos extáticos, tanto hebreos como paganos. Por eso favorece el orden frente al culto carismático, dado a los excesos.



El don de hablar una lengua celestial

Sorprendentemente, Pablo dice en 14, 18: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas [γλωσσαις λαλων] más que todos vosotros”. ¿Se refiere a un don recibido, o simplemente a que dominaba varios idiomas, como mínimo el griego y el hebreo, quizá el latín? Es interesante comparar esta afirmación con 2Cor 12, 4, donde habla en tercera persona de una experiencia extática en que es transportado al cielo y “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”, aunque aquí usa una expresión diferente, αρρητα (inexpresables) ρηματα (declaraciones).


Pablo concibe al menos la existencia de una lengua propia de los ángeles, diferente de la de los hombres, pues dice en 1Cor 13, 1: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, [...]” Es destacable que en el Antiguo Testamento, tanto Dios como los ángeles se dirigen a los hombres en su propia lengua, y nunca se sugiere que hablen una lengua distinta. Nada permite suponer, sin embargo, que Pablo relacione las referencias a la glosolalia que siguen a continuación con esta lengua angélica.


La fuerza del Espíritu Santo es imprescindible para obtener este don: sucede en Pentecostés, en la visita de Pedro a casa del pagano Cornelio (Act 10, 44-46), o cuando Pablo bautiza a unos hombres en Éfeso (Act 19, 6). El mismo Espíritu está relacionado con la capacidad de hablar, como dice Jesús en Lc 12, 11-12: “Cuando os traigan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir, / porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debéis decir.” Éste parece un don relacionado con el discurso lógico, destinado a defender la fe; sin embargo, cuando la presencia del Espíritu Santo está relacionada con la oración, parece que la razón tiende a desaparecer, como dice Pablo en Rom 8, 26: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles [στεναγμοις (a gemidos) αλαλητοις (no expresados)].”


Estos gemidos o murmullos pueden referirse a un auténtico fenómeno de glosolalia. Esto supondría interpretar de una manera diferente la carta de San Pablo: la falta de entendimiento de los hablantes en lenguas no se refiere ya a un problema de falta de traductor, sino a un tipo de expresión verbal producida por un arrebato del Espíritu, que no pasa a través de la razón. Si esta expresión se entiende como una lengua de origen divino, relacionada con las “palabras inefables” celestiales, es difícil decirlo; en todo caso, no existe ningún ejemplo escrito. Esto es remarcable: la glosolalia es un fenómeno espontáneo, físico, del cuerpo y la voz; a pesar de ser tan común, nadie piensa en sistematizarlo.


 

La glosolalia en el mundo moderno: las iglesias pentecostales

La glosolalia del cristianismo primitivo, entendida en este sentido, es relacionada a menudo con la de las iglesias pentecostales que surgieron a finales del siglo XIX, a pesar de que existe el peligro de asimilar dos fenómenos separados por muchos siglos y fruto de culturas distintas, por lo que es mejor tratarlo con precaución. Las iglesias pentecostales se inspiran en el suceso bíblico de Pentecostés y dan mucha importancia a los éxtasis provocados por el Espíritu Santo. El lingüista William Samarin, que dedicó un estudio al tema, considera que las palabras que se pronuncian en esos éxtasis son mucho más libres en su orden y repetición que en cualquier idioma. Los mismos sonidos se repiten con variaciones, y suelen reducirse a una variedad pequeña (eco y primitivismo). Las sílabas son simples, y la fonética es una simplificación de la del lenguaje del hablante. Los fenómenos glosolálicos se producen en estado de éxtasis, y el hablante suele necesitar un intérprete, como en la carta de San Pablo. Otros estudios, sin embargo, recogen testimonios de pentecostalistas que producen expresiones glosolálicas sin perder los sentidos y en cualquier momento de su vida cotidiana. Pero es mejor no ir más allá en las comparaciones.


La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: una sinfonía para renombrar el universo (1)

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