| @eaa17
Hay quien considera este relato como uno de los mejores de toda la
historia de la literatura. Forma parte del célebre libro Dublineses, de James Joyce, y es, de hecho, el más
largo y más famosos de todos, y el único de los quince que cuenta con una
adaptación cinematográfica más o menos exitosa.
Casi todo transcurre en una fiesta: la que una vez al año ofrecen dos
ancianas solteronas para agasajar a sus amigos y familiares. Por una noche, la
vieja casa se llena de vida. Hay baile, bebida, comida, gente, fiesta. Por unas
horas, la vida se detiene y la realidad deja de ser lo que es. Todos muestran
sus mejores caras, se visten con la mejor ropa, beben los mejores licores,
comen la mejor comida. Todos, de algún modo, son (pretenden ser) felices,
evitan los roces y las complicaciones, bailan y se ríen.
Pero hay también preocupación. La de las dos anfitrionas por dos de sus
invitados: uno, usualmente ebrio, que representa el desorden; y otro, su
adorado sobrino Gabriel, encargado de dar el discurso y trinchar el ganso,
quien sabe actuar siempre acorde a las circunstancias y que, aunque llega con
retraso, representa el orden y el saber estar.
Entre conversaciones triviales, bailes comida, críticas, el discurso,
cuchicheos, miradas, gestos de aprobación y desaprobación, entre todo eso de lo
que se nutre cualquier fiesta, transcurre toda la velada. Y hasta allí la
historia no pareciera tener mayor sentido sino la de pintarnos un fresco de la
sociedad de entonces. Pero viene el giro inesperado en el que se hace presente
la pluma del genio.
Es casi al final de la fiesta.
Gabriel voltea y ve a su mujer. La ve más preciosa que nunca. La desea como
nunca. Y pasa todo el camino de regreso evocando tiempos mejores, tiempos
verdaderamente mejores, de cuando eran felices. Y desea poseerla. Y hace planes
de lo que será la noche en el hotel. Pero al llegar, nada sale como es. Su
esposa no es exactamente su esposa. Algo la ha cambiado. ¿Por qué? Porque en la
fiesta escuchó una canción que una vez le dedicó un enamorado enfermo que dio
la vida por esperarla a ella. Y entonces viene lo mejor, el monólogo final: una
extraordinaria reflexión sobre el paso el tiempo, lo irrecuperable de todo
aquello que con él se va, que él se lleva, y la decadencia inevitable de una
vida que irremediablemente termina en muerte. Y ahí, sí, tiene sentido que se
pueda considerar este cuento como uno de los mejores de la literatura.
https://www.revistaojo.com/2018/06/02/resena-los-muertos-james-joyce/
0 Comentarios