Si algo tiene el tiempo pasado es que se vuelve impreciso, se desenfoca. Lo que sobrevive de él con mayor dignidad son las anécdotas. Recuerdo yo con nitidez una de mi tempranísima etapa de estudiante en la facultad de Filosofía. La primera clase a la que asistí fue de Lógica, y el profesor, reconocido experto en la materia, nos comunicó de forma honesta: «Durante estos cursos hablaremos de la verdad y teorizaremos en torno a ella, calcularemos. Pero no puedo decirles a ustedes qué es la verdad. Llevo treinta años estudiándola y aún no lo sé». Días después, en una asignatura sobre la filosofía de la religión, otro profesor nos avisó de su particular certeza: «A lo largo de esta licenciatura tendrán muchos profesores y cada uno les contará una cosa, pero créanme, la verdad la encontrarán en esta». Sobra decir que mi lealtad fue para el primero.
Rememoro esto de vez en cuando, consciente de su alcance, expuesta a diferentes situaciones en las que buscamos, aunque sea sin quererlo, la verdad. Pero lo recuerdo ahora con más sentido al leer el Elogio de la duda, de Victoria Camps (Barcelona, 1941). Publicado hace un par de años, fue la joven editorial Arpa Editores la artífice del libro y en parte también de su germen. Joaquim Palau, director del sello, fue alumno de Camps, mujer referente en el ámbito filosófico español, que dedicó gran parte de su vida a la docencia. Ha sido catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona, también presidenta del Comité de Bioética de España y actualmente presidenta de la Fundación Víctor Grífols i Lucas. Como director de la editorial y con una marcada querencia por el pensamiento y el rigor, Palau ha decidido recuperar y fomentar los «ensayos de calidad» en su catálogo, y así lo comenta en el prólogo, agradecida, la propia autora de este libro.
El resultado es este Elogio de la duda, una invitación, en la línea de Montaigne, a «dar un paso atrás, distanciarse de uno mismo, no ceder a la espontaneidad del primer impulso. Es una actitud reflexiva y prudente». Aza. Pero también, y para ponerle un broche, el declive del ensayo como género literario propio de la transmisión del pensamiento, nacido de la pluma llena de destreza del ya citado maestro Montaigne.
Es fundamental en estas páginas la presencia de los otros, una extensa lista de nombres que ayudan a desplegar el pensamiento. Son Platón y Aristóteles, por supuesto, pero también Descartes, Spinoza, Hume, Nietzsche, Wittgenstein… y algunos mitos clásicos (el de Antígona es capital) cuyas enseñanzas se proyectan hacia nuestro tiempo con total vigencia.
Lo que Victoria Camps propone, en definitiva, es anteponer la duda a la reacción visceral, y lo plantea desde el ámbito que domina, el filosófico. Bertrand Russell abre camino en esta dirección: «La filosofía es siempre un ejercicio de escepticismo». Una lucha contra el tópico de pensamiento, podríamos decir, un deseo de ir más allá en el cuestionamiento de las cosas. Pero en el Elogio de la duda, en todo caso, no encontramos completa esa duda epistemológica sino más bien una resolución en propuesta de mesura política. Camps defiende la libertad individual y una sabia manera de utilizarla para que «no vaya en detrimento de la vida en común». La virtud básica de la ética que propone es la moderación. Pero hay un inconveniente, y aparece entonces en el momento en el que su teoría se dispone al servicio de una posición política que, por acorde (estrictamente como ideología) con los criterios argumentados, pareciera deber alcanzar la categoría de necesaria en su materialización como partido político español que así termina respaldando. Su defensa de la socialdemocracia se hace explícita en algunos pasajes: «La actitud dubitativa es la que sabe colocarse entre ambas [extremas] posiciones», o «Al plantear preguntas de este calibre, no desdeñamos la socialdemocracia. Al contrario, reconocemos que es la mejor de las opciones que tenemos hoy». He ahí su verdad.
No deja de ser llamativo que en la promoción del libro, dos de las cuatro citas que invitan a su lectura sean de militantes del partido político del que ella se ha anunciado siempre simpatizante (Victoria Camps ha sido senadora independiente por el PSOE): Javier Solana –«Lo he leído de un tirón. Victoria Camps es una gran pensadora que sabe pegarse al terreno sin perder la perspectiva. Única»– y Miquel Iceta –«Me encanta el libro Elogio de la duda de Arpa Editores. Recomendable para tantos»–, lecturas que no parecen de calado.
De nuevo, como en aquel aula, veníamos en busca de una mejor manera de dudar y de la chistera ha salido una hipotética certeza.
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