El economista francés Cédric Durand analiza el modo en el que las plataformas digitales crearon una revolución al interior del capitalismo.
La revolución ha llegado, sugiere el doctor en Economía Cédric Durand, solo que la terminó haciendo el capitalismo con sus fortalezas digitales. Cuando Karl Marx escribió El Capital, sometió la dinámica mercantil a una pregunta ontológica. ¿Por qué la mercancía vale? era el núcleo de una intriga que hizo de su análisis del capitalismo una estrategia para pensar su derrumbe. La respuesta fue que el valor de la mercancía se fundaba en el tiempo de trabajo humano acumulado.
Hoy, el economista francés realiza una operación casi idéntica en su libro Tecnofeudalismo. Crítica de la economía digital (Ediciones La Cebra). Este profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales explica cómo la captura de datos y la posición monopólica de las plataformas digitales funcionan como una fuente de valor.
Pero la audacia mayor de su propuesta se encuentra en la caracterización de esta etapa económica como “tecnofeudal”: al imaginario del mundo virtual, colmado de un lenguaje futurista, Durand suma una palabra ligada a la precariedad técnica, anterior las transformaciones democráticas que instalaron la noción de ciudadanía.
En este reinado feudal del algoritmo, no hay intimidad que resguardar, ni voluntades que no se puedan anticipar. La conducta humana está atada a su gleba. Pero, tal vez, esto sea solo una hipótesis, una tendencia de lo que podría ocurrir si esta máquina de captura, unida al crecimiento financiero, lograra hacer de esta variante del capital abstracta, casi omnisciente, un poder capaz de debilitar y desplazar a los estados nación.
Para Durand, que es uno de los principales representantes de la escuela marxista de economistas franceses, “el futuro depende de la mano invisible del algoritmo” y con esta idea que dialoga con Adam Smith, sintetiza la mutación del capital. Su comprensión no se limita a una instancia descriptiva, tanto en el libro como en esta entrevista con Ñ que realiza desde París por una plataforma de videollamada, expone sus planes para intervenir sobre los feudos digitales y convertirlos en bienes públicos. Socializarlos como si cortara el cerco alambrado de esa infinita tierra virtual.
–Usted compara el Consenso de Washington, que a principio de los 80 impuso la creencia en la eficacia del mercado, con una nueva visión política conocida como Consenso de Silicon Valley, que postula ahora el mantra innovación, emprendedorismo y economía. ¿Podemos pensar que sus impulsores son los verdaderos autores de lo que entendemos hoy por neoliberalismo?
–La economía digital no es solamente una cuestión de tecnología. Es también una cuestión de instituciones, de reglas, de funcionamiento de la economía. Es una cuestión de política. La realidad es que, además del consenso de Washington, el desarrollo de la economía digital fue apoyado por reglas que hablaban de darle a los empresarios el estímulo para hacer innovaciones y este punto es muy importante porque significa dos cosas. La primera, que en el Consenso de Silicon Valley se dice que hay que privatizar los conocimientos, esto significa endurecer la propiedad intelectual. Y, por otro lado, bajar los impuestos sobre el capital para estimularlo a la innovación. Son empresas que no podrían haber crecido sin el apoyo del Estado. Todas las innovaciones de Apple son el resultado de dinero público, especialmente de una de las agencias del Pentágono.
–¿Esa dimensión política implica también que toda esta arquitectura digital podría desplazar la institución del Estado o generar una estructura equivalente?
–Esa es una perspectiva más a largo plazo. Si no cambia nada (aunque eso nunca pasa en la historia), la tendencia es que esos monopolios digitales, que son tan poderosos para tener la capacidad de entender el funcionamiento de la sociedad, tienen la posibilidad de tener un papel muy político. No solamente en la idea de controlar y procesar la información. Sabemos que Facebook y Twitter ahora determinan lo que se puede y no se puede decir, por lo que juegan un papel de reguladores, pero también hemos visto durante la pandemia de qué manera los datos de Google, en términos de movilidad (si la gente iba a la calle o al trabajo), fue una información muy importante para decidir las políticas de salud. De hecho, se trata de una clase de información que es muy importante para saber de qué manera se mueve la sociedad. El Estado no la tiene, mientras que son estas empresas las que sí la tienen. Si se analiza lo que está pasando en las redes sociales, el tipo de búsqueda que la gente hace en Google, se sabe mucho de lo que está pasando en la sociedad y, por esta razón, estas empresas tienen la posibilidad de entender más y mejor que los poderes políticos. Es por eso que podrían devenir en órganos políticos. ¿Cuál es el primer contratista del Departamento de Migraciones de EE. UU.? La respuesta es Amazon. En China también hay una hibridación entre estas empresas de tecnología y las instituciones públicas. Por eso, la pandemia generó una aceleración de este proceso de centralización del poder económico en manos de la instancia digital.
–En esa captura de datos se produce una apropiación de todo nuestro tiempo ¿Todo lo que hacemos en el mundo digital se convierte en mercancía?
–Hay muchos debates sobre esto. Mi opinión es que, por el contrario, hay en la economía digital una gran dificultad para construir mercancía. Por ejemplo, cuando alguien usa Google, a priori no hay mercancía. De hecho, Google debe buscar una manera de hacer dinero y la ha encontrado aunque se trate de una manera indirecta. Me parece que, al contrario, lo que está pasando es que hay un tipo de socialización de los medios que deviene en la coordinación de la actividad. Para que estos sitios funcionen bien, mucha gente los debe utilizar y no se puede hacer que la gente pague por eso. No son mercancías naturales pero en este poder social de coordinación hay una posición para esas empresas, que pueden usarla para hacer dinero en relación a los productores de mercancía. Por ejemplo, en Google se hace mucho dinero cuando se vende publicidad pero, en este caso, lo que ellos hacen es un control de la coordinación social y esto es lo que explica que su valorización sea gigante, porque lo que se ve aquí a futuro es una capacidad de control sobre la economía. Pero es más una lógica de depredación que de mercancía tradicional. Hay una industrialización de la coordinación social y aquí se construye una capacidad de control.
Crearon un algoritmo que puede adivinar la personalidad de una persona a partir de una foto. /shutterstock
–Usted propone democratizar los datos. ¿Cómo sería ese procedimiento?
–A mi me parece que los poderes políticos deben decidir qué es aceptable en los efectos que producen estos procesos digitales de organización de la economía. Entonces, hay que controlar los algoritmos en términos legales. No simplemente abrirlos, porque hay muy poca gente que los puede entender, pero hay que verificar que los algoritmos no incrementen las discriminaciones o no incrementen la degradación de la salud de los trabajadores, porque sabemos que realmente son dispositivos muy poderosos. La segunda cosa tiene que ver con la capacidad de centralizar los datos, porque el primero que centraliza los datos tiene una ventaja sobre el resto y va a ser muy difícil para los demás poder competir. Esto es también un problema frente a las posibilidades de construir políticas sociales para un Estado o una región. Hay que poner los datos en común. ¿Qué significa esto? Significa que las empresas pueden controlar su algoritmo, pero no pueden quedarse con los datos individuales de la gente. Considerar los datos como bien común implica la posibilidad de usarlos para otros servicios. Es una manera de romper el monopolio intelectual de los gigantes digitales.
–¿Justamente por esa centralidad de los datos fracasan muchas plataformas alternativas?
–Es verdad que tenemos nuevos recursos para actuar pero el problema es que para tener más posibilidades tenemos que centralizar los datos. ¿Cómo se logra esa centralidad? Es el resultado de los datos que damos cada uno de nosotros y estos datos nos regresan por medio de las plataformas bajo la forma de informaciones útiles. No está muy claro de dónde vienen las informaciones que encontramos en Google, pero es la agregación de las informaciones que se van incorporando con nosotros. El problema es que si construimos un nuevo servicio o plataforma alternativa, si empezamos con muy poca gente, no será útil porque la información que podemos dar de regreso es muy pobre. Esta es la razón por la que es tan importante que los datos sean comunes, porque de este modo sería posible construir otras plataformas que se beneficiaran de la escala de informaciones que ya se han construido para generar efectos útiles que no estén necesariamente orientados de la misma manera que las plataformas centrales.
–Tecnofeudalismo es el nombre que le asigna a un proceso revolucionario dentro del capitalismo ¿Considera que a la izquierda le cuesta ver esta capacidad de transformación del capitalismo?
–Hay una tradición desde Marx que entiende que hay un proceso revolucionario dentro del capitalismo. El problema es que este movimiento revolucionario puede ser muy destructivo. Cambia mucho, cambia rápidamente, pero eso no implica que cambia para bien. De alguna manera, la tesis del libro es que se puede cambiar de manera regresiva. Tenemos que preguntarnos qué está pasando con los algoritmos. ¿De qué se trata? No es realmente un mercado, no es el Estado. Es una nueva manera de coordinar la actividad económica. Ahora tenemos una crisis económica muy fuerte y hay que pensar de qué manera sistémica se pueden incorporar los algoritmos en la coordinación cotidiana de la vida social. Debemos construir un nuevo modelo de coordinación de la actividad económica. ¿Quién lo va a gobernar? ¿Cuáles van a ser los principios? ¿Qué tipo de intercambio internacional se puede construir? Cuando escribo al final del libro que “el futuro depende de la mano invisible del algoritmo”, quiero decir que tenemos que investir políticamente, creativamente este nuevo medio de coordinación.
BÁSICO
Cédric Durand es profesor de Economía en la École des Hautes Études en Sciences Sociales.
Tecnofeudalismo: Crítica de la economía digital de Cédric Durand.
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