Este curso les venimos dedicando estas páginas a los grandes novelistas europeos y americanos. La novela actual no sería la misma sin sus aportaciones. El protagonista de hoy es James Joyce (Dublín, 1882-Zúrich, 1941), «uno de los primeros escritores de nuestro tiempo», en palabras de Jorge Luis Borges, otro de los grandes, que ocupó estas páginas el pasado 13 de enero. Este modesto homenaje escolar nos acerca un poco al gran escritor irlandés
17 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Todo lo que el subconsciente humano va almacenando desde la infancia aflorará algún día en la conducta o en la obra creativa de esa persona, si se tratara de un artista. Esto que Sigmund Freud explicaba a principios del siglo XX con mucho acierto, para sorpresa de la gente ilustrada de la época, se entiende muy bien conociendo la obra literaria de este escritor irlandés, más o menos coetáneo del padre del psicoanálisis, y las peripecias más íntimas de su vida personal. De su fondo vivencial irá extrayendo con mano experta sus experiencias más frustrantes para ir alimentando una obra distinta a las de los demás, a contracorriente de gustos y modas de la época.
Por otra parte, no deja de ser curioso que el escritor que no tenía especial cariño por Irlanda ni por los irlandeses sea considerado hoy en su país natal todo un genio, quizá el artista más importante que haya dado la nación. Desde 1954, se celebra en Dublín por todo lo alto el Bloomsday cada 16 de junio, el día en que transcurre la acción de Ulises, su obra más importante y celebrada. Consiste en que el público celebrante realiza el mismo itinerario que se describe en la novela, procura comer y cenar lo mismo que los protagonistas de la obra y realiza los actos que están en paralelismo con la novela.
Pocas ciudades han rendido semejante culto a sus héroes literarios. Y lo que más llama la atención es que, primeramente, en Irlanda la sola mención del nombre de Joyce constituía una provocación.
BIOGRAFÍA
James Joyce era hijo de un vendedor ambulante de licores. Inducido por su propia profesión, el padre se convirtió pronto en un alcohólico y un holgazán, sin dejar de ser profundamente católico, del cual el futuro escritor había de tomar el modelo para el personaje de Earwicker, de la obra Finnegans Wake. En una de las ruinas económicas que sufrió la familia ?eran diez hermanos- por la mala cabeza del padre, el niño James fue enviado a las Escuelas Cristianas, una institución para pobres, experiencia que el altivo Joyce siempre guardó como algo humillante en su subconsciente. Cuando las cosas marcharon mejor, ingresó en el colegio Belvedere, en Dublín, que regentaban los jesuitas, en el que fue iniciado en un recalcitrante catolicismo que acabará alejándolo de la práctica religiosa. Al terminar sus estudios medios, se matriculará en Medicina, pero pronto cambiará por la disciplina de Lenguas y Gramática Comparada en la Universidad de Dublín. Allí tampoco logró zafarze de la presión católica, ni de la soberbia protestante de los invasores ingleses, ni del nacionalismo irlandés amalgamado de curas. Por todo lo cual decide abandonar el país y, con sólo veinte años (1902), se marcha a París.
Las cosas no le van bien y regresa a Dublín, donde se encuentra que su familia está más arruinada que nunca. Al poco tiempo del regreso, muere su madre. El joven Joyce empieza a abusar del alcohol, conoce a Nora Barnacle, con la que inicia una relación que al cabo de un año tiene el fruto de un hijo llamado George y que, con muchos altibajos y rupturas, durará hasta la muerte del escritor. Nora era una muchacha irlandesa pelirroja que trabajaba de camarera; desinhibida, analfabeta, alegre y decidida a todo y que enseñó a aquel joven reprimido a liberarse de la moral católica, iniciándolo en la novedosa experiencia del sexo. En las cartas que le escribía a Nora cuando estaban separados, abundan las obscenidades en un intento de conocer los secretos más íntimos de su mujer, quizá provocado por los celos o, quizá, por el deseo de obtener información sobre la sexualidad femenina que habría de servirle para sus novelas.
Con Nora es capaz de irse de esa Irlanda que lo asfixia, esta vez a Trieste como profesor de inglés en una academia de esta ciudad italiana, donde publicará Dublineses, un excelente libro de relatos. Allí empezó una peregrinación que lo llevaría a Roma, a Zúrich, a París nuevamente, aunque nunca lograría sacudirse de su subconsciente la presencia de Irlanda.
«ULISES»
Finalizada la Primera Guerra Mundial (1918), el escritor se instala en París y empieza a ser conocido. En 1922 logra publicar Ulises gracias a la ayuda de la propietaria de la librería Shakespeare and Company. Su casa se convierte en el punto de encuentro de los escritores de habla inglesa en París. Por fin alcanza el éxito que él siempre estuvo seguro de lograr. Pero la suerte no lo acompaña: sufre un glaucoma en el ojo izquierdo (hay fotografías en las que se ve con un parche) y su hija Lucía, tras un fuerte desengaño amoroso, pierde la razón y acabarán ingresándola en un manicomio. También contrae matrimonio legal con Nora, su pareja de hecho de tantos años. Cada vez más dependiente del alcohol, escribe Finnegans Wake, que publicará en 1939. Huyendo de la nueva guerra, se traslada a Zúrich. Allí fallece el 13 de enero de 1941 y yace enterrado en un cementerio de la ciudad suiza.
Un tipo raro, distante y taciturno
James Joyce fue un tipo raro, siempre en desacuerdo consigo mismo, lo que le ocasionó serios problemas en su relación con el entorno. Orgulloso y con un alto concepto de sí mismo, ya desde mucho antes de ser famoso se comportaba como si lo fuera. A base de sentirse un genio convencía a sus contemporáneos de que sin duda llegaría a serlo. No era extravagante, pero sí distante: parece que nadie quería sentarse a su lado en una cena o reunión social porque no se dignaba abrir la boca, sino que esperaba que se le entretuviera mientras él permanecía en silencio. A diferencia de los personajes de sus novelas, charlatanes y monologuistas, el escritor era taciturno, al menos en sociedad.
Joyce sufrió varias desgracias en su vida (once operaciones en su ojo izquierdo, la muerte de un hijo, la locura de una hija), pero era muy difícil que mostrase sus sentimientos. Cinco de sus nueve hermanos (él era el mayor) murieron siendo niños y su modo de reaccionar ante alguna de esas muertes hizo que su madre lo considerase un insensible. Era frío y distante y, según uno de sus hermanos, para Joyce «la infelicidad era como un vicio». Cuando murió su madre, descubrió un paquete de cartas que a ella le había escrito el padre cuando eran novios. Se pasó una tarde entera leyéndolas. Al acabar, su hermano le preguntó por ellas, a lo que respondió con indiferencia: «No valen nada». Su propia mujer, Nora Barnacle, que no se dignó leer su Ulises, lo definió una vez de forma categórica: «Es un fanático».
Sin embargo gozó durante años de un respeto y admiración que pocos autores logran antes de su muerte. Durante los años que pasó en París era casi reverenciado y temido, sin que nadie contraviniese sus deseos ni sus costumbres, como la de cenar todas las noches en el mismo sitio y a las nueve en punto, o la de no probar el vino blanco porque, según él, era malo para la vista.
A los 40 años publica «Ulises», un clásico del siglo XX
Un ejemplo próximo, que da una idea de la importancia que tuvo Joyce ya en su época, lo tenemos en la admiración que le profesaron escritores españoles, entre los que destaca Torrente Ballester. Con solo 17 años, el ferrolano leyó El retrato del artista adolescente, en una traducción al castellano de Dámaso Alonso. El Ulises lo leyó unos años más tarde, en 1929, en una edición en francés (más tarde se enteraría de que ya en 1929 Ramón Otero Pedrayo había traducido al gallego fragmentos de esta obra).
Torrente Ballester deja constancia en alguno de sus artículos de que Joyce, Proust y Kafka habían dinamitado una forma clásica de entender la novela, al mismo tiempo que abrían nuevos caminos para quien quisiera seguirlos. El interés que, en concreto, suscita Joyce en Torrente tiene mucho que ver con los nuevos caminos que se anuncian detrás de esas reformadoras estructuras, nuevos planteamientos y lenguaje sorprendente que adoptan las novelas del irlandés. Al final, todo este bagaje novedoso le servirá a Torrente para escribir obras tan modernas y sorprendentes como Fragmentos de Apocalipsis o La saga/fuga de J.B.
Joyce es reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes escritores del siglo XX y aclamado unánimemente por su Ulises (1922). Con anterioridad había publicado un libro de excelentes relatos, Dublineses (1914) y la novela semiautobiográfica Retrato del artista adolescente (1916). En 1939 publicó la que fue la última y su más controvertida novela, Finnegans Wake.
Pero la obra por la que Joyce pasó a la historia de la literatura, Ulises, es un clásico de la modernidad porque asimila y resume las esencias de una época nueva: desde una óptica realista contempla al hombre como una criatura frágil y limitada (los estragos de la Primera Guerra Mundial habían acabado con la idea del hombre dominador de su interior y su entorno). Además, ese realismo se fundamenta en una técnica literaria experimental que culmina con el espectacular dominio del monólogo interior.
El título de la novela obedece que consiste en una paráfrasis muy libre de la Odisea de Homero. Sus protagonistas (Leopold Bloom y Stephen Dedalus) se corresponden con Ulises y Telémaco, respectivamente. Hay que advertir que la lectura de esta obra no es fácil. Para no perderse en las digresiones frecuentes e inconexas, hay que tener siempre bien localizados en cada secuencia a los personajes centrales (Bloom no aparece hasta la cuarta secuencia, primera de la segunda parte del libro). Y resulta casi imprescindible la ayuda del profesor para resolver las primeras dudas.
La acción transcurre en un solo día (un 16 de junio) y narra el itinerario de Bloom por la ciudad de Dublín. En él se pueden rastrear tiendas, gentes, oficinas, calles, restaurantes... de la ciudad real, pero quizá lo más importante de la novela es que sobre esa estructura se establece una técnica literaria conocida como monólogo interior, en cuyo manejo Joyce se revela como un maestro, que va a permitir que durante las veinte horas que dura la acción no solo se narren sucesos, sino que además se desarrollen pensamientos, apuntes, observaciones, digresiones sobre esto y aquello. A través de estas profundas reflexiones sobre la condición humana, sobre la soledad del hombre, sobre las relaciones sociales que establece, se va construyendo una visión amarga y pesimista del género humano, que es realmente el tema de la novela.
Opiniones sobre el «Ulises»
* «A Joyce lo leen muchas más personas de las que son conscientes de ello. El impacto de la revolución literaria que emprendió fue tal que pocos novelistas posteriores de importancia, en cualquiera de las lenguas del mundo, han escapado a su influjo, incluso aunque tratasen de evitar los paradigmas y procedimientos joyceanos. Topamos indirectamente con Joyce, por lo tanto, en muchas de nuestras lecturas de ficción seria de la última mitad de siglo, y lo mismo puede decirse de la ficción no tan seria» (un editor de Joyce)
* «Junto con Shakespeare y Milton, Joyce sigue siendo el modelo más elevado en que ha de fijarse todo aquel que aspire a escribir con propiedad [...]. Pero, una vez leído y absorbido un solo ápice de este autor, ni la literatura ni la vida vuelven a ser las mismas de nuevo» (Anthony Burgess)
* «Es indiscutible que Joyce es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizá el primero. En el Ulises hay sentencias, hay párrafos, que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare» (Jorge Luis Borges)
* «Considero que este libro es la expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar» (T. S. Eliot)
Textos de «Ulises»
El monólogo interior es una técnica literaria con la que el escritor pretende reflejar el fluir desordenado del pensamiento de un personaje, tratando de acercarse lo más posible a la realidad de cómo pensamos. Utilizan una sintaxis poco desarrollada (omisión de verbos, de elementos conectores, interrupciones repentinas, repeticiones dubitativas) y evitan utilizar signos de puntuación para no romper el flujo de ideas. Es muy frecuente que se utilice el estilo indirecto libre (la inclusión de pensamientos del personaje en el relato del narrador). Este monólogo de Molly Bloom (Penélope) es justamente el final del libro:
«[...] el sol brilla para ti me dijo el día que estábamos acostados entre los rododendros sobre la puerta de Howth con el traje de tweed gris y sombrero de paja el día que conseguí que se me declarara sí primero le pasé el pedacito de pastel que tenía en mi boca y era año bisiesto como ahora sí hace 16 años mi Dios después de ese beso largo casi me quedé sin aliento sí me dijo que yo era una flor de la montaña sí entonces somos flores todo el cuerpo de una mujer sí esa fue la única verdad que me dijo en su vida y el sol brilla para ti hoy sí por eso me gustaba porque vi que él entendía lo que era una mujer y yo sabía que siempre podría hacer de él lo que quisiera y le di todo el placer que pude llevándolo a que me pidiera el sí y primero yo no quería contestarle sólo miraba hacia el mar y hacia el cielo y estaba pensando en tantas cosas que él no sabía de Mulvey del señor Stanhope y de Hester y de papá y del viejo capitán Groves y de los marineros que juegan al todos los pájaros vuelan y al salto de cabra y al juego de los platos como lo llamaban en el muelle y el centinela frente a la casa del gobernador con la cosa alrededor de su casco blanco pobre diablo medio asado y las chicas españolas riendo con sus chales y sus peinetones y las griterías de los remates por la mañana los griegos y los judíos y los árabes y el diablo sabe quién más de todos los extremos de Europa y Duke Street y el mercado de aves todas cloqueando delante de lo de Larby Sharon [...] y el mar el mar carmesí a veces como el fuego y las gloriosas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules y amarillas y los jardines de rosas y de jazmines y de geranios y de cactos y Gibraltar cuando yo era chica y donde yo era una flor de la montaña sí cuando me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y cómo me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro y después le pedí con los ojos que me lo preguntara otra vez y después el me preguntó si yo quería sí para que dijera sí mi flor de la montaña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije sí quiero SÍ».
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/lavozdelaescuela/2016/02/17/james-joyce-genio/00031455277283408717130.htm
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