El filósofo Massimo Cacciari —que fue alcalde de Venecia entre 1993 y 2000 y entre 2005 y 2010, y también diputado en el Parlamento italiano— habló de Franz Kafka este miércoles en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Comentó que en muchos de sus textos —se refirió a ellos como fábulas— conectó con algunas de las cuestiones que más han ocupado a los pensadores del siglo XX. Se centró sobre todo en el tratamiento del espacio, que ya nada tiene que ver con la concepción cerrada que sobre este tuvieron Aristóteles o Dante. El cosmos se rompe para el hombre moderno, explota, así que navegamos en un espacio abierto, sin destino claro, sin guía, sin mucha protección. “A través del acaecer es sólo posible conducir irgendwohin, a cualquier lugar”, escribió Cacciari en un viejo texto sobre el Tractatus de Wittgenstein que incluyó en su Hombres póstumos (Península).
Con eso llegó Cacciari a otro de los grandes temas de Kafka. Vagamos, los modernos, a la deriva: no hay dioses que nos acojan ni grandes finalidades que nos rediman. Si acaso algo nos protege es la ley, quizá es lo que quede en ese espacio abierto (sin muros, sin murallas, sin fortalezas). ¿Pero de dónde le viene a la ley la legitimidad?, se preguntó Cacciari siguiendo a Kafka. La ley se dirige a mí, al individuo, es el individuo el que tiene que obedecerla, ¿pero de dónde vienen tantas exigencias a cada individuo si la ley está escrita en términos generales, si se dirige a todos? ¿Hay acaso algún punto donde la ley, concebida en términos universales, se dirija al individuo concreto? Cruza el umbral si quieres, la puerta está abierta, le dijo el guardián a aquel hombre cada vez más inquieto. Lo que también le explicó es que no contara con él, que la decisión era cosa suya. Un poco a la manera de Josefina, que un día también abandona a su pueblo, y desaparece.
Cacciari inauguró las conferencias sobre Kafka que la Residencia ha organizado con motivo del centenario de su muerte (el 3 de junio de 1924), y que coordina Francisco Jarauta. “Todos aspiran a entrar en la Ley”, le dice el campesino al guardián cuando le queda ya muy poco de vida, “¿cómo es que en tantos años nadie más que yo ha solicitado entrar?”. Y este le contesta que eso era imposible, que esa entrada solo estaba destinada a él. No queda otra, estamos solos, y está esa ley que al final no se ocupa exactamente de mí, ¿qué dirá si de pronto me ataca “una gran manada de criaturas menudas”? Es necesario lanzarse, dar el paso, cruzar la puerta. “Hay posibilidades para mí, desde luego”, escribió Kafka en su diario en junio de 1914, “pero ¿debajo de qué piedra se esconden?”. Pues eso.
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