Romaric Godin
Muchos estadounidenses votaron en contra del historial económico de Joe Biden. Con demasiada frecuencia, los demócratas han rechazado esta realidad en nombre de halagadoras cifras de crecimiento. Han olvidado las dificultades cotidianas que experimentan los ciudadanos medios. Están pagando un alto precio.
La magnitud de la victoria de Donald Trump el 5 de noviembre de 2024 no puede explicarse sin entender el factor económico y la forma en que los demócratas abordaron esta cuestión. Los 4 puntos ganados por el multimillonario neoyorquino entre las elecciones de 2020 y 2024 demuestran que parte del electorado viró hacia los republicanos en estos cuatro años.
La pregunta entonces es qué determinó este cambio. Desde este punto de vista, las primeras encuestas postelectorales confirman lo que se había percibido durante toda la campaña: la economía fue el principal determinante del voto para el 39% de los electores, según un sondeo de la agencia AP.
La hipótesis de un rechazo del balance económico de la presidencia de Biden se ve confirmada por otros elementos, en particular por los resultados de los referendos locales. En los estados que eligieron abrumadoramente a Trump, el derecho al aborto se vio a menudo reforzado en las urnas, prueba de que su retórica reaccionaria no fue el principal motor de su victoria.
Mejor aún, en Missouri, estado en el que Donald Trump obtuvo 1,7 millones de votos y el 58,5% de los sufragios emitidos, los votantes no solo votaron un 52% a favor del derecho al aborto, sino también un 58% a favor de aumentar el salario mínimo a 15 dólares la hora en 2026 desde los 12 dólares actuales.
La cuestión del nivel de vida estaba en el centro de la campaña. Pero los demócratas cayeron víctimas de una ilusión fatal en este tema: que el crecimiento económico les aseguraría la victoria. Se mantuvieron fieles a la famosa frase «es la economía, estúpido» acuñada por uno de los asesores de Bill Clinton en 1992 para explicar la derrota de George Bush padre. En aquel momento, el país atravesaba una recesión, y el candidato demócrata representaba una alternativa.
Los demócratas de 2024 invirtieron la lógica. Si la recesión había ganado a Clinton, entonces en la oposición, en 1992, el crecimiento haría ganar a los demócratas en 2024. Las cifras hablan por sí solas: el PIB estadounidense muestra un crecimiento aparentemente insolente: un 2,5% en 2023 y todavía un 2,8% en tasa anual en el tercer trimestre de este año. Suficiente para provocar la envidia del resto del mundo, sumido en una lenta recuperación.
Los economistas próximos al Partido Demócrata se han deshecho en elogios por este crecimiento, logrado en un momento en el que el país experimentaba una elevada inflación. Y a pesar de todo, la productividad ha repuntado, los ingresos reales han aumentado un 11% en cuatro años y el desempleo se ha mantenido en mínimos históricos. Un verdadero «milagro» que debía asegurar la victoria al partido del burro.
La cruda realidad del crecimiento
Sin embargo, el estado de ánimo de los ciudadanos no coincidía con el entusiasmo de los economistas. Todas las encuestas mostraban que la mayoría de los estadounidenses tenían la sensación de que su nivel de vida se había deteriorado. Pero los economistas y los ejecutivos demócratas seguían aferrados a su fetiche estadístico: las cifras no mienten, así que eran los sentimientos de los votantes los que estaban falseados y manipulados.
Durante meses, y de nuevo recientemente, el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, columnista económico del New York Times, se dedicó a afirmar que los economistas tenían razón y la gente estaba equivocada. El sentimiento negativo sobre la economía no era más que el producto de otra noticia falsa trumpista.
Pero el presidente electo no necesitó usar sus habilidades de mentiroso para convencer al electorado sobre la economía. Hizo su campaña machacando con la pregunta: « ¿Estás mejor que hace cuatro años?». Y parte del electorado respondió a esa pregunta en las urnas.
Esta situación refleja un hecho significativo en comparación con la década de 1990: el crecimiento ha cambiado de naturaleza. Ya no refleja tan claramente el bienestar social. Esto se debe a dos razones. En primer lugar, las condiciones en las que se produce el crecimiento son más difíciles y a veces implican un deterioro de las condiciones de vida de los hogares. En segundo lugar, porque las crecientes dificultades para producir el crecimiento conducen a su captura por una minoría con fines de acumulación. En otras palabras: un crecimiento más rápido tiene un coste social creciente.
Y fue la incapacidad de economistas y demócratas para aceptar esta realidad lo que les costó las elecciones del 5 de noviembre. Así pues, detrás de la supuesta «buena salud del consumidor estadounidense» que tanto entusiasma a la prensa económica, hay realidades menos alegres para el ciudadano medio.
Esto se debe a que los aumentos de costes en primas de seguros y alquileres no se incluyen en la tasa de inflación, sino que se reflejan en un mayor consumo, sobre todo de servicios. Se trata de una distorsión estadística, que sugiere que los hogares estadounidenses se conforman con gastar una proporción cada vez mayor de sus ingresos en seguros médicos, alquileres y seguros de hogar.
A lo largo de 2023, el consumo de servicios sanitarios, servicios financieros y servicios de vivienda, a los que podemos añadir el gasto en «otros bienes no duraderos», que incluye el consumo de medicamentos, representó el 62,8% del crecimiento del consumo de los hogares. En el cuarto trimestre de 2024, la proporción de estas cuatro partidas era menor, pero seguía representando el 39% del aumento del consumo.
Además de este aumento del gasto limitado, los precios de los alimentos se dispararon un 9,9% y un 5,8% respectivamente en 2022 y 2023, lo que supuso una presión aún mayor sobre los presupuestos de los consumidores. Como, al mismo tiempo, los puestos de trabajo creados han sido principalmente empleos a tiempo parcial en sectores de servicios donde las condiciones laborales son duras, la gente ha tenido que multiplicar sus empleos para hacer frente a la situación. Una gran parte de los estadounidenses tenía la sensación de tener que trabajar cada vez más para consumir cada vez menos. No se trata de noticias falsas, sino de una realidad muy real.
Lejos de la retórica triunfalista de los economistas, el crecimiento estadounidense era en realidad el reflejo de una sociedad en mal estado. Porque siempre hay que recordar que, a pesar del aumento del gasto sanitario, la esperanza de vida al nacer ha disminuido en Estados Unidos y ha quedado por detrás de otros países avanzados. Esta es una realidad que el fetichismo económico ignora por completo.
Además, el crecimiento al estilo Biden se basa en dos pilares: el sector tecnológico, que es un crecimiento basado en la renta que aumenta aún más la sensación de restricción del gasto, y el gasto militar, un sector no productivo que, en el tercer trimestre de 2024, supuso el 21% del crecimiento total. Todo ello para alcanzar un crecimiento «medio» para los estándares de principios de la década de 2000.
Más desigualdad
El resultado de todo esto es un crecimiento cada vez más desigual. A pesar de la retórica pro-sindical de Biden y de las ocasionales victorias en ciertos conflictos laborales, como en la industria del automóvil el año pasado, la desigual distribución de la riqueza ha aumentado aún más. Uno de los signos de ello es el auge desmesurado de los mercados financieros, apoyado por el sueño de la inteligencia artificial y por el gasto público, pero concentrado en torno a un puñado de grandes empresas. En otras palabras: el déficit público ha beneficiado principalmente a los que poseen acciones y trabajan en Big Tech. En otras palabras: a los más ricos.
Otra señal, basada en los datos de las tarjetas bancarias, es la concentración del gasto de consumo en torno a los hogares más ricos. Según Oxford Economics (sin relación con la universidad del mismo nombre), el 40% de las rentas más bajas representa el 20% del gasto con tarjeta de débito, mientras que el 20% de las rentas más altas representa el 40%. Una brecha sin precedentes que refleja otra realidad del crecimiento estadounidense: «el» consumidor estadounidense es ante todo el más rico.
La situación económica de Estados Unidos es, pues, explosiva, y los demócratas la niegan. Al clamar constantemente « fake news», consiguieron alienar a una población que era crucial para su victoria. Kamala Harris intentó rectificar dejando de basarse en el historial de Biden, pero, obsesionada por ganarse el voto moderado, se negó a tener en cuenta la realidad concreta de los hogares. No se les dio ninguna respuesta real porque no se construyó ninguna política alternativa ambiciosa.
Por supuesto, resulta paradójico que Donald Trump, un candidato apoyado por gran parte de la casta de multimillonarios tecnológicos, se aproveche de esta desesperación en un momento en el que propone bajar aún más los impuestos a los más ricos y subir los precios mediante aranceles.
Pero hay que ver la situación en Estados Unidos. Trump ha sido capaz de movilizar tendencias muy arraigadas en el imaginario económico estadounidense, como la relación entre gasto público e inflación, en un sistema político bipartidista en el que los demócratas parecían haber renunciado a defender los intereses del ciudadano medio. Fue capaz de movilizar un discurso de protección mientras los demócratas bailaban sobre sus dificultades. Esto es lo que permitió a una parte de la opinión pública inclinarse hacia Trump, que además podía contar con su base de votantes racistas y reaccionarios.
A partir de ahora, los economistas producirán estudios en abundancia para explicar lo perjudicial que será la elección de Trump para el crecimiento y la inflación. Esto es indudablemente cierto. Pero debemos recordar que la «economía» no es solo la víctima de esta elección, también es responsable del regreso de la extrema derecha al poder. Más que nunca, la crisis profunda y estructural del capitalismo está produciendo monstruos políticos.
https://www.mediapart.fr/journal/international/061124/victoire-de-trump-...
Fuente: sinpermiso.info, extraída de mediapart.fr
Traducción: Antoni Soy Casals
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