CUANDO UN MAESTRO TE CAMBIA LA VIDA

 


CARTA A LOUIS GERMAIN» ALBERT CAMUS (1913-1960) 

 J’ai laissé s’éteindre un peu le bruit qui m’a entouré tous ces jours-ci avant de venir vous parler de tout mon cœur. On vient de me faire un bien trop grand honneur, que je n’ai ni recherché ni sollicité. Mais quand j’ai appris la nouvelle, ma première pensée, après ma mère, a été pour vous. Sans vous, sans cette main affectueuse que vous avez tendue au petit enfant pauvre que j’étais, sans votre enseignement, et votre exemple, rien de tout cela ne serait arrivé. Je ne me fais pas un monde de cette sorte d’honneur. Mais celui-là est du moins une occasion pour vous dire ce que vous avez été, et êtes toujours pour moi, et pour vous assurer que vos efforts, votre travail et le cœur généreux que vous y mettiez sont toujours vivants chez un de vos petits écoliers qui, malgré l’âge, n’a pas cessé d’être votre reconnaissant élève. Je vous embrasse de toutes mes forces. •

Querido señor Germain: He esperado a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas. 

   El 19 de noviembre de 1957, pocas semanas después de haber recibido la noticia de la concesión del Premio Nobel de literatura, Camus toma la pluma para dar las gracias a su maestro Louis Germain. Se trata de un extraordinario testimonio de cómo un magnífico y apasionado docente había podido cambiar la vida de un estudiante nacido en una familia pobre de Argelia, sin padre (muerto en la guerra) y criado con los sacrificios de la madre (casi sorda y analfabeta) y de la abuela. En contra de la opinión de los familiares, que empujaban a Albert a encontrar enseguida un trabajo para ganarse la vida, Germain lo prepara gratuitamente para el concurso de una beca de estudios en el liceo Bugeaud. Camus tenía apenas once años. Treinta y tres años más tarde, al recibir el reconocimiento más prestigioso que se destina a un literato, Albert expresa su gratitud al educador que le había ofrecido la oportunidad de ser cuanto había llegado a ser: He esperado a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. El premio se convierte sobre todo en una oportunidad para recordar el encuentro entre alumno y maestro: No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas. Muy poco después, el 19 de diciembre, Camus dedica al mismo Germain el discurso que pronuncia en la ceremonia de Estocolmo, en el cual dice con toda claridad que la misión principal de un escritor debe ser la de hablar por aquellos que, sufriendo en silencio, no pueden hacerlo. Emocionado, el docente reconstruye, a su vez, la antigua relación con su «querido hombrecito» en una carta datada el 30 de abril de 1959: darse cuenta del talento de un alumno («A menudo el niño contiene en germen el hombre que Página 98 llegará a ser»), ayudarlo a buscar libremente la verdad («En toda mi carrera, creo haber respetado lo que hay de más sagrado en el niño: el derecho a buscar su propia verdad»), defender la escuela laica («Un centenar de clases de la escuela laica trabajan ya con el crucifijo colgado en la pared. Yo lo considero un atentado abominable contra la conciencia de los niños») son algunos de los cometidos fundamentales de quien enseña. No en vano este intercambio epistolar—ejemplo de lo que debe ser auténticamente la buena escuela—figura en apéndice en El primer hombre, novela en la cual Camus estaba trabajando cuando de improviso fue arrebatado por la muerte. En estas páginas autobiográficas (que han inspirado la película homónima de Gianni Amelio, estrenada en 2011) el autor recorre los años de su infancia en Argelia, a la búsqueda del «primer hombre» y de aquellos, entre ellos Germain, que habían contribuido a formarlo.

Nuccio Ordine Los hombres no son islas) 

Publicar un comentario

0 Comentarios