Por Miguel Urbán
Hace justo dos meses, en el momento álgido del divorcio público entre Musk y Trump, el dueño de la red social X escribió en su cuenta: "Momento de soltar la gran bomba: Donald Trump está en los documentos del caso Epstein. Esa es la razón real por la que no se han hecho públicos. ¡Que tengas buen día, DJT!". Y tanto que era una bomba. Desde entonces, las palabras archivos Epstein han estado atormentando a la Administración Trump. Más aún desde que The Wall Street Journal asegurara que el propio Trump fue informado en mayo por su fiscal general de que su nombre aparecía en archivos relacionados con las investigaciones. Desde ese momento, la sombra de los delitos sexuales del difunto financiero pedófilo convicto Jeffrey Epstein se ha cernido poco a poco sobre la Casa Blanca, eclipsando, incluso, las últimas conquistas internacionales de Donald Trump, empañadas, ante su público, por un escándalo que no termina de apaciguarse.
Los archivos Epstein, para los neófitos de las teorías de la conspiración, son una vasta cantidad de documentos —que incluyen transcripciones de entrevistas con víctimas y testigos— y artículos confiscados en allanamientos a las diversas propiedades de Epstein por parte de la Policía, que señalarían la participación de famosos, empresarios y políticos en la red de pederastia de Jeffrey Epstein y la socialité británica Ghislaine Maxwell. La muerte de Epstein en su celda, las dudas de los expertos sobre si fue un suicidio o un asesinato, los supuestos fallos en el control del preso o la opacidad sobre la teórica lista de clientes de su red de pederastia, han sido ingredientes suficientes para alimentar todo tipo de teorías de la conspiración sobre el caso. El propio Trump las ha utilizado en su beneficio político, señalando —sin ninguna prueba aparente— a dirigentes demócratas, para regocijo de sus bases, como protagonistas de la trama de pederastia.
De hecho, la publicación de los archivos Epstein fue una de las promesas electorales de Trump, y su desclasificación parcial —compuesta en su mayoría por nombres ya conocidos— dejó con un cierto sabor agridulce al movimiento MAGA (Make America Great Again), abonando aún más las teorías de la conspiración, que ahora Musk ha utilizado contra el propio Trump. Porque, cuando el magnate de Tesla lanzó "la gran bomba", ligando a Trump con la lista Epstein, sabía muy bien lo que hacía.
El apoyo de Musk a la campaña de Trump no consistió solo en donaciones millonarias o en poner a su disposición la red social X. El dueño de Tesla también intento mimetizarse con el movimiento MAGA y el Make America Great Again, eslogan que utilizó Reagan en la campaña de 1980, que Trump se apropió en la campaña de 2016 y que ha mutado en una suerte de movimiento reaccionario. Auténtico núcleo duro del trumpismo, al que Musk ha intentado seducir durante este tiempo, disputándole al propio Trump su hasta ahora indiscutible protagonismo.
De esta forma, Musk ha replicado numerosos bulos y teorías de la conspiración relacionados con el entorno del trumpismo; ha utilizado recurrentemente una gorra MAGA como insignia distintiva en sus apariciones públicas. Pero, a diferencia de Trump, la gorra no es roja, sino negra, en referencia al Dark MAGA, la vertiente más juvenil y radical del movimiento trumpista, vinculada a las redes sociales y a submundos de internet. Así, la acusación contra Trump de formar parte de la lista Epstein buscaba conectar con los sectores más conspiranoicos del MAGA, que se han alimentado a partir de una cantidad ingente de bulos en torno a esa lista y de que las autoridades se niegan a hacerla pública. De esta forma, tras años dedicados a difundir teorías conspirativas para su propio beneficio político, el presidente Donald Trump se ha visto envuelto en la más controvertida de todas.
Durante esta últimas semanas, la criatura política de Trump, el MAGA, ha estado convulsionando entre la indignación por las cosas que él y su fiscal general han estado diciendo y haciendo —o más bien, no haciendo— en relación con la vida y muerte de Jeffrey Epstein. Mientras Ghislaine Maxwell, antigua socia de Epstein, pedía inmunidad judicial como condición para testificar ante una comisión legislativa, Trump deslizaba la posibilidad de indultarla de sus delitos, ahondando en la polémica sobre el caso.
El comportamiento habitual de Trump para librarse de los problemas esta vez no parece funcionar con el caso Epstein: ni las publicaciones intentando culpar a Obama, Hillary Clinton y Joe Biden de cualquier misterio no resuelto sobre Epstein; ni tampoco la revelación de un informe de la directora de Inteligencia Nacional en el que se alegaba que Obama y los miembros de su Gabinete de Seguridad Nacional "fabricaron y politizaron información de inteligencia" sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016 para "sentar las bases de lo que fue esencialmente un golpe de Estado de varios años contra el presidente Trump"; ni las peticiones en sus redes sociales para que sus seguidores dejaran de hablar del caso Epstein han funcionado, sino que incluso han empeorado la situación.
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