"La rastra", una novela de Joy Williams Escritora de escritores, escritora de culto

 Fernando Krapp


Escritora de escritores, escritora de culto, Joy Williams ha indagado en forma persistente acerca del deseo como fuente del trabajo creativo en la literatura: un deseo errático, asimétrico, casi insondable. En La rastra, su última novela, esta exploración se despliega sobre una distopía leve y un viaje en busca del origen.

La mayoría de las fotos que circulan de Joy Williams la muestran con anteojos negros. Es curioso. Uno podría pensar que se trata de una estrategia de la autora, un objeto elegido entre muchos otros para distinguirse. Pero no parece ser el caso. Otra posibilidad es que, para una mujer acostumbrada a repartirse la vida entre Florida y el desierto de Tucson, Arizona (a vivir en un tráiler rodeada de perros), los anteojos de sol sean una necesidad básica, un filtro para aplacar los rayos solares. Un tema que, por cierto, es muy sensible a la narrativa de Williams y a su interés por el medio ambiente. O quizás simplemente le gusta andar con lentes de sol.

Pero la leyenda -escrita en la mismísima The Paris Review, en esas entrevistas icónicas y consagratorias- cuenta que, en verdad, Williams tenía que dar una conferencia. El día previo perdió sus anteojos y terminó usando unos de sol. Cuando entró al aula, escuchó a uno de los alumnos decir que había llegado la escritora “ciega” y luego, tras la lectura, otra persona le agradeció que hubiera estudiado el texto de memoria. Williams tenía que hablar sobre “técnica” y sobre lo que los norteamericanos llaman craft, que en criollo podríamos traducir como “proceso de trabajo”. Ella dijo: “No hay tal cosa. Solo hay deseo”.

Su última novela, La rastra, publicada el año pasado y merecedora de varias nominaciones y premios, se puede leer bajo la luz del deseo. Toda la obra de Williams, desde Estado de gracia, su primera novela, publicada por George Plimpton y nominada al National Book Award en 1973 (le ganó El arco iris de la gravedad, de Thomas Pynchon), hasta sus cuentos, todos ellos prodigiosos, puede leerse desde ese lugar errático y volátil del deseo. Pero no un deseo definido, como el que los analistas nos empujan a seguir cuando pagamos sus sesiones; el deseo que marca nuestro rumbo a pesar de su falta de rumbo, que nos ordena, en cierto modo, hacia una decisión de vida. El deseo asimétrico en las novelas de Williams es escurridizo; exasperante.

La rastra es una novela de fugas y de búsquedas. En un presente futurista, más o menos cercano, bastante distópico (aunque no tanto como el que vivimos), una adolescente llamada Khristen (sí, con K) sale en busca de su madre. Khristen habita una suerte de escuela-pupila para niños prodigio en donde hablan socráticamente de muchas cosas. Allí conoce a Jeffrey, un chico de diez años con el que entabla otras conversaciones, sobre distintos aspectos del presente distópico que les toca habitar; un mundo levemente referenciado, en donde los cambios climáticos apenas están sugeridos con un lenguaje poético que trata de escapar a los eufemismos. Se habla de ruinas sin entender qué son las ruinas, se habla de nubes o de cielos sin entender del todo bien qué ha pasado con el paisaje. Se habla de un presente flotante, de despojos y fantasmas.

Como en la tradición de la novela del western postapocalíptico (pensemos en La carretera, de Cormac McCarthy), Khristen y Jeffrey se lanzan, promediando la tercera parte del libro, tras los pasos de la madre de Khristen. La búsqueda asociada al viaje es uno de los temas más importantes de la novela norteamericana: el viaje como deseo de generar territorio pero también como búsqueda espiritual. Desde Del tiempo y el río de Thomas Wolfe, hasta Submundo de Don DeLillo (y Kerouac y tantos otros y otras), los narradores se mueven, se desplazan y ejercitan la memoria. En el caso de La rastra, el viaje está vinculado con su título: lo que labra la tierra, el surco en la tierra para sembrar. Williams es una escritora militante que lucha contra el cambio climático, e incluso publicó un libro sobre la problemática. La política sobre el medio ambiente se mezcla con las intenciones de los personajes en La Rastra, una combinación que no siempre sale airosa, pero que, en esas grietas que se forman en una tierra seca y devastada, aflora un lenguaje salvaje y novedoso.

Joy Williams es lo que solía decirse de ciertos escritores de cierta época: una escritora de escritores. Sus novelas y cuentos no son aptos para tiempos de redes y de atención flotante. Demanda tiempo y concentración; las cosas suceden y muchas de ellas carecen de lógica. Hay un humor que subyace a todas las oraciones de La rastra que muchas veces escapa al primer entendimiento. La literatura de Williams escapa a la literalidad del presente y elude cualquier clase de metáfora. En aquella conferencia, Williams dijo que el calor del deseo para poder escribir debía crecer en el infierno. Después de dar su lectura, un chico levantó la mano y preguntó si esa conferencia sobre el proceso de escritura pretendía destruir cualquier clase dogmática sobre cómo escribir. Williams, escritora reverenciada por otros grandes nombres de la literatura norteamericana como Raymond Carver y Richard Yates, se sentó y, con aire cansado, respondió: “Eso espero”.

La rastra

La rastra
 
   
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En un futuro próximo marcado por un desastre medioambiental, en el que la sociedad rechaza todo lo que procede de la naturaleza, Khristen, una adolescente, emprende la búsqueda de su madre hasta el resort de lujo donde fue vista por última vez. La acompaña un niño de diez años que ha conocido en el colegio para jóvenes prodigios en el que su madre la internó, convencida de que su hija era especial y que está destinada a algo grande.
Tras un viaje por una América desamparada, fascinante y extraña a la vez, convertida en un paraíso perdido, llegan al resort, ocupado ahora por un grupo de marginados sociales, enfermos al borde de la muerte y ancianos que, organizados a modo de resistencia, están dispuestos a todo, incluso al uso de la violencia y a sacrificar sus propias vidas, para restaurar los valores del antiguo mundo.
La rastra es la primera novela en veinte años de Joy Williams. Considerada «una de las mejores escritoras norteamericanas vivas», en esta historia trata sus dos grandes temas (la relación madre-hija y el compromiso con la naturaleza) con su particular estilo, que le ha llevado a ser comparada con el humor absurdo de Kafka o Samuel Beckett.

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