La muerte de Wilma Montesi: el primer escándalo de la República Italiana DOSSIER

 


11 de abril de 1953: El cuerpo sin vida de Wilma Montesi es encontrado en la playa de Torvaianica.

El caso Montesi fue el primer escándalo mediático en la República Italiana, uno que impactó profundamente a la opinión pública en la década de 1950. El 11 de abril de 1953, Wilma Montesi, una joven romana de veintiún años, prometida y comprometida para casarse ese mismo año, fue encontrada muerta en la playa de Torvaianica, al sur de Ostia. Había desaparecido dos días antes y debía casarse en el plazo de un año. Esta misteriosa muerte desencadenó el "caso Montesi", aún sin resolver 71 años después, el crimen más sensacional desde la posguerra, en el que participaron el gobierno y la oposición de la época, magistrados y periodistas, prelados, miembros de la nobleza romana y la policía.


Reconstrucción del hallazgo del cuerpo de Wilma Montesi, en la playa de Torvaianica.. Imagen: AFP

Cómo el “mundo real” terminó convirtiéndose en una fábula
Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos

Mark Twain dijo que la diferencia entre realidad y ficción es que esta última parece más plausible. Pero esto ya no es así: cuanto menos plausible sea una ficción, más se la confundirá con un hecho. En la democracia de las teorías de la conspiración, cuanto más lejos de la verdad, más se cree en ella. Hace setenta años, el 11 de abril de 1953, el cuerpo de una joven romana de 21 años, Wilma Montesi, fue encontrado en la playa de Torvaianica, cerca de Ostia . Wilma era hija de un carpintero de escasos recursos, a punto de casarse con un policía y, un detalle que luego adquirió importancia, la autopsia reveló que era virgen. La policía concluyó que su muerte fue accidental, por ahogamiento.

Pronto, periodistas de diversos tabloides comenzaron a lanzar una serie de insinuaciones e hipótesis, sin la más mínima prueba, y la investigación se reabrió. Se desató una tormenta político-sexual que sacudió a Italia durante más de un año. Yo era un niño en la época del "caso Montesi", y recuerdo que los adultos no hablaban de otra cosa. Muchos años después, el recuerdo de este caso seguía vivo, especialmente entre los políticos. (...)



Volvamos a la década de 1950. Fellini, Ennio Flaiano y Tullio Pinelli se dieron cuenta del poder mitificador del caso Montesi, así que trasladaron el delirio a La Dolce Vita (1960). En la parte final de la película, presenciamos una orgía que Fellini pretendía filmar en una villa de Torvaianica, pero que se rodó en una de Fregene. Es como si los cineastas le dijeran al público: «Llevan años fantaseando con orgías de la alta sociedad. ¡Así que les mostraremos una!». El protagonista de la película, Marcello, es un periodista sensacionalista de poca monta, como el que creó el caso Montesi. En la década de 1960, habría presenciado algunas «orgías»: eran más o menos imitaciones de la de La Dolce Vita , ya que, como todos saben, la vida imita al arte. "Tener una orgía", "tener una orgía grupal", se convirtió en un sello distintivo de la cultura juvenil alternativa a finales de los años 60. En resumen, en la parte final de la película, no se reconstruye una orgía tal como se practicaba en aquel entonces, sino que se inventa una orgía para que finalmente pudiera ser imaginada, y posiblemente imitada .



Sin embargo, nada extraordinario sucede en la fiesta de La Dolce Vita . Una chica hace un striptease , pero no lo termina. Vislumbramos a un joven bailando desnudo, y luego hay alcohol, música y baile. Las drogas no existían en ese entonces. Una fiesta así parecería sobria hoy, incluso comparada con una fiesta de fin de año para estudiantes católicos. Es más como un proyecto de orgía que realmente no toma forma. Pero lo que fue fascinante en ese momento fue precisamente el tono orgiástico de todo. ¿Y dónde está el corazón de la orgía, lo que realmente no se puede mostrar? Al final de la película, los bon vivants , al amanecer, como atraídos por una fuerza magnética, caminan hacia la playa. Allí ven un monstruo marino varado, una manta raya mediterránea, que parece estar observando a los jóvenes. Algunos han visto una alusión al cuerpo de Wilma encontrado en la orilla de Torvaianica... Pero ¿por qué nos impacta la escena, como si tuviera un profundo significado?

https://www.fatamorganaweb.it/settant-anni-dall-inizio-del-caso-montesi/

Muerta, Wilma Montesi pasea por el mundo

El cadáver de una chica italiana, Wilma Montesi, fue hallado cerca de la población italiana de Ostia, en el mes de abril de 1953. Lo que en los primeros momentos apareció como un accidente o un crimen sin mayores consecuencias, se convirtió en meses más tarde en el escándalo del siglo, cuando el magazine “Attualitá” reveló que Vilma había muerto, en realidad, a causa de excesivo consumo de opio en un exclusivo club social. Comenzó así uno de los más sensacionales procesos criminales en el cual aparecieron mezclados conocidos personajes.

La noche del jueves del 9 de abril de 1953 el carpintero Rodolfo Montesi esperaba en su casa el regreso de su hija Wilma. El carpintero vivía con su esposa, Petti María; con su hijo, Sergio, de 17 años, y con otra hija soltera, Wanda, de 25 años, en el número 76 de la Vía Taggliamento, en Roma. Es una enorme casa de tres pisos, de principios de siglo, con 400 departamentos construidos en torno a un hermoso patio circular lleno de flores y con una pequeña fuente en el centro. Sólo hay una entrada al edificio: un portón gigantesco con arcos de vidrios rotos y polvorientos. Al lado izquierdo del portón de ingreso al edificio está el cuarto de la portera, y encima de la portería una imagen del Corazón de Jesús, alumbrado por una bombilla eléctrica. Desde las seis de la mañana hasta las once de la noche la portera controla rigurosamente la entrada al edificio.

El primer paso

Rodolfo Montesi esperó a su hija, Wilma, de 21 años, hasta las 8.30. La prolongada ausencia era alarmante porque la muchacha había salido desde la tarde. Cansado de esperar, el carpintero se dirigió en primer término a la policlínica cercana, donde no se tenía noticia de ninguna desgracia ocurrida ese día. Posteriormente, de a pie, se dirigió a Lungotevere, donde buscó a su hija por espacio de dos horas. A las 10.30, cansado de la infructuosa búsqueda y temiendo una desgracia, Rodolfo Montesi se presentó a la comisaría de seguridad pública, en vía salaria, a pocas cuadras de su casa, a pedir ayuda para localizar a Wilma.

Un caso en el que se cruzaron aristócratas, políticos y estrellas de cine

"La dolce vita", García Márquez y la misteriosa muerte de una joven que sacudió a la Italia de los años '50 

Juan Pablo Csipka

Wilma Montesi apareció sin vida en abril de 1953 en una playa en las afueras de Roma. Tenía 21 años. Se denunció encubrimiento policial y recién después de una segunda investigación se pudo hacer un juicio, pero el hecho sigue sin resolverse. Su influencia en las obras de Federico Fellini y el escritor colombiano.

1960. Federico Fellini estrena La dolce vita y renueva al cine italiano. La película es un éxito y gana el Festival de Cannes. Además, provoca un escándalo por su retrato de la aristocracia romana de los años '50. El director dirá más tarde que nunca se le perdonó la escena de la orgía de los ricos en un castillo. Sobre el final, en una playa, el personaje de Marcello Mastroianni ve cómo un grupo de jóvenes arrastra un extraño molusco, de enormes proporciones, al que todos se quedan mirando en la arena. Para los espectadores del resto del mundo no dice mucho, pero en Italia nadie duda de que Fellini hace alusión al hecho que concitó la atención de todo el país siete años antes.

Comienza el enigma

Wilma Montesi tenía 21 años el 9 de abril de 1953 cuando salió de su departamento. Vivía en Roma con sus padres y sus hermanos. La encargada del edificio la vio salir. No llevaba dinero ni documentos. Tampoco se había arreglado. A las 22.30, como no había regresado, su padre Rodolfo decidió hacer la denuncia. Wanda, hermana mayor de la joven, sostuvo que si se había ido de forma tan intempestiva sería porque estaba apurada, quizás por algún llamado telefónico.

Las miradas se concentraron en Angelo Giuliani, el novio de Wilma. Era policía y estaba en un destacamento de Potenza, en el sur de Italia. Rodolfo Montesi lo llamó a primera hora del 10 de abril. Este no sabía nada y el día anterior había recibido una carta de Wilma que formaba parte de su correspondencia habitual. La hipótesis del suicidio tomó fuerza.

Giuliani viajó de urgencia a Roma. Al día siguiente, sábado 11 de abril, un cuerpo de mujer apareció en la playa de Torvaianica, a unos 40 kilómetros de Roma. Un albañil que circulaba en bicicleta fue quien halló el cadáver. Dos años después, el corresponsal en Europa de El Espectador de Colombia reconstruyó los pormenores del caso en una serie de notas. Al describir el hallazgo, anotó que, según lo contado por el albañil a la policía, el cuerpo estaba “en posición casi paralela a la orilla” y que le faltaban “la falda, los zapatos y las medias”. Un médico forense estableció que había muerto ahogada en algún momento de las 18 horas anteriores y que no había estado mucho tiempo en el agua. El domingo 12, Rodolfo Montesi y Angelo Giuliani vieron el cuerpo: era Wilma.

La investigación de esas horas marcó que Wima tenía una buena relación con su familia y con su prometido. ¿Cómo había llegado hasta esa playa? Algo era seguro: tuvo que haber viajado en tren. Y allí comenzaron las dudas, porque la encargada aseguró que había ido a las 17, mientras que Rodolfo Montesi declaró que había salido a las 17.30. El tren salió ese 9 de abril a las 17.30 y una pasajera reconoció a Wilma en un vagón. Era una funcionaria del Ministerio de Defensa que se presentó a declarar al ver la foto de Wilma en los diarios. Esa testigo dijo que la joven había viajado sin acompañante en el mismo compartimento. No habló con nadie, tampoco se le acercó persona alguna en el viaje, y bajó en Ostia, localidad en la que los Montesi no tenían ningún conocido.

Un escándalo que crece

La autopsia estableció que Wilma había muerto el 9 de abril entre las cuatro y las seis horas posteriores a su última comida, que había sido a las 14.30. O sea, que murió entre las 18.30 y las 20.30. 

La muerte había sido por ahogamiento y Wilma estaba en fase postmenstrual inmediata, así que tenía mayor sensibilidad al agua fría. Había arena en los pulmones y en los intestinos, pero porque la asfixia fue cerca de la orilla, donde había granos de arena mezclados en el agua. Sin embargo, era arena de un lugar distinto al del hallazgo del cuerpo

Se detectaron pequeños hematomas en el muslo derecho y la pierna izquierda, que serían previos a la muerte, y se estableció que Wilma pudo haber sufrido un desmayo mientras se mojaba los pies en la playa. Además, había muerto virgen.

Wanda Montesi declaró que la mañana del 9 abril su hermana la había invitado a tomar un baño de pies en Ostia por una irritación en los talones. Afirmó que no fue porque prefirió ir al cine. Esta declaración echó por tierra la hipótesis del suicidio en una joven que no sabía nadar. Lo que no quedaba claro era por qué Wilma se había quitado la falda si apenas iba a mojarse los pies. Eso reforzaba la sospecha de un homicidio por parte de un abusador, a lo que se sumaba la falta de la falda, las medias y los zapatos, además de la cartera de Wilma. Los hematomas en las piernas reforzaron esa idea, pese a que la autopsia había probado la inexistencia de un abuso. Para la Policía se trataba de un accidente.

Entonces, el caso tomó otra dimensión, hasta convertirse en el tema de la década en Italia. Un vespertino napolitano, Il Roma, se hizo eco y lanzó una bomba: las prendas desaparecidas de Wilma habían sido destruidas por la policía de Roma. Según el diario, quien llevó esos efectos personales a la central de policía era Piero Piccioni, un compositor de bandas de sonido para cine. Tenía 31 años y, de acuerdo con Il Roma, se lo había visto en Ostia en marzo en compañía de Wilma, en un auto atascado en la playa. Era hijo de Attilio Piccioni, hombre fuerte de la Democracia Cristiana y, en ese momento, viceprimer ministro de Italia. A fines de mayo, el periodisita Marco Cesarini Sforza también apuntó contra Piccioni hijo en un artículo de la revista Vie Nuove, vinculada al Partido Comunista, que rechazó esa nota. Querellado por Piccioni, el periodista (que apuntó como fuente al entorno del primer ministro Alcide De Gasperi) se retractó.

Wilma Montesi: su muerte todavía es un enigma.

Acto seguido, se presentó a declarar un mecánico de Ostia, que dijo haber sacado el auto de la arena en el que había una joven parecida a Montesi. Mientras, la Policía decía que una vendedora de diarios había visto a Wilma el 9 de abril comprando una tarjeta postal en un puesto para enviar a Potenza, donde estaba su novio. Giuliani nunca recibió la tarjeta y el puesto estaba a tres kilómetros de Ostia.

El mensuario Actualidad sacó un artículo en el que se afirmó que Wilma fue asesinada en una orgía con drogas y que el cuerpo fue llevado a la playa, garantizándose luego el encubrimiento policial. Decía también que el responsable era un músico que era hijo de un prominente político. Sin dar el nombre se apuntaba a Piero Piccioni. El autor de la nota, Silvano Muto, se desdijo de lo escrito y fue llevado a juicio por difamación. Pero ante el juez volvió sobre sus pasos, dio nombres y aseguró que  Wilma había sido vista en una fiesta en Capocotta, cerca de donde había aparecido muerta. Una de las supuestas asistentes, mencionada por Muto, fue citada a declarar y lo negó. Pero otra mujer nombrada por el periodista declaró en febrero de 1954 y cambió todo.

Piccioni y Montagna

Ana María Caglio era amante de uno de los personajes del jet set de la época, Ugo Montagna, marqués de San Bartolomé. Caglio no conoció a Wilma, pero por las fotos creyó reconocer en ella a la joven que vio junto a Montagna en enero de 1953, en la puerta de un departamento del noble, lo cual derivó en una escena de celos. Dos días antes de la desaparición de Wilma, Caglio fue a Milán y volvió el 10 de abril. Encontró a un Montagna hecho una montaña de nervios y aseguró que esa noche hubo una llamada del joven Piccioni. “Es un pobre muchacho que se metió en un lío”, aseguró que se limitó a decirle el marqués, que partió a Roma, citado por Piccioni de urgencia.

Montagna y Caglio rompieron su vínculo por el artículo de Muto. Despechada, afirmó que el marqués había ayudado a encubrir la muerte de Montesi y que en una discusión él usó una frase perturbadora: “Si no te portás bien te arrojo al mar”.

Caglio partió rumbo a Milán y dejó a su ama de llaves una carta decomisada por las autoridades. Había dejado la instrucción de entregarla al procurador de la República si moría. Reconoció su autoría: acusaba a Montagna de explotar mujeres y estar metido en el negocio de las drogas; y apuntaba a Piccioni como asesino de Montesi.

Montagna y Piccioni fueron citados ante la Justicia. El marqués negó todo, empezando por que fuera Montesi la joven con quien lo vio Caglio. También rechazó haber encubierto un homicidio. Piccioni declaró que estuvo fuera de Roma al momento de la desaparición de Wilma y ofreció testigos. Para marzo de 1954 el caso fue archivado.

Sin embargo, se sumaban datos inquietantes. Uno fue la declaración de la pareja de Andrea Busaccia, la otra mujer mencionada por Muto como asistente a las fiestas de Montagna. El hombre declaró que ella tuvo una pesadilla en la que gritaba “¡No quiero ahogarme! ¡No quiero morir de la misma manera!” Otro, fue el intento de suicidio de una mujer vinculada a las drogas y la trata, Corinna Versolato, que tenía en un papel los teléfonos de Montagna y Piccioni. Teléfonos que no figuraban en la guía. Además, en su habitación había un recorte de diario sobre el caso Montesi.

Un anónimo reactivó la investigación. Lo firmaba una tal Gianna La Rossa, quien había dejado la misiva, fechada el 16 de mayo de 1953, en manos de un cura de Traversetolo. Acusaba a Piccioni por la muerte de Wilma. La policía reparó en el dato de que para mayo del '53 aún no había salido el nombre de Piccioni, que fue vinculado al caso por Caglio en octubre. Y se sumó lo que faltaba, una personalidad del espectáculo, que había trabajado en Hollywood a las órdenes de Alfred Hitchcock y actuado con Orson Welles en El tercer hombre: Alida Valli.

La actriz, pareja de Piccioni, habló a los gritos con este en una llamada de larga distancia desde Venecia, delante de testigos que la oyeron gritar cosas como “¿qué fue lo que te pasó con esa muchacha?”. L´Unità, diario del Partido Comunista, reveló que la llamada fue a fines de abril del '53. Valli lo negó, pero se constató que la comunicación existió. Además, dijo que lo llamó para hablar sobre rumores que la prensa había esparcido sobre un inminente casamiento de ambos. Rumores que, en rigor, no se habían publicado aún. 

La investigación toma impulso

El escándalo hizo que se volviera a foja cero y se ordenó una segunda autopsia, mientras un nuevo juez, Rafaelle Sepe, constataba que Wilma había salido de su casa a las 17.15 y que la testigo del tren no vio a la joven sino a otra chica. La diligencia judicial concluyó que Wilma no estuvo en el tren de las 17.30.

La segunda autopsia concluyó que Montesi había muerto 18 horas antes de la primera necropsia, que se había hecho a las 9 de la mañana del 11 de abril del '53. O sea que murió un día después de haber salido de su casa. Y que no falleció en la playa: el esmalte de las uñas estaba intacto y no hubiera resistido tanto tiempo el agua de mar, además de que el cuerpo no tenía ni picaduras ni mordiscos. 

La conclusión era que se había ahogado a medio metro de profundidad. No había lesiones físicas, aparte de los hematomas y se volvió a descartar una violación. Sepe también desechó el accidente y el suicidio como hipótesis cuando los forenses repararon en el tamaño pequeño del corazón, que podría haber sufrido un paro por consumo de drogas. Wilma Montesi había pasado por un estado de inconsciencia en los momentos previos a su muerte. 

El juez caratuló la causa como homicidio culposo. Y consideró que los hematomas eran golpes sufridos mientras el cuerpo era llevado por al menos dos personas desde un auto hasta la playa.

Alida Valli: la actriz fue la coartada de Piccioni. AFP

S

Sepe se centró en la víctima y su familia. La encargada había dicho que Wilma se fue en tren a las 17.30 en base a una sugerencia de los Montesi. Wilma usaba una cartera de 80 mil liras, cuando su padre carpintero cobraba un jornal de 1.500. Salía de su casa todos los días desde que su novio había sido enviado a Potenza y hablaba mucho por teléfono. Su hermana había dicho que si salió rápido el 9 de abril fue por una llamada.

En eso se mencionó al príncipe DAssia, con quien Wilma habría estado en su auto la tarde del 9 de abril. El noble lo negó y tampoco dio el nombre de la chica que lo acompañaba, mientras se comprobaba que esa tarde había estado en Capocotta. El círculo se cerraba sobre Piccioni y Montagna.

El compositor fue identificado por segunda vez por el mecánico que había sacado su auto de la arena un mes antes de la muerte de Montesi y que dijo que la joven estaba con Piccioni ese día en la playa. Si así era, quedaba en entredicho el testimonio de la familia de Wilma, que juraba que ella no se iba de casa hasta tarde.

A esto se sumó la declaración de quienes vieron el cuerpo recién hallado. Esos testigos admitieron haber visto a Wilma el día anterior a bordo de un auto lujoso. El juez hizo un careo entre Montagna y su examante, Ana María Caglio. Dio por cierto el testimonio de ella. A su vez, Alida Valli admitió haber hablado con Piccioni desde Venecia en los días posteriores al 9 de abril. El escándalo rompió su noviazgo. 

Piccioni había alegado que estuvo fuera de Roma hasta el 10 de abril y que a su regreso ese día, el del crimen, una amigdalitis lo dejó en cama. Presentó una receta médica que fue sometida a estudio grafológico. Los peritos concluyeron que la fecha había sido adulterada. Y no se pudo comprobar que el músico se hubiera hecho un análisis de orina, como adujo.

Todos a juicio

El juez estableció que Montagna, en una casa de Capocotta, organizaba fiestas para sus amigos poderosos. Y también certificó que la policía había escondido y luego destruido prendas de la joven. Prendas que habrían sido facilitadas por Piero Piccioni. A esto se agregó una sospecha truculenta: que la familia de Wilma estuviese al tanto de la puesta en escena, supiera desde antes el destino de esas ropas, y mantuviese su tesis de que la chica salió apurada y sin arreglarse. Confrontados los testigos que vieron el cuerpo en la playa, afirmaron que no recordaban haber visto las ropas conservadas, que por cierto eran viejas y no habían estado en contacto con agua de mar.

Ante estos nuevos datos, las miradas apuntaron a Saverio Polito, primer instructor del caso, que sostuvo que Montesi se había ahogado por accidente al ir a mojarse los pies a la playa. Fue acusado de encubrir a Piccioni y se reveló que tenía una amistad de larga data con Montagna.

Juicio por la muerte de Montesi: a la izquierda, Piero Piccioni; a la derecha, Ugo Montagna. En el medio, Saverio Polito, el primer instructor del caso. 

En septiembre de 1954, Attilio Piccioni renunció como canciller de Italia, mientras su hijo era encausado por el crimen junto a Montagna. En enero de 1957 comenzó en Venecia el juicio contra ambos y contra Polito, acusado de encubrimiento. Este sostuvo la tesis del accidente, mientras Montagna negó haber conocido a la víctima. Alida Valli declaró en favor de Piccioni y dijo que estuvieron juntos hasta el 9 de abril, cuando él fue a hacer la consulta por amigdalitis. El juicio llevó al estrado como testigos a personalidades de la aristocracia y el jet set de Italia.

El 28 de mayo de 1957, Piccioni y Montagna fueron absueltos por falta de pruebas, lo cual también derivó en la libertad de Polito. Silvano Muto, el periodista que apuntó contra el músico y el marqués, fue condenado a dos años de cárcel por difamación, lo mismo que Ana María Caglio.

Para entonces, y mientras Fellini bosquejaba La dolce vita, ya había dejado Italia el corresponsal de El Espectador de Colombia, que como nunca antes se había aproximado a la crónica policial en su carrera. Gabriel García Márquez relató los pormenores del caso hasta la elevación a juicio. No faltan los críticos que aseguran que ese reportaje, titulado El escándalo del siglo, sirvió como base para la estructura de Crónica de una muerte anunciada.

Piero Piccioni no hizo demasiados esfuerzos por limpiar su nombre, más allá de querellas contra periodistas. Siguió componiendo música para cine hasta fines de los década del '90. Murió en 2004 a los 82 años. Colaboró con directores como Francesco Rosi, para quien escribió la banda sonora de varias películas. Rosi y Piccioni quizás nunca leyeron El escándalo del siglo (compilado en libro en De Europa y América, en 1983) ni su posible influencia en una novela aparecida en 1981. Quizás por ello el director no asoció al Nobel colombiano con el caso Montesi cuando compró los derechos de Crónica de una muerte anunciada, en 1987, y llamó a Piccioni para encargarle la música. 

https://www.pagina12.com.ar/400150-la-dolce-vita-garcia-marquez-y-la-misteriosa-muerte-de-una-j


El caso Montesi, 70 años después

12 de abril de 2023

Después de 70 años, el caso Montesi todavía nos persigue. La misteriosa muerte de la hija de 21 años de un carpintero, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado en la playa de Torvaianica, a 38 km de Roma, el 11 de abril de 1953, todavía despierta gran interés. Esto no solo se debe a que el caso Wilma Montesi sigue sin resolverse, sino también a que desató un escándalo político y mediático sin precedentes. Cuando estaba investigando para mi libro sobre este caso y su contexto sociocultural ( Dolce Vita: Sex, Power, and Politics in the Italy of the Montesi Case , Rizzoli 2012), hablé con no menos de cuatro autores de libros anteriores sobre el tema, entre ellos Angelo Frignani, que había cubierto el asunto como un joven reportero para Il Tempo , y Wayland Young, un periodista británico que había cubierto los eventos en ese momento y luego escribió un libro sobre el escándalo Profumo, que sacudió al liderazgo del Partido Conservador unos años más tarde. Más recientemente, se han publicado dos libros más, además del volumen de cartas escritas por Leone Piccioni a su hermano Piero tras su arresto en relación con la muerte de la niña. Cada autor ha presentado su propia perspectiva sobre el caso, y algunos también se han centrado en los escándalos mediáticos que provocó, las implicaciones políticas de la investigación, el submundo corrupto romano que salió a la luz durante la investigación y el papel que el asunto desempeñó en la configuración de la imagen de la dolce vita romana.

Los hechos que subyacen al caso son bastante simples. El 9 de abril, a las 17:30, Wilma Montesi salió de su casa, un apartamento en un gran edificio de apartamentos de la década de 1920 en Via Tagliamento en Roma. Les había dicho a su madre y hermana que no quería ir con ellas al cine a ver La carroza dorada (una película de Jean Renoir sobre una compañía itinerante de comediantes en el Perú del siglo XVIII) porque no le gustaba la actriz principal, Anna Magnani. Sugirió que, en cambio, dieran un paseo. La próxima vez que algún familiar la viera sería para su identificación en la morgue. Su cuerpo semidesnudo había sido encontrado en la playa la madrugada del 11 de abril por un joven trabajador y había permanecido allí todo el día durante la investigación, antes de ser trasladado a Roma. ¿Cómo había acabado allí y cómo se había ahogado? Desesperada, la familia de la joven inicialmente consideró el suicidio, pero luego se basó en la hipótesis de que había tomado el tren a Ostia para remojar los pies en el agua y aliviar una irritación de la piel. Allí, concluyeron, debió de enfermarse y caer al mar. Arrastrado por la corriente a lo largo de la costa, su cuerpo habría aparecido en la playa de Torvaianica.

El caso atrajo rápidamente la atención de varias personas que afirmaron haber visto o conocido a Wilma. Un testigo afirmó haberla visto en el tren a Ostia; otro afirmó que había viajado allí con un hombre; y otro más la acusó de estar involucrada en el narcotráfico. Lo que convirtió el caso en un asunto de interés nacional fue la insinuación velada, publicada en un periódico satírico de derecha, de que el hijo del destacado político demócrata cristiano Attilio Piccioni tenía algo que ver con la muerte de la niña. Esta hipótesis solo cobró fuerza cuando fue sorprendentemente apoyada por una joven llamada Anna Maria Moneta Caglio, quien había dejado a su adinerada familia en Milán por Roma, donde se había convertido en amante de Ugo Montagna, un empresario y agente inmobiliario siciliano con conexiones influyentes. Caglio estaba convencida de que Montagna estaba involucrado en actividades ilícitas y de que él y su amigo Piero Piccioni eran responsables de la muerte de Wilma Montesi. Sus audaces acusaciones y su cautivadora personalidad le granjearon la simpatía del público y los medios de comunicación, quienes la apodaron "el cisne negro". Tras fracasar en su intento de alcanzar el éxito artístico, se convirtió en la estrella del caso y era seguida a todas partes por fotógrafos, aún no conocidos como paparazzi. El problema era que Caglio carecía de pruebas sólidas que aportar, como quedó claro durante el juicio de Piccioni y Montagna, celebrado en Venecia en 1957. Su absolución apaciguó el escándalo mediático, pero dejó el misterio sin resolver.

No cabe duda de que el caso fue manipulado con fines políticos. En este sentido, se ha señalado correctamente a la facción Fanfani de la Democracia Cristiana. Attilio Piccioni, quien había sido vicepresidente del Consejo de Ministros y se convertiría en ministro de Asuntos Exteriores en enero de 1954, pertenecía a la generación anterior que bloqueó el camino de políticos jóvenes y ambiciosos, quienes aspiraban a tomar el control del partido mientras la estrella de Alcide De Gasperi se apagaba. El veterano primer ministro no había logrado activar la llamada "ley de fraude" en las elecciones de 1953 y dimitió del gobierno y de la dirección del partido en el verano de 1954. Las insinuaciones en la prensa satírica, seguidas de especulaciones más explícitas en un periódico comunista, sobre la implicación de Piccioni Jr., pusieron fin a la carrera de su padre. Piccioni Jr. era un blanco fácil: músico de jazz con contactos en el mundo del cine, había seguido su propio camino y, para algunos, parecía la oveja negra de una familia extremadamente respetable. Su amistad con Montagna, un intermediario acostumbrado a ganarse la confianza de los hijos de los poderosos, era sospechosa, y corrían rumores de su adicción a las drogas. Caglio reveló que Piccioni tenía un piso cerca de Via Tagliamento. Su relación con la actriz Alida Valli, exesposa de su amigo y colega músico Oscar De Mejo, era duramente criticada por su padre. Aunque no existían pruebas de que hubiera conocido a Wilma Montesi, sus intentos de exonerarse fueron débiles y poco convincentes.

El escándalo reveló una serie de mundos ocultos que previamente habían permanecido ocultos a la vista del público. El narcotráfico en Italia era limitado en aquel entonces, pero lo suficientemente grande como para generar preocupación internacional, en particular por la participación de dos mafiosos italoamericanos extraditados, Lucky Luciano y Frank Coppola. Montagna fue acusado por Caglio de participar en el tráfico ilícito, y muchos de los personajes cuestionables que se presentaron como testigos afirmaron que Wilma había sido una mula de drogas. Un mundo bohemio de artistas y modelos emergió después de que una testigo, una joven perturbada llamada Adriana Bisaccia, afirmara haber visto a Wilma en una orgía. La imagen de la orgía tuvo un gran impacto en la época: la idea de hombres poderosos que atraían a mujeres jóvenes y las explotaban sexualmente excitó la imaginación del público y moldeó la percepción de las supuestas reuniones en el pabellón de caza de Capocotta, donde Montagna invitaba a sus influyentes amigos. A partir de ahí, se extendió la creencia de que los poderosos eran profundamente corruptos. La pasión de la posguerra por la información policial fue producto de una sociedad que había perdido parte de su equilibrio en la transición de la dictadura a la democracia y de la guerra a la paz. El crimen ofrecía entonces historias convincentes para compartir en un contexto de cinismo y desafección generalizados. La pintoresca galería de mentirosos e ilusos que se presentaron como testigos, contando historias más o menos plausibles, atestigua hasta qué punto la imaginación se confundía con la realidad. La competencia entre periódicos y revistas por las noticias exclusivas ofreció a los oportunistas la oportunidad de disfrutar de la fama. La avalancha de testimonios poco fiables fue resultado de la superposición de la práctica de la denuncia, generalizada durante la dictadura, con la búsqueda de notoriedad y riqueza, que floreció en los años inmediatamente posteriores.

Wilma Montesi

Las autoridades investigadoras no salieron del caso con buenos ojos. Sus acciones parecieron estar guiadas desde el principio por prejuicios y estereotipos. La decisión sospechosamente precipitada de archivar el caso solo sirvió para avivar la ira de quienes creían que un estado oculto, compuesto en parte por hombres que habían estado en el poder desde la era fascista, trabajaba para asegurar que ninguno de los acusados ​​rindiera cuentas. Una vez que el caso fue entregado al magistrado Raffaele Sepe, surgieron nuevas esperanzas de que los hechos finalmente se revelaran. Pero a pesar del apoyo público, Sepe no logró encontrar pruebas suficientes para lograr una condena y derrotar a una poderosa red que se había movilizado para exonerar a los acusados ​​de alto nivel.

El caso fue una tragedia para la familia Montesi: una familia modesta y bastante reservada de la región de Marche, conmocionada por un terrible suceso. La investigación y la cobertura mediática agravaron aún más la situación, poniendo en duda la reputación de Wilma y, en consecuencia, la respetabilidad de la familia. El firme apego de la familia a la improbable historia del pediluvio en Ostia se debía a su negativa a creer que un hombre hubiera atacado a Wilma y causado su muerte. Su insistencia en que se registrara la fecha de su muerte como el 9 de abril (día de su desaparición) en lugar del 11 (día del hallazgo de su cuerpo) demostraba que reafirmar la pureza de Wilma era más importante para ellos que descubrir qué le había sucedido realmente. En su esfuerzo por acallar la historia, la familia rompió relaciones con el prometido de Wilma, un policía destinado en Potenza, quien se mostraba escéptico ante las diferentes versiones de los hechos y quería realizar su propia investigación. También hubo una ruptura temporal con Giuseppe, el hermano menor de su padre, un mujeriego al que se le había prohibido ver a Wilma y a su hermana, y cuya coartada poco fiable lo convertía en sospechoso. Cinéfilos ávidos, los Montesi solo sucumbieron a la tentación de la fama una vez, cuando aceptaron participar en una película sobre el caso que nunca se completó. Nunca compartieron con terceros las dudas que pudieran tener: incluso décadas después, la hermana y el hermano de Wilma se negaron a hablar del caso, como descubrí al intentar contactarlos.

Aunque a menor escala, también fue una tragedia para la familia Piccioni, que cerró filas ante las acusaciones. Los hermanos de Piero sin duda conocían sus dudosas amistades, pero su hermano Leone mantuvo incansablemente su inocencia. Cuando Piero fue encarcelado en la prisión de Regina Coeli, tras su arresto por orden de Sepe, Leone le escribió con tanta asiduidad que Piero le rogó que redujera la frecuencia de sus cartas. Publicadas por primera vez en 2018 bajo el título Lungara 29: el "caso Montesi" en cartas a Piero , las cartas dan la impresión de que Piero contaba con el apoyo moral no solo de su familia inmediata, sino también de un nutrido grupo de amigos de su misma ideología política y clase social: era culpable, argumentaban, solo de ser hijo de Attilio Piccioni y una músico de jazz. Las cartas ofrecen solo algunos indicios de que Piero era un hombre que cultivaba amistades femeninas fuera de su círculo íntimo, como cuando Leone le trae saludos de una chica estadounidense. Curiosamente, Leone comparte con él cierto placer en atormentar a las jóvenes de las familias de sus amigos, como una —descrita como «bastante eléctrica y excitada»— a quien unos amigos invitan a una fiesta inexistente. Aunque apenas podía saberlo, Leone escribió al editor de Europeo para afirmar con orgullo que Piero «no sabe lo que son las intoxicaciones, los narcóticos ni los cigarrillos de marihuana». No se menciona ni una palabra sobre su amistad con el intermediario Montagna ni su apartamento secreto. Ninguna expresión de compasión por la familia Montesi llegó jamás de Piero, Leone ni ningún otro miembro del clan Piccioni.

¿Qué clase de chica era Wilma Montesi? Para su familia, era una joven reservada que simplemente ansiaba casarse con Giuliani. Había recibido una educación mínima y estaba desempleada; su mundo giraba completamente en torno a su familia, que incluía a varios parientes que vivían cerca. Era un modelo de pureza y discreción, cuya muerte fue consecuencia de un extraño accidente. Esta imagen optimista fue desmentida por testigos que afirmaron haber escuchado numerosas discusiones en el apartamento y por el hecho de que solía salir sola alrededor de las 17:30, incluido el día de su desaparición. Su apariencia había cambiado recientemente: se había comprado ropa más elegante y había empezado a fumar. Su aversión por Anna Magnani sugiere que se sentía atraída por los sueños de la alta sociedad. Ya no consideraba casarse con Giuliani, un hombre al que apenas conocía y con quien nunca había tenido relaciones sexuales, ni mudarse a Potenza. Como muchas chicas de la época, anhelaba una mayor independencia, pero tenía pocos medios para lograrla. Era consciente de los peligros (un vehículo la había seguido mientras caminaba por Via Tagliamento), pero no fueron suficientes para disuadirla. ¿La habrían convencido a la ingenua Wilma conocidos o desconocidos para participar en alguna actividad ilícita, o simplemente había conocido a un hombre que le gustaba más que su novio?

Piero Piccioni, Saverio Polito y Ugo Montagna durante los Juicios de Venecia.

En su libro Virginidad y poder: el caso Montesi y las nuevas investigaciones (2015), Pasquale Ragone argumenta que las conspiraciones más amplias en torno al caso distrajeron la atención de asuntos más mundanos. La clave del caso, argumenta Ragone, reside en la ropa que Wilma llevaba puesta al salir de casa y en la que llevaba puesta cuando fue encontrada. Aún llevaba chaqueta, pero le faltaban la falda y el liguero, un hecho que dio lugar a mucha especulación vulgar en aquel momento. Suponiendo que las prendas de vestir examinadas durante la investigación fueran suyas, Ragone concluye que Wilma salió del apartamento familiar sin estar preparada para lo que creía que sería una breve salida. Su gran mérito reside en haber redescubierto, gracias a la ayuda de diligentes archivistas, los documentos recopilados durante la investigación de Sepe en el Archivo Estatal de Roma, mientras que otros autores, incluido yo, hemos intentado encontrarlos sin éxito. Basándose en las detalladas descripciones de la ropa contenidas en estos documentos, Ragone cree probable que Wilma tuviera una cita con un hombre casado de alto rango social, con quien recientemente había entablado amistad. El hombre la había llevado a Torvaianica, donde tenía acceso a una propiedad, e intentó forzarla a tener relaciones sexuales. Wilma, quien padecía una cardiopatía no diagnosticada que se identificaría mediante la autopsia, se alarmó y se desplomó. En ese momento, el hombre entró en pánico y abandonó su cuerpo en la orilla.

Esta podría ser una hipótesis entre muchas, pero Ragone encontró evidencia en los documentos de Sepe de una lista de posibles candidatos cuyos nombres nunca se examinaron a fondo porque el foco se había desplazado hacia una conspiración mayor. ¿Es esta, entonces, la verdadera cara del caso Montesi: una historia banal que, a través de una serie de factores determinantes y accidentales, se vio envuelta en intrigas más amplias que involucraban la política, el poder y el submundo romano? Es posible, quizás incluso probable, pero lo que falta en esta reconstrucción es qué cambió la vida de Wilma en sus últimas semanas. ¿Cómo conoció al hombre que, como se ha especulado, la había atraído a la situación que la llevó a la muerte? Como comenté en mi libro, Wayland Young había formado la idea, basándose en su experiencia como reportero extranjero en Roma, de que Wilma había estado involucrada en una red de acompañantes. Había un tipo de chica en Roma en esa época que ofrecía compañía en las mesas de los cafés, pero no favores sexuales. La inocencia —real o presunta— de estas chicas tuvo un valor económico mientras duró. ¿Pudo Piero Piccioni haber sido uno de los hombres que la conocieron en un bar o cafetería? El libro más reciente sobre el caso, Non mi piace i film di Anna Magnani: il caso Wilma Montesi di Mario Pacelli (2019), vuelve al desenlace del juicio de Venecia. Resulta sorprendente, explica la autora, que el juez aceptara la dudosa coartada de Piccioni y estableciera su inocencia no por falta de pruebas, sino porque no había cometido el delito del que se le acusaba. Nadie quiso cuestionar una coartada basada en un certificado médico falsificado, ya que los hechos relativos a los movimientos de Piero y su enfermedad estaban respaldados por el testimonio de Alida Valli, a pesar de que esta había terminado su relación con el acusado hacía tiempo, en 1957.

El escándalo Montesi ha conservado su fascinación por ser el primer gran misterio sin resolver de la posguerra. Muchos de sus aspectos permanecerán siempre en la oscuridad, como el secuestro y asesinato de Aldo Moro, el atentado en la estación de tren de Bolonia y el accidente del vuelo 870 de Itavia cerca de la isla de Ustica. También fue un caso que moldeó las ideas sobre género y clase: aunque cada uno de estos episodios es diferente, un hilo conductor conecta el escándalo Montesi con la masacre del Circeo, el asesinato de Via Poma y otros casos de mujeres jóvenes de bajos recursos que encontrarían una muerte prematura. En cada caso, las víctimas fueron desestimadas por hombres que creían poder usarlas y luego deshacerse de ellas con impunidad.

Traducción de Michele Maiolani.

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