Guy Debord, pensador estratégico, aventurero, escritor y cineasta francés, nació en 1931 y se quitó la vida en 1994, cuando estaba a punto de cumplir 63 años, con un disparo en el corazón. En 1958, fundó la organización revolucionaria Internacional Situacionista y la revista del mismo nombre y carácter, que dirigió hasta su autodisolución en 1972. Entre sus libros destaca La sociedad del espectáculo (1967), 221 tesis dirigidas frontalmente contra el reinado autocrático de la demencia económica y las nuevas técnicas de gobierno que lo refuerzan de formas diversas (urbanismo, ideología, cultura, etc.). Panegírico es un artefacto bicéfalo, un mosaico que guarda un enigma. En su Tomo primero (1989) encontramos unas memorias escritas a modo de autorretrato a la deriva y sin concesiones a lo que el buen tono de nuestra época admite como válido. El Tomo segundo (1997) contiene una serie de pruebas iconográficas, una red de referencias cuidadosamente tejida: el trazado laberíntico de una vida. Esta primera edición conjunta en castellano incluye un texto introductorio del escritor norteamericano Greil Marcus, autor del celebrado y polémico Rastros de carmín.
"(...) resulta absolutamente subversivo porque en verdad no existe nada tan subversivo como la sinceridad." Xavier Cervantes,ROCKDELUX
"(...) en este autorretrato de Guy Debord tan visibles como las pasiones que conformaron sus rasgos son sus desprecios absolutos (…) exponiendo su vida como el reverso de la no-vida falsificada y sometida a los dictados de la época (…) aparece con la pretensión de ser un hombre sin contemporáneos y, lo que sí es cierto, más cercano a los ámbitos marginales que a los círculos académicos que siempre desdeñó, siendo objeto más de informes policiales que de tesis." David Cortés, ARCHIPIÉLAGO
"En Panegírico (...) Debord despliega un perfil "excelente" de su persona basado en el repaso de todos sus "vicios", de los que decía "no poder tener uno solo" ni poder vivirlos con medida (…) Su imagen se recorta en negro sobre un mundo que ya no arde en el fuego de las barricadas, sino en el de las vanidades." LA VANGUARDIA (noviembre 2000)
"(...) resulta absolutamente subversivo porque en verdad no existe nada tan subversivo como la sinceridad." Xavier Cervantes,ROCKDELUX
"En Panegírico (...) Debord despliega un perfil "excelente" de su persona basado en el repaso de todos sus "vicios", de los que decía "no poder tener uno solo" ni poder vivirlos con medida (…) Su imagen se recorta en negro sobre un mundo que ya no arde en el fuego de las barricadas, sino en el de las vanidades." LA VANGUARDIA (noviembre 2000)
Reseñas, ecos:
- Panegírico en Paperblog,
- Reseña en Horitzons Inesperats,
- "El hombre que hizo bailar París", en soitu.es,
Panegírico
Tomo primero (extractos)
Guy Debord
La versión original de este documento fue publicada en francés por Gallimard en 1993. Los extractos recopilados en este documento corresponden a la traducción castellana de Tomás González López y Amador Fernández-Savater: Panegírico, Madrid, Acuarela Libros, 1999, acuarela@get.es
En toda mi vida, no he visto más que tiempos de desorden, desgarros extremos en la sociedad e inmensas destrucciones; yo he participado en esos desórdenes. Tales circunstancias bastarían si duda para impedir que el más transparente de mis actos o de mis juicios obtuviera alguna vez aprobación universal. Pero muchos de ellos, así lo creo yo, pueden haber sido mal comprendidos. [I]
* * *
Mi método será muy sencillo. Hablaré de lo que he amado; y lo demás, bajo esta luz, se mostrará y se hará suficientemente comprensible. [I]
* * *
Nuestras únicas manifestaciones, escasas y breves en los primeros años, querían ser completamente inaceptables; al principio sobre todo por su forma y más tarde, ahondando en sí mismas, sobre todo por su contenido. No fueron aceptadas. "La destrucción fue mi Beatriz", escribía Mallarmé, que fue, él mismo, guía de algunos otros en exploraciones bastante peligrosas. Para quien se dedica únicamente a hacer tales manifestaciones históricas, y rechaza pues el trabajo existente en cualquier sitio, es muy cierto que debe saber vivir a salto de mata. Más adelante trataré esta cuestión de manera más detallada. Limitándome aquí a exponer el asunto en su más amplia generalidad, diré que siempre me he conformado con dar la vaga impresión de que yo poseía grandes cualidades intelectuales, y también artísticas, de las cuales había preferido privar a mi época, que no me parecía merecedora de su empleo. Siempre ha habido personas para lamentar esta negativa mía y, paradójicamente, para ayudarme a mantenerla. Si esto ha salido bien se debe a que nunca he acudido en busca de nadie, a ningún lugar. Mi propio entorno lo han compuesto aquellos que se han acercado por sí mismos, y han sabido hacerse aceptar. Desconozco si algún otro se ha atrevido a comportarse en esta época como yo lo he hecho. También hay que reconocer que la degradación de todas las condiciones existentes surge precisamente en ese mismo momento, como si quisiera dar la razón a mi singular locura. [I]
* * *
En el barrio de perdición al que llegó mi juventud, como para acabar de instruirse, se diría que se habían dado cita los signos precursores de un próximo hundimiento de todo el edificio de la civilización. Allí siempre había personas a las que sólo era posible definir negativamente, por la sencilla razón de que carecían de oficio alguno, no realizaban ningún estudio y no practicaban ningún arte. Eran muchos los que habían participado en las guerras recientes, dentro de alguno de los distintos ejércitos que se habían disputado el continente: el alemán, el francés, el ruso, el ejército de los Estados Unidos, los ejércitos de los dos bandos españoles y muchos otros más. El resto, que eran unos cinco o seis años más jóvenes, había llegado allí directamente, porque había comenzado a disolverse la idea de familia, como todas las otras. Ninguna doctrina recibida moderaba la conducta de nadie; ni tampoco lograba introducir en su existencia un objetivo ilusorio. Diversas prácticas puntuales se hallaban siempre listas para exponer, a la luz de la evidencia, su tranquila defensa. El nihilismo es tajante para moralizar en cuanto le roza la idea de justificarse: uno robaba bancos y se vanagloriaba de no robar a los pobres, y otro nunca había matado a nadie cuando no estaba encolerizado. A pesar de toda esa elocuencia disponible, era gente de lo más imprevisible de un momento para otro, y a veces bastante peligrosa. Es el hecho de haber pasado por un ambiente así lo que, más tarde, me ha permitido decir algunas veces con el mismo orgullo que el demagogo de Los Caballeros de Aristófanes: "¡yo también me he criado en la vía pública!".[II]
* * *
Después de las circunstancias que acabo de evocar, lo que sin duda alguna marcó mi vida entera fue el hábito de beber, que adquirí rápidamente. Los vinos, los licores y las cervezas, los momentos en que unos se imponían a otros o los momentos en que se repetían, fueron trazando el curso principal y los meandros de los días, de las semanas, de los años. Otras dos o tres pasiones, de las que hablaré, han ocupado casi continuamente un amplio espacio de esta vida. Pero beber ha sido la más constante y la más presente. Del escaso número de cosas que me han gustado y he sabido hacer bien, lo que seguramente he sabido hacer mejor es beber. Aunque he leído mucho, he bebido más. He escrito mucho menos que la mayoría de la gente que escribe; pero he bebido mucho más que la mayoría de la gente que bebe. Me puedo contar entre aquellos de los que Baltasar Gracián, pensando en un grupo de escogidos que identificaba sólo con los alemanes -siendo aquí muy injusto en detrimento de los franceses, como creo haber demostrado- podía decir: "Hay algunos que no se han emborrachado más que una sola vez, pero les ha durado toda la vida". [III]
* * *
Ni yo ni la gente que ha bebido conmigo nos hemos sentido avergonzados en ningún momento por nuestros excesos. Al "banquete de la vida", por lo menos ahí buenos convidados, nos habíamos sentado sin pensar un solo instante que todo lo que bebíamos con tanta prodigalidad no les iba a ser ulteriormente repuesto a aquellos que vendrían detrás de nosotros. En lo que alcanza la memoria del borracho, nunca se había imaginado que era posible ver desaparecer del mundo algunas bebidas antes de que lo hiciera el bebedor. [III]
* * *
Chateaubriand señalaba, al fin y al cabo con bastante exactitud: "De los autores franceses modernos de mi edad, soy asimismo el único cuya vida se parece a sus obras". En todo caso, yo desde luego he vivido como he dicho que había que vivir; y esto ha sido quizá aún más raro entre los de mi generación, que han parecido creer todos que debían vivir simplemente siguiendo las instrucciones de quienes detentan la producción económica actual y el poder de comunicación con el que se ha armado. Viví en Italia y en España, principalmente en Florencia y Sevilla -en Babilonia, como decían en el Siglo de Oro-, aunque también en otras ciudades aúun vivas, y hasta en el campo. De esa manera me gané unos cuantos años agradables. Mucho más tarde, cuando la marea de destrucciones, contaminaciones y falsificaciones alcanzó a toda la faz de la tierra y la hubo penetrado casi en toda su profundidad, pude volver a las ruinas que subsisten de París, porque para entonces ya no quedaba nada mejor en ninguna parte. En un mundo unificado, no es posible exiliarse. [IV]
* * *
Tengo una clase de espíritu que de entrada me lleva a asombrarme de ello, pero hay que reconocer que muchas experiencias de la vida no hacen más que corroborar e ilustrar las ideas más convencionales, que ya antes habíamos podido encontrar en numerosos libros, pero sin darles crédito. Evocando lo conocido por uno mismo, no hará falta, por tanto, buscar exhaustivamente aquella observación nunca realizada o la paradoja sorprendente. Así es como debo en verdad señalar, después de otros, que la policía inglesa me ha parecido la más suspicaz y la más educada; la francesa, la más peligrosamente entrenada en la interpretación histórica; la italiana, la más cínica; la belga, la más tosca; y la alemana, la más arrogante; y era la policía española la que todavía se mostraba menos racional y más incapaz. [V]
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Hay que reconocer que los que hemos podido hacer maravillas con la escritura, hemos dado a menudo menores pruebas de maestría en el mando de la guerra. Las penas y los sinsabores son en este terreno sin cuento. El capitán Vauvenargues, en la retirada de Praga, caminaba junto a las tropas lanzadas precipitadamente en la única dirección todavía abierta. "El hambre, el desorden, avanzan sobre sus huellas fugitivas; la noche envuelve sus pasos y la muerte les sigue en silencio... Fuegos encendidos sobre el hielo alumbran sus últimos momentos; la tierra es su temible lecho". A Gondi se le partió el corazón al ver cómo se volvía atrás, en el puente de Antony, el regimiento que acababa de reclutar; al oír nombrar aquella desbandada como la"Primera a los Corintios". Carlos de Orléans se hallaba a la cabeza de aquel infortunado ataque contra Azincourt, que fue acribillado a flechazos en todo su recorrido y finalmente roto, donde se pudo ver cómo "toda esa noble caballería e hidalguía de Francia que, respecto a los ingleses, eran unos diez contra uno, quedaba desarbolada"; tuvo que pasar veinticinco años cautivo en Inglaterra, y a su vuelta le gustaron poco los modales de la nueva generación ("El mundo se ha cansado de mí / y yo igualmente de él"). Y, lamentablemente, Tucídides llegó, con la escuadra que comandaba, unas cuantas horas tarde para impedir la caída de Anfípolis; sólo pudo paliar una de las numerosas consecuencias del desastre lanzado sobre Elión la infantería que llevaba embarcada, que salvó la plaza. Hasta el mismo teniente Von Clausewitz, con aquel hermoso ejército camino de Jena, se hallaba lejos de imaginar lo que allí vería. [VI]
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Aunque yo soy el ejemplo destacado de lo que esta época no quería, saber lo que ha querido no me parece tal vez bastante para dejar constancia de mi excelencia. Dice Swift, con mucha razón, en el primer capítulo de su Historia de los cuatro últimos años del reinado de la reina Ana: "Y no quiero en modo alguno mezclar el panegírico o la sátira con la historia, habida cuenta de que no tengo otra intención que la de informar a la posteridad e instruir a aquellos de mis contemporáneos que se hallen ignorantes o hayan sido inducidos a error. Porque los hechos relatados con exactitud son los que constituyen las mejores alabanzas y los más duraderos reproches". Nadie mejor que Shakespeare ha sabido cómo pasa la vida. Él considera que "nosotros estamos tejidos con la tela de la que están hechos los sueños". Calderón llegaba a la misma conclusión. Estoy al menos seguro de haber conseguido transmitir, con todo lo anterior, unos elementos de juicio suficientes para que se entienda con toda precisión, sin que pueda quedar lugar para ninguna clase de misterio o engaño, todo lo que yo soy. [VII]
Guy Debord, de la mala fama a la recuperación
03-01-2012
El deseo de refutar las opiniones vertidas sobre su persona, sobre sus textos y sobre la propia existencia de la Internacional Situacionista, llevó a Guy Debord (1931-1994) a escribir C ette mauvaise réputation..., libro que fue publicado en 1993 y que se ha editado en castellano con el título Esa mala fama… El texto, que es el último que Debord publicó en vida, constituye junto a su obra Panegírico (1989) uno de los lugares en los que mejor se transluce el talante más personal del autor de La sociedad del espectáculo.
En Esa mala fama…, Debord reúne una selección de opiniones emitidas por “empleados mediáticos” (sic) en la prensa francesa entre los años 1988 y 1992. La fecha de inicio no es casual: 1988 es el año en que Debord público sus Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, con el fin de dar cuenta de la evolución de la sociedad espectacular 21 años después de poner en circulación el tratado que, en 1967, condensó las posiciones de la Internacional Situacionista.
Lo espectacular integrado
Lo espectacular integrado
El nuevo diagnóstico que hace Debord el año 1988 del rumbo tomado por la sociedad espectacular-mercantil le llevará a introducir una nueva categoría en su repertorio, la llamará “lo espectacular integrado”. Con esta categoría, Guy Debord trató de concentrar el que, a su juicio, era el efecto de la combinación de estos cinco rasgos principales de la sociedad contemporánea: “La incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente”.
No era de extrañar, pues, que con este nuevo retrato de la sociedad, la figura de Debord saltara a la arena mediática durante aquellos años: Bien fuese para descalificar sus intuiciones, o bien para aburrir con elogios superficiales. En este sentido, leyendo Esa mala fama…, pronto se puede apreciar que la contestación sistemática (y por orden cronológico) que Debord opone a cada una de las opiniones vertidas en la prensa va más allá del mero divertimiento, o de la mera exigencia del propio ego, para convertirse en una estrategia más del viejo situacionista dirigida a poner en evidencia “la falsedad sin réplica” que anida en la desinformación que emana de losmass media. Las tergiversaciones, los malentendidos, el desconocimiento, las interpretaciones cortas, la mitificación sin fundamento o la ridiculización y las falsas acusaciones constituyen, pues, el catálogo de escritos que Debord desmonta en su libro saliendo al paso de cada uno de ellos a través del argumento y la ironía, o hablando directamente de sí mismo de forma desprejuiciada.
El poder no crea, recupera
“Debord nunca ha tenido más poder que el del estilo”; “El situacionismo ha pasado de megalómano a paranoico”… aserciones como estas, o acusaciones como la de estar financiado por la CIA y por un inexistente “cuñado anticuario” que reside en Hong Kong, son algunas de las perlas variadas que Debord rompe sin dificultad. Sin embargo, lo que más llama la atención de esta colección de banalidades es la falta del más mínimo interés por profundizar en los presupuestos teóricos que animaban a Debord. Ello ocurre incluso en los textos que tratan de ser elogiosos. Este hecho contrasta con la indisimulada fagotización que, simultáneamente, venían llevando a cabo tanto la sociología más académica como la más comercial (verbigracia, Jean Baudrillard), a través de una operación de diseminación posmoderna del concepto situacionista de espectáculo y de los mismos presupuestos que, de forma tan inequívoca y concisa, Guy Debord concentraba en su categoría de “lo espectacular integrado”.
Pero, si buscamos contrastes, aún los tenemos mejores y más cercanos: nada más cabe pensar en la oferta millonaria que ofreció la universidad norteamericana de Yale en 2008 para adquirir los archivos de Guy Debord a su viuda, Alice Debord. O, también, en la categorización de “tesoro nacional” que, acto seguido, en 2009, el Ministerio de Cultura francés y la Biblioteca Nacional Francesa hicieron del legado de Debord, al mismo tiempo que, a través del Journal Officiel, protegían el legado mientras buscan un mecenas para que ese archivo no salga del Estado francés. Ya lo decían bien los propios situacionistas en 1963: “El poder no crea nada, recupera”.
Cita destacada del libro, página 92“La especulación se ha convertido, por último, en el elemento soberano de la propiedad en todas partes, y se autogobierna más o menos, según las preponderancias locales, en torno a las bolsas, los Estados o las mafias, todos ellos federados en una especie de democracia de las élites de la especulación. Lo demás es miseria. En todas partes, el exceso de Simulacro ha explotado del mismo modo que Chernóbil, sembrando la muerte de forma tan veloz y masiva como el desorden. Ya nada funciona, y no se cree ya nada”. Guy Debord: Esa mala fama… (1993)
Cita destacada del libro, página 92“La especulación se ha convertido, por último, en el elemento soberano de la propiedad en todas partes, y se autogobierna más o menos, según las preponderancias locales, en torno a las bolsas, los Estados o las mafias, todos ellos federados en una especie de democracia de las élites de la especulación. Lo demás es miseria. En todas partes, el exceso de Simulacro ha explotado del mismo modo que Chernóbil, sembrando la muerte de forma tan veloz y masiva como el desorden. Ya nada funciona, y no se cree ya nada”. Guy Debord: Esa mala fama… (1993)
Datos del libro: Esa mala fama… Guy Debord Pepitas de calabaza ed. Logroño, 2011. 111 pàg.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Panegírico. Tomos primero y segundo, de Guy Debord
Cada vez me gustan más los libros raros. Pero, ojo, sólo aquellos en los que el autor no se haga pajas mentales, en que todo (a pesar de las rarezas y la huida de los géneros) se entienda con un lenguaje claro. Hasta ahora no había leído a Guy Debord. Los tomos primero y segundo son los únicos que existen del Panegírico, aquella obra en marcha e inacabada. Él mismo se encargó de que quemaran los restantes manuscritos en el día de su muerte; se disparó al corazón.
El tomo primero es una especie de confesión o memoria en la que el autor habla, sin revelar fechas ni datos concretos, de su juventud, de su barrio, de su pasión por las estrategias de la guerra, de sus andanzas etílicas, de sus viajes, de la criminalidad o la economía, todo ello aderezado de citas suyas y de otros autores cuya procedencia, en la mayoría de los casos, no sabremos hasta el final. Siete capítulos muy breves y plenos de hallazgos. Debord se explica a sí mismo.
El tomo segundo es fundamentalmente visual. Para apoyar la veracidad de cuanto nos ha contado, esta parte sólo incluye fotografías, mapas, páginas manuscritas, viñetas de cómic y referencias cronológicas. En las últimas páginas nos desvela la dificultad de traducir el libro a otros idiomas. Y explica cada uno de los capítulos del primer tomo, en los que ha desplazado el sentido; ej: Así, la cuestión del lenguaje se trata por medio de la estrategia (capítulo I); las pasiones del amor, a través de la criminalidad (capítulo II) (…) Es, pues, uno de los retratos más extraños y embrujadores que he leído. El prólogo, además, es de Greil Marcus. Cuelgo uno de mis fragmentos favoritos:"Después de las circunstancias que acabo de evocar, lo que sin duda alguna marcó mi vida entera fue el hábito de beber, que adquirí rápidamente. Los vinos, los licores y las cervezas; los momentos en que unos se imponían a otros o los momentos en que se repetían, fueron trazando el curso principal y los meandros de los días, de las semanas, de los años. Otras dos o tres pasiones, de las que hablaré, han ocupado casi continuamente un amplio espacio en esta vida. Pero beber ha sido la más constante y la más presente. Del escaso número de cosas que me han gustado y he sabido hacer bien, lo que seguramente he sabido hacer mejor es beber. Aunque he leído mucho, he bebido más. He escrito mucho menos que la mayoría de la gente que escribe, pero he bebido mucho más que la mayoría de la gente que bebe. Me puedo contar entre aquellos de los que Baltasar Gracián, pensando en un grupo de escogidos que identificaba sólo con los alemanes –siendo aquí muy injusto, en detrimento de los franceses, como creo haber demostrado–, podía decir: 'Hay algunos que no se han emborrachado más que una sola vez, pero les ha durado toda la vida'”.
http://es.paperblog.com/panegirico-tomos-primero-y-segundo-de-guy-debord-21395/
"Panegírico", de Guy Debord
Son habituales en el revolucionario el tono perentorio, el uso de la gama de colores más oscura, la certeza de vivir en el peor de los mundos posibles. Enfrentarse al mundo es una temeridad condenada a la derrota, pues sus recursos son ilimitados y es casi imposible mantenerse puro frente a su contacto. Por otro lado, hay un enorme atractivo en verse como un luchador frente a un poder irresistible, en vivir peligrosamente. ¿Y puede haber un horizonte más radiante, por lejano que esté, que purgar al mundo de todo lo malo que hay en él? En la ruleta de la lucha revolucionaria todo se juega a un número pero con la astucia de poder impugnar el sistema en caso de pérdida: si gana se lo lleva todo; si pierde, ha sido víctima de un amaño.
Guy Debord pertenece a un sector de revolucionarios que podríamos llamar "discursivo". Su obra, exigua pero muy influyente, fue decisiva en el movimiento de mayo del 68. Alrededor de su grupúsculo, la Internacional Situacionista, se juntaron una serie de brillantes pirados pródigos más en gestos que en obras. Debord trata todo esto muy a vuelapluma en su breve y excelente autobiografía Panegírico. Más bien se centra en algunos rasgos de su carácter, en breves apuntes de su vida, en algunas reflexiones sobre todo ello y en intercalar citas. Abundan las relacionadas con la estrategia militar, una de las obsesiones de Debord, quien llegó a inventar un juego de estrategia, el Kriegspiel. Ya algunos le acusaron de ser un astuto y esquivo jugador de ajedrez que movía a las personas desde la sombra.
La imagen que de sí mismo ofrece es algo diferente: una gran inteligencia que muy esporádicamente se encauza en una obra concreta y que tiende por el contrario a la pereza, la bebida y las malas compañías -¿y quién no? Debord se deleita en la descripción de los muy variados personajes que se ha encontrado en las zonas menos recomendables de las ciudades por las que ha pasado. Y elogia las virtudes de los litros y litros de alcohol que ha ingerido en busca de "lo que hay más allá de la ebriedad violenta, una vez se ha franqueado ese estadio: una paz magnífica y terrible, el verdadero sabor del paso del tiempo". Pocas apologías del borracho habrá más elocuentes aunque no puedo evitar pensar que, en este aspecto, Debord se muestra un tanto ancien régime respecto a los jóvenes que en esos mismos años exploraron las maravillas de los alucinógenos. Pero, en fin, no puedo dejar de entenderlo: su culpa es la mía.
Debord enlaza su estilo claro y elegante con la prosa clásica francesa. Abundan en el texto las citas de distintos memorialistas, de Montaigne y, fuera de las letras francesas, de autores muy de su predilección como Gracián y Clausewitz. El Tomo segundo se compone únicamente de fotografías, tal vez a la manera de Breton en Nadja, quien así se ahorraba las descripciones. Hay imágenes del autor, de algunos de sus amigos y, sobre todo, de los lugares por los que se ha movido. Todo ello compone un breve volumen excelentemente escrito que recorre de manera caprichosa los hitos de una vida. Y es que no es necesario dar muchas vueltas, resume un socarrón Debord,
Tengo una clase de espíritu que de entrada me lleva a asombrarme de ello, pero hay que reconocer que muchas experiencias de la vida no hacen más que corroborar e ilustrar las ideas más convencionales, que ya antes habíamos podido encontrar en numerosos libros, pero sin darles crédito. Evocando lo conocido por uno mismo, no hará falta, por tanto, buscar exhaustivamente aquella observación nunca realizada o la paradoja sorprendente. (p. 109)
Guy Debord, Panegírico. Tomos Primero y Segundo
Prólogo de Greil Marcus
Traducción de Mireya Hernández Pozuelo, Tomás González López, Amador Fernández-Savater y Álvaro García-Ormaechea
Acuarela Libros & A. Machado Libros
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