Édith Piaf 1915-2015


CAP
Este 19 de diciembre se cumplen cien años del nacimiento de Édith Piaf, una mujer que cada vez que cantaba parecía “que se arranca su alma por última vez”, como dijo su amigo Jean Cocteau. Y es que es difícil no emocionarse cuando se oye cantar a esta pequeña mujer que nació, se dice, en una acera de París, pasó hambre, sufrió todo tipo de calamidades y finalmente se convirtió en un mito de la canción. Édith Piaf era el alma de la calle. “No sería Édith Piaf si no hubiera vivido todo eso”, llegó a decir.
Para conmemorar la efeméride, en Música de Comedia y Cabaret publicamos dos entradas sobre esta célebre cantante, única e irrepetible, cuya voz nos sigue conmoviendo y hechizando como pocas. Una de ellas, la de hoy, versa sobre su biografía y su trayectoria musical y es una actualización de la que en su día le dedicamos. La otra, que publicaremos el domingo con el título “Versionando a Édith Piaf”, es una recopilación de sus canciones más conocidas –tanto las que escribió ella (la letra) como las que compusieron otros y que identificamos enseguida con Piaf– interpretadas por otros cantantes de diversos géneros y estilos.
Vamos con la primera.
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Sobre Édith Piaf se ha escrito y hablado mucho. Nos ha gustado especialmente un artículo que Ignacio Sáenz de Tejada publicó en El País (19 de octubre de 1993) titulado “30 años sin Édith Piaf”. Con su permiso, nos serviremos de él para reseñar la biografía de esta cantante única. “Hija de un acróbata callejero de 34 años y de una cantante de café de 18 –nos cuenta–, Édith Giovanna Gassion tomó su primer nombre en recuerdo de Édith Clavell, una joven espía inglesa que había sido fusilada siete días antes. No tardó en ser abandonada al cuidado de Emina Saíd ben Mohammed, su abuela materna y cantante de cafetín. (…) Tras su muerte, Édith Piaf pasó al cuidado de su abuela paterna, que regentaba un burdel en Normandía, antes de volver, por fin, a la tutela del saltimbanqui y vivir de ciudad en ciudad, de calle en calle, pasando el plato para recoger las monedas que su padre ganaba con las piruetas. Una infancia muy dura. La adolescencia no lo fue menos”.
“En 1930 la encontramos de nuevo en la calle, cantando a dúo junto a Simone Bertaut, su hermanastra. En 1932, unida a Ytit Louis, un macarra de la Plaza de las Lilas, y embarazada. A los 18 años, tuvo su única hija, Marcelle, que falleció dos años más tarde a causa de una meningitis en el hospital de Tenon. De nuevo la tragedia; de nuevo la leyenda de una Piaf a la que le faltan diez francos para pagar el entierro de su hija y se prostituye por ese precio. (…) Era el año 1935, cuando Louis Leplée, figura de las noches parisinas, la descubre cantando en la calle durante el otoño y la hace debutar en las sesiones de tarde del Gerny’s. En esta boîte, Édith se llamó Pliaf, alcanzó cierto renombre y consiguió el contrato para su primera grabación: Les Mómes de la cloche. “C’est nous les mómes de la cloche / clochards qui s’en vont, sans un rond en poche” (“Somos los chavales mendigos / vagabundos que se van sin un céntimo en el bolsillo”). Era el invierno de 1935. Había nacido la Môme Piaf”.
“Poco duró la alegría. En la primavera de 1936, su pigmalión es asesinado y la Plaf se ve involucrada en el banco de la infamia popular. Su paso por las prestigiosas salas Bobino y L’Européen es efímero. París le da la espalda y debe regresar a los cafés de Niza, de Brest, incluso de pequeñas ciudades de Bélgica, a la espera de un nuevo mentor. Lo encontró ese mismo año en el acordeonista Raymond Asso, con el que vivió una relación sentimental y profesional que duró hasta 1939, cuando el músico fue llamado a filas. Vuelta a empezar. Detrás habían quedado canciones como Mon légionnaire, regresos triunfales al Bobino y L’Européen, éxitos en el ABC, incluso L’accordéoniste, su primer gran clásico”.
Vamos con estas dos primeras canciones que cita Sáenz de Tejada: Mon légionnaire (1937) –música de Marguerite Monnot y letra de Raymond Asso, que estrenó en 1936 la cantante Marie Dubas– y L’accordéoniste, que compuso para ella Michel Emer en 1940 y Piaf estrenó en febrero de 1940. Este último en una actuación suya en 1954 durante el programa de televisión La joie de vivre.
“Pero Édith Piaf ya es patrimonio francés. En 1940 representa El bello indiferente, de Jean Cocteau, en el Bobino; en el 43 canta para los prisioneros de guerra y ayuda a la evasión espiritual y física; en 1944 toma el Moulin Rouge, con Yves Montand como telonero… Y llegan canciones como Les trois cloches y La vie en rose; actuaciones en el Versailles de Nueva York ante Orson Welles, Judy Garland, Henry Fonda, Bette Davis y Barbara Stanwyck; su ambigua relación con Marlene Dietrich. Y también el boxeador Marcel Cerdan, su gran amor. En 1948, por primera vez Édith Piaf no está enamorada de un músico, pero de nuevo la tragedia llega cuando Cerdan muere un año más tarde en accidente de aviación. La Piaf se refugia en el alcohol y en las drogas. Resucita el espíritu de la Móme cuando canta en 1950 en la sala Pleyel Hymne á l’amour, una composición suya dedicada a la memoria de Cerdan. Édith Plaf había llegado al corazón. Después, más clásicos como Bravo pour le clownLa goualante du pauvre JeanSous le ciel de ParisLa foule o Mon manége a moi, mientras colecciona amantes, entre ellos el actor Edde Constantine, los ciclistas André Pousse y Toto Gérardin, el compositor Jacques Pills –que se convirtió en su marido–, Georges Moustaki, el pintor Douglas Davies o el compositor Charles Dumont. En la cima, cosecha ovaciones de siete minutos en el Carnegie Hall, de Nueva York, engrandece el mito en 1959 con Milord, una canción de Georges Moustaki, y lo eleva al infinito en 1960 con una canción de Charles Dumont, Non, je ne regrette rien: “No lamento nada / Comienzo de cero”.
La segunda mitad de la década de 1940 y la de 1950 constituyen la época dorada de la Piaf. Es en estos años cuando su popularidad rebasa fronteras y canta y graba sus más famosas –a la vez que espléndidas– canciones, algunas con letra suya. Este es el caso de los temas que insertamos a continuación: La vie en rose (1946, música de Louis Gugliemi), en el mismo programa de televisión antes citado, e Hymne á l’amour (1950, música de Marguerite Monnot). Este último corresponde a una secuencia de la película Les Amants de demain (1959), de Marcel Blistène.
Los éxitos se sucedían sin descanso. Sus actuaciones eran aclamadas a uno y otro lado del océano. Canciones emblemáticas, enormes, que el público adoraba, como a ella, pero que en el ánimo y la salud de Édith Piaf pesaban cada vez más. Vamos con estas hermosas melodías, no solo del repertorio de la protagonista de nuestra entrada sino de toda la historia de la música popular. Incluimos un total menos de seis, a cuál mejor: Padam Padam (1951, letra de Henri Contet y música de Norbert Glanzberg); Mon manège à moi (1952, letra de Jean Constantin y música de Norbert Glanzberg); Sous le ciel de Paris (1954, letra de Jean Dréjac y música de Hubert Giraud), canción de la película homónima de Julien Duvivier; La Foule (1957, letra de Michel Rivegauche), versión francesa de la canción Que nadie sepa mi sufrir, compuesta por los argentinos Ángel Cabral y Enrique Dizeo; Milord (1959, letra de Georges Moustaki, música de Marguerite Monnot), y Non Je Ne Regrette Rien (1960, letra de Michel Vaucaire, música de Charles Dumont).
“Era su canto del cisne. Édith Piaf, todavía convaleciente de una operación urgente de pancreatitis, sufre graves problemas hepáticos e intestinales. Con su quebrada salud, balbucea en el escenario, se equivoca, cae desmayada. La larga amistad con el alcohol, la morfina y las pastillas pasa factura.
Su enorme fortaleza la permite sacar fuerzas de flaqueza para actuar en 1961 durante cuatro meses en el Olympia de París. Su voz ya se ha quebrado cuando, un año más tarde, vampiriza a Tliéo Sarapo, que le da fuerzas para seguir adelante. Se casan durante el otoño y, ahora convertida en Pigmalión, le lanza al disco en 1962 durante el viaje de novios, cantando segundas voces en A quoi ça sert l’amour, como un año antes lo había hecho con Charles Dumont en Les amants. La Piaf se apaga con generosidad.
Sus últimas actuaciones en el Olympla y el Bobino la agotan definitivamente. En la primavera de 1963, su último amor se la lleva a la costa, a Plascasier, cerca de Niza. Cuando fallece el 11 de octubre de 1963 Théo Sarapo, en la clandestinidad de la noche, introduce el cuerpo yacente de Édith Piaf en su coche y lo conduce hasta París. Es inhumada el 14 de octubre en el cementerio de Nre Lachalse. La música popular decía hasta siempre a su Môme”.
Regrette

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