La pasión de la mente Occidental (V): psicoanálisis y fracaso de la Ilustración

 

Psikeba_Adolfo_V_RoccaA continuación os dejo este breve fragmente de La pasión… en el que Tarnas explica cómo Freud acaba con el ideal de la Ilustración, con su optimismo y confianza absoluta en la razón. Un paso más hacia la modernidad.

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Por un lado, el psicoanáli­sis hacía las veces de epifanía de la mentalidad de comienzos del siglo XX, ya que sacaba a la luz las profundidades arqueo­lógicas de la psique, desvelaba la inteligibilidad de los sueños, las fantasías y los síntomas psicológicos, iluminaba la etiolo­gía sexual de la neurosis, demostraba la importancia de la experiencia infantil en el condicionamiento de la vida adulta, descubría el complejo de Edipo, ponía de manifiesto la perti­nencia psicológica de la mitología y el simbolismo, reconocía los componentes psíquicos estructurales del yo, el superyó y el ello, revelaba los mecanismos de resistencia, represión y pro­yección y proponía otras intuiciones que abrían el secreto de la naturaleza de la mente y su dinámica interna. Por eso Freud constituyó una brillante culminación del proyecto de la Ilus­tración, que dejaba incluso el inconsciente humano bajo la luz de la investigación racional.

Sin embargo, por otro lado, con su revelación de que por debajo del psiquismo racional, y más allá de él, había un depó­sito abrumadoramente poderoso de fuerzas no racionales que no estaban dispuestas a someterse al análisis racional ni a la manipulación consciente, y en comparación con las cuales el yo consciente era un epifenómeno de notable delicadeza y fra­gilidad, Freud socavó de un modo radical el proyecto entero de la Ilustración. De ahí que Freud impulsara más aún el pro­ceso moderno de desalojar al hombre de la posición cósmica de privilegio que su moderna imagen racional de sí mismo había conservado de la cosmovisión cristiana. El hombre ya no podía dudar de que su mente estaba sometida, al igual que su cuerpo, a la decisiva influencia de poderosos instintos bio­lógicos (amorales, agresivos, eróticos, «perversos polimor­fos») y de que ante ellos las orgullosas virtudes humanas de racionalidad, conciencia moral y sentimiento religioso se po­dían entender como simples formaciones reactivas y meras ilusiones del concepto civilizado del yo. Dada la existencia de tales determinantes inconscientes, bien podía ocurrir que el sentimiento de libertad personal fuera espurio. El individuo psicológicamente avisado sabía ahora que, al igual que todos los integrantes de la civilización moderna, estaba condenado a la división interior, la represión, la neurosis y la alienación.

Con Freud, la lucha darwiniana con la naturaleza adquirió nuevas dimensiones, pues el hombre se veía obligado a vivir en eterna lucha con su propia naturaleza. No sólo se presen­taba a Dios como una primitiva proyección infantil, sino que se destronaba también al yo humano consciente, con su pre­ciada virtud de razón humana -el último bastión que lo dis­tinguía de la naturaleza-, al no reconocérsele otra dimensión que la de precario y reciente desarrollo a partir del ello pri­mordial. La verdadera fuente de motivaciones humanas era la caldera hirviente de impulsos irracionales y bestiales, y los acontecimientos de la historia contemporánea comenzaban a constituir una triste confirmación de esa tesis. No sólo se cues­tionaba la divinidad del hombre, sino también su humanidad misma. A medida que la mentalidad científica emancipaba al hombre de sus ilusiones, éste, despojado de sus antiguas dig­nidades, desenmascarado como criatura de base instintiva, resultaba cada vez más absorbido por la naturaleza. (Págs. 412-414)


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